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Análisis
El estado de las cosas (8)
0. El campo político de la (extrema)derecha y la lógica política del extremo centro: guerra, composición de clase y sujeto político en la actual fase de caos sistémico. La crisis de la política deriva, pues, de esta la tensión que somete toda la riqueza socialmente producida a un proceso de producción negativa de valor, que exacerba la destructividad de las condiciones de (no)reproducción social impuestas a la inmensa mayoría de la ciudadanía, esto es, a las clases trabajadoras y pobres del planeta, mediante formas de (no)legitimación que no pueden ser obviamente racionales y que, por consiguiente, generan un constante desplazamiento conceptual, epistémico y temporal del objeto político, que, al igual que sucede con la producción económica de valor, se convierte en objeto político negativo en la medida que los procesos electorales deben legitimar la destrucción de las condiciones democráticas de reproducción social al tiempo que presentan el output de la política como el resultado racionalmente más ajustado a la normatividad lógica, constitucional y administrativa de un orden político presentado como intrínsecamente justo desde el punto de vista moral e intrínsecamente insuperable desde el punto de vista fáctico y que debe hacerlo además mediante el juego político democrático por mor de la eficacia ineludible de mecanismos, dispositivos, procesos y relaciones de dominación de clase inconmensurables con la organización constitucional democrática de la forma Estado actual y por ende del sistema político correspondiente.
El modelo político actual y, por consiguiente, los sistemas políticos y los sistemas de partidos que lo dotan de realidad son incapaces de producir las políticas públicas pertinentes y de tomar las decisiones políticas adecuadas a la gravedad y la complejidad de la crisis multidimensional actual, porque son en realidad incapaces generar las condiciones sociales de enunciación, y, por consiguiente, los procesos cognitivos, discursivos e ideológicos de discusión, debate y dilucidación colectivas de las condiciones impuestas por el funcionamiento del ciclo sistémico de acumulación estadounidense sobre su propia productividad y funcionamiento, así como sobre la de los campos políticos y las formas Estado correspondientes, lo cual los hace tan defectuosos e inapropiados para garantizar un modelo de producción de valor que tome nota de las tendencias profundamente destructivas impuestas por el mantenimiento de este ciclo, que de facto produce destrucción de riqueza sistémica y deterioro constitucional del modelo democrático. Idénticamente, este ciclo sistémico de acumulación estadounidense ha producido y continua produciendo la lógica suicida asociada al juego de suma absolutamente negativa derivada de la necesidad histórico-estructural que, en opinión de las clases dominantes hegemónicas globales, obliga a dirimir la hegemonía global y su aguda crisis actual en esta coyuntura histórica en clave de la lógica de potencia hegemónica global configurada durante la modernidad capitalista a lo largo de un dilatado periodo histórico plurisecular en el que las clases dominadas eran objeto de una brutal explotación diferencial, no disfrutaban de derecho alguno ni constitucional ni social ni político ni cultural y carecían de todo poder político para hacer valer estos contra las clases dominantes locales y globales organizadas en sus respectivas formas Estado, lo cual dotaba a la disputa por la hegemonía global, que ha acompañado ineluctablemente a los sucesivos ciclos sistémicos de acumulación de capital, de un particular sesgo de clase caracterizado por un uso muy intenso de la violencia sistémica y militar contra las potencias competidoras y por ende contra las clases dominadas transnacionalmente consideradas y no nacionalmente declinadas.
Estas clases dominantes han sido básicamente occidentales, si nos atenemos al moderno sistema-mundo capitalista, el cual no fue, sin embargo, el único sistema-mundo activo desde los albores del capitalismo y de su modernidad en el largo siglo XVI, pero si el que estuvo en condiciones más propicias de rearticular y redefinir la productividad, la jerarquía y el funcionamiento interno de los restantes con una enorme fuerza y performatividad sistémicas durante los cinco siglos siguientes. Estos parámetros de funcionamiento del poder de clase en la presente coyuntura histórica tienen a su vez consecuencias aberrantes cuando los sistemas políticos nacionales respectivos, occidentales en nuestro caso, pero no solo, intentan producir la legitimidad imposible de las opciones que la actual potencia hegemónica y su bloque de poder geoestratégico pretenden imponer geopolíticamente y consecutivamente traducirlas y presentarlas como opciones y políticas públicas racionales tout court en sus respectivas formaciones sociales, como el despliegue de la estrategia militar de Estados Unidos ha demostrado desde 1989 a escala global o desde 2014 en el teatro ucraniano y europeo, por no hablar de otros escenarios regionales (Oriente Próximo, Iraq, Libia, Siria, Afganistán), que han conocido idénticas cotas de brutalidad y aberración, con consecuencias imprevisibles todavía por verificar al escribir estas líneas, dada su enorme destructividad potencial en sus respectivas áreas de influencia.
Los sistemas políticos y de partidos nacionales y tímidamente supranacionales europeos, sean estos socioliberales, nacionalistas o conservadores, han coincidido en las últimas dos décadas, durante las cuales las tendencias de crisis sistémica del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y de facto del capitalismo como sistema histórico se han manifestado macroscópica e irreversiblemente en la esfera pública, con las clases dominantes y sus actores políticos y económicos en la governance autoritaria de la no innovación de sus respectivos sistemas políticos, los cuales, unánimemente, más allá del surgimiento esporádico de nuevos partidos en el campo de la izquierda, cuyo impacto más intenso se ha producido desde 2008 en España, (1) han evacuado del campo político nacional y supranacional, por todos los medios posibles, las manifestaciones múltiples de esta crisis sistémica como materia prima para abordar la producción de objetos políticos privilegiados; (2) han expulsado de la discusión política otras soluciones posibles en términos de estricta economía política aplicables a las distintas economías dichas nacionales más allá de continuar postulando, con redoblada intensidad, la aplicación del paradigma neoliberal autoritario puesto a punto desde principios de la década de 1990 y de modo redoblado desde 2008, proscribiendo absolutamente siquiera la discusión de la atenuación parcial de los excesos más dañinos y absurdos para la reproducción ecosistémica y social, que son cada vez más graves y perniciosos; (3) han expulsado e intentado destruir por todos los medios posibles la emergencia y la participación de otros sujetos políticos en los respectivos campos políticos nacionales y supranacionales europeos susceptibles de elaborar intelectual y políticamente el impacto de esta crisis sistémica sobre los diversos sectores de la población –esto es, de la composición de clase fragmentada pero homogeneizada por la precariedad creciente impuesta por la governance neoliberal autoritaria– no representados por los sistemas políticos y de partidos realmente existentes, lo cuales a su vez han experimentado una profunda reestructuración interna y una fuerte condicionalidad transnacional; (4) han bloqueado todos los intentos lanzados por los movimientos sociales y los (proto)sujetos políticos emergentes susceptibles de politizar los efectos de la mencionada crisis sistémica mediante la dialéctica del juego político y de la representación política, lo cual hubiera abierto otros entornos de antagonismo, conflicto y lucha de clases y, por consiguiente, de enunciación social dotados potencialmente de una imaginación constituyente dirigida simultáneamente a la dilucidación política de la reproducción social, así como a la discusión y eventual reestructuración de la organización material misma de los procesos de producción y de sus condiciones de posibilidad tecnológicas, laborales, tributarias, monetarias, fiscales y financieras; (5) han optado por concentrar de modo intensísimo los sectores de la comunicación y las estructuras mediáticas de todas y cada una de las formaciones sociales europeas (y no solo) en manos de los mismos actores económicos ligados oligárquicamente al mantenimiento de la actual estructura de poder económico, político y militar; (6) han esterilizado absolutamente los medios de comunicación públicos como espacios privilegiados potenciales de análisis, crítica y dilucidación de los fenómenos y manifestaciones de la actual crisis sistémica, que han atravesado capilar y estructuralmente de modo muy duro e inflexible estas formaciones sociales y golpeado de modo despiadado a las clases trabajadoras y pobres de las polities nacionales, conjunto de procesos que han sido invisibilizados de la esfera pública simplemente proscribiendo la capacidad de enunciarlos racionalmente a través de su estructura mediática; (7) han mostrado su aquiescencia a la reingeniería neoliberal expropiando ulteriormente los recursos públicos y debilitando irracionalmente la potencia estratégica del sector público y de las Administraciones públicas como actores complejos capaces de producir e imponer nuevos códigos de realidad a la reproducción social; y (8) han restringido la profundidad y complejidad de las esferas públicas nacionales y transnacionales por mor de la colonización y nacionalización de las mismas mediante un juego autorreferencial disputado entre los diversos sectores de las elites dirigentes (políticas, económicas, culturales, mediáticas, militares), cuyos criterios de validaciones racional de su conversación se han deteriorado hasta el nivel de un idiolecto hablado únicamente por el 1 por 100 del universo político real de todas y cada una de las formaciones sociales democráticas europeas, pero reproducido con criterios de sobresaturación por una estructura mediática absolutamente hermética a la discusión racional de las bifurcaciones en juego en esta coyuntura histórica provocadas por la crisis sistémica del capitalismo; y ello más allá de la proliferación de las redes sociales y la digitalización de la información, las cuales han permitido, al menos, mantener una diversidad mínima de puntos de vista, pero cuyo funcionamiento e impacto han sido igualmente debilitados materialmente por las estrategias autoritarias vigentes en los sistemas políticos, en los mercados de trabajo y en el funcionamiento estructural de los derechos constitucionales fundamentales.
