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Enajenar no es solo 'sacar a alguien de sí', enfadar o entorpecer; enajenar es también una acción, un verbo, relacionado con la propiedad, el uso y el derecho. Nos encontramos con un proceso de enajenación cuando se transmite el dominio sobre un bien o servicio. Si, por ejemplo, tienes una moto o un coche, el hecho de pasar la posesión del mismo a otro propietario es un proceso de enajenación. Hasta aquí todo más o menos claro. Pero, ¿qué pasa cuando las dinámicas de enajenación se dan en ámbitos públicos, en entramados urbanos, en espacios gestionados temporalmente por dirigentes políticos sujetos a decisiones democráticas y temporales? Pues pasa que, en esos casos, se puede pasar de esta acepción de la enajenación como transferencia de dominio a aquella otra primera más relacionada con la irritación o el cabreo.
Viene esto a cuento de lo recién acontecido en Sevilla con la propuesta, por parte del Ayuntamiento de la localidad andaluza, de limitar el acceso a la Plaza de España a todo aquel que quiera transitar, descansar, admirar o simplemente vagabundear por el interior de sus fronteras. Y sí, el gobierno municipal, encabezado por el Partido Popular (PP), garantiza la entrada sin coste alguno para los nacidos en Sevilla ciudad y provincia. Pero que el paso sea gratuito no significa que el acceso no esté limitado, ya que para demostrar que uno es originario de capital de Andalucía deberá esperar, posiblemente, una cola pero, seguramente, demostrar dicha pertenencia al selecto club del natalicio hispalense mediante algún tipo de documento oficial.
Limitar el acceso a un espacio público como solución a la masificación turística es, siempre, la confirmación de una derrota, no un triunfo. Significa, entre otras cosas, que no se ha planificado correctamente -o no se ha planificado nada, dejando su desarrollo al albur del mercado- una actividad como la turística que es, por naturaleza, de crecimiento orgánico y depredador. Pero, además, no solo es un fracaso, por mucho que se le quiera vestir con otros ropajes, sino que también es intentar poner coto a un problema a través del tratamiento de sus síntomas. Continuando con el símil médico sería algo así como intentar curar una bronquitis poniendo gasas frías en la frente para bajar la fiebre en vez de dar al paciente antibióticos. El resultado puede ser fatal.
La masificación turística es, aunque no lo parezca, un fenómeno altamente complejo. Se encuentra relacionado con una apuesta no muy medida por el turismo como vector económico principal de un determinado territorio, una ciudad, un pueblo, un parque nacional o natural, pero también con elementos globales que escapan, en gran cantidad de veces, al control de las administraciones locales: la liberalización del sector del transporte aéreo, el capitalismo de plataforma, la proliferación de capitales internacionales en busca de altos y rápidos rendimientos, un sector inmobiliario con acceso a créditos fáciles y baratos, acuerdos internacionales que facilitan y promueven la movilidad interterritorial de los nacionales de países enriquecidos, etc.
Intentar frenar la masificación turística mediante restricciones en el acceso a determinadas zonas es, directamente, ineficaz e ineficiente mientras no se controle el factor que le da sentido y coherencia: la llegada de miles, millones de personas que buscan consumir un determinado espacio ahora aquí y ahora. Sin embargo, esta limitación tiene otros efectos colaterales, entre ellos, la pérdida del área restringida para el conjunto de vecinos y vecinas que originalmente disfrutaban de este espacio; un espacio que no solamente es usado, no consumido, por el público local, sino que además puede formar parte de su memoria sentimental, su imaginario o su referente espacial, algo que le puede servir tanto para recordar un momento del pasado como para ubicarse sobre el terreno sin necesidad de acudir a ningún tipo de aplicación del móvil.
Es de esta manera que, aunque como en el caso de la Plaza de España, su ubicación no permite un uso intensivo por parte de los residentes cercanos, su mera disponibilidad sí lo hace formar parte del entramado de emociones y relaciones sociales que los vecinos y vecinas de Sevilla mantienen con el territorio. No solamente dejarás de pasar por allí si estás haciendo deporte, corriendo, por el inmediato Parque de María Luisa, es que pasará a ser considerado, en tu contabilidad mental, como otro espacio perdido.
Para finalizar, recordar que todos y cada uno de los experimentos similares que se han llevado a cabo -desde el barcelonés Parc Güell, pasando por la ciudad de Venecia o el más natural de los Lagos de Covagonda- no han permitido, en ningún caso, volver a la situación anterior a la dinámica que dio lugar a su limitación. Más bien, al contrario, su enajenación urbana ha acabado por convertirse en enajenación popular.
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Es la política del PP, propugnando continuamente que hay que bajar impuestos y luego les falta el dinero y acaban pidiendo más al gobierno central o con ocurrencias como ésta.
Es una política insolidaria que reduce la progresividad. Los mayores beneficiarios son los ricos, que ven como sus impuestos se reducen realmente de forma sustanciosa.
Es curioso que cada vez tenga más aceptación entre los que no son ricos.