Opinión
Diez reflexiones cansadas tras diez años de Podemos

Encarar los límites que vinieron no sólo de afuera, sino también de adentro, no como un ajuste de cuentas entre “víctimas” y “culpables” sino como un ejercicio honesto de autocrítica, permitiría un acercamiento a la zozobra más cargado de futuro.
Rafa Mayoral, Íñigo Errejón y Pablo Iglesias.
David F. Sabadell Rafa Mayoral, Íñigo Errejón y Pablo Iglesias.
22 ene 2024 09:06

Como ya constató tanta gente la semana pasada, ha pasado una década desde la fundación de Podemos. Y ahora somos todas más viejas. Me temo que este dato fútil es el único en el que hallaremos consenso. No ha sido una semana de grandes fiestas y conmemoraciones. Normal. Nadie dentro del espacio político a la izquierda del PSOE está para mucha fiesta. En mis círculos oigo hablar de tedio, pereza, hartazgo, pero intuyo que lo que subyace a ese léxico del “no quiero saber nada” es simple y llana tristeza, una sensación de fracaso diluida, un lago muerto bajo el ruido. En cierto modo, la historia de Podemos es también un poco la historia política reciente de una generación que se dio cuenta de que había que cambiarlo todo. Pero eso no bastó.

Y así, queda la tristeza de haber redescubierto los límites de lo institucional, la fuerza de los poderes fácticos, la eficacia del statu quo a la hora de asegurar su perpetuación, custodiado por los medios y el poder económico. Pero también reina la congoja de ver reproducirse una y otra vez el personalismo y la repetición de viejos patrones, la desconexión de quienes han oído su nombre demasiadas veces repetido y se erigen en sí mismos casi como proyectos políticos.

Está el relato que impugna a los morados como locos, sectarios y personalistas e impide ver sus argumentos y razones. O el que señala a todos los demás como los blandos, herramienta del poder e incluso traidores. Encarar los límites que vinieron no sólo de afuera, sino también de adentro, no como un ajuste de cuentas entre “víctimas” y “culpables” sino como un ejercicio honesto de autocrítica, podría ser algo digno de hacer en este décimo aniversario. Permitiría un acercamiento a la zozobra más humano, pero sobre todo más cargado de futuro.

Se ha abusado demasiado en los últimos tiempos del lugar común de la división de la izquierda, del chascarrillo del Frente Popular de Judea, de situar la unidad como un valor político en sí, un objetivo supremo que anteponer a diferencias políticas de peso. Pero por fuera de ese sueño imposible de la unidad, se han descuidado las posibilidades de alianzas y pluralidad, el debate político de las izquierdas se ha simplificado hasta encajar en el yermo molde de los binarismos: donde la reflexión y la crítica quedan reducidas a la pulsión del posicionamiento continuo.

El debate político de las izquierdas se ha simplificado hasta encajar en el yermo molde de los binarismos: donde la reflexión y la crítica quedan reducidas a la pulsión del posicionamiento continuo

Y, sin embargo, tiene que haber un tiempo y un espacio en el que se pueda discernir algo, construir algo, porque lo necesitamos más que nunca. Pero debemos de partir de la constatación de que nadie tiene la fórmula, que las resistencias sistémicas son fuertes, como fue fuerte e imbatible el impulso que concentró el foco en cada vez menos voces, que sacrificó la participación en el altar de la urgencia, que privilegió la lealtad por encima de la mirada crítica, que viajó del discurso radical al posibilismo según estimó que lo demandaba el momento político.

1) Los inicios

En enero de 2014, como mucha gente en “movilidad internacional” por cortesía de los recortes, yo llevaba unos años fuera. Había pasado de vivir el 15M deslocalizado, al 'No nos vamos, nos echan' precursor de la Marea Granate. Compartíamos una energía política brutal, pero que no podía quedarse indefinidamente en la liminalidad, que exigía pasar al siguiente capítulo.

Cuando se anunció la creación de Podemos muchas celebramos tener dónde canalizar esa energía política, esa necesidad de juntarnos, debatir, organizar. Aquel Podemos en pañales tenía también algo de liminalidad, algo por construir, y eso era lo que le hacía atractivo, que si bien contaba con caras relevantes, con la potencia de voces consolidadas, también ofrecía la posibilidad de formar parte del cambio, de recuperar la agencia política enajenada por una democracia representativa que ya hacía tiempo que había revelado sus costuras.

