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Derecho a la vivienda
La ciudad, pedazo a pedazo
Una casa es un edificio para habitar. Imagino que el ser humano la creó cuando la cueva se volvió inhabitable. Le puso paredes, techo y puertas, y más tarde aparecerían las habitaciones, inventoras de la intimidad. Así nacería ese elemento ya inseparable de la vida humana. En la casa vive gente. Esto parece tonto decirlo, pero hay que decirlo: una casa es una casa porque vive gente en ella.
Desde entonces, la casa no ha cambiado sustancialmente (sigue teniendo paredes, techo, habitaciones y puertas), pero fuera sí ha cambiado todo. Ahora existe una de esas anomalías que cada vez nos impresionan menos: las casas vacías. Están repartidas por todas partes, en cada ciudad. Una vivienda se queda vacía y eso rompe su significado originario: se vuelve una guarida hueca. Un refugio que no refugia. Una no-casa.
Caseros e inmobiliarias y fondos buitre acumulan propiedades. Anomalías, todas ellas, que muchos consideran consecuencias inevitables de un sistema al que no vale la pena imaginarle alternativas
En España hay más de 3,8 millones de hogares sin habitante. Mientras, las personas que viven en la calle van en aumento. Se ejecutan cien desahucios al día. Caseros e inmobiliarias y fondos buitre acumulan propiedades. Anomalías, todas ellas, que muchos consideran consecuencias inevitables de un sistema al que no vale la pena imaginarle alternativas, pero que en realidad no tienen nada de fortuito: se producen, más bien, por mano de actores poderosos que las provocan.
En la calle Llerena en Vallecas hay una anomalía a la inversa. Un bloque de casas que quedó vacío fue recuperado por vecinos y vecinas organizados a través de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) del barrio. Desde hace doce años vive gente en su interior. El bloque, ubicado en una zona de calles estrechas que acumula una curiosa mezcla de estilos arquitectónicos (fachadas modernas, pequeños portales de dos colores que recuerdan cómo sería el barrio de casas bajas), lo levantó una constructora que ya quebró, pasó después a manos de un banco y del banco a la Sareb y, finalmente, fue ocupada. En su fachada de ladrillos cuelga una pancarta que recuerda que dentro hay vida. Es uno de los primeros edificios de la llamada Obra Social de la PAH, organización que lleva recuperando cadáveres inmobiliarios esparcidos por la ciudad desde la crisis de 2008.
Derecho a la vivienda
Vivienda El bloque pionero de la Obra Social de la PAH en Madrid celebra una década de recuperación de viviendas
Qué hay más hermoso que apartar la basura, sembrar una flor. Son los espacios comunes, arrancados entre todos a la especulación y la lógica del capital
Recuperar casas, recuperar espacios, llenarlos de vida: dar la vuelta a las anomalías. Con esa misma filosofía se revivió el solar abandonado, a apenas unas calles de allí, que ahora es un lugar de encuentro -el Sputnik-. Cerca, está la despensa solidaria y, a la vuelta de la esquina, lo que fuera un vertedero transformado hoy en un huerto de cuidado colectivo. Qué hay más hermoso que apartar la basura, sembrar una flor. Son los espacios comunes, arrancados entre todos a la especulación y la lógica del capital. Espacios públicos donde se crean vínculos y relaciones. Lugares con vida dentro.
Esto que llamamos comunes son recursos compartidos y autogestionados al margen de dinámicas de mercado y control del estado, como los define Álvaro Sevilla, autor de Contra lo común: una historia radical del urbanismo. Durante la presentación del libro en la Villana de Vallecas el pasado día 18 de enero, Sevilla reflexionó sobre por qué hay esta fijación contra los comunes, por qué se convierten en algo que hay que destruir: “Tiene que ver con las dinámicas propias del capitalismo: es un sistema que necesita crecer para subsistir, ocupar territorios que están fuera del sistema e incorporarlos al sistema”, dice.
Avanzada la mañana, aquellos que se concentran dentro del edificio ponen música, para responder con humor: que no nos chafen la fiesta. Y bailamos
El bloque de Llerena, uno de esos espacios recuperados, ha sido desde hace doce años el hogar de casi 200 personas, ha sobrevivido a dos crisis económicas, un corte de agua de más de cuatro años, dos procedimientos judiciales, una pandemia. La PAH ha intentado negociar para que sus vecinos puedan quedarse, pero Sareb no negocia. El piso de Dani pertenece a Caixabank y es el primero que ha recibido orden de desahucio. El día del segundo intento, a finales de diciembre, se concentra allí la gente para impedirlo: gente dentro durante la noche y fuera, desde las seis y media de la mañana, frente al portal tapiado. En el frío, los activistas traen café y chocolate y la mañana transcurre en la espera a la comisión judicial, quien ejecutará el desahucio, y con presencia policial constante. Hay personas de todas las edades, circunstancias vitales e historias. En las conversaciones que se producen en espera del desenlace puedo leer las otras luchas intercaladas que ocurren “a ras de barrio”: las del trabajo digno, el sindicalismo social, los cuidados o el derecho a la vivienda. Una mujer mayor habla de su propio intento de desahucio, que sucedió hace apenas unas semanas. Otra compañera nos cuenta cómo le cambió el rostro a un hombre cuando pasó de vivir en la calle a tener un hogar, en otro bloque ocupado similar al de Llerena. Avanzada la mañana, aquellos que se concentran dentro del edificio ponen música, para responder con humor: que no nos chafen la fiesta. Y bailamos. Cuando la comisión judicial llega y conocemos que el desahucio de Dani se pospone -otro desahucio parado-, la fiesta y la música en la calle Llerena siguen por un rato.
Esto también es un espacio recuperado: un momento dramático en el que, sin embargo, hay risas, abrazos y baile. Lo que se celebra es efímero, porque el desahucio simplemente se desplaza a otra nueva fecha, y después de ese habrá otro, y luego otro. Es un juego de resistencia que solo se gana con música y en común: no hay otra forma.
“Lo importante es ver que, aunque el soporte se elimine, la energía persiste y se relocaliza”. Esa energía, esa ilusión es nuestro lugar común: la ilusión de buscar alternativas
Aunque los informativos se empeñen en contar solo los casos dramáticos, la realidad es que se paran desahucios regularmente, en silencio, gracias a la fuerza de movimientos como la PAH. En cada asamblea, reunión y concentración me encuentro con algo transformador, ilusionante. Los comunes de los que habla Sevilla no siempre son lugares físicos: “Algunas prácticas son volátiles, no echan raíces, dan un contenido al espacio”, apunta. “Lo importante es ver que, aunque el soporte se elimine, la energía persiste y se relocaliza”. Esa energía, esa ilusión es nuestro lugar común: la ilusión de buscar alternativas. La de imaginar el futuro nosotros para que no lo hagan los de siempre: los fondos buitre, los que ponen el capital por encima de las vidas, los mismos que han creado este mundo de anomalías y casas vacías. La de recuperar espacios robados a la ciudad casa a casa, calle a calle, pedazo a pedazo.
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Me ha encantado y esas experiencias nos llenan de gozo, gracias por luchar, también podéis ayudar a los sin techo a que tengan el IMV como muchos de los habitantes, me parece genial vuestra solidaridad