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Ríos de Extremadura
Los ríos de Extremadura III: La pertinaz y los planes badajoces
Tercera entrega de la espléndida serie sobre los ríos en Extremadura del escritor verato Ramón J. Soria Breña.
Los biólogos que voy a entrevistar, Santiago, Carlos, Esther, llaman “conectividad ecológica” a que el agua de un río corra libre desde su nacimiento a su desembocadura. Si esta conectividad se rompe en algún punto, o en muchos puntos, la vida que hay dentro y fuera del agua, en el fondo del río o en sus riberas, sus limos, piedras o arenales ya no serán las de un río porque la mayoría de especies de peces autóctonos realizan migraciones o “subidas” río arriba hacia sus áreas de desove. El esturión, el sábalo, la anguila y el salmón suben desde el mar. Las bogas y los barbos realizan desplazamientos más o menos largos dentro de los ríos. Sin conectividad, toda esta vida, adiós, finito, caput.
Me queda una hora para llegar a mi primera entrevista. Miro al fondo, más allá de los cincuenta o cien metros que requieren mi atención conductora, más allá del camión lleno de cerdos que dentro de tres minutos tendré que adelantar y del BMW negro que me va a pasar a toda velocidad por la izquierda. Al fondo el cielo se ha puesto azul oscuro y raro. Es como el azul de Giotto. Los afganos dieron de hostias a los ingleses durante el XIX, luego a los soviéticos invasores con la ayuda de Rambo, después a los yanquis que se liaron a tirar miles de bombas con el pretexto de que Bin Laden andaba por allí turisteando, pero solo espantaron a los imponentes Marjor, los hermosos carneros de Marco Polo y a los pocos leopardos de las nieves que aún quedaban entre los riscos. Hoy nos seguimos equivocando pensando que todos los afganos son cafres talibanes o traficantes de opio. Pero allí hay también granadas gordas, exquisitas, sin semilla, de las que no explotan y se puede comer. Se puede contemplar el Hindukush que prolonga las cordilleras del Pamir, uno de los lugares con el cielo más limpio de la tierra y comprar por poco precio un Kaláshnikov hecho por un herrero con la culata de madera de raíz de nogal o… comprar este color del fondo que ahora contemplo, un pedazo de cielo azul metido en una piedra. Porque de las montañas del Pamir llegó hasta Italia el Lapislázuli, lazurita se llama el mineral, con el que pintó Giotto el cielo del Cielo de la Cappella degli Scrovegni en Padua que visité este verano. Pulverizada la piedra preciosa, llamaron al pigmento resultante “azul de ultramar”.
Ese color intenso que nunca se decoloraba ni perdía profundidad revolucionó la pintura en Europa y se siguió vendiendo hasta los años cuarenta aunque ya las sintéticas anilinas alemanas reinaban en el mundo de los pigmentos y de los matarratas. Hoy todavía hay pintores que usan lapislázuli triturado y las minas de Afganistán de donde sale la lazurita son las mismas que explotaban los aqueménidas, y luego Ciro, Darío I y Alejandro Magno. Las mismas de donde salieron las piedras azules que adornan la máscara de oro de Tutankamon. Este es el azul que ahora veo fundirse con la línea casi negra del horizonte tras el parabrisas de mi coche. El cielo de Giotto me conmovió. Los turistas yanquis que contemplaban embobados como yo las pinturas del artista florentino tal vez no sabían la conexión entre ese precioso color azul y Bin Laden, entre los frescos de la capilla y una pantera misteriosa y esquiva, ya casi extinta.
Se suceden diluvios mayores que los de Noe y “pertinaces” sequías saharianas que convierten a nuestro ríos en un yoyó climático fantástico e impredecible
Repaso de memoria las preguntas y los temas que quiero sacar en las entrevistas. Ha comenzado a llover por fin tras un verano y un otoño muy secos. Son retazos de huracán, rabos de nube, frentes atlánticos que provocan gotas frías y tormentas torrenciales. La lluvia golpea el cristal con furia y apenas me deja ver la carretera. Estoy en el segundo país más montañoso de Europa después de Suiza y con el clima anual y secular más variable y loco. Se suceden diluvios mayores que los de Noé y “pertinaces” sequías saharianas que convierten a nuestro ríos en un yoyó climático fantástico e impredecible. Por eso los romanos, que en lo ingenieril y religioso cuidaban lo primero y teatralizaban lo último, hacían los caminos y los puentes, las ciudades y los templos con mucho cuidado, tino, precaución, prudencia y ciencia para que el agua por venir no arrasase pilares, anegase las calles o sumergiera los sueños. Uno ve por ejemplo la enorme altura del gran puente de Alcántara sobre el río Tajo, más de cincuenta y ocho, y piensa ¡qué exagerados estos romanos! ¡Cómo va a crecer el río tanto! Pero crecía cincuenta y seis metros. El pescador del otro día me enseñó antiguas fotografías que muestran el agua llegando casi hasta el pretil del puente, pero no más. Respetaban el tiempo contando en siglos los largos ciclos del agua, la firma de las riadas en la geología, el clima y la naturaleza. Roma sabía de eso.