2) El mandato de la oportunidad

Pero hay maneras y maneras de formar parte del cambio, y no todas son iguales. Las hay lentas y horizontales, en las que se diluyen los liderazgos y se consensúan las decisiones políticas, las hay más como espectadores, como el tipo que aplaude la intervención de un buen orador, pega carteles cuando hace falta, o se bate en las redes sociales por quien le representa. Los primeros meses de Podemos fueron una pugna entre esas dos posibilidades: seguramente el asamblearismo descentralizado tenía difícil traslación a la política institucional. Pero no parece que tomar carrerilla y asaltar los cielos imbuido de carisma y oratoria haya dado los mejores resultados.

3) La importancia del cómo

Las formas de participar en el cambio fueron centrales: cuando todo estaba por empezar convivió un wiki programa participado por una diversidad de mentes y colectivos, con el rostro de Iglesias ilustrando la papeleta para las elecciones. Esto último no gustó a mucha gente, pero a mucha otra le pareció necesario. Quizás se podría haber continuado adelante con esa tensión: un alma anclada a las formas de participación del 15M como reservorio moral del partido, como espacio integrador de ideas y de agencias, y una cabeza estratégica, quizás más curtida en las lógicas partidistas, más entrenada en leer la oportunidad.

Pero tal tensión se resolvió pronto en Vistalegre. Ahí se cerró la liminalidad, ideas rupturistas fueron soltadas como lastre: líderes colegiados, una parte del consejo ciudadano elegido por sorteo… Se impuso el winner takes it all versión nueva izquierda: las listas plancha, los documentos organizativos, éticos y políticos votados en pack, la tonadilla plebiscitaria entendida como máximum de la participación para gente que hacía poco tiempo soñaba con una democracia participativa: había que aprovechar la ventana de oportunidad y la pluralidad era una rémora. 

4) Más allá del 15M

Toda historia tiene un mito fundador, un relato explicativo que se deja cosas afuera, pero que dota de génesis y sentido. Se ha dicho tantas veces que Podemos fue como el siguiente paso después del 15M, una transición casi orgánica a la política institucional, pero así como el 15M tiene un pasado poblado de movimientos y gentes ya organizándose mucho antes de aquel 15 de mayo, los integrantes de Podemos también tenían un pasado ideológico, una trayectoria política que quizás no bebía tanto del 15M como se cuenta. Y eso en sí, no tiene nada de malo, haber estado en la periferia o dentro de otros partidos, haber asesorado a mandatarios en otros países, conocer otras culturas políticas, es desde luego un patrimonio valioso para un partido recién nacido. Sin embargo, también puede ser una trampa, cuando ese bagaje se convierte en la guía, mientras se usa la narrativa del 15M, como un capital simbólico de bolsillo al que acudir a conveniencia.

5) Liderazgos y antagonismos

Oír hablar de reconectar con las bases, reactivar los círculos diez años después, da congoja y un poco de bronca a muchas de quienes pasamos por ellos y recordamos cómo se fueron vaciando de todo lo que les conectaba con el 15M: el debate, la discusión de ideas, la horizontalidad. Espacios para el hacer —pegar carteles, organizar lo que se determine desde la cúpula a cargo— pero no para pensar, que para eso ya estaba la mejor liga de asaltantes de cielos. Bastaba con tener claro cuál era el antagonista: la casta, el régimen del 78, las cloacas del Estado, y apoyar lealmente a los encargados de librar la batalla contra ellos. Los líderes se van revistiendo de épica, se vuelven fundamentales. Tanto que gastamos nuestro tiempo político defendiéndoles para que nos defiendan, en lugar de defendernos a nosotros mismos, de preparar una ofensiva transformadora que no solo plante cara al antagonista, sino que siembre por fuera de sus límites.

