Ser migrante y cosechar a más de 40 grados: el impacto del calor en un invernadero de Almería

Investigadoras del Instituto de Salud Global de Barcelona viajaron a Almería, Huelva y Lleida para saber cómo afecta el calor a los migrantes que trabajan en la agricultura. Se trata de un trabajo de campo inédito en España. La mitad de los encuestados admitió haber experimentado al menos tres síntomas relacionados con enfermedades por calor durante las temporadas de verano.
Invernaderos Cabo - 6
Álvaro Minguito Un trabajador en un invernadero en Cabo de Gata, Almería.
10 jul 2025 06:00

El cambio climático no afecta a todas las personas por igual. Las condiciones de vida —trabajo, hogar, alimentación o acceso a la sanidad— son determinantes en la adaptación a la nueva realidad planetaria. A mayor precariedad y fragilidad, peores impactos. En España, hay pocos colectivos más vulnerables que los migrantes que trabajan en la agricultura, muchos de ellos sin papeles, con jornadas laborales de sol a sol, con acceso limitado a recursos básicos como el agua y con barreras lingüísticas y legales. ¿Cómo afecta el calor extremo de estos últimos días a estas personas? “Es un riesgo silencioso, que está naturalizado, pero que tiene severos impactos a la salud”, resumen las científicas que están llevando a cabo una investigación pionera, con un meticuloso trabajo de campo, en explotaciones agrícolas de Almería, Huelva y Lleida.

El trabajo, aún en etapa preliminar, forma parte del proyecto europeo Catalyse, sobre optimización de la salud en la adaptación climática. Por primera vez, se ha decidido poner la lupa en los trabajadores agrícolas migrantes de España, Italia y Austria para saber cómo les impacta el calor cuando los termómetros superan los 40º C. Se calcula que, cada año, más de 800.000 personas trabajan en empleos agrícolas temporales al aire libre en Europa. El 20% es de origen extranjero.

Las temperaturas extremas potencian las condiciones de precariedad, sobre todo en asentamientos informales sin acceso a agua potable o electricidad

En verano, las temperaturas extremas “potencian las condiciones de precariedad”, con asentamientos informales sin acceso a agua potable, electricidad o infraestructuras básicas, explica Marlena van Selm, investigadora predoctoral del Instituto de Salud Global de Barcelona, coautora del informe aún en elaboración sobre la situación en España.

“En este contexto, el calor se convierte en un riesgo silencioso. Quienes trabajan bajo el plástico durante el día y duermen en chabolas de plástico por la noche soportan en verano temperaturas que superan los 40 °C sin posibilidad de resguardarse. Esto no solo agrava los riesgos de enfermedades relacionadas con el agua, el saneamiento y la higiene, sino también de enfermedades relacionadas con el calor”, agrega Sarah Williams, responsable del estudio.

Durante el verano de 2024, Van Selm y Williams se trasladaron a Almería, Huelva y Lleida para entrevistar a los trabajadores y conocer los impactos del calor desde los territorios. El objetivo de la recopilación de datos, cuentan, “es promover una adaptación climática que ponga en el centro la salud y los derechos de las personas más expuestas y transformar las pruebas científicas en impacto social para dar voz a quienes a menudo no son escuchados”.

Los primeros resultados

Hasta ahora, la investigación cuenta con 300 entrevistas a trabajadores agrícolas migrantes de estas tres ciudades. Los resultados iniciales muestran que la mayoría de los participantes eran hombres (94,7%) y procedían principalmente de Senegal (25%), Marruecos (24%) y Colombia (14%). Casi la mitad (42,3%) informó haber experimentado al menos tres síntomas relacionados con enfermedades por calor durante la temporada de verano, con una mayor prevalencia en Almería (59,1%).

Aunque los síntomas más comunes fueron la sed (59%), el dolor de cabeza (54,7%) y los calambres musculares (37,3%), solo el 8% buscó atención médica. La mayoría reconoció el calor como un riesgo para la salud y apoyó medidas preventivas como el uso de ropa adecuada (76,3%) y la hidratación (el 94% bebió al menos 2 litros de agua).