Ríos de Extremadura
Los ríos en Extremadura II: embalses, islas y monstruos eléctricos
Segunda entrega de la serie dedicada por el escritor jarandillano Ramón J. Soria Breña a los ríos extremeños.
Luego la modernidad amnésica, la arrogancia tecnológica, la inconsciencia y el empeño desarrollista y benetiano de “domar los ríos” tiene esto: riadas, inundaciones, anegamientos, ahogamientos… Quien se pone en medio o junto al agua con su casa o su coche o su carretera o su huerto se arriesgará siempre a que el agua se lo lleve. El urbanismo moderno es quien provoca tragedias y desastres, nunca el río. La naturaleza tiene un reloj lento. Para ella es un instante lo que para nosotros es un año, una década o un siglo o mil años. Además las crecidas son fundamentales para el ecosistema del río y también para sus riberas. Son las mismas crecidas, las zonas de inundación potencial, las curvas, los meandros, desdobles y nuevas derivaciones que se crean y los islotes con vegetación, lo que impide que, cuando la crecida es de verdad gigante, no adquiera velocidad y lo arrase todo con su enorme fuerza.
Pero si el río se “doma”, se encauza, se “limpia” se hace fluir recto y se ocupan las tierras de su antiguo dominio ocurrirá tarde o temprano la catástrofe. Quien no entienda que los ríos crecen y a veces desbordan un cauce que nosotros creíamos que era el “normal” le recomendamos que hable con algún geólogo o algún climatólogo amigo o algún ingeniero romano que conozca, a ser posible de tiempos de Trajano. Quien piense que la lluvia y los ríos se pueden controlar, limitar o domar es que no ha entendido nada del natural funcionamiento de la tierra. Por otra parte, es un placer contemplar este estrépito, estas crecidas, esta música del agua en el cristal del coche. Y saber de nuestra fragilidad, nuestra estupidez, nuestra arrogancia. Un río salvaje es un río, porque no hay ríos tranquilos o civilizados, su mansedumbre solo es un intervalo engañoso entre dos diluvios por venir. La radio no para durante todo el viaje de hablar de la catástrofe, pueblos anegados, coches a los que se ha llevado la riada con gente dentro. Paro unos minutos en una gasolinera para descansar un poco, tomar un café y mirar el chaparrón.
Para Joaquín Costa, en España agua hay pero se va al mar en dos o tres riadas tumultuosas
Saco mis notas y repaso los temas. Entonces, releo algo de Joaquin Costa que he subrayado en rojo. Cuatro frases suyas que serán la piedra angular en la que se sustentará toda la política hidráulica de todos los gobiernos de la historia de España hasta hoy: “…la planicie central, y acaso la mitad de España, es una de las regiones más secas del globo, después de los desiertos de África y Asia. Provincias hay, como Murcia, apellidada el reino serenísimo, donde apenas si se ve una nube en todo el año… Las corrientes atmosféricas del Mediterráneo y del Atlántico no vierten sobre los abrasados campos de la Península toda el agua que necesitan las plantas para vegetar y fructificar; pero hay inmensos depósitos de ella en las crestas y en las entrañas de los montes, y podemos derramarla con la regularidad matemática de las pulsaciones sobre el país, cruzándolo de un sistema arterial hidráulico que mitigue su calor y apague su sed…”
Para Joaquín Costa, en España agua hay pero se va al mar en dos o tres riadas tumultuosas. La tierra no es mala, tal vez la meseta castellana que pinta el bueno de Manuel Machado “polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga. / Cerrado está el mesón a piedra y lodo. / Nadie responde... Al pomo de la espada / y al cuento de las picas el postigo / va a ceder ¡Quema el sol, el aire abrasa!” sea complicada para plantar fresas y limoneros. Tal vez en esa tierra las heladas negras que salen en Las ratas de Miguel Delibes malogren muchas cosechas, pero en buena parte del país el clima es suave, templado, casi subtropical, se podría plantar y cultivar de todo si hubiera agua cuando se necesita, también abonos adecuados, ingenieros agrícolas, cultivos racionales, no sólo plantados para tener un poco de pan en casa y una cebolla y algo de tocino salado.