Análisis
Análisis El estado de las cosas (7)
Ni que decir tiene que este conjunto de procesos políticos ligados a esta governance autoritaria de los sistemas políticos protagonizada en primera línea por los sistemas de partidos prosistémicos se ha hallado y se halla imbricado estructuralmente con la estrategias impuestas por las clases dominantes occidentales de reestructuración de la estructura de producción de valor y de explotación de clase, cuyo despliegue ha generado las tendencias sistémicas respecto a las cuales han orientado su comportamiento los campos políticos europeos como horizonte de racionalidad y normatividad máximo, lo cual ha desencadenado por definición (1) procesos específicos de reorganización epistémico-intelectual a la hora de comprender la coyuntura de la crisis actual en las diversas opiniones públicas europea, (2) procesos específicos de redefinición del funcionamiento interno de los sistemas políticos y de partidos como máquinas de producción de legitimidad, (3) procesos relacionales específicos de estos sistemas políticos y de partidos con la forma Estado y sus diversas lógicas de funcionamiento, así como con el sector privado en términos de empleo, transmisión de información y colusión y prevaricación estructurales, (4) procesos específicos de reelaboración del concepto de lo político y de su imposición sobre el comportamiento, expectativas y relaciones ligadas al contenido democrático de las respectivas formaciones sociales, sobre el comportamiento de los respectivos electorados y sobre el vigor y potencia jurídico-política de los textos constitucionales democráticos vigentes en las mismas, y (5) procesos específicos de reinvención conservadora por parte de estos sistemas de partidos, dotados de consecuencias múltiples pero estructuradas, de la relación mantenida con sus cuadros, sus militantes y sus electorados, con los medios de comunicación y con la estratificación de clase de los grupos sociales identificados como cruciales en el ciclo electoral, todo lo cual permite producir (no)legitimidad y, en todo caso, las condiciones estructurales mínimas de estabilidad necesarias para la materialización de las tendencias sistémicas diseñadas por las clases y elites dominantes –en nuestro caso transatlánticas, europeas y «occidentales»– hegemónicas globales de acuerdo con su proyecto neoliberal autoritario.
La Unión Europea, sus Estados-miembro, las instituciones europeas y los sistemas políticos nacionales y supranacionales han sido incapaces de ligar esta dependencia del ciclo sistémico de acumulación estadounidense
0.1. Este conglomerado de tendencias, factores estructurantes y procesos se ha materializado en la Unión Europea, como es bien sabido, mediante la orientación radical de su institucionalidad en pro del proyecto neoliberal asumido de modo subordinado por las clases dominantes europeas y la potencia hegemónica regional alemana y su bloque de poder e influencia centro-europeo respecto a las exigencias impuestas por la configuración estratégica del ciclo sistémico de acumulación estadounidense desde finales de la década de 1980 y sus inevitables opciones geopolíticas y a la postre ineluctablemente militares, el cual se hallaba y se halla preso de poderosísimas tendencias de crisis, como ha quedado demostrado en 2008, pero también en 2001, 2003, 2020 y 2022, respecto al comportamiento de las cuales el establishment europeo, sus sistemas de partidos nacionales y supranacionales, y su(s) respectivos campo(s) político(s) nacionales y supranacionales, además de la propia institucionalidad de la Unión Europea, han mostrado una incapacidad de comprensión intelectual y teórica cuasi total en lo referido a los efectos a corto plazo del conjunto de dinámicas en juego, las cuales se han expresado con toda virulencia en el corto periodo de tiempo que media entre la absoluta unanimidad cosechada por el Tratado de Maastricht (1992) y la crisis financiera sistémica (2008) y sus efectos social, geopolítica y económicamente devastadores para las clases trabajadores y pobres europeas, por no hablar de su impacto sobre los flujos de la fuerza de trabajo migrante que han atravesado o pretendido atravesar la denominada fortaleza europea, denominación reminiscente, al igual que sus elites y clases dominantes, del ancien régime y sus brutales calamidades democráticas y constitucionales.
Idénticamente, la Unión Europea, sus Estados-miembro, las instituciones europeas y los sistemas políticos nacionales y supranacionales, que la governance impuesta por la primera ha conformado en clave autoritaria durante las últimas tres décadas de hegemonía del paradigma neoliberal, han sido incapaces de ligar esta dependencia del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, de sus tendencias a la crisis y de la imposición de sistemas políticos autoritarios funcionales al funcionamiento irrestricto del mencionado paradigma neoliberal con su ineluctable abocamiento al uso de la guerra por la actual potencia hegemónica estadounidense y sus devastadores efectos sobre todos y cada uno de los equilibrios de las sociedades europeas, sobre el bienestar de sus poblaciones, sobre la viabilidad socioeconómica del denominado modelo europeo y sobre los equilibrios geopolíticos regionales y globales en los que se dilucida la capacidad colectiva de lidiar con la virulencia de las crisis sistémicas realmente decisivas de esta coyuntura histórica, esto es, el incremento del autoritarismo político, el desbocamiento funesto de la desigualdad, la correspondiente destrucción de la dignidad constitucional y la insostenibilidad ecosistémica del capitalismo histórico.
Cuando la coyuntura política y el modus operandi de la governance neoliberal autoritaria de la Unión Europea y de sus Estados-miembro, precisamente instilada en sus respectivos sistemas políticos y de partidos, ha sido atravesada fatalmente primero por la Guerra de Iraq, Oriente Próximo y el Mediterráneo (Libia, Siria) y ahora, decisiva e irreversiblemente, por la guerra de Ucrania y su diseño geopolítico global, las clases y elites dominantes europeas solo han podido gestionarla entre el desorden institucional supranacional más lamentable y la timidez, el anonadamiento, el apocamiento geopolíticos y la confusión estratégica más patéticos, todo ello precipitado en un militarismo irresponsable incapaz de leer otra partitura que la reificación absoluta de un ciclo sistémico de acumulación de capital imposible de mantener, la ineluctabilidad de un juego de potencia hegemónica global de suma negativa para resolver la bifurcación geopolítica actual y la reafirmación de la intangibilidad del capitalismo como sistema histórico literalmente invisible a su consideración como matriz de destrucción, desorden y caos sistémicos exponencialmente crecientes y ello tanto en sus efectos sistémicos fundamentales, como en los aspectos más dañinos y, por consiguiente, atenuables o eludibles de su comportamiento irrestricto proscritos también de crítica o reversión en los actuales entornos políticos autoritarios y desdemocratizados.
Análisis
Análisis El estado de las cosas (6)
La unilateralidad autoritaria construida e impuesta a la governance europea y a los sistemas políticos de los Estados-miembro por las clases y elites dominantes europeas y su incapacidad patética a la hora de anticipar el posicionamiento y comportamiento de la Unión Europea –y por ende la situación y comportamiento diferencial de sus Estados-miembro– respecto a la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y sus tendencias históricas y partir de ahí su negativa a apostar por el diseño y la implementación de la emergencia de los campos políticos necesarios para comprender colectivamente de forma democrática lo que estaba y está en juego en cuanto a la crisis del actual régimen de acumulación de capital y de destrucción del constitucionalismo democrático –ya evidentes desde principios de la década de 1990 y con una claridad meridiana macroscópicamente perceptibles en los prolegómenos de la siguiente–, así como su cerrazón ante la posibilidad de introducir esta enunciación democrática compleja tanto en la institucionalidad de la Unión Europea como en el diseño de sus políticas y modelos de coordinación económica, social y política supranacionales, sólidamente alimentado por la reorganización autoritaria de los respectivos sistemas políticos y el blindaje de la institucionalidad europea –del BCE, el TJUE y el TCE al Parlamento, el Consejo Europeo, la Comisión y el Consejo de la UE– a todo control democrático, concluye en el invierno de 2022, dejando aquí provisionalmente de lado el abismo de inutilidad y crueldad demostrado por las elites europeas entre 2008 y 2020, con una muestra realmente alucinante y asombrosa de impotencia, sumisión y docilidad protagonizada por sus clases dominantes y dirigentes.
Estas leen alborozadamente como un juego de suma absolutamente positiva para ellas mismas y sus intereses de clase la estrategia estadounidense en torno a la OTAN y la guerra contra Rusia, que procesan conscientemente en los respectivos sistemas políticos europeos e implementan en las propias decisiones tomadas por la Unión Europea, prescindiendo en términos igualmente absolutos del hecho de que se trata evidentemente para las inmensas mayorías sociales de un juego de suma absolutamente negativa respecto a las ciudadanías, los electorados y los derechos fundamentales de las clases trabajadoras y pobres, que son consideradas en este cálculo de las clases y elites dominantes europeas como irremediablemente atrapadas en bucles electorales (supra)nacionales totalmente controlados por el desplazamiento político-institucional autoritario verificado a todas las escalas de producción de legitimidad de la polity «europea» desde principios de la década de década de 1990 y, por consiguiente, incapaces de expresar políticamente su punto de vista de modo contundente y todavía menos decisivo en su impacto en la institucionalidad y en los procesos de toma de decisiones de la Unión Europea, que es la verdadera y única forma Estado realmente existente en «Europa», lo cual tiene una importancia crucial para pensar el paradigma y los protocolos de organización y construcción de una genuina política de clase en el momento presente.
