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Precariedad laboral
Ana Geranios: “Nuestra realidad como dependientas y sirvientas del turismo es un fracaso para la sociedad”
“No es justo llevar esta vida de mierda. Toda la riqueza que producimos es nuestra. Basta ya. Nosotros ya no podemos seguir siendo cosas, mercancías a la venta”. Podrían exclamar estas frases al unísono, en una suerte de coro reivindicativo, las hijas de la Costa del Sol, nombre que Ana Geranios (Algeciras, 1988) da a una generación que vio la luz en el litoral occidental malacitano al calor del sector servicios. Pero no eran ellas, sino los compañeros de Nanni Balestrini los que reflexionaban sobre cómo el trabajo, la producción y la vida interseccionaban de forma que la lucha iba mucho más allá de las paredes de la fábrica. Parte de esa mirada queda recogida Geranios cuando habla, calmada pero con rabia, sobre cómo el Plan Turístico de grandes ciudades de Marbella convierte a la población en el objeto turístico que debe mejorar la capacidad de acogida, atención y trato del visitante.
La precariedad y el empobrecimiento al que se someten los territorios atravesados por el turismo no se evidencia en la impasible escultura de homenaje a la figura del camarero (que no camarera) que existe en Arroyo de la Miel (Benalmádena), única imagen de referencia al oficio al que se han venido dedicando cientos de familias durante décadas en los más de 150 kilómetros de un litoral urbanizado hasta la extenuación. “Quiero dejar claro que el trabajo de camarerx, en la hostelería y en el sector servicios en general, puede ser un trabajo digno si las condiciones laborales lo fueran”, explica Geranios en el ensayo Las hijas de la Costa del Sol, que acompaña a las crónicas que ella misma escribió mientras trabajaba de camarera en Puerto Banús en Verano sin vacaciones (Piedra Papel, 2023).
Ana Geranios no nació en San Pedro ni en Marbella porque el ocio de lujo llegó antes que los hospitales. En 1945 se fundó el primer establecimiento hostelero marbellí, El Rodeo, de la mano del aristócrata salmantino Ricardo Soriano; lo siguieron el hotel del Castillo de Santa Clara en la barriada malacitana de Torremolinos o el primer cinco estrellas del aún existente Pez Espada, en 1959. En 1970 se inaugura Puerto Banús, promovido por el catalán José Banús Masó, configurando un ocio de lujo absolutamente inaccesible para oriundas que solo entraban en la ecuación si de servir se trataba. Radiografía hostelera rápida, pero certera que configura una geografía rendida al capital turístico, que expolia recursos y que décadas después sigue moldeando a sus habitantes hasta la extenuación, cercenando el tiempo y las vidas de la población que habita esta parte de la costa .
“Es inspiradora la clase trabajadora: lo que nos ocurre es igual de triste que de inspirador”, afirma Geranios en la plaza de Chiclana donde nos hemos encontrado para hacer la entrevista. De forma orgánica, ninguna ha sugerido mantener esta conversación en un bar porque, como también indica, es importante y forma parte de nuestra responsabilidad saber cómo son las condiciones de la gente que trabaja en los establecimientos hosteleros a los que acudimos. Así que en este pueblo gaditano, atardeciendo y con un leve frescor que anuncia el otoño, mantenemos esta entrevista para El Salto Andalucía.
¿Quiénes son las hijas de la Costa del Sol?
Es un término que se me ocurrió para definir a mi generación. Yo nací en 1988. Incluyo a gente que ha nacido algunos años antes y unos años después; somos personas que nacimos en la Costa del Sol porque nuestras familias, que vivían en otras ciudades o pueblos, fueron allí por trabajo. Mi padre, por ejemplo, es de la Sierra de Cádiz y mi madre es también de esta provincia. Se fueron a San Pedro a vivir porque había buenas condiciones climatológicas, era un pueblo amable, con mucho trabajo. En los años 80 y 90 se ganaba mucho dinero con la hostelería. Así que allí nací yo, nació mi hermana y nacimos muchas y somos las que hemos seguido manteniendo ese trabajo para que la Costa del Sol siga atrayendo. Seguimos siendo las sirvientes del turista que llega. Somos las que nacimos en San Pedro de Alcántara, en Marbella o en Málaga simplemente porque era un lugar con mucho trabajo ligado al turismo desde los años 40 y 50.
Seguimos siendo las sirvientes del turista que llega
Verano sin vacaciones se configura inicialmente como un diario que transcurre durante 56 días, mientras trabajas de camarera en Puerto Banús. Haces un ejercicio íntimo donde describes lo que vas viendo y sintiendo durante ese tiempo. ¿Pensabas verlo en algún momento publicado? ¿Cómo fue el salto de diario a libro?