Eso piensa Joaquín Costa, y los políticos regeneracionistas son los inventores de los “planes badajoces” e impulsan una “agricultura científica” que saque del hambre al país. España, en el fatídico año 1898, apenas embalsaba 100 hectómetros cúbicos de agua. En el Plan Gasset de 1902 se proyectaban 300 obras hidráulicas entre presas y canales cuyo objetivo fundamental era convertir el secano en regadío. Producir más comida para comer los de aquí, pero también para vender fuera a buen precio: ri-que-za. Unas décadas después la República quiere convertir ese regeneracionismo agrícola de Joaquín Costa en una realidad. Tiene el poder democrático, quiere y puede hacerlo. También quiere recuperar la educación pública, hacer carreteras y ampliar el ferrocarril. Comenzar por alguna parte, sin pisar muchos callos, la reforma agraria pendiente y más obras hidráulicas nuevas.
De ahí sale Manuel Lorenzo Pardo. Un gran tipo. Me gusta su bigote poblado con las guías enroscadas. Su pasión por el progreso, su optimismo. Ingeniero, fotógrafo, político, escritor, animador sociocultural, proyectista del Embalse del Ebro en 1916. Lorenzo Pardo impulsa la Confederación Sindical Hidrográfica del Ebro, discursea en asambleas, conferencias, reuniones populares sobre la necesidad de usar el agua de forma científica, democrática, colaborativa porque sólo así se creará una riqueza que irá para todos. En 1932 es nombrado por el ministro de obras públicas Indalecio Prieto, director del Centro de Estudios Hidrográficos para elaborar un nuevo Plan Nacional de Obras Hidráulicas, que será presentado en Las Cortes en mayo de 1933, pero el gobierno de Azaña cae y el maravilloso plan se queda en nada, papel mojado.
Ya durante la guerra el Generalísimo encarga al ingeniero Alfonso Peña Boeuf, un Plan General de Obras Públicas
Tengo el documento aquí, son cientos de páginas de cartografías, gráficos, mediciones, prospectivas, estudios hidrográficos, geológicos, económicos, climáticos. Se proponen presas y novedosos trasvases entre cuencas para que el agua riegue las huertas de frutales del Mediterráneo. Elecciones en noviembre. Ganan las derechas. Comienza el llamado bienio radical-cedista o bienio negro entre 1933 y 1936. Su campaña electoral se ha centrado en la “defensa del orden y de la religión”. Quieren anular todo lo progresista de la Constitución de 1931, la legislación social y laica, abolir la timidísima Ley de Reforma Agraria y amnistiar a los corruptos militares que dieron un golpe de estado en agosto del 1932.
Pero vuelve el sueño: en 1936 gana las elecciones el Frente Popular. Las derechas no quieren tantas modernidades y hay un nuevo golpe de Estado, guerra, postguerra, Franco manda. Ya durante la guerra el Generalísimo encarga al ingeniero Alfonso Peña Boeuf, un Plan General de Obras Públicas. El bigotito de don Alfonso ya es el de esos tiempos, nada de esas guías de poetastro dandy curvadas con salivilla y gomina de nuestro amigo Manuel Lorenzo Pardo. Se impone el bigote de hormigón armado y falangismo. En el 1938 es nombrado Ministro de esas cosas en el primer gobierno franquista. Haría un corta, pega y colorea con el Plan Nacional Hidrográfico republicano de 1933 y de los planes badajoces, pero sin reforma agraria, algo fundamental para evitar que el agua de todos fuera aprovechada sólo por unos pocos. Y con esto “¡queda inaugurado este pantano!” y 581 pantanos más de ahí en adelante. Con voz sentida y la mano derecha erguida y elevada, como quien brinda un toro al estimable público, dirá Franco: “Nos dolía España por su sequedad y por su miseria y todo ese dolor de España se redime con estas grandes obras hidráulicas nacionales”. No sé si la frase está mal plagiada de Gasset y de Lorenzo Pardo o se la ha escrito Peña Boeuf con su pluma de oro y carey o la copió luego Benet de los legajos apolillados de Joaquín Costa que estaban escondidos en las catacumbas de la biblioteca de la escuela de ingenieros.