6) La participación como broma

La participación no ha sido un principio rector de Podemos, si no que ha devenido una triste arma arrojadiza. Quienes rebajan la democracia cuando les conviene, luego acusan a los otros de falta de democracia, las primarias devienen un sello de calidad a utilizar según se considere útil, una argucia para obtener legitimación moral. La participación deviene una validación plebiscitaria de lo previamente decidido. La afinidad personal se salta los mecanismos democráticos mientras se pide a la gente ilusión y lealtad, y, al final, pareciera que uno ve el verticalismo en la vereda de enfrente, mientras milita en la miopía de sus propios truquitos autoritarios.

Con altas dosis de lealtad peronista puedes conseguir que mucha gente vaya a muerte contigo, que se sientan representados como nunca lo estuvieron. Pero igual hay mucha más gente que no quería una experiencia de representación 'premium'

7) Con la lealtad no alcanza

Los grandes discursos, la capacidad intelectual, las ideas compartidas, la brillantez incluso, no basta para afianzar un proyecto político, especialmente cuando tienes a todos los poderes en tu contra: vas a necesitar una base social, que la gente te crea, que apoye lo que propones. Claro que cada cual tiene que hacerse cargo de su propia desmovilización. Es vago y fácil poner en la cesta de Podemos el estado lánguido de tantos movimientos.

Eso no quita que interpelar a las mismas gentes que se fueron quedando por el camino para que te respalden en la calle, tiene un resabio agridulce. Y es que, con altas dosis de lealtad peronista puedes conseguir que mucha gente vaya a muerte contigo, que se sientan representados como nunca lo estuvieron. Pero igual hay mucha más gente que no quería una experiencia de representación 'premium', si no tener agencia, poder decidir algo más que a quién retuitea o vota. 

8) Toda crítica oculta intereses

Si toda crítica hecha a tu espacio político oculta intereses espurios —un huequito en una candidatura, un lugar en una tertulia de La Sexta...—. Si no hay crítica legítima posible porque cualquier emisor de críticas le hace el juego al antagonista, se codea con él, se beneficia, estás anulando toda posibilidad de debate. Claro que el ataque continuo al que se ha sometido a Podemos desde los poderes puede alimentar un reflejo de autodefensa hasta cierto punto. Pero si al final el objeto es defender a Podemos y a las personas que la dirección de Podemos señala como imprescindibles, en lugar de enfocarnos en transformar la sociedad, ¿cuál es el horizonte político hacia el que se avanza?

9) La estrategia del fichaje

Sin la capacidad de integrar la pluralidad en torno a una agenda común, con los círculos vaciados y los cuadros reducidos a la nada, cuando vienen elecciones te toca fichar gente. Algunas será gente muy válida, muy respetable, llena de buenas intenciones. Pero qué lejos te has ido de lo que propugnabas, qué aleatorio y efímero resulta todo en esta política de los nombres más o menos entusiasmantes. Y luego encima, te jode cuando tu fichaje se va con otros: siempre será una traición, se han aprovechado de la oportunidad que les diste para irse con el enemigo y vivir de criticarte, es el diagnóstico que se prodiga entre las voces de Podemos más convencidas. Así no hay forma de sacar el foco de tu ombligo y atender a las razones por las que tanta gente se va. Gente a la que presentaste a tus potenciales votantes como grandes opciones, se ve degradada a herramientas del ferrerismo en un par de tuits.

10) ¿Se podría haber hecho mejor? 

Nadie tenía la receta mágica para plantar cara al sistema, nadie conocía los caminos para llegar a otro horizonte político, eran y son muchas las resistencias que se oponen a las transformaciones reales, lo hemos visto en todas partes y lo hemos sufrido aquí. Hay que cuidar a los que han recibido el ataque continuo y voraz de poderes dispuestos a destrozar la vida que haga falta para no cambiar. Hay que ser consciente de que ponerse en ese lugar implicaba un sacrificio, se puede reconocer que hay genuino compromiso con las ideas que se defendieron, e incluso aceptar que lo hicieron lo mejor que pudieron. Eso no debe conllevar no poder criticar sus decisiones, cuestionar sus estrategias o apuntar la arrogancia de ciertas vanguardias. Gentes que parecen tenerlo todo siempre muy claro, así que cuando descubren su impotencia se desgañitan señalando a los poderes externos y consideran a todo crítico su cómplice, pero no guardan registro de las fuerzas, de la inteligencia colectiva, de la hermosa potencia política que se fueron dejando atrás.

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