Todo ello, pues, para que estas clases y elites dominantes europeas se encuentren en el invierno de 2022 presas del más total desconcierto, impotencia y chapucería, además de desnudas de toda legitimidad antes sus electorados, ante el conflicto ucraniano iniciado por la invasión rusa de Ucrania, pero producto de una cuidadosa y sofisticada operación geopolítica estratégica diseñada por Estados Unidos e inserta en su estrategia concebida a largo plazo para consolidar el mencionado new american century y apuntalar así todas las deficiencias e insostenibilidades de su ciclo sistémico de acumulación de capital y de los efectos cada vez más destructivos macroeconómica, financiera, monetaria, política, moral y ecosistémicamente de su prolongación en el tiempo, cuestiones respecto a las cuales la Unión Europea y su clase dirigente, los partidos políticos europeos prosistémicos y las esferas públicas europeas reamente existentes simplemente no tienen nada que decir, porque son incapaces de ver el oxigeno democrático que se halla detrás de su teoría del flogisto subyacente a su concepción reaccionaria y brutal del mundo.
Análisis
Análisis El estado de las cosas (5)
0.2. La asunción inclemente cada vez más intensa por parte de la Unión Europea, esto es, por los sistemas políticos nacionales y por los respectivos sistemas de partidos de sus Estados-miembro, de las exigencias y consecuencias de las disfuncionalidades, primero, y de las elevadas tasas de destructividad, después, del ciclo sistémico de acumulación estadounidense concluye, pues, en 2022 con un sometimiento irracional a un diseño político, diplomático y geopolítico violento, que destruye incluso la pretensión mínima de autonomía y competitividad de las clases dominantes europeas frente a sus homólogas estadounidenses, hallándose obligadas las primeras a rendir armas y bagajes a la imposición de la solución militar y ecosistémicamente insostenible de los problemas de acumulación unilateral de renta y riqueza por parte del bloque atlántico occidental y a privar de legitimación democrática a su propio ejercicio del poder político y a fortiori de toda verosimilitud a la existencia de algo remotamente similar a un proyecto «europeo» digno de ser considerado como una estrategia política democrática viable para las próximas dos décadas por parte de las clases trabajadoras y pobres europeas.
Y ello es efectuado por las clases y elites dominantes europeas tras haber golpeado con inusitada dureza a sus propias constituencies y ciudadanías desde 2008 con unas políticas macroestructurales, macroeconómicas, monetarias, financieras, tributarias, presupuestarias e institucionales tan contraproducentes socioeconómica y ecosistémicamente, como esterilizantes de comportamientos políticos originales capaces de crear entornos políticos, parlamentarios e institucionales no insensatamente monocordes en la comprensión de la crisis y en las salidas no irracionales, violentas e insostenibles de la misma.
El campo político de la derecha –y por ende la ubicación en el mismo de la extrema derecha– presenta una percepción específica de la comprensión de la actual crisis sistémica del ciclo sistémico de acumulación
Violencia gratuita ejercida por estas clases dominantes y estas elites dirigentes europeas contra las poblaciones europeas a la que se añade ahora su lamentable comportamiento antidemocrático y bestial durante el periodo bélico iniciado en febrero de 2022 y todo ello para demostrar además que sus soluciones son ineficaces política y económicamente, que su modelo de renovación y reclutamiento interno está bloqueado y es corrupto y que su concepción del funcionamiento de las instituciones europeas no logra limar un ápice el modelo tecnocrático autoritario y venal, que caracteriza su funcionamiento pluridecenal, como se evidencia en la grave serie de crisis políticas que conocen las respectivas formaciones sociales europeas derivadas de dislocaciones sociales cada vez más insoportables y perturbadoras provocadas por las políticas dichas europeas, así como, durante estos últimos meses en la posición unánime y ciega adoptada por las instituciones y elites europeas ante la guerra, ante el riesgo de catástrofe nuclear en Ucrania y ante una crisis ecosistémica sin precedentes, todo lo cual no ha dejado de producir, como era de esperar, sino desorientación y balbuceos continuos del propio proyecto cristalizado en torno a la Unión Europea, que languidece entre la renacionalización a ultranza, la pasividad de los socios menores y la reinvención retrograda de los equilibrios europeos al toque de la corneta geopolítica estadounidense, que ahora relanza el debate europeo en torno al pivote polaco y europeo oriental, que el establishment europeo medita con la solemnidad absorta no de los sabios, sino de los psicópatas. Todo ello alejado obviamente años luz de todo proyecto de democratización y desnacionalización radical de la política en «Europa» y de sus opciones geopolíticas.
Análisis
El estado de las cosas (4)
1. Estas crisis políticas presentes en los sistemas políticos nacionales europeos, cuya matriz destructiva se ha puesto de manifiesto multidimensionalmente de modo dramático con la actual guerra estadounidense en Ucrania, se evidencian tanto por el endurecimiento antidemocrático producido por el vaciamiento democrático de los sistemas políticos de su institucionalidad y de su funcionamiento jurídico-político, tenazmente impuestos por los partidos del extremo centro durante las últimas tres décadas, como por mor de la llegada en cascada a los sistemas políticos nacionales europeos y en diversos casos al poder político del Estado de partidos de extrema derecha, la cual constituye un curioso producto de la peculiar forma de incapacidad manifestada por el campo político tout court conformado por el extremo centro socioliberal y conservador –y por el campo de la derecha en particular– para comprender la crisis del ciclo sistémico de acumulación de capital estadounidense y del propio capitalismo como sistema histórico en esta precisa coyuntura histórica.
El campo político de la derecha –y por ende la ubicación en el mismo de la extrema derecha– presenta una percepción específica de la comprensión de la actual crisis sistémica del ciclo sistémico de acumulación y del correlativo comportamiento geopolítico estadounidense, así como del propio capitalismo conceptualizado como sistema histórico y de las exigencias políticas que ambas crisis imponen en esta coyuntura, porque el sujeto político de la derecha se halla constituido intrínsecamente por su reificación constitutiva de las opciones de las clases dominantes hegemónicas globales históricamente activas respecto tanto al funcionamiento sistémico del capitalismo al hilo de toda la panoplia de sus efectos, como a las opciones que las clases dominantes deciden para hacerlo funcionar de modo indefinido mediante la maximización de las posiciones de fuerzas establecidas detectables tanto en el proceso de acumulación, como en las modalidades de ejercicio del poder mediante la respectiva forma Estado, las dinámicas de su bloque histórico de poder en el sistema político nacional y la arquitectura del orden geopolítico que hace posible su reproducción.
El sujeto político y el campo político de la derecha se ha constituido en la modernidad capitalista como el dispositivo inmediato de enunciación y gestión de la lógica sistémica del capitalismo y de la brutalidad inherente de sus clases dominantes, consideradas por ellos como la materia prima primordial para enunciar lo político, organizar la política, distribuir o negar las recompensas económicas y administrar la lógica política de los derechos, que siempre funcionan en el campo político de la derecha como un exceso no funcional a la reproducción del poder de clase, que se concibe por definición en situaciones de normalidad como estructuralmente automatizado y, en el mejor de los casos, como tendencialmente irrestricto.
El espectro político y el campo político de las sociedades occidentales, pero no solo, avanza así hacia la uniformización de relaciones de dominación
Se trata de la misma matriz invariable en su transformación dinámica que acompaña la historia política del (neo)liberalismo en todas sus variantes, incluidas las detectables en su lucha contra el ancien régime en sus diversas genealogías y variantes nacionales. Igualmente, las perspectivas de intervención puntual en la gestión del poder por parte de los sujetos políticos de la derecha giran indefectiblemente en torno a la renacionalización exponencial de la política en su respectivo campo político nacional –o eventualmente transnacional– mediante políticas identitarias, clasistas, aporofóbicas, excluyentes, represivas y xenófobas, al tiempo que se muestran dispuestos a aplicar con una intensidad renovada las políticas decididas por la potencia hegemónica global (la estadounidense en esta coyuntura) y las clases dominantes locales ligadas a los bloques históricos de poder respectivos de acuerdo con sus parámetros de extremo centro declinados indistintamente en clave liberal, socioliberal, oligárquica o autoritaria a escala nacional (o en el seno de la Unión Europea) para apuntalar la huida hacia delante de su(s) respectivo(s) proyecto(s) hegemónico(s) con independencia del daño que puedan causar en todos y cada uno de los equilibrios sociales, presupuestarios, económico-financieros, monetarios o ecosistémicos realmente existentes y con independencia de los efectos concretos a corto, medio y largo plazo, que la tendencialidad de este marco de intervención y comportamiento tenga o pueda tener en su propio país, en sus propias ciudadanías y en sus propios electorados o, dicho con otro vocabulario, en su propia patria amada über alles.
Análisis
El estado de las cosas (3)
1.1. Esta homologación de la extrema derecha supone, pues, incorporar la declinación del proyecto geopolítico y geoeconómico de las clases dominantes atlánticas, tal y como ha sido codificado por la potencia hegemónica estadounidense y declinado por el establishment europeo de la mano de la Unión Europea y de la OTAN, de acuerdo con un perfil político, social y cultural específico, que opera como un paso más en la homogenización, naturalización y ontologización del modelo de explotación y dominación en curso desde la ruptura del constitucionalismo democrático iniciada, tras la revolución de 1968, a finales de la década de 1970, que imperfectamente acompañó al régimen de acumulación fordista, modelo que forma parte, como hemos indicado, del despliegue del ciclo sistémico de acumulación de capital estadounidense.