Hasta aquí mi rancia apología de las presas1. Había que explicar un poco su sentido, su origen, sus autores y por qué no era tan mala idea si hubiera habido entonces reforma agraria. Luego uno se lía con los bigotes. Durante el franquismo, tras el sarampión del bigote semi Hitler que lució unos pocos años Franco, se impondrá el bigote “de tirilla”, que había puesto de moda Clark Gable en Lo que el viento se llevó; que llevarán, estilizado y en el exilio Luis Cernuda, pero rasurado con micrómetro y presumiendo de crapulismo en el Café Central el inefable César González Ruano o cualquier mandamás de provincias. No sigo por ahí. No me gustan los bigotes ni las presas, pero quiero mucho a todos esos viejales regeneracionistas, aunque se equivocan en algo importante, creen que ese retraso ancestral de España, esa pérdida del carro del progreso y la modernidad tecnológica, científica y hasta alimenticia que ya inunda a Europa se consigue con la educación, la enseñanza, la cultura y el arte. ¡Que el pueblo analfabeto por fin se ilustre y luego todo irá rodado!
Y sí, pero no. Tan importante como “la escuela” es “la despensa”. Es decir, la economía, una idea de economía, de justicia social y de futuro que no es la que tienen las élites que mandan y quieren seguir mandando. Es curioso cómo todos los chicos de la generación del 98 fueron o se declararon alguna vez en su vida anarquistas. Han bebido de la dulce botella de la acracia, pero luego les dará miedo beber de la otra. Esa que contiene un licor más fuerte y revolucionario. Ese licor que despierta a miles en el verano de 1909, precisamente por el empeño de los poderosos en seguir utilizando la sangre de los pobres para mantener unas colonias africanas que no valen nada.
Un licor que sí beberán muchos españoles en la olvidada ocupación de tierras de marzo de 1936 en Extremadura, cuando 80.000 yunteros quisieron hacer una reforma agraria acelerada en 250.000 hectáreas de tierra
Acracia. Anarquismo. La Idea. La utopía era posible. Un licor que sí beberán muchos españoles en la olvidada ocupación de tierras de marzo de 1936 en Extremadura, cuando 80.000 yunteros quisieron hacer una reforma agraria acelerada en 250.000 hectáreas de tierra. Hartos de jornales de hambre. Comunismo. Revolución. La represión fue bestial. Ya hemos hablado en El Salto de todo esto.
Contigo empezó todo
El día que Extremadura cambió su historia
El 25 de marzo de 1936, 80.000 campesinos de Extremadura se hicieron con 250.000 hectáreas sin derramar una sola gota de sangre.
Uno comienza hablando de ríos y acaba liado con Costa. Voy camino de entrevistar a los limnólogos Santiago, Carlos, Esther, y como está lloviendo mucho, aquí parado, en una gasolinera, he acabado recordando a Costa y también a las fuentes anarquistas de las que bebió todo el 98 sin decirlo, sin atreverse a confesar dónde, por qué y a quién habían leído. Sacó de mi bolso un delicioso ensayo escrito por Jean Jacques Élisée Reclús, que fue un geógrafo y revolucionario francés fallecido en 1905. Su monumental obra ha sido profusamente editada por los más diversos países del mundo y continúa siendo leída y estudiada cien años después de su muerte. En España, los trabajos de Reclús fueron profusamente editados a comienzos del siglo XX con un éxito que pocos libros tienen hoy. Es un placer tener entre las manos Historia de un arroyo editado en Francia en 1869 y en España un año después. Una de las mejores, más poéticas y precisas descripciones de lo que es un río. Gracias a la editorial valenciana Media Vaca puedo leer hoy este libro como hace muchos años lo hizo mi abuela. “El arroyo que yo he visto salir a la luz, tan limpio y alegre en el manantial, no es ahora más que una alcantarilla, en la que toda una ciudad arroja sus desechos”. O dice eso de “Veo surgir nuevamente ante mis ojos el amado perfil de los montes, vuelvo a entrar con el pensamiento en las umbrosas cañadas, y durante algunos instantes puedo disfrutar apaciblemente de la intimidad con la roca, el insecto y el tallo de hierba.”
