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Tribuna
“Esperanza”, un nuevo nudo en la soga

Vecina de Villasbuenas de Gata, activista de la Plataforma Sierra de Gata Viva
Oniomanía, binge eating, ludopatía digital, cibersexo, gaming disorder, adicción a la comida basura, tecnofilia, síndrome hikikomori, binge watching, vigorexia... son solo algunos de los males de nuestro tiempo, tiempo de producción frenética y consumo compulsivo. Males de una sociedad cuyo armazón, propósito, norte, es la acumulación desmedida: unos acumulan billones en sus cuentas corrientes, otros camisetas de saldo en sus armarios del Ikea. Los aparatos ya no se arreglan, el plástico lo envuelve todo y el frenesí consumista, fomentado por la súper producción y la publicidad machacona, se apodera de cualquiera de nuestras experiencias vitales.
Minería
Alegaciones a la minería en Gata Comienza la batalla legal contra los proyectos mineros en Gata y las Reservas de la Biosfera de Duero y Tajo
Por si fuera poco, las ideologías ya no existen, conspiranoias y bulos han desbancado al pensamiento crítico. De clases sociales ya ni hablamos, somos una masa amorfa, más conocida como clase media, ansiosa por acumular baraturas del Temu, sin importarnos quiénes ni cómo las producen ni su recorrido hasta nuestro umbral. Las inversiones campan a sus anchas por un panorama anárquico de laissez faire y un capitalismo (o lo que queda de él, porque hace mucho que se olvidaron de Adam Smith) protegido y subvencionado. Da igual producir herbicidas que asolan la tierra fértil, plásticos de usar y tirar que acaban infestando océanos (y nuestro riego sanguíneo), alimentos infantiles cancerígenos o turismo barato que mercantiliza centros históricos y destroza reservas naturales: todo vale si genera beneficios. Y mientras, los gobiernos hacen la vista gorda a tantas basura y obsolescencia y a tanto alimento nocivo. La salud mental y física y la destrucción del planeta dejan de importar a unos dirigentes políticos que siguen alimentando al monstruo financiados por monstruos. Con todo, una gestión de recursos razonable, ética, limpia y justa, o cualquier atisbo de cambio en la manera de pensar la economía quedan fuera de la ecuación.
“Esperanza”. Con este nombre han tenido a bien bautizar un nuevo proyecto minero que amenaza nuestra tierra por enésima vez
Mientras miles de millones de personas sucumbimos a nuestros esclavizantes excesos consumistas, otros miles de millones mueren de hambre, guerras, enfermedades, desertización y demás despropósitos medioambientales y macroeconómicos. Todo para sustentar esta cultura de la avidez donde desarrollo, crecimiento y progreso, son conceptos Dios, ubicuos, intocables, inamovibles e inmutables, convenientemente ajustados a los intereses de las grandes multinacionales, los grandes inversores, las grandes fortunas y sustentados por un entramado político-mediático globalizante.
Lo global, como lo digital o lo tecnológico, no entiende de sufrimiento ni de recursos limitados, es el placebo con el que las espléndidas democracias occidentales adormecen a sus ciudadanos. El “bien común” ha sido desbancado por la “estabilidad global”, una estabilidad incongruente basada en un flujo de energía, una producción y un consumo en escalada constante. Todos parecen estar de acuerdo con este estado de las cosas, todos profesan una fe ciega en unos preceptos macroeconómicos que dan la espalda a profundos problemas estructurales como la gestión de los residuos y la administración de los recursos, por no mencionar el, tan obvio y tan convenientemente controvertido, cambio climático. Tanto es así, que la Unión Europea se ve con la autoridad moral de declarar determinados territorios europeos como “zonas de sacrificio” en busca de wolframio, litio o tántalo que alimenten al bicho insaciable e irreflexivo de este modelo capitalista globalizado: el extractivismo.
Ahora Europa pretende dar vía libre para arrasar el mundo rural europeo en pos del extractivismo. Antes hablaban de reto demográfico, turismo sostenible, naturaleza protegida, Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural, Natura 2000, zonas Zepa...
“Esperanza”. Con este nombre han tenido a bien bautizar un nuevo proyecto minero que amenaza nuestra tierra por enésima vez. El Servicio de Ordenación Industrial, Energética y Minera admitió el 9 de abril la solicitud del Permiso de Investigación para recursos de la Sección C (litio, estaño, wolframio y molibdeno) en los términos municipales de Hernán Pérez, Gata, Santibáñez el Alto, Villa del Campo, Villasbuenas de Gata, Cadalso y Torre de Don Miguel (Sierra de Gata, Cáceres).
El monstruo llama a nuestra puerta, no ha tenido suficiente con expoliar, destruir y arruinar las colonias, el sur, los países con bajos niveles de industrialización... usad el eufemismo que prefiráis. Ahora Europa pretende dar vía libre para arrasar el mundo rural europeo en pos del extractivismo. Antes hablaban de reto demográfico, turismo sostenible, naturaleza protegida, Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural, Natura 2000, zonas Zepa... ahora hablan de minas.
Minería
Sierra de gata, amenazada Mientras la Junta concede los permisos solicitados por la minera, crece la oposición en Sierra de Gata
En Sierra de Gata no andamos ansiosos saltándonos semáforos. Conocemos al vecino, a la tendera, hacemos cola y pagamos en metálico. No cogemos el metro ni el autobús ni el tren, de hecho, no existe el transporte público; para eso, sí nos tienen olvidados. El colegio tiene árboles y flores y pájaros y gatos y caracoles. Aquí trabajamos duro ensuciándonos la ropa y rompiéndonos las uñas y levantamos la vista y vemos milanos, cigüeñas, zorros y comemos huevos de corral de algún paisano, o queso de cabras serranas con miel de nuestras colmenas. Plantamos tomates, cebollas, patatas, alcachofas, acelgas; recogemos fresas, naranjas, peras, manzanas, higos, membrillos... y aceituna, mucha aceituna. Encendemos el fuego en invierno para secar nuestras casas de piedra, sin cimientos, y dejamos que corra la lluvia y que refresque en verano nuestros ríos cristalinos.
Catalogar esta tierra de prescindible es un terrible error de cálculo. Primero, por el desprecio hacia las y los ciudadanos europeos: vecinos de la Sierra, visitantes, consumidores de nuestros productos ecológicos y ciudadanos que financian empresas de dudosa reputación con sus impuestos. Segundo, porque deja al descubierto tanto la falta de sensibilidad hacia los últimos reductos de naturaleza salvaje que quedan en Europa, como los oscuros fines de la macroeconomía europea. Y tercera, y más importante, porque los y las ciudadanas de Hernán Pérez, Gata, Santibáñez el Alto, Villa del Campo, Villasbuenas de Gata, Cadalso y Torre de Don Miguel no queremos mina.