El espectro político y el campo político de las sociedades occidentales, pero no solo, avanza así hacia la uniformización de relaciones de dominación, digamos, neoliberales autoritarias y violentas cada vez más injustas y geopolíticamente cada vez más sobredeterminadas por la guerra, que las clases dominantes estadounidenses y atlánticas han puesto a punto durante las últimas cuatro décadas, dado que todas las opciones supuestamente posibles dentro del espectro político se ven obligadas a aceptar los fundamentos sistémicos de este modelo de dominación de clase al tiempo que se les permite conservar las especificidades más retrógradas y reaccionarias o las predilecciones más idiosincrásicamente autoritarias de su propio origen político a la hora de desplegar en el momento presente su acción política, de organizar sus modalidades de influencia cultural sobre las formaciones sociales en las que se encuentran activas y eventualmente de gobernar el Estado, como sucede ahora en Europa y Estados Unidos de modo paradigmático con la emergencia de los partidos de extrema derecha y el desplazamiento de todo el espectro político en esa dirección.
El proceso continúa convergiendo, pues, en el debilitamiento de la sustancia de las sociedades dichas democráticas y en el marchitamiento temporal del campo político de la izquierda en la medida en que las distintas opciones políticas históricamente reconocibles en el espectro político occidental, pero no solo, se acomunan por la imposibilidad y la ausencia de voluntad de oponerse a los grandes diseños globales y sistémicos de las clases dominante estadounidenses y atlánticas: el corolario del proceso es tan obvio como aterrador, ya que indica que las formas más reaccionarias de comportamiento y discurso políticos producidas en la modernidad son aceptables en los campos políticos considerados democráticos, siempre que se comprometan a imponer el actual modelo socioeconómico y ecosistémico, brutal e insostenible por definición, del capitalismo y que si lo hacen, la especificidad histórica y el sesgo actual de su autoritarismo serán homologados para garantizar la identidad y la admisibilidad del correspondiente partido de extrema derecha en el campo político expansivo del extremo centro, que a su vez experimenta la fuerza gravitatoria del carácter siempre autoritario de las sociedades de clases generadas a lo largo de la evolución plurisecular del capitalismo histórico, una de cuyas formas más reaccionarias, mortíferas y violentas fue precisamente el complejo del nazi-fascismo, del que procede orgánicamente la extrema derecha, el cual, por otro lado, llevó a su lógica consecuencia el núcleo colonial, clasista e imperialista mediante el cual literalmente se habían construido las clases dominantes occidentales y los fundamentos mismos de su poder de clase y de su poder geopolítico sistémico desde le siglo XVI y, de modo absolutamente decisivo para la presente coyuntura, durante los largos siglos XIX y XX, cuya condensación histórico-estructural se despliega y proyecta en el momento presente por las actuales clases dominantes hegemónicas occidentales a partir de la lógica extrapolada por el extremo centro para cumplir el objetivo de garantizar e intensificar la imposición de ambos –de su poder de clase y de su poder geopolítico– durante el sedicente new american century bajo la forma de una nueva hegemonía global dirigida por la potencia estadounidense.
Esta aceptación de la extrema derecha fascista o posfascista posibilita, pues, la deriva cada vez más reaccionaria del conjunto del sistema de partidos de todo sistema político dado y, por consiguiente, del funcionamiento de este respecto al uso y funcionamiento de las respectivas formas Estado nacionales y por ende de la organización supranacional de la que estas se dotan, que en nuestro caso se llama forma Estado Unión Europea.
Así, los recursos de los circuitos institucionales, tributarios, presupuestarios y monetario-financieros se hallan en condiciones de canalizarse de modo cada vez más sesgado (1) a la resolución de las sobretensiones más lacerantes provocadas por la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y por sus intentos de resolución macroeconómica o bélica, y (2) a la prosecución de los objetivos geopolíticos más insensatos, ligados a la imposibilidad de proseguir tal acumulación por medios pacíficos y sostenibles, como demuestra el caso flagrante de la guerra de la OTAN estadounidense contra Rusia en territorio ucraniano librada durante estos últimos meses o las continuas intervenciones, funcionalizaciones y drenajes de recursos públicos y comunes para sostener un régimen de acumulación y crecimiento que no solo produce sistémicamente valor negativo y regresión en todos los parámetros de la productividad total de los factores, sino que acumula capital, desigualdad e insostenibilidad a la misma velocidad que su modo de funcionamiento sistémico dota de una intratabilidad exponencial cada vez mayor a todos y cada uno de los dilemas y bifurcaciones sistémicos a los que se enfrentas las sociedades humanas y los biomas no humanos en estos momentos.
El despliegue de estos patrones de comportamiento coloca a las clases trabajadoras y pobres multinacionales como una zona de amortiguamiento bestial dispuesta para mantener la oligarquización diseñada e implementada de los procesos de reproducción social capitalistas, tendencia que se halla inscrita en los fundamentos histórico-sistémicos del capitalismo considerado como sistema histórico, que ha sido recreada históricamente del modo más brutal y sanguinario por el campo político de la (extrema)derecha y que ahora se repropone de nuevo bajo la forma política del extremo centro mediante la imposición de la naturalización de las formas más abyectas de violencia y desposesión al conjunto de los sistemas políticos nacionales actuales y de los campos políticos que los correspondientes sistemas de partidos gestionan. En la intersección de estos procesos, la homologación de los partidos de extrema derecha y la radicalización anticonstitucional en clave antidemocrática del campo político de la derecha constituyen una indicación inequívoca de la voluntad de recuperar en el concepto y en la práctica de lo político las formas más duras de gestión de la reproducción social característica del capitalismo histórico. No resulta ocioso recordar que la operatividad de estas tendencias únicamente ha sido frenada por la lucha tenaz de las clases dominadas en toda su riqueza diferencial desplegada a lo largo del arco del capitalismo histórico contra el sesgo genocida y ecocida de este modelo de organización social y de producción y acumulación de (plus)valor, levemente velado durante el siglo de las revoluciones proletarias que acaba de concluir, y que ahora se muestra de nuevo con toda su mortífera potencia.
1.2. El hecho fundamental de modo inmediato no es, sin embargo, la imposibilidad de someter a un campo político nacional concreto los procesos de toma de decisiones referidos a las cuestiones implicadas en las opciones geopolíticas, ecosistémicas, macroeconómicas, monetarias, tributarias o presupuestarias de las clases hegemónicas globales (estadounidenses) o regionales (europeas, alemanas), sino la capacidad de los actuales campos políticos nacionales y nacionalizados, que constituyen a su vez uno de los vectores de funcionamientos de las respectivas esferas públicas, para impedir que la conversación política predominante pueda considerar, elaborar, dirimir y procesar las tendencias a la crisis desencadenadas por la crisis del capitalismo histórico, de acuerdo con su fenomenología actual, y la especificidad del mencionado ciclo sistémico de acumulación estadounidense, de acuerdo con sus pretensiones geopolíticas bélicas actuales. Esta imposibilidad de someter a los campos políticos democráticos los mencionados procesos sistémicos y las enormes dificultades de producir una conversación política genuina sobre los efectos provocados por esa exclusión democrática y de incluir esa conversación en la esfera pública y en los sistemas y campos políticos nacionales correspondientes tienen un impacto directo y decisivo sobre las decisiones políticas que estos toman y sobre las políticas públicas que procesan y elaboran y por ende sobre las condiciones de reproducción de las clases trabajadoras y pobres nacionalmente consideradas y a fortiori transnacional y multinacionalmente atomizadas.
Una conversación política homologada en una esfera pública democrática supone que su contenido forma parte –por la pura masividad de sus enunciados activos en esta– de los procesos políticos mediante los cuales el sistema de partidos, el campo político y, de modo primordial, el campo de la izquierda, analizan, procesan, intervienen y legitiman los resultados, efectos, impactos y procesos desencadenados por la reproducción social vigente, en nuestro caso por la actual crisis sistémica del capitalismo histórico, de modo que la presencia de estos en el tejido social deba ser tenida en cuenta no solo en el diseño de las decisiones políticas y las políticas públicas, sino también y de modo preponderante en los procesos de producción de los consensos mínimos que garantizan el tenor democrático de un determinado sistema político y en la conformación del conjunto de diagnósticos que toda formación social debe elaborar sobre sí misma y sobre las tendencias sistémicas que la atraviesan y constituyen, lo cual es una tarea imprescindible para gestionar sus procesos de cambio estructural en los regímenes nominalmente democráticos.