Hoy en día un libro tal vez sea poco, pero entonces, a finales del XIX y principios del siglo XX en la Extremadura de los 80.000 yunteros, un libro era la puerta para entender el mundo, la naturaleza, la justicia, el futuro, la ciencia… y tomar conciencia de la injusticia social y la necesidad de lucha. El movimiento editorial alternativo tuvo en España una explosión maravillosa. Los propios trabajadores españoles: impresores, quiosqueros, militantes de grupos ácratas, empleados postales, maestros racionalistas, enlaces sindicales o redactores de prensa obrera, fueron los impulsores de una revolución editorial que hizo llegar el libro a las masas populares y desarrollaron una alternativa editorial a los libros burgueses de entonces, además, crearon sus propias empresas y editoriales.
El formato habitual no era el del libro tradicional de tapa dura sino el del folleto de 16-30 páginas que podían ajustarse a los tiempos lectores. El precio que se podía pagar era de 15 o 20 céntimos y también se podía ocultar si llegaba el caso al ser un pequeño cuadernito. Publicaron libros de nuevos temas: feminismo, naturalismo, control de natalidad, pacifismo, dietética, anarquismo, socialismo, internacionalismo, esperantismo, poesía militante, novelas comprometidas, incluso se editó a pensadores conservadores liberales… que nadie había divulgado y publicado hasta entonces. Y vendieron muchísimo. Las tiradas eran enormes, de un éxito increíble. La editorial de la Escuela Moderna publicó por fascículos la enciclopedia El hombre y la tierra: 6 volúmenes, 3.500 páginas, 1.200 grabados, 500 mapas, traducida por Anselmo Lorenzo y supervisada por Odón de Buen, fue el primer intento de una enciclopedia científica y evolucionista, un estudio completo de la vida en el planeta que ya incluso hablaba de los excesos del mercantilismo, del maquinismo y de los efectos negativos que podía tener sobre la biosfera.
Para conocer el fenómeno del libro obrero en esos años tengo el estudio de Alejandro Civantos Urrutia, Leer en Rojo. Auge y Caída del libro Obrero (1917-1931) [Fundación Anselmo Lorenzo]. Me carteado con Alejandro. Es profesor de instituto. Imagino a sus alumnos entusiasmados cuando les cuenta toda esta aventura editorial, porque aventura es. El libro es precioso y preciso. Me descubre una parte de la historia de España que ignoraba por completo. Gracias a él vuelvo a releer a Reclús y a descubrir que sigue siendo moderno: "Allí donde el suelo se ha deteriorado, allí donde toda poesía ha desaparecido del paisaje, las imaginaciones se apagan, los espíritus se empobrecen, la rutina y el servilismo se apoderan de las almas y las disponen al sopor y a la muerte. Entre las causas que en la historia de la humanidad ya han hecho desaparecer tantas civilizaciones sucesivas, habría que contar, en primera línea, con la brutal violencia con la que la mayoría de las naciones trataban a la madre tierra. Talaban los bosques, dejaban empobrecerse los manantiales y desbordarse los ríos, deterioraban los entornos, rodeaban las ciudades de zonas pantanosas y pestilentes; después, cuando la naturaleza, por ellos profanada, se les volvía hostil, la odiaban y, sin poder renovarse como el salvaje en la vida de los bosques, se dejaban cada vez más embrutecer por el despotismo de los sacerdotes y reyes”. Eso escribe el gran Reclús en 1866.
Los ríos en Europa son muy homogéneos durante muchos cientos de kilómetros pero los de la cuenca mediterránea, en muy pocos metros, ya son casi otros
Pero vuelvo al presente, ha dejado de llover, debo seguir mi camino. Yo sólo sé lo obvio, que un río es un sistema ecológico con movimiento, un sistema que nunca es homogéneo y que nunca se está quieto. Un continuo desde la cabecera a la desembocadura, un flujo de energía y de materia. Ese movimiento es la vida. Pero además sé que a los ríos de la cuenca mediterránea, el clima y la orografía los hace muy diferentes. La sequía y los desbordamiento son frecuentes, en primavera, verano, otoño e invierno el río es muy distinto, casi son otros ríos, los animales y plantas que se han adaptado a sus aguas son muy peculiares. Los ríos en Europa son muy homogéneos durante muchos cientos de kilómetros pero los de la cuenca mediterránea, en muy pocos metros, ya son casi otros. Cada tramo es muy diferente y las adaptaciones de la vida a esa diversidad del agua para sobrevivir, medrar y reproducirse con éxito es para cualquier biólogo un paisaje para investigar maravilloso.