Marlena van Selm: “Fuimos a preguntarles a ellos qué síntomas padecen, desde la boca muy seca, dolores de cabeza, hasta síntomas más graves como desmayos o confusión”

“Fuimos a preguntarles a ellos cómo sienten el calor a la hora de trabajar y qué síntomas padecen, desde la boca muy seca, dolores de cabeza, hasta síntomas más graves como desmayos o confusión”, detalla Van Selm. “En muchos casos detectamos más de tres síntomas, que asociamos a enfermedades por calor”, agrega. Por el lugar de trabajo, invernaderos de plástico que elevan aún más las temperaturas, en Almería los impactos son más severos. En una ola de calor, no obstante, “casi todas las explotaciones en España están expuestas a temperaturas muy perjudiciales para la salud de los trabajadores”. 

Semanas atrás, en un campo de Fraga, cerca de Lleida, falleció un trabajador migrante de origen paquistaní mientras recogía fruta. El hombre, que no disponía de permiso de residencia ni de trabajo, fue trasladado en estado crítico al centro de salud de la localidad por varios compañeros, que se marcharon tras dejarlo en manos del personal sanitario. “Son muy pocos los trabajadores migrantes que van a un centro de salud por síntomas relacionados al calor. Lo normal es seguir con las rutinas y recuperarse sin ayuda médica”, revela Van Selm.

Son muy pocos los trabajadores que acuden al centro de salud por síntomas relacionados con el calor y muchas de las horas extra que realizan son en las horas centrales del día

Del cuestionario también se desprende que las jornadas laborales varían según la cosecha y “los jefes”. Hay turnos de seis horas continuas. Doble turnos de más de diez horas. Y muchas horas extras que se hacen cuando el sol más castiga. En algunos casos, el acceso al agua también es una barrera. “La gran mayoría de los trabajadores se lleva su propia agua, que se calienta durante el día. Cuando se les acaba, hay veces que pueden reponerla y otras que no”, cuenta la investigadora.

Naturalización y resignación

Por cultura y precariedad, la percepción del calor suele minimizarse en este colectivo. Van Selm señala que muchos de los hombres encuestados intentaban transmitir una noción de “fortaleza” y de “no pasa nada, así es como trabajamos”. La respuesta “esto es lo que hay, necesitamos un trabajo” se ha repetido en las tres ciudades.

Sin embargo, cuando se indaga y se profundiza sobre la problemática, “sí aparece como una preocupación y un padecimiento”. “La sensación que hemos tenido es que están enfocados en sus problemas, en cómo conseguir papeles, cómo enviar dinero a sus familias, cómo mejorar sus condiciones de hábitat. En este contexto, el calor aparece en un segundo plano, está naturalizado”, explica.

Marlena van Selm: “Querer un descanso significa, muchas veces, volverse a casa sin cobrar. Hablamos de trabajadores que se conforman con todo. La necesidad es muy alta”

La resignación —agrega— es otro sentimiento bastante generalizado. “No se puede indagar en los impactos del calor en la salud de este colectivo sin indagar en las condiciones laborales”, sentencia la experta. Ante un mareo, por ejemplo, no pueden hacer una pausa y descansar. “Querer un descanso significa, muchas veces, volverse a casa sin cobrar y con el riesgo de ser sustituido. Es decir, hablamos de trabajadores que, básicamente, se conforman con todo. La necesidad es muy alta”, detalla.

A juicio de esta científica, “reducir el calor es difícil, pero mejorar las condiciones de trabajo no tanto”. Con olas de calor que llegan antes —junio de 2025 ha sido el junio más caluroso de la historia de España— y son cada vez más intensas y prolongadas, la adaptación climática en la agricultura debería ser impulsada por los propios empresarios, dado que de fondo está la rentabilidad.

“Hay investigaciones que muestran que, con más descansos, los trabajadores son más productivos. Lamentablemente, en este tipo de negocio, está muy arraigada la idea de que más trabajo es sinónimo de más producción, sin contemplar las condiciones climáticas en las que se trabaja”, lamenta Van Selm. Los cursos de capacitación a los patrones, con evidencia científica en la mano, asoman como una medida para reducir los impactos del calor.

Cuando los resultados estén todos analizados y sistematizados, el Instituto de Salud Global publicará las evidencias en un informe que, entienden, servirá para “poner la salud en el centro de la adaptación climática y de las políticas públicas, especialmente para quienes se encuentran en las situaciones más vulnerables”.

“En España no disponemos de esta información, por eso la importancia. En Estados Unidos, por ejemplo, se están haciendo muchas investigaciones sobre el calor en la agricultura. Hemos escuchado y visibilizado a quienes sufren el calor extremo para sacar adelante los alimentos que comemos en las ciudades. Hay mucho por hacer”, concluye Van Selm. 

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