1.3. En este juego es donde resulta crucial la emergencia del campo de la (extrema)derecha y del extremo centro como vectores de distorsión de lo que puede enunciarse políticamente en el momento presente respecto a las condiciones de crisis, como demuestra de modo aplastante el modo en que se ha construido discursiva e ideológicamente tanto los prolegómenos, como el estallido y la dirección de la guerra de Ucrania desde febrero de 2022 o, en realidad, desde el crucial año de 2014 en ese país o, más en general, desde el reordenamiento geopolítico verificado desde el hundimiento de la Unión Soviética en 1990-1991. Si la conversación política sobre la complejidad de la crisis sistémica actual y sus devastadores efectos sociales no debe ser posible, no siéndolo ya la introducción de objetos políticos sustantivos ligados a las características sistémicas del capitalismo considerado como sistema histórico en el funcionamiento de los campos políticos nacionales y ello tras la intensidad y el impacto del experimento democrático del largo siglo XX en los sistemas políticos actuales, ello quiere decir que los parámetros de funcionamiento de estos deben ser atravesados por todas las formas de antagonismo, conflicto y lucha posibles y desestabilizados de todos los modos imaginables, porque su productividad ya no procesa el conflicto social de acuerdo con el marchito y aquejado paradigma liberal, ni cultiva el pluralismo político que sustenta una situación fluctuante pero continua de diversidad entre los diferentes intereses sometidos al arbitrio del modelo democrático y de la forma Estado concomitante, sino que estos sistemas políticos únicamente operan ahora como un conjunto de procesos de apropiación sistémica diferencial de la totalidad de los recursos no producidos por el sector privado, ni por la actividad de las clases dominantes propietarias de los medios de producción y de las fuerzas productivas, que idealmente constituyen el corazón de los procesos de acumulación de capital y, de acuerdo con la codificación ideológica predominante, el fundamento mismo de la legitimación del orden capitalista como modelo privilegiado de la iniciativa privada, la economía de mercado y la libertad de empresa. Esta ausencia de conversación política sobre las tendencias de la crisis sistémica actual del capitalismo y de su último ciclo sistémico de acumulación en los sistemas políticos actuales, incluida la Unión Europea y sus Estados-miembro, es el corolario de la destrucción de los medios y condiciones para producir e introducir objetos políticos genuinos ligados a la mencionada crisis en los sistemas políticos por parte de las clases trabajadoras y pobres, dado que la reestructuración de las relaciones de producción y la privatización autoritaria de la gestión de sus condiciones político-estructurales de posibilidad han implicado, en un diseño simultáneo, la destrucción o la enorme dificultad temporal de toda forma de antagonismo político que pudiera dotar de consistencia a nuevos sujetos políticos capaces de imponer la conversación política genuina sobre los efectos devastadores de la crisis que las políticas públicas rehúyen abordar como objetos políticos primordiales, como demuestran de modo apabullante e irracional cuestiones tan diversas pero sistémicamente ligadas como el calentamiento global, el uso de la guerra como instrumento político, la destrucción de la sanidad y la educación públicas, la gestión de los flujos migratorios y la actual inflación de los beneficios y sus correspondientes efectos articulados sobre las posibles políticas macroeconómicas y monetarias globales.
Análisis
El estado de las cosas (2)
No se trata a este respecto de la banal constatación de la perdida de poder negociador en el puesto de trabajo y en el proceso de producción, fenómeno preñado de consecuencias macroestructurales fundamentales y muy diverso en su fenomenología mundial, que ha sido real y brutal durante las últimas cuatro décadas, sino de la estrategia de las clases dominantes de penetrar, desequilibrar y privatizar todas los espacios de la institucionalidad democrática y de proceder a la apropiación del mayor número posible no solo de activos e infraestructuras públicas y comunes mediante las consabidas iniciativas de privatización y desregulación, sino, sobre todo, de los procesos primordiales del Estados social y democrático de derecho, por decirlo con palabras de regusto constitucional, para que mediante estos procesos el desequilibrio del concepto de lo político –y por ende de la práctica política y del funcionamiento del campo político, del sistema político, del sistema de partidos y en consecuencia de la forma Estado– sea máximo y paroxístico, de modo que su impacto sea tan intenso que (1) la expulsión de los sujetos políticos no prosistémicos y de los objetos políticos construidos a partir de la elaboración teórico-práctica de las relaciones de poder y fuerza que imponen estas transformaciones y (2) la esterilización de los procesos políticos-institucionales que las dotan de una mínima legitimidad, pueda ser seguida de la proscripción y elisión de la conversación política sobre el conjunto de tendencias sistémicas y de procesos de reestructuración, que han acompañado durante las últimas tres décadas el nuevo orden político, el nuevo orden económico y el nuevo orden mundial, por expresar estos fenómenos en el cargado lenguaje ideológico predominante.
El campo político de la (extrema)derecha, cuya proyección sobre el campo político de los sistemas políticos actuales es determinante en este periodo de caos sistémico irreversible
Esta ausencia de conversación política en los sistemas políticos actuales no es, pues, una pura constatación de un deterioro de la misma por razones contingentes, sino el resultado de la destrucción de los sujetos políticos que podían imponerla a partir de la gestión autónoma de su poder de generación de conflicto respecto a la estructura social, que por definición reproduce el desequilibrio del poder de clase que gobierna, ordena y reproduce las estructuras de dominación y explotación de las formaciones sociales durante la modernidad y específicamente durante el largo siglo XX y durante su conclusión en la presente coyuntura histórica de caos sistémico.
La ausencia de conversación política sobre las condiciones sistémicas de reproducción del capitalismo histórico y de sus efectos sobre las formaciones sociales dichas nacionales en los sistemas políticos actuales implica, pues, la enorme dificultad de producir los objetos políticos específicos, que pueden legítimamente ser disputados epistémica, conceptual e ideológicamente en el correspondiente campo político y, por consiguiente, considerarse legítimamente que en su resolución pueden y deben invertirse todos los recursos constitucionales, públicos, institucionales y administrativos necesarios, además obviamente de los tributarios, presupuestarios y financieros, si así se decide en el mismo como consecuencia del resultado de tal conflicto y de su resolución democrática y, por consiguiente, mediante ello modificarse el diseño impuesto por la parte sistémicamente más fuerte constituida por las clases dominantes, que operan sistémicamente mediante la reelaboración y la degradación permanentes del diseño constitucional fordista, que todavía rige nominalmente el núcleo democrático de los países dichos democráticos, y con ello sus consecuencias estructurales sobre los equilibrios de poder, sobre las condiciones de vida y reproducción de las clases trabajadoras y pobres y, finalmente, sobre el conjunto de tendencias que el funcionamiento del capitalismo histórico en su actual coyuntura de caos sistémico impone a las formaciones sociales actuales y los dilemas que hace pesar de modo cada vez más feroz, autoritario y unilateral sobre las mismas.
1.4. Este conjunto de desplazamientos y de transformaciones del poder de clase sistémico, así como su influencia en el desequilibrio, vaciamiento y oligarquización de los sistemas políticos actuales y consecuentemente en la esterilización de los campos políticos que resultan de ellos son fundamentales en esta coyuntura de caos sistémico del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, porque explica en qué se ha transformado la dinámica de ambos y crucialmente en que se ha convertido el campo político de la (extrema)derecha y a fortiori conservador, el cual ejerce una influencia y una atracción funestas sobre el campo político tout court organizado por el extremo centro y sobre el comportamiento del mismo, que lo desequilibran y degradan irremediablemente, como demuestran de modo paradigmático, por nombrar únicamente ejemplos ilustrativos, tanto el caso estadounidense y las opciones constitucionales predilectas impuestas por Donald Trump y el actual Partido Republicano, lo cual es un hecho macroscópico en el episteme política occidental, y, a escala local y más patética, la peripecia hasta la fecha del gobierno de Giorgia Meloni, el comportamiento de Emmanuel Macron desde 2017 respecto a la cuestión social francesa o el reiterado comportamiento permanentemente anticonstitucional y liberticida del Partido Popular en España en el cual influye de todo modos la especificidad de su genealogía política estrictamente ligada a la Guerra Civil, la dictadura franquista y la prolongación fantasmática de ambas en su concepción de lo político y de su práctica política cotidiana.
El campo político de la (extrema)derecha, cuya proyección sobre el campo político de los sistemas políticos actuales es determinante en este periodo de caos sistémico irreversible, si la gestión de la crisis sistémica se prolonga en manos de las clases y elites dominantes actuales, se conforma hoy únicamente mediante la aceptación y la asunción de la totalidad de las tendencias sistémicas del capitalismo histórico tal y como son procesadas por las versiones más agresivas de las clases dominantes regionales y globales al hilo de la exacerbación de las características más autoritarias de la modernidad reaccionaria, del pensamiento antiilustrado (les antilumières, the dark Enlightenment, dicho con otras coordenadas culturales) y de la nacionalización extrema de estas formas de comportamiento para deducir la concreción de sus propuestas en el campo político del sistema político correspondiente.
Estas pautas de comportamiento operan como aceleradores de las propias condiciones de crisis, que el campo político de la derecha procesa para convertirlas en propuestas políticas imposibles en tanto que deberían ser capaces de enfrentarse a la crisis multidimensional y al malestar social que irremediablemente se cuela en el campo político, cuyos efectos destructivos deben gestionar los actuales sistemas políticos y los correspondientes sistemas de partidos de extremo centro, dado que las opciones impuestas por las clases dominantes globales hegemónicas en todos y cada uno de los ámbitos estructurales de la reproducción social constituyen la materia prima esencial indiscutible para los campos políticos realmente existentes en las formaciones sociales actuales.
