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Servicios públicos
Ayuso contra mi hijo
—¿Ayuso va a venir a la manifestación? —me pregunta el chiquillo mientras chapotea en el baño.
—No, mi amor, no creo que venga.
—Pero ¿Ayuso es de verdad?
Y no, Ayuso no vino a la manifestación en contra de la tala de árboles en Madrid Río a la que fuimos al día siguiente. Ni Ayuso ni Almeida, que la cosa iba tanto con la Comunidad como con el Ayuntamiento de esta nuestra ciudad. De momento la cosa sigue parada no vaya a ser que se nos ocurra votar pensando en eso. Parece que la tala de 242 árboles para plantar una boca de metro en un espacio verde en contra de la opinión de los vecinos se olvida. Pero a mi hijo no se le olvida, porque dentro de la zona vallada a la que ya no puede acceder está un parque infantil con un barco pirata. Y mi hijo tiene cuatro años. Y si los adultos tuviéramos la tenacidad de los niños de cuatro años —y no tuviéramos el cansancio de padres y madres de niños de cuatro años—, en toda España no quedaba ya ni un fondo buitre ni un caso de corrupción sin condena.
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¿Sabéis lo de “ni olvido ni perdón”? Pues en casa trabajamos mucho el perdón, pero el tema es que a mi hijo no se olvida de nada. Y el año pasado la Comunidad de Madrid se cargó nueve escuelas infantiles de 0-6 años. Y a él, que iba a estar tres años más en ese lugar paradisíaco que eran esas escuelitas públicas 0-6 pues le echaron. Nada personal, a él y a toda su clase y todas esas mismas clases de las pocas escuelas de este tipo que quedaban en la capital. Había que hacer sitio y poder decir que se ampliaban las plazas sin realmente crear ninguna nueva, solo amontonando a estos niños en los colegios “de mayores”. Con él fuimos a las concentraciones para frenar el proceso, claro, y se enteró de que por ahí detrás del asunto estaba un ser, todavía un poco indefinido, llamado Ayuso. Todavía de vez en cuando le dice a su abuela “Echo de menos mi Jara”, en referencia al nombre de su antigua escuelita en Usera.
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El duelo de su escuelita ya lo pasamos. Pero es que a mi niño —como a cualquier persona viva— le pasan cosas. Y en invierno nos pasó que nos fuimos a la nieve en familia. Pertrechados con todo tipo de prendas que nos habían dejado, y un trineo. Contentos y equipados, duramos diez minutos. Lo que tardó mi hijo en empotrarse y hacerse una buena brecha muy cerca del ojo. En el pueblo no había un centro de salud abierto, en el 061 nos indicaron otro a 50 kilómetros, que, comprobamos al llegar, estaba cerrado y no tenía servicio de urgencias. No sé si en algún momento mentamos a Ayuso. Sinceramente no lo recuerdo, fue un día muy largo.
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No volvimos a la nieve, pero sí salimos, eh, no os creáis que hemos encerrado al niño —que por otro lado, es inencerrable en esencia—. Por su cumpleaños le invitamos a comer fuera y fue genial, hasta le cantaron cumpleaños feliz la gente del bar. Luego fuimos a por un helado. Pero al llegar la heladería estaba cerrada. Mi hijo se quedó plantado frente a la persiana metálica. Delante de una terracita pobladas de consumidores de cañas, exclamó:
—¡Ya lo sé! ¡Ha sido Ayuso!