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Por qué yo no soy “progresista” ni tengo ganas de serlo

En política, uno no es solamente lo que piensa, ni lo que siente, ni lo que dice. En política, uno es —sobre todo— lo que consigue para los demás y lo que hace por los demás.

@PabloEchenique
Científico del CSIC y portavoz del grupo parlamentario de Unidas Podemos-ECP-GeC.

18 dic 2022 13:47

Las primeras connotaciones que nos vienen a la cabeza cuando escuchamos el término político “progresista” son buenas. Pensamos en personas, movimientos, partidos o medios de comunicación que abogan por avanzar en derechos civiles, en igualdad, en justicia social, en acceso a la cultura o en protección del medio ambiente, por citar tan solo algunas materias. Pensamos en personas, movimientos, partidos o medios de comunicación que sienten empatía por la gente más desfavorecida, por las personas migrantes, por los colectivos históricamente discriminados, por los animales e incluso por el conjunto del ecosistema. Cuando escuchamos el término político “progresista”, pensamos en personas, movimientos, partidos o medios de comunicación que, además de abogar por dichos avances y sentir empatía por dichos sujetos, así lo expresan habitualmente en su discurso público.

Y todo eso está muy bien. Lo que ocurre es que, para conseguir de forma material esos avances sociales y civiles, para convertir esa empatía en hechos tangibles que generen una protección real de los sujetos desprotegidos, no basta con defender todo ello sobre el papel, no basta tampoco con tener los sentimientos correctos y ni siquiera basta con emitirlo discursivamente (aunque esto sí tenga un cierto efecto). Lo que ocurre es que, para materializar esas ideas, esos sentimientos y ese discurso, hay que hacer ciertas cosas. Hay que tomar ciertas decisiones difíciles. En política, no basta con tener un programa adecuado, unos buenos principios y un discurso alineado con todo ello. Porque, en política, uno no es solamente lo que piensa, ni lo que siente, ni lo que dice. En política, uno es —sobre todo— lo que consigue para los demás y lo que hace por los demás.

Y es ahí donde está el problema del “progresismo”. No en la teoría ni en el discurso, sino en la praxis. Es decir, en qué cosas hace y cómo las hace.

No me hace falta esperar a que el Tribunal Constitucional se sitúe al borde de dar un golpe para decir lo evidente: que tenemos un problema democrático con la judicatura

Posiblemente, para la mayor parte de la ciudadanía que no milita activamente en un movimiento social o en un partido y tampoco forma parte de la redacción de un medio de comunicación, esta distinción que hago no es tan relevante. Un ciudadano que no sea un militante político o mediático activo no tiene por qué escoger una praxis concreta ya que, en su vida cotidiana, no lleva a cabo acciones políticas como tales que vayan más allá de tener ciertas ideas, de albergar ciertos principios y sentimientos o de poner ambas cosas en palabras. Pero el asunto es diferente cuando uno da un paso adelante y se remanga para producir cambios sociales desde aquellos lugares que tienen una incidencia amplificada como, por ejemplo, los movimientos, los partidos o los medios. Y esto genera —aunque parezca contradictorio con lo anterior— una cierta obligación también en la ciudadanía no militante. Si bien aquel que no participa activamente de la política no tiene por qué escoger una praxis, sí que debe elegir qué medios ve para informarse o qué partidos vota en las elecciones. Y, para ello, si realmente quiere conseguir que sus ideas y sus principios se conviertan en hechos materiales, no es suficiente con elegir a los partidos o a los medios con los que comparte ideas y principios. Hay que mirar también a su praxis.

Dicho de otra forma, si votas a los que piensan y sienten como tú, pero no hacen las cosas que hay que hacer para llevar esas ideas y sentimientos a la práctica, tu voto tendrá pocos efectos.

Por eso, yo no soy “progresista” en mi militancia política activa ni tengo ganas de serlo y, por eso, como ciudadano, yo tampoco voy a votar nunca a un partido “progresista”. Porque yo quiero que las cosas pasen y, para que las cosas pasen, se requiere de una praxis que —desgraciadamente— no se suele encontrar en el “progresismo”.

Permíteme que desarrolle el argumento con algunos ejemplos.

Si empezamos por los medios así llamados “progresistas” (también denominados —con cierta mala baba, pero no sin acierto— “progresía mediática”), si examinamos su praxis, vemos claramente cómo suelen llevar a cabo dos acciones flagrantemente contradictorias. Por un lado, defienden habitualmente desde sus editoriales y tertulias planteamientos de una mayor justicia social, de respeto a los derechos humanos de las personas migrantes, de una mayor imposición fiscal a las grandes fortunas y las grandes corporaciones o de la necesidad de avances feministas ambiciosos, por poner tan solo algunos ejemplos (así, parecería que sus ideas, sus sentimientos y su discurso están en el lugar correcto.)