El campo político colonizado por estos sujetos políticos del extremo centro elabora así opciones y propuestas políticas que, como se ha visto durante las últimas tres décadas, todavía agravan más las condiciones de explotación, insostenibilidad y privación de derechos, las cuales estos sujetos políticos prosistémicos presentan una y otra vez a sus electorados para conseguir desplazar de modo irracional sus efectos ineludibles mediante una panoplia de políticas públicas no eficaces implementadas mediante su gestión de la forma Estado, que es así vaciada todavía más de su sustancia democrática por mor de su perdida de legitimación, dado que esta acción pública implementada por estos partidos de (extrema)derecha y de extremo centro operan sobre una tendencia irrecusable de debilitamiento y destrucción de los derechos de sus propios electorados. La totalidad del campo político de la (extrema)derecha y del extremo centro ha colapsado en una aproximación absolutamente prosistémica (1) a los graves dilemas a los que se enfrenta la reproducción social, (2) a la crisis del sistémica del capitalismo y (3) a las opciones de gestión de los efectos macroscópicos que ello induce a todos los niveles de la estructura social. En consecuencia, su funcionamiento normalizado se ha convertido en la punta de lanza de la ulterior desestabilización de las formaciones sociales contemporáneas y de la aceleración de sus formas de crisis inducidas desde la forma Estado y sus Administraciones públicas, que en manos de los sujetos políticos situados en el campo político de la derecha, de la extrema derecha y del extremo centro son utilizados como vectores de aceleración de las tendencias de reestructuración y crisis, que las clases dominantes globales y regionales y sus facciones locales pretenden imponer como horizonte único de acción. Al mismo tiempo su implementación se verifica de modo creciente al margen de toda ligazón con los modelos constitucionales vigentes y mediante la destrucción de todo respeto por la institucionalidad derivada del ordenamiento constitucional democrático todavía en vigor, en nuestro caso en las formaciones sociales europeas, lo cual tiene efectos jurídico-políticos deletéreos y nocivos sobre el conjunto del ordenamiento jurídico y su institucionalidad democrática.
La mencionada lógica de desguace y neutralización de la forma Estado, que es el ápice de la privatización de lo público y lo común, radica en esta vocación de eliminación de la capacidad de traducción del antagonismo y el conflicto
1.5. Esta matriz de comportamiento del campo político de la (extrema)derecha y del extremo centro tiene efectos profundamente desestabilizadores, que no solo deterioran la producción y garantía de los derechos constitucionales fundamentales, sino que introducen líneas muy poderosas de inestabilidad constitucional, que apuntan ineludiblemente a la destrucción o al debilitamiento absoluto no solo del dañado pacto fordista residual actual en su conformación institucional, sino también a la remodelación de los sistemas constitucionales de acuerdo con una específica lógica de privatización integral del sector y la economía públicos, que ha transmutado, a medida que estos campos políticos prosistémicos han dejado sentir sus efectos sobre el contenido de lo político durante las últimas décadas, en una lógica de desguace y neutralización de la forma Estado como sujeto mínimamente independiente de interacción con el sector privado y con las clases dominantes globales.
Estas desean desembarazarse no solo de todo tipo de control o de potestad de regulación pública, lo cual incluye obviamente también una permisividad cada vez más laxa respecto a las conductas directamente delictivas o criminales protagonizadas por ellas, sino simplemente de toda interacción independiente con algo similar a un poder público soberano capaz de condensar el conflicto y el antagonismo rampantes, presentes en todos y cada uno de los ámbitos de la reproducción social y en todas y cada una de las subestructuras sociales, y de hacerlo interactuar respecto a las dinámicas estructurales creadas y respecto a los diseños impuestos por los actores de clase sistémicamente predominantes en la medida en que la acción legislativa, normativa y política pública sea capaz de traducir esos flujos de conflicto y antagonismo en impactos e intervenciones en el espacio social en el que las clases dominantes organizan sus procesos de explotación y producción de valor, que desean protegido de cualquier pretensión, reivindicación o disputa procedentes de quienes sufren sus violentas consecuencias.
El campo de lo político no colonizado, parasitado y conformado por la (extrema)derecha y por el extremo centro debe producir fuerzas que traduzcan el antagonismo y el conflicto
Esta interrelación entre el conflicto y el antagonismo presente en las relaciones de producción y reproducción, expresado por el punto de vista de las clases trabajadoras y pobres (por el punto de vista de la actual composición de clase en realidad) y la posibilidad de que la forma Estado democrática coloque estos conglomerados de conflicto como capacidad de impacto político y de mediación institucional respecto a magnitudes de poder sistémicamente muy desiguales derivadas del poder estructural de las clases dominantes hegemónicas globales y regionales, resulta crucial para no deteriorar irreversiblemente el carácter democrático de las formaciones sociales actuales y de sus sistemas políticos. La mencionada lógica de desguace y neutralización de la forma Estado, que es el ápice de la privatización de lo público y lo común, radica en esta vocación de eliminación de la capacidad de traducción del antagonismo y el conflicto, ante la quiebra en curso de los derechos fundamentales y de la sostenibilidad ecosistémica, en fuerza política conmensurable con la fuerza sistémica desplegada por las clases dominantes para construir un espacio social liso más apto en su opinión para llevar a cabo sus grandiosos proyectos de destrucción de los derechos fundamentales, de las condiciones ecosistémicas de la vida humana y no humana y de la reproducción democrática de las formaciones sociales actuales.
El campo de lo político no colonizado, parasitado y conformado por la (extrema)derecha y por el extremo centro debe producir fuerzas que traduzcan el antagonismo y el conflicto respecto a esas fuerzas sistémicas de las clases dominantes capaces de generar hipótesis políticas de confrontación y disputa no solo de las decisiones, procesos y efectos decididos por estas micro y macroestructuralmente, sino capaces de convertir en objetos políticos primordiales las tendencias sistémicas, que implican formas de crisis insoportables para la inmensa mayoría de la población y que se construyen por parte de las clases dominantes hegemónicas globales como formas máximas de racionalidad económica y geopolítica para ser manufacturadas en los campos políticos actuales por los sistemas de partidos prosistémicos de la (extrema)derecha y del extremo centro como objetos políticos y productos electorales tan rígidos como excluyentes de toda otra conceptualización de las opciones de reproducción socioeconómica, geopolítica y ecosistémica en juego elaboradas en esta precisa coyuntura histórica por el general intellect de las clases trabajadoras y pobres atrapadas en el actual modelo de representación electoral.
Esta subordinación de la potencia pública y de la matriz democrática del constitucionalismo moderno al diseño sistémico de las clases dominantes hegemónicas globales y regionales es, como hemos observado, doble, ya que opera hacia el exterior mediante la aceptación del diseño geopolítico integral de la potencia hegemónica estadounidense en todos sus detalles y opciones diferenciales, mientras hacia el interior de la formación social correspondiente lo hace mediante la producción de una legitimidad parcial y efímera de formas electorales que sirve, no obstante, para garantizar un mayor grado de irreversibilidad en las políticas de destrucción del modelo constitucional democrático en lo que este tiene de institucionalidad dinámica pública de producción de derechos y de garantía mínima de la reproducción social dentro de parámetros de no desigualdad oligárquica.
El campo político de la (extrema)derecha y del (extremo)centro exacerba estos comportamientos mediante la supuesta nacionalización de la protección de la comunidad nacional-popular, cuya representación se arroga de modo primordial, al tiempo que destruye la matriz constitucional que podría vanamente garantizar, de modo a la postre reaccionario, la consecución de derechos fundamentales contemplados a escala puramente nacional. El aspecto fundamental de esta dinámica radica en la creación de marcos de legitimación efímeros, que garanticen ventanas de oportunidad útiles para implementar procesos de gestión eficaces en la implementación de la privatización, debilitamiento y destrucción consecutiva y desordenada tanto de la matriz constitucional de los derechos fundamentales, como de la capacidad de su gestión administrativa mediante la reversión de su función tradicional de provisión pública de los mismos, así como mediante la intensificación de los instrumentos represivos de la forma Estado, básicamente por mor de la imposición de marcos normativos pesadamente represivos, de la militarización de la policía y de las fuerzas del orden y de la aplicación de políticas de orden público brutales en las fronteras. Todo ello se efectúa prácticamente mediante la creación de coaliciones de votantes absolutamente desprovistas de cualquier relación con un campo político en el que puedan introducirse y dirimirse la tendencialidad de estos procesos de reorganización de las condiciones de dominación y explotación en su materialidad sistémica y en sus efectos de clase, así como mediante la producción de universos discursivos construidos a partir del uso contraintuitivo pero eficaz de la legitimación acumulada por las Administraciones públicas de acuerdo con el ordenamiento constitucional democrático, cuya vocación era, por definición, a priori integralmente no discriminatoria, expansiva en términos transnacionales y posnacionales de los derechos fundamentales, y no privatizadora por vocación jurídico-constitucional de los recursos públicos y comunes, pero que en esta coyuntura del poder de clase ligado a la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense operan en manos de los actuales sistemas de partidos a contrapelo de estas pautas de acción ligadas al constitucionalismo democrático con la pretensión de destruirlas y de suprimir su capacidad motriz en el funcionamiento político-constitucional de las actuales formas Estado reamente existentes. Resulta banal indicar que este conjunto de procesos e iniciativas de las clases y elites dominantes está siendo puesto a prueba y afinado estructuralmente en el funcionamiento (no)constitucional de la forma Estado Unión Europea.
