Opinión
Fase beta del experimento neoliberal vasco
La segunda ola refleja la farsa de la gestión tecnocrática de la pandemia en la política vasca, supresión del estado del bienestar y militarización del espacio público. Un experimento del PNV para avanzar hacia su paraíso neoliberal.
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Si la distribución mercantil y caciquista de los fondos para la recuperación se hubiera anunciado con el mismo detalle que las medidas contra la llamada segunda ola, quién sabe si la juventud post-abertzale haría arder la Torre Iberdrola. La semana pasada, a un telediario de comenzar el toque de queda impuesto desde Madrid, el Lehendakari Urkullu ponía rumbo en popa hacia la solución final del nacionalismo peneuvista contra la pandemia del coronavirus: convertir cada municipio en una cárcel donde la ciudadanía se encuentra obligada a acudir al trabajo cada mañana hacinada en el transporte público y a consumir después desde casas sin apenas espacio. Especialmente en los estratos menos pudientes, no existe nada más autoritario que reducir la libertad humana a la tensión constante entre producir y gastar. Esta macabra gubernamentalidad aísla los cuerpos del medio natural en el que se relacionan, la sociedad, y reduce las mentes a un átomo en el que apenas existe cabida para lo espontáneo, característica principal de lo revolucionario.
En una frase del todo dialéctica Marx afirmaba que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”
Las revueltas que han tenido lugar durante los últimos días en ciudades de todo Europa son una consecuencia de este proceso. No obstante, en estas luchas pareciera haber desaparecido la coordinación, no digamos estrategia o alternativa, entre quienes han salido a la calle en reacción a las medidas. Se trata de una ira colectiva, aunque manifestada individualmente de una manera estéticamente similar a la de antaño, pero no adherida a ninguna lucha social. Radiografiar este instante es importante: si la izquierda no sabe enmarcar la pandemia en una lucha colectiva antisistémica, o viceversa, el odio desembocará en mayor represión policial y el auge paralelo de las fuerzas de derechas.
La tragedia de la primera ola
Más allá de contenedores ardiendo, ¿qué está ocurriendo en este incierto presente? En una frase del todo dialéctica Marx afirmaba que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. En marzo el confinamiento de la población llegó de manera inesperada, a modo de shock, y dio lugar a una situación excepcional. Gracias al discurso mediático se presentó como una necesidad para poner fin a las muertes constantes. Los mercados y las bolsas se desplomaron, a excepción de Silicon Valley. Algunas empresas entraron en pérdidas, azotadas por la recurrente crisis de rentabilidad iniciada en la década de 1970. Desde el inicio de la pandemia en marzo hay casi 1.800 empresas menos en Euskal Herria, lo que supone el enésimo golpe al exiguo tejido productivo vasco. En el ciclo completo, se han perdido 102.000 puestos de trabajo desde inicios de 2008, según el INE, siendo 61.000 la destrucción neta de empleos en los sectores industriales y habiendo 27.500 ocupaciones menos en la construcción.
“Las instituciones públicas han desdeñado toda intención seria de revertir la privatización de los servicios públicos acaecida en los últimos años”
Este contexto económico ha puesto de manifiesto la falta de consistencia de ideólogos de la libertad de mercado como Milton Friedman, mientras se sentaban las bases para un ataque contra el trabajo. Diariamente se suceden noticias sobre el incremento del desempleo. La más reciente, Gestamp anuncia el cierre de dos plantas en Zamudio y el despido de 230 trabajadores, mientras todo tipo de estrategias por parte de los capitalistas buscan intensificar el tiempo y la duración de la actividad laboral, principalmente gracias a tecnologías digitales. El último decálogo de Iñigo Urkullu instaba a las empresas vascas a implementar el teletrabajo y los “horarios deslizantes”, a fin de evitar el contacto y salvar la actividad de la industria vasca.
En el plano más amplio y colectivo del bienestar, las instituciones públicas han desdeñado toda intención seria de revertir la privatización de los servicios públicos acaecida en los últimos años. Mientras la nueva Consejera de Salud Gotzone Sagardui cifra orgullosa en 338 millones el gasto de la lucha contra la Covid-19 en Euskadi, la cantidad destinada a Iberdrola, Petronor y el Tren de Alta Velocidad ocupa la mitad de los casi 11.000 millones solicitados a Bruselas para la reconstrucción. Esta realidad ha llevado a una primera jornada de huelga de Osakidetza en Araba, así como una segunda en Gipuzkoa, convocadas por los sindicatos SATSE, ELA, LAB, SME, CCOO, UGT, ESK, SAE y Utese-Fesitess. El conflicto entre el capital y la vida continúa presionando al Gobierno vasco mediante otra jornada de huelga sanitaria, esta vez en Bizkaia el próximo jueves 12 de noviembre.
Durante la ‘fatídica’ primera ola, e incluso después, algunas voces de la izquierda anunciaron la muerte del neoliberalismo. Si ello fuera cierto, como indica Quinn Slobodian, la primera señal hubiera sido que Nadia Calviño abandona el Ministerio de Economía y Arantza Tapia la Consejería de Desarrollo Económico. Más bien al contrario, las iniciativas en forma de ERTE e IMV provenientes del Estado, aplaudidas por Confebask en la ecúmene vasca, no supusieron más que la confirmación de que las propuestas de Friedrich Hayek habían vuelto a triunfar. El pensador austriaco defendía que la intervención política es necesaria cuando el mercado falla para sostener a quienes perecen en el proceso de competencia, asegurando un mínimo vital suficiente para evitar revueltas en las calles.La farsa de la segunda ola
No obstante, el engaño ha sido desvelado en la segunda ronda de medidas de restricción de la libertad de movimiento. De esta forma se pone de manifiesto la dialéctica del sistema capitalista, que trata de asegurar su resiliencia. Euskal Herria, gracias a la putrefacta tecnocracia gobernante, expresa de manera pura la superestructura de este experimento.