No son las ideas ni los principios. Es la praxis

Pero, por el otro lado, también es lamentablemente habitual escucharles siendo muy hostiles con aquellas fuerzas políticas que son más valientes y más audaces a la hora de llevar a cabo de forma material dichos avances. “Hay que limitar las subidas abusivas de los alquileres pero qué mal lo hace todo la única fuerza política que se atreve a exigir con fuerza que hay que limitar las subidas abusivas de los alquileres”. No sé si me explico. Con una mano, defienden los avances sociales retóricamente y, con la otra, deterioran las posibilidades electorales de aquellos partidos que podrían hacerlos realidad. No lo sé, Rick...

Si ahora pasamos al ámbito de la militancia política —donde temporalmente me encuentro y sobre el cual algunas cosas he aprendido en los últimos años—, resulta bastante claro para cualquier observador avezado cuál es la praxis habitual de los operadores políticos así llamados “progresistas”.

¿Abogan por la paz y por la resolución diplomática de los conflictos bélicos? Te dicen que sí. En su programa pone que sí. Incluso muchos llevaron hace poco carteles de “no a la guerra”. Pero, cuando llega el momento de plantar cara al bombardeo mediático que pide a gritos y con furor bélico más armas, más guerra y más OTAN, la praxis de los “progresistas” se revela absolutamente contraria a sus valores y a sus principios declarados y eligen ceder ante el consenso belicista para no sufrir desgaste político y mediático.

Lo importante no es lo que dices. Lo importante es lo que haces.

¿Abogan los operadores políticos así llamados “progresistas” por que los jóvenes tengan acceso a la vivienda? Te dicen que sí. En su programa pone que sí. En sus campañas electorales es un tema estrella. Pero, cuando llega la hora de hacer una ley para intervenir el precio de los alquileres de forma valiente, regulando uno de los mercados más especulativos, te empiezan a poner pegas y se ponen a defender los intereses de los rentistas en plena sintonía con otros históricos “progresistas” hoy al frente de patronales inmobiliarias. En sus medios de cabecera, mientras tanto, compran la mercancía averiada ultraderechista de que te pueden okupar la casa cuando bajes a comprar el pan entre anuncios de Securitas Direct.


¿Abogan los partidos así denominados “progresistas” por una mayor democratización del Estado? Te dicen que sí. En su programa pone que sí. Incluso algunos te llegan a decir que se sienten republicanos. Pero, cuando toca modernizar las fuerzas armadas o las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, cuando toca limpiar a fondo las cloacas, cuando toca desclasificar los secretos oficiales para que una ciudadanía mayor de edad pueda conocer qué pasó exactamente en la transición o cómo funcionaba el GAL, cuando toca reformar la carrera judicial para acabar con su sesgo de clase o cuando toca defender la entrada en el Consejo General del Poder Judicial de una magistrada honesta, valiente y perseguida por los corruptos... cuando toca llevar a cabo acciones concretas para materializar lo que dicen defender, entonces les tiemblan sus rodillas “progresistas” y otra legislatura sin que pase nada de todo esto aunque tuvieran la mayoría parlamentaria para hacerlo. Y, encima, ayudando a Juan Carlos I a fugarse a los Emiratos Árabes.

No son las ideas ni los principios. Es la praxis.

Si votas a los que piensan y sienten como tú, pero no hacen las cosas que hay que hacer para llevar esas ideas y sentimientos a la práctica, tu voto tendrá pocos efectos

Podría poner muchos más ejemplos. ¿Defienden los derechos de los animales? Te dicen que sí, pero meten una enmienda para que se pueda seguir maltratando a los perros de caza. ¿Defienden el derecho a una información veraz? Te dicen que sí, pero callan cuando Antonio García Ferreras confiesa haber conspirado con mafiosos para alterar el juego democrático mediante la difusión de basura falsa de las cloacas… y siguen yendo a su programa como si nada para ver si eso les permite aumentar sus perspectivas electorales. ¿Defienden los avances feministas? Te dicen que sí, pero, cuando la ultraderecha política, judicial y mediática se pone a bombardear una de las leyes feministas más avanzadas —una ley que es referente internacional fuera de nuestras fronteras— y a ejercer una cacería de violencia política contra la Ministra de Igualdad, algunos políticos “progresistas” empiezan a decir que a lo mejor el PP tiene un poco de razón y que lo mejor es bajar la voz porque hay mucho barullo.


Por todo esto, yo no soy “progresista” ni tengo ganas de serlo. Porque sé que, mucho más importante que lo que se dice, es lo que se hace. Porque sé que no hay avances sociales sin dar la pelea y sin alzar la voz. Porque sé que no se consigue ninguna transformación importante pidiéndoselo por favor a los poderosos. Porque no me hace falta esperar a que el Tribunal Constitucional se sitúe al borde de dar un golpe para decir lo evidente: que tenemos un problema democrático con la judicatura. Porque no tengo pensado renunciar a mis convicciones y a mis principios porque me vayan a intentar reventar mediáticamente para que me calle y me vaya a mi casa. Y porque sé que, solamente mediante una praxis como esa, las ideas y los sentimientos que tienen las gentes “progresistas” —y que son buenas ideas y son buenos sentimientos— se pueden convertir en una realidad material.

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