Por lo tanto conservar, recuperar o salvar sólo uno de esos tramos, no conserva, salva o recupera a ningún río completo. Además, un río no es sólo el agua que corre visible, sino la que circula por debajo, invisible, también el bosque de ribera y todos los pequeños, muchas veces micro, arroyos que desembocan en él y sobre todo los territorios que lindan con sus orillas en cien, doscientos, quinientos metros de distancia, o más. No quiero aburrir con los detalles de la ley de aguas, pero hoy la zona “de cauce” definida en esa ley, el “dominio público hidráulico”, la “zona de servidumbre”, incluso la zona llamada “de policía”, son distancias miserables, absurdas, ridículas, propias de los conocimientos ecológicos del siglo XIX, de unos técnicos o leguleyos o políticos a los que un río no les importa como ecosistema aunque sí como canal de riego.
Por desgracia, después de “todo lo que ha llovido”, hora que entendemos que un río no es un canal o una cloaca, que la vida que hay dentro se destruye si se embalsa y que se puede regar gastando muy poca agua, las tesis “embalsamadoras” siguen gozando de buena salud. Hoy, en 2020, sobre el Ebro, Guadalquivir y Duero ya hay trazados 17 nuevos planos de muros de hormigón para los próximos 10 años. Las constructoras privadas de estos nuevos embalses se frotan las manos, esperan facturar 800 millones de euros de dinero público. Las razones para seguir la política de presas son las de siempre, aunque han sido enriquecidas y matizadas por el asunto del Cambio Climático: “Danas” y “sequías pertinaces” más extremas, inundaciones más dañinas y una demanda creciente de agua para regar y producir alimentos en una Europa que ahora se ha caído del guindo y desea ser más autosuficiente tras la lección de su dependencia y las debilidades de suministro de cosas tan sofisticadas como una mascarilla de trapo al comienzo de la pandemia del Covid-19.
Ríos de Extremadura
Ríos de Extremadura I: Los polvos y los lodos del turismo
Primera entrega de la deliciosa serie dedicada por el escritor de Jarandilla de la Vera a los ríos extremeños.
Así que esas 17 presas hay que hacerlas, se dice, para “prevenir inundaciones y para tener agua de boca y riego”. Más “planes badajoces”. El tema hidroeléctrico queda en segundo término, se medio esconde, no se nombra. Se aspira a aumentar la capacidad de embalse del país de los 54.000 hectómetros cúbicos que pueden ser embalsados hasta los 70.000. Los embalses para “riego” vuelven a tener valor social, político, mediático.
Ya se ha hablado mucho y bien en El Salto de lo que significa el “regadío industrial” y la “agricultura intensiva”. Así que yo voy a lo mií, a mi egoísmo: embalsar significa destruir río y la “necesidad” de embalsar nunca ha sido más falsa.
De nuevo en carretera, repaso las preguntas que voy a hacer a los biólogos. Siempre caigo en las preguntas más tópicas. ¿Cómo está la salud de los ríos en España? ¿Son necesarios más planes badajoces? ¿Son las presas la solución al Cambio Climático? ¿Quedará algún río libre y limpio, en alguna parte? ¿Por qué Extremadura, la región con mas agua embalsada, sigue siendo tan pobre? Me adelanta de nuevo un camión lleno de cerdos y otra vez un BMW rapidísimo. Todo se repite. Hasta el cielo, que se abre de nuevo, con ese precioso azul de antes de la tormenta. Al fondo se ve la sierra de Gredos, Giotto la hubiera pintado con gusto si hubiera pasado por aquí, utilizando polvo de lapislázuli arrancado de las montañas de Pamir. Luego se hubiera ido a bañar a una poza de un río extremeño de montaña, aún sin encerrar, por tocar un poco de paraíso.
(Fragmento de: España no es país para ríos. Inédito, por poco tiempo…)
Notas:
1. Para este contexto he revisado las lecturas sugeridas por mi maestro Alfonso Ortí: Costa, Joaquín, Oligarquía y caciquismo. Colectivismo agrario y otros escritos. Madrid, Alianza, 1967. Costa, Joaquín, La tierra y la cuestión social. Madrid: Biblioteca Costa, 1912. También este último: Otero Carvajal, Luis Enrique. Miguel Salanova, Santiago de, La escuela y la Despensa. Indicadores de modernidad. España, 1900-1936, Madrid, La Catarata, 2018.
PRÓXIMAS ENTREGAS:
LOS RÍOS DE EXTREMADURA (IV) Viva la agricultura, muera la inteligencia.
LOS RÍOS DE EXTREMADURA (V) Ah del futuro! nadie responde.
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