En el periodo denominado como segunda ola se ha pasado de la libertad para llenar los bares a, una vez ganadas las elecciones, el miedo a los repuntes. Paradójicamente, la “religión de la salud” (Giorgio Agamben dixit) ha otorgado al Gobierno vasco el monopolio único de la violencia, el método de coerción más costoso, al tiempo que lo ha eximido de toda responsabilidad sanitaria. ¿O cómo se explica que la única concesión lograda por el PNV durante el debate sobre los presupuestos generales del Estado fuera frenar la subida del IVA a la educación y salud privada? En un movimiento perfectamente orquestado por los expertos en relaciones públicas de Ajuria Enea, se impone la ideología de que la política no puede depurar las responsabilidades acumuladas en décadas de privatización. Entre otras consecuencias, invitando a morir a sus coetáneos en residencias públicas, con una tasa de contagios directamente proporcional a los procesos de externalización que han experimentado. En Euskal Herria cuatro de cada diez personas muertas en la pandemia era mayor residente.
No es necesario acudir a ningún oráculo para entender que una vez el colapso se cierna sobre Osakidetza, o incluso antes si la estrategia del miedo surge efecto, las medidas de confinamiento pasarán a ser más restrictivas. Se abre una nueva oleada de suspensión de libertades colectivas, bajo apelaciones abstractas al ente supremo de la loi. Ello puede entreverse en las declaraciones de Bingen Zupiria que anuncian semanas “muy complicadas”, con medidas de restricción que se prolongarán otros seis meses y el reconocimiento manifiesto de su ejecutivo tratará de arroparse legalmente para llevar a cabo su cometido. Coincidiendo con el día de todos los santos, los mandatarios desvelaron el alcance de su ofensiva política: cancelar toda reunión familiar y eliminar el contacto social. Apenas una semana después se ha decretado el cierre de bares y restaurantes durante el mes de noviembre como medida disciplinaria, adelantando además a las 22:00 el toque de queda y consolidando la brecha de clases en el sector de la hostelería.
“El Gobierno vasco evita el blindaje del sistema de salud, atajando la carencia de afrontar la pandemia a la cola europea en inversión en sanidad y educación pública”
Mientras el Gobierno vasco evita el blindaje del sistema de salud, atajando la carencia de afrontar la pandemia a la cola europea en inversión en sanidad y educación pública, sus esfuerzos se han centrado en intensificar la vigilancia y el control ciudadano para mantener intactas las relaciones de producción capitalistas. Los titulares incendiarios de los medios del régimen trasladan una situación similar a la guerra, confirmando la hipótesis benjaminiana de que la excepción puede convertirse en norma, es decir, en confinamiento domiciliario. Esta es la propuesta de la tecnocracia para asegurar la estabilidad de los mercados y los derechos de propiedad en el territorio.
La ofensiva de los capitalistas vascos
La dialéctica entre la primera y segunda ola ha desembocado en una suerte de experimento neoliberal vasco, fundamentado en una lectura acertada de que el futuro inmediato será un lugar peor para buena parte de la población, no sólo en términos materiales, sino en todo lo relacionado a la calidad de la vida en el planeta y en la sociedad. Dada la enorme capacidad de adaptación de la gerontocracia nacionalista, la coyuntura actual es a todas luces más proclive a consolidar los sesgos sociales conservadores que a intentar transformarlos en líneas de avance social. Ante esta tesitura, los dirigentes del PNV han desplegado su manida caja de herramientas neoliberal para seguir gobernanando el colapso. Probablemente, este será un gran momento para continuar enriqueciéndose con la venta de Euskal Herria al mejor postor.
La epidemia emerge como una fase de preparación, en lo que podemos denominar una fase beta, previa a una realidad social en la que el planeta se va desintegrando. Mientras, los gobernantes inyectan efectivo en las compañías más contaminantes del país, como Petronor, cuya única estrategia para mantenerse en el mercado durante los últimos años ha sido abrir el puerto de Santurtzi a los combustibles con mayor peligrosidad del planeta, como las arenas bituminosas. Del mismo modo, la crisis del modelo neoliberal, asentado sobre la desaparición de la sociedad y falsamente solventada mediante la implementación de redes sociales, ha provocado fuertes dislocaciones en el bienestar emocional de la población y en su vida en común. Junto a las previsiones sobre el devenir del trabajo, inexistente para una enorme cantidad de jóvenes, los escenarios capitalistas distópicos no tardarán en llegar. Va de nuevo: tampoco las revueltas.“Ninguna de estas reflexiones niegan la necesidad de medidas legales para afrontar la pandemia. No se trata de apoyar las voces que acechan en cada pueblo bajo la demanda falaz de libertad”
Ninguna de estas reflexiones niegan la necesidad de medidas legales para afrontar la pandemia. No se trata de apoyar las voces, conspiranoicas en el mejor de los casos y ultraconservadoreas en el peor, que acechan en cada pueblo bajo la demanda falaz de libertad. Al revés, esta es una reivindicación de una verdadera actuación política que dé cuenta del estado de excepción. Ello significa que todas las fuerzas y recursos se encuentren destinados a preservar la vida, pero no como la define y subsume el capital. Ciertamente, la situación es compleja y requiere sacrificios, pero no los del tipo que exigen los sumos sacerdotes de la mercancía. Debe reivindicarse el esfuerzo colectivo, preservar la vida y defender la sociedad, expulsando al capital y la brújula amoral que guía sus decisiones políticas. En ello, camaradas, nos va la vida.
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