Ha sido un proceso… muy sorpresivo. En 2018 llegué a San Pedro con la intención de trabajar en Puerto Banús. Como siempre estoy fuera, tenía la costumbre de escribir “Hola” en mi muro de Facebook para que la gente supiera que ya estaba allí. Ese verano, llegué el mismo día en el que empezaba a trabajar. Al día siguiente, más o menos a la misma hora y antes de la segunda jornada, sentí el impulso de volver a escribir lo que viví en el trabajo el día anterior. Así fue día tras día. Tenía la necesidad de contar de forma externa, con unos ojos nuevos y no acostumbrados a lo que es la Costa del Sol, lo que me iba sucediendo, como si fuera una niña observando.
Día a día publicaba en Facebook lo que al final se convirtió en una crónica diaria para contarle a la gente de mi pueblo lo que yo estaba viviendo. Gracias a la necesidad que tenía de explicarlo, continué. La autoedición llegó cuando acabé de trabajar ese verano. Como periodista surgió la idea de empezar a escribir y continué haciéndolo hasta terminar, pero sin ninguna pretensión, nunca había pensado en la publicación.
¿Qué te respondían mientras publicabas tus crónicas?
Fue impresionante porque la gente empatizaba mucho. Me daban la razón, se reconocían en lo que contaba y confirmaban que eso era lo que nos estaba pasando, se divertían. Para la gente fue como una historia por fascículos. Me sirvió para compartir un sentir que yo consideraba común y que, efectivamente, lo era: no nos merecemos vivir así en los lugares turísticos, no nos merecemos esta vida de servilismo. Y no sé si este libro me gusta o no me gusta pero era una cosa que tenía que hacer y la hice, aunque no puedo decir que fuera un deseo, algo que yo había planeado. Ocurrió porque tenía la necesidad de hablar de lo que es para mí la herida del turismo en mi vida, en las de mis amigas, en la de mi familia.
¿Cómo ha sido la autopublicación y cómo llegas a publicar en Piedra Papel?
Cuando terminé de trabajar de camarera en Puerto Banús, me despedí de esas crónicas, de la gente que me había leído, de esa parte mía de escritora. Como había, por fin, escrito algo con continuidad y estaba terminado, decidí ponerlo en papel. Era un regalo que yo me quise hacer. Saqué una edición de 56 ejemplares, lo maqueté y lo llevé a la imprenta de mi pueblo. Fue un proceso muy bonito. Vendí esa primera edición de 56 crónicas, una por día, que se agotó. Hice una segunda edición que vendía a la gente que le interesaba, sobre todo amistades. Muchos también los regalé. Y cuando conocí a Piedra Papel libros me transmitieron mucho cariño, nos caímos muy bien y les regalé un libro. Cuando les pregunté por recomendaciones para poder publicar Verano sin vacaciones me comentaron que estaban interesados en hacerlo ellos. Me sentí con la responsabilidad de elaborar un prólogo que contextualizara el diario y acabé escribiendo el ensayo de Las Hijas de la Costa del Sol.
Este ensayo se encuentra muy bien documentado, con referencias audiovisuales, bibliografía relacionada y otras fuentes. ¿Cómo te quedaron ganas, después del trabajo precario y agotador, de seguir investigando?
Creo que es por mi faceta de periodista y por mis ganas de divulgar con datos, separándolos de las experiencias personales. El diario contiene experiencias que me parecen fundamentales a la hora de relatar una historia y contextualizarlas en un entorno y un momento concreto. Pero yo quería ponerle datos, quise hacer algo más serio que se ha convertido en una experiencia muy interesante porque me ha permitido ahondar en muchos temas que en el diario no se profundizan como, por ejemplo, la basura o el transporte público. Ha sido necesidad de contar a todo el mundo que, más allá de que Marbella se vea como un lugar turístico donde vas a pasártelo bien, es importante saber en qué condiciones viven las personas que nacen y crecen ahí. Quería darle rigurosidad al relato.
En esa investigación, ¿qué dato te ha llamado más la atención?
La cantidad de basura que se genera, el número de campos de golf que hay en la provincia de Málaga y el plan turístico que se está implementando en Marbella, de financiación pública, de millones de euros. En él se pide y se promueve que la ciudadanía sea hospitalaria, se quiere preparar a la gente para que sea también una especie de ayudante al turista, un punto de referente turístico. Se nos pide que seamos amables. Eso me puso los pelos de punta.
¿Crees que se ha hablado mucho del turismo, hay mucho escrito sobre él?