Así pues, en esta coyuntura de caos sistémico los campos de la (extrema)derecha y del extremo centro utilizan la productividad administrativa como vector de segmentación del tejido social de modo funcional a la creación de coaliciones electorales inestables capaces de garantizar su alineamiento con el proyecto global y regional de las clases dominantes hegemónicas globales correspondientes y de conseguir influir del modo más eficaz posible en la destrucción de las condiciones constitucionales y jurídico-legales democráticas, además de político-ideológicas, de reproducción social que se interponen a su implementación en todas y cada una de las formaciones sociales en las que logran penetrar sistémicamente.
En este sentido, la destrucción de lo público y del marco jurídico que dicta el modelo constitucional democrático convive con la imposición de los diseños geopolíticos de la potencia hegemónica en esta coyuntura, la cual exige la subordinación de los recursos públicos e incluso de la eficacia económica privada al perfil de comportamiento geopolítico de la misma con independencia de sus consecuencias. Uno de los riesgos políticos sistémicos para las clases trabajadoras y pobres en esta coyuntura es, como hemos indicado, este modo de comportamiento del campo político de la derecha y a fortiori del extremo centro, que no solo prescinde de todo anclaje constitucional en el despliegue de su actividad política, sino que utiliza la forma Estado y las Administraciones públicas para subordinar tanto la capacidad de producción como las condiciones de reproducción social y económica al servicio de la construcción de estrategias electorales dirigidas a la obtención de resultados absolutamente afines a la destrucción no solo de los derechos constitucionales fundamentales, sino también, si ello es necesario, a la apertura de procesos sociales cruciales a la gestión autoritaria dictada por las necesidades del capital local o multinacional absolutamente desprovista de otro criterio que la destrucción del campo político como conjunto de mecanismos capaces de comprender, legislar e incidir en el diseño global de las clases dominantes hegemónicas, sea este geopolítico, geoeconómico o geoestratégico.
Si, como es cada vez más frecuente, una fuerza o conjunto de fuerzas políticas prosistémicas conciben la política como el uso desordenado y arbitrario, aunque sea de modo formalmente legal, de las potestades y del poder público para producir las condiciones de posibilidad útiles a determinadas facciones de la clase dominante imbuidas por sus propios proyectos de dominación y explotación a partir de la situación de caos sistémico actual (pensemos por ejemplo, en la utilización de las ciudades y de la vivienda como objeto de negocio ilimitado e irrestricto), el funcionamiento del campo político respectivo y del sistema político que lo gestiona sufre una perdida de sustancia democrática insoslayable, que las clases trabajadoras y pobres y en general las fuerzas democráticas únicamente pueden recuperar concibiendo la política desde la perspectiva de su constitución como sujetos políticos antisistémicos en todas y cada una de las realidades de su experiencia social, productiva, laboral, electoral, sindical, cultural, intelectual y partidista, lo cual se halla por definición ligado a la composición de clase actual y sus modalidades potenciales de acción política.
1.6. En toda Europa, la racionalización, la aceptación y la traducción en términos de legitimación política de la ineluctabilidad de las tendencias geopolíticas y geoeconómicas impuestas en la presente coyuntura por la actual potencia hegemónica global son utilizadas ahora como la moneda de cambio de la aceptación del universo político de la extrema derecha –que es de facto el núcleo atractor del campo político de la derecha y tendencialmente del campo político neoliberal tout court creado por la concepción de lo político del extremo centro liberal o socioliberal durante las últimas tres décadas– en el establishment de las clases y elites dominantes europeas y a fortiori atlántico-occidentales. Estas tendencias geopolíticas y geoeconómicas cristalizan hoy en el diseño geoestratégico estadounidense, así como en el paradigma neoliberal autoritario y reaccionario adaptado de modo oportunista en netos términos de clase a las necesidades puntuales de las diversas microcoyunturas de crisis (coronavirus, inflación, cadenas de suministro global, guerra, etcétera), contempladas únicamente desde el punto de vista de las clases dominantes. Esta configuración del campo político liberal en torno al colapso del mismo por mor del cruce de los paradigmas del extremo centro y de la (extrema)derecha es puesta en evidencia de modo ilustrativo, como indicábamos previamente, además de por el estado actual del Partido Republicano estadounidense, el comportamiento del gobierno de Giorgia Meloni o la governance violenta de Macron de las sucesivas crisis sociales francesas (gilets jaunes, pensiones), por la respuesta del gobierno alemán, con un protagonismo especial de los Verdes, a la voladura estadounidense del Nordstream 1 y 2 y en general a su involucramiento en la guerra ucraniana, así como por el comportamiento de las democracias dichas iliberales, que en Europa no se limitan en absoluto a los países de Visegrado, siendo el caso paradigmático de tal línea de comportamiento, pero seguramente acreedor del modelo más extremo a escala europea, el del Partido Popular español en términos de proyecto anticonstitucional, autoritarismo político y quebranto del Estado de derecho respecto al contenido democrático de la respectiva constitución nacional en vigor, que en nuestro caso es la Constitución fordista tardía de 1978. En todos estos casos, la derecha y la extrema derecha operan como actores privilegiados de destrucción del residuo democrático presente en los marcos constitucionales vigentes ya avanzada por los gobiernos socialdemócratas socioliberales de extremo centro activos en los diversos campo políticos nacionales europeos, y como vectores de aceleración de esos cambios en los casos en que las sucesivas revoluciones pasivas no hayan dado los resultados esperados o demandados por las clases dominantes nacionales respectivas y su recreación supranacional en el seno de la Unión Europea.
De este modo, los partidos de extrema derecha adquieren carta de ciudadanía conservando intacta su concepción de lo político y de la práctica política, de la nación, la patria y la autoridad, mientras aceptan y garantizan de modo privilegiado la férrea y contundente implementación del paquete geopolítico y neoliberal en el seno de su respectiva formación social, si logran gobernar, lo cual les hace aparecer ante el establishment de las clases dominantes europeas y trasatlánticas como el socio fiable y homologado de las democracias liberales y por ende occidentales. La presencia de este nuevo socio en los sistemas políticos europeos señala que un actor histórico frontalmente opuesto al constitucionalismo democrático durante el largo siglo XX vuelve a gozar de la respetabilidad política de las clases dominantes y de las elites dirigentes y que tal contrasentido es simplemente el envés de la decisión de estas últimas de aceptar las opciones políticas más irracionales, más lesivas para las mayorías y más sistémicamente desestabilizadoras de las condiciones de reproducción social, como sucede en estos momentos con la elección de proseguir la guerra en el corazón de Europa frente a la resolución urgente de la actual macrocrisis ecosistémica, económico-financiera y social provocada por el capitalismo histórico, impuesta por la potencia hegemónica estadounidense y aceptada mansa y sumisamente por las clases dominantes y las elites gobernantes europeas en un claro proceso autolesión estructural, geopolítica y geoeconómica, que tan solo ellas, por definición un número exiguo, aceptan e imponen del modo más autoritario e irracional posible al conjunto de las clases trabajadoras y pobres europeas.
Esta aproximación a la irracionalidad del propio curso de acción política trae aparejada también la continua producción de discurso reaccionario a todas las escalas de toda formación social respecto a todas y cada una de las variables mencionadas, capacidad incrementada por la presencia de los partidos de extrema derecha o de derecha extrema en tanto que atraídos desde la zona de la derecha al punto del extremo centro del espectro político.
Análisis
El estado de las cosas (1)
1.7. En realidad, el componente netamente autoritario, nacionalista, clasista y xenófobo de los partidos de extrema derecha –y por ende de los partidos de derecha, dada su evolución pluridecenal en esa dirección– constituye un componente precioso del nuevo campo político del extremo centro en proceso de rápida conformación oligárquica durante las últimas cuatro décadas y sometido a la necesidad de deslegitimar y neutralizar todo debate sobre las características y las vías de amortiguamiento y salida de la crisis sistémica del capitalismo histórico, así como de debilitar toda capacidad práctica jurídico-política y administrativa de implementación de procesos políticos inéditos capaces de desencadenar iniciativas, debates, marcos de razonamiento y discusión y soluciones susceptibles de dibujar los contornos de los problemas, las tendencias y las posibles soluciones (anti)sistémicas, que no pasen por la aplicación de las concepciones de las clases dominantes atlánticas y occidentales bajo la égida de la potencia hegemónica estadounidense, lo cual los sujetos políticos de derecha y ahora los sujetos políticos del extremo centro efectúan con la habitual precisión matemática de la sociopatía y egotismo de clase característico de las clases dominantes occidentales, pero no solo, que ha llevado al sistema-mundo capitalista y al propio sistema-tierra al doble atolladero de escenarios de guerra dotados potencialmente de consecuencias irreversibles y de una crisis ecosistémica de proporciones enormes en esta coyuntura. Y ello en la medida en que el mantenimiento del núcleo sistémico de capitalismo histórico, comprendido como sistema de dominación y explotación tan insostenible como irrenunciable en términos de poder de clase por parte de las clases y elites dominantes occidentales (pero no solo), se considera absolutamente inmodificable, inmodificabilidad que opera como matriz de aceleración de la crisis sistémica, cuyos efectos deben dilucidarse, absorberse y gestionarse a su vez en los sistemas políticos nacionales desplazados hacia la (extrema)derecha por mor de la fuerza de tracción de las reestructuraciones de las relaciones de poder de clase durante las últimas cuatro décadas y acelerados ahora en ese desplazamiento por la presencia de la extrema derecha en la fisiología del mismo, que corre todo el espectro político hacia lógicas más antidemocráticas, brutales e irrespetuosas con los derechos fundamentales para regocijo del extremo centro. Ello se verifica a partir del juego desencadenado en los campos políticos nacionalizados respectivos, que desplaza consistentemente hacia la extrema derecha los respectivos campos de la derecha y del extremo centro mediante el mismo movimiento que desplaza hacia una supuesta extrema izquierda a los partido de centro izquierda o de izquierda, pero no incluidos en el extremo centro, que ahora son expulsados del consenso de la razonabilidad y reconocimiento políticos (La France Insoumise, Podemos, Corbyn, Syriza, etcétera) al mismo tiempo que la derecha y el extremo centro dan la bienvenida, por las razones expuestas, a los partidos de extrema derecha al nuevo extremo centro y por ende al marco epistémico de la razonabilidad política.