Según me he ido informando, he ido llegando a publicaciones antiguas donde sí que existe un cuestionamiento del sistema económico y urbanístico que genera el turismo. Pero cómo nos toca y afecta a nuestra vida, cómo son las jornadas laborales o cómo es la explotación que sufrimos, de todo esto es ahora cuando más se está hablando. En televisión, en radio o en prensa se ha empezado a hablar de cómo la gente no puede vivir o de los abusos laborales. Creo que esta perspectiva, es más actual.
¿Consideras entonces que tu libro pertenece a lo que podemos llamar literatura de clase trabajadora o de clase obrera?
Sí. De hecho, creo que son muy interesantes los relatos de la clase trabajadora que se han escrito desde dentro para conocer realmente cómo vivimos: muy alienados en nuestras vidas, en nuestros trabajos, en nuestras familias. Creo que es importante conocer la realidad de las personas que estamos trabajando (bueno, trabajando y explotadas porque pocas nos salvamos de la explotación laboral) para que el mundo funcione. A veces pienso que no quiero dedicarme solo a escribir. Quiero trabajar en otra cosa y estar ahí. Quiero ver qué es lo que pasa más allá de escribir. Es inspiradora la clase trabajadora: lo que nos ocurre es igual de triste que de inspirador.
Creo que es importante conocer la realidad de las personas que estamos trabajando para que el mundo funcione
Hay un momento en el que dices que la gente de San Pedro no es una víctima, sino un pueblo oprimido. Tú que eres de allí, ¿cómo haces esa diferenciación política de víctima y oprimido?
Hay una situación económica y urbanística que te coloca en un lugar donde tienes que gestionar una economía a la que no llegas, con unos trabajos que no son los deseados, pero también tienes capacidad para cambiar las cosas aunque sea muy complicado. No quiero que parezca que estamos dando pena, sino que creo que es importante que se sepa cómo realmente se han aprovechado y se han expoliado nuestros recursos. Se ha expoliado nuestro territorio, nuestro tiempo y nuestras vidas, somos conscientes de ello y es complicado revertirlo, pero creo que es posible. Juntas se podría cambiar la situación.
¿Cómo hacemos para combartir discursos como los que justifican la explotación en el sector hostelero o los que defienden lo necesario que es el turismo para nuestro territorio, cuando hay evidencias de que es trabajo empobrecedor y precario?
Como bien dices, es un problema que pensemos que con el turismo nos van mejor económicamente, que somos más ricos. Está demostrado, como se alude en el libro haciendo referencia a diferentes artículos y a alguna película, que se empobrece la gente que vive los lugares turísticos. Hay un grupo de Facebook de San Pedro en el que la gente habla mucho de las playas tan malas que tenemos y se pregunta cómo van a venir los turistas en esas condiciones. O se escribe sobre la programación cultural tan pobre que hay para el turismo. Creo que es un problema que nuestras necesidades sean las del turista, algo que nos ha llevado a que las ciudades sean para ellos y no para nosotras. Pensar que nos enriquecemos es mentira, porque las inversiones de prácticamente todos los establecimientos hoteleros son extranjeras y, además, pagan mal a sus trabajadores y trabajadoras, que somos nosotras. Es un bulo que nos han vendido. Estamos siempre frente a un escaparate que no nos pertenece y al que no tenemos acceso.
También mencionas la complejidad de formar parte de luchas concretas cuando no perteneces al territorio en el que se dan, porque muchas migran ante la inestabilidad y la pobreza del lugar en el que viven. ¿Cómo nos organizamos?
Nuestra generación se ha ido de su pueblo, de su ciudad, porque no está a gusto. Es comprensible porque, culturalmente, hemos tenido posibilidades de viajar. Nuestros padres nos han podido mantener en esa aventura. Actualmente es dificilísimo quedarse. Tanto en interior como en la costa no hay espacios de encuentro. También me he ido fuera un tiempo a probar suerte, a estudiar, a trabajar y he pensado que las luchas que se generaban en esa ciudad no eran las mías porque no me sentía identificada. Eso me lleva a pensar que, claro, si las que migramos a otros lugares no nos sentimos identificadas con las luchas propias de esos territorios, quién va a luchar por los lugares que hemos dejado atrás y que se están desmoronando. Como trabajadoras tenemos la responsabilidad de unirnos, estar informadas y conseguir mejores condiciones, pero también como consumidoras tenemos esa responsabilidad, la de estar al tanto de a dónde vamos y qué consumimos
¿Te han dicho en casa que no te dediques a la hostelería?
No. Hay tanto trabajo y estamos tan acostumbradas, que creo que eso es parte de la problemática de los sitios turísticos: la normalización de tener acceso solo a un tipo de trabajo en el sector servicios, acostumbrarte y aguantarte con las condiciones laborales. Además, como es nuestra herencia, está bien visto. Creo que no hay una estigmatización hacia el camarero, sino que se ve más como una posibilidad y una suerte que como una desgracia.
Existe una generación que sí tiene un orgullo de pertenencia a esos comités de empresa de los 70 - 80, que va más allá de la romantización de una época dorada de la lucha sindical, porque la organización era real. De hecho, en el ensayo se hace referencia a esta época. Tu libro forma parte también de esa reconstrucción de un pasado no tan lejano. ¿Tienen memoria las hijas de la Costa del Sol?
Creo que necesitamos organizarnos como gremio, porque muchas trabajamos solo en verano o por temporadas. Te vas de tu trabajo y llega a otra, y otra, y otra... Es muy alienante. Además, estamos constantemente escuchando que “esto es así”, y al final hemos perdido y olvidado las reivindicaciones que se hicieron en los años 70 o las que se llevan haciendo en el ámbito laboral desde mucho antes, como la jornada de ocho horas. Deberíamos ser un grupo fuerte frente al patrón. Se podría volver a tener presentes todos los logros y podríamos ser conscientes de lo que ha sido este sector e intentar mantener unas condiciones dignas para todas. Es nuestra responsabilidad como trabajadoras.
¿Qué acogida ha tenido el libro?
Además de contar la realidad laboral concreta desde dentro, el libro ha llegado en un momento en el que muchas personas estamos cansadas de nuestros trabajos. No queremos aceptar cualquier condición y tenemos claro que no nos queremos dedicar a trabajar para vivir porque es que es muy injusto. El turismo es tan desbordante en tantas ciudades y en tantos entornos que la gente ya se plantea y se cuestiona un sistema que no le beneficia ni a ella, ni a su familia, ni a la ciudad.
Este libro va también por la gente de mi pueblo y por todas la hijas de la Costa del Sol, las que tenemos una historia muy particular que no se conoce y que pasa siempre a un segundo plano. Mucha gente viene a Marbella y parece que las de allí siempre estamos dispuestas a servir. Nuestra realidad como dependientas y sirvientas del turismo es un fracaso total para la sociedad. Siendo el turismo el motor económico, ¿cómo permiten que traten tan mal a las trabajadoras de la hostelería?
La historia es importante y se está leyendo como una crítica social, como forma de poder replantearnos cómo hacer las cosas de otra manera
Por eso creo que el libro que ha llegado en un momento de interés porque hay mucho cansancio social. Estoy muy contenta porque no me esperaba esto. La historia es importante y se está leyendo como una crítica social, como forma de poder replantearnos cómo hacer las cosas de otra manera. Me gustaría que consiguiésemos otra forma de vida alternativa, otro tipo de trabajo donde nos trataran bien. Así que para mí este es el comienzo de esa lucha: reivindicarlo, mostrarlo, debatir y que pueda haber generado algo más. Se va a presentar próximamente en Madrid, en Valladolid, en Burgos, en Leganés, en Salamanca… vamos a hacer una ruta editorial y me gustaría que en las presentaciones se abordara la problemática de la hostelería y lo que significa en nuestras vidas, debatirlo y cuestionar un sistema económico dependiente totalmente del turismo.
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El tema es lacerante. Gracias. Málaga es un gigantesco parque temático para pensionistas (la Miami de España) y juerguistas (la Las Vegas de España). La cultura es bares de copas, sol, playas, drogas, discoteca y sexo. En Fuengirola hay miles de bares pero una librería frente a la Casa de la Cultura (calle Juan Gómez Juanito). El desamparo cultural es desolador. Un desierto cultural. La mejor opción es retirarse al interior a vivir en paz. La Costa del Troll está hecha para el ruido y la juerga. Andalucía tenía un problema de latifundio sin resolver y siempre había sido tierra de migrantes. Ahora al problema del campo se le añade el turismo de capitalismo salvaje: horas interminables por las nubes y sueldos por los suelos. La cultura católica de no armar ruido y no desafiar a los dueños de las tierras y los negocios acaba en ciudadanos sumisos, aislados, alienados, deshumanizados, asociales. El otro día fue al centro de Málaga y había más turistas que españoles. Fue asombroso ver cómo la ciudad está siendo habitada por una nueva población foránea al que le gusta la comida y el sol Andaluces. La cuestión es: Es que no hay alternativa al turismo de masas? La hay, pero en el interior. La Costa del Troll es terreno perdido al invasor.