Así se produce la redefinición del baremo de la concepción de lo político, lo cual supone por definición la aceptación proporcionalmente más acrítica por parte del extremo centro –en el que han colapso el centro derecha y el centro izquierda degradados respecto a sus respectivos paradigmas históricos de referencia socialdemócrata y democristiana y en el que han sido bienvenidos los partidos de extrema derecha– del funcionamiento sistémico del capitalismo como sistema histórico y por ende la exclusión de este como objeto político multidimensional en todo sistema político actual, así como de los correspondientes objetos políticos susceptible de ser construidos a partir de los efectos de aquel sobre la reproducción de la correspondiente formación social.
Este juego limita la riqueza y la capacidad intelectual productiva del campo político tout court y oligarquiza su funcionamiento por mor de esta restricción, dado que este queda limitado a la gestión siempre parcial, insuficiente y lamentable de los efectos que la matriz de extrapolación de las tendencias del capitalismo histórico y su situación actual de caos sistémico producen en las declinaciones de las reestructuraciones de las relaciones sociales, económicas, financiero-monetarias, tecnológicas y ecosistémicas, que la crisis produce e impone en las correspondientes formaciones sociales realmente existentes, las cuales son por definición acumulativas en esta coyuntura. Esta acumulatividad de los efectos de la crisis, que es crucial sistémicamente en estos momentos y que tiene efectos políticamente decisivos, es invisible por definición por la actual conformación de los actuales campos políticos del extremo centro en proceso de desplazamiento hacia la (extrema) derecha, que no perciben que su extremismo consiste precisamente en la incapacidad de percepción de esta complejidad acumulativa de la crisis y en la imposición de objetos políticos retrógrados y epistémicamente defectuosos, que excluyen toda conexión entre la gestión imposible de los efectos que el capitalismo y la productividad negativa inducida por su caos sistémico introduce en las respectivas formaciones sociales de modo permanente –y en esta fase de modo cada vez más acelerado (cambio climático, IPCC, 1996-2023; Guerra de Iraq, 2003; crisis financiera sistémica, 2008; crisis biosistémica, 2020; Guerra de Ucrania, 2022)– y la conformación y las dinámicas de los respectivos sistemas y campos políticos nacionales y supranacionales encargados de resolverlas, gestionarlas o simplemente imponerlas con toda la dureza sobre aquellas hasta el límite del uso de la represión y la fuerza, como ha sucedido claramente con la crisis de 2008 y 2020 y ahora, en 2022, de imponerlas mediante la guerra física y sistémica o, como demuestra, en el ámbito microestructural, la actual «reforma» del sistema de pensiones francés y la sabia combinación de autoritarismo constitucional y violencia policial brutal implementada por un extremista como Emmanuel Macron.
«Crisis» y «reforma», conviene no olvidarlo, son dos códigos cifrados para decir en el campo político actual, escorado hacia la (extrema)derecha del extremo centro, lucha de clases en entornos todavía democráticos sobre los derechos constitucionales fundamentales no lo que tienen de no asimilable a la economía política de poder decidida e impuesta unilateralmente por las clases dominantes hegemónicas globales durante las últimas tres décadas. «Crisis» y «reforma» son códigos cifrados para indicar que las clases dominantes y sus elites políticas lanzan un ulterior ataque contra un área determinada de la arquitectura de un concreto derecho constitucional fundamental o contra el fundamento democrático de su razón de ser concebido indefectiblemente para debilitar su consistencia, para reducir su alcance, para dificultar su disfrute, para denostar ideológicamente su existencia, para frenar su expansión ante las nuevas necesidades de las clases trabajadoras y pobres o para escindir la coalición social que apuesta por su carácter universal y horizontal de su goce jurídico-constitucional.
2. La (extrema) derecha y a fortiori el extremo centro juegan, pues, como vector de contención y de destrucción precisamente de los nuevos objetos político-intelectuales en urgente necesidad de construcción y elaboración en tanto que estos campos políticos proyectan sobre el campo político tout court y a la postre sobre los circuitos de enunciación social objetos simplemente no racionales respecto a la crisis en curso y lógicamente no conectados con las dinámicas, tendencias y procesos que destruyen las condiciones democráticas de reproducción social sobre cuya cascada de efectos intervienen, aplicando precisamente el contenido más autoritario, retrógrado y reaccionario que el funcionamiento de las relaciones de poder inherentes a las sociedades de clase capitalistas ha segregado y convertido históricamente (clasismo, aporofobia, sexismo, xenofobia, racismo, etnicismo, segregación multidimensional y exclusión violenta de la comunidad política) en técnicas de poder (véase como ejemplo paradigmático el uso de la política monetaria y tributaria durante las últimas tres décadas) y en flujos ideológicos y narrativos naturalizados y masivamente utilizados en los circuitos de enunciación ideológica de la dominación y la explotación realmente existentes en la longue durée del capitalismo histórico mediante las diversas técnicas de gubernamentalidad, gestión administrativa, sobresaturación ideológica y represión autoritaria de las formas antagonistas no normalizadas de existencia social. Cuánto más se desplaza a la derecha el baricentro de un sistema político y por ende del campo político en el que este y la constitucionalidad y la institucionalidad de la forma Estado han de funcionar, más intenso es el trabajo que ese sistema y ese campo políticos efectúan estructural y estratégicamente mediante el correspondiente sistema de partidos –en su configuración digamos neoliberal y oligárquica actual– para cortar todo vínculo teórico, conceptual y epistémico existente entre el funcionamiento del capitalismo como sistema histórico en la especificidad particular de la actual coyuntura sistémica y los efectos que despliegan en la correspondiente formación social y por ende, y esto es crucial, en las respuestas objeto de elaboración política en el campo político nacional (y supranacional) respectivo en el que se intentan adaptar los parámetros de reproducción social de esa formación social a las necesidades impuestas por estos efectos sistémicos producto de la estructura de poder de la potencia hegemónica –por expresarlo de modo inexacto teóricamente, pero condesado prácticamente–, que los hace reales a escala del sistema-mundo capitalista y por ende los impone como realidad sistémica supuestamente irrebasable en los correspondientes campos políticos dichos nacionales y en la gestión e intervención en cada uno de los mismos por un sistema de partidos discreto concreto.
Conviene indicar que, por definición, el funcionamiento del capitalismo como sistema histórico en la especificidad particular de una coyuntura histórica construida al hilo del correspondiente ciclo sistémico de acumulación es geoestratégica, geopolítica y geoeconómica al tiempo que verticalmente sistémica en la conformación del ritmo de estructuración y reproducción de una determinada formación social, considerada en nuestro caso en toda la fenomenología del comportamiento en esta fase de caos sistémico del ciclo sistémico de acumulación estadounidense. La ruptura del mencionado vínculo teórico-práctico entre la crisis del capitalismo y la delimitación restrictiva de los objetos políticos legítimos activos en un determinado campo político desencadena a su vez toda una serie de consensos, comportamientos, obstáculos epistemológicos y estructuras ideológicas, así como pautas de comportamiento práctico legislativo y jurídico-administrativo por parte de los sistemas de partidos y de las formas Estado nacionales correspondientes, que definen materialmente el concepto de lo político y la sustancia de la política en las sociedades dichas democráticas y a fortiori en el conjunto de las formaciones sociales del sistema-mundo capitalista.
2.1. En este sentido, el funcionamiento del campo político de la (extrema)derecha y del extremo centro durante las últimas cuatro décadas ha consistido en naturalizar del modo más intenso posible esta pauta de elisión de la eficacia del funcionamiento y de la crisis del capitalismo histórico y del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, en sus respectivas crisis irreversibles, como conjunto de patrones sistémicos de comportamiento que no pueden ser enunciados como objetos políticos y, por consiguiente, no gozan de estatuto alguno como objeto de debate en los campos políticos respectivos, como sucede de modo monótono, por el ejemplo, con el problema de la «crisis» y la «reforma» de las pensiones, que es otra forma de decir el problema del ataque secular contra el salario, o con las medidas de atenuación o reversión de la «crisis» climática, que es otra forma de enunciar el ejercicio racista de la violencia occidental contra las poblaciones racializadas y, en general, contras las clases trabajadoras y pobres, o con la crisis migratoria, que es otra forma de decir la absoluta indiferencia de los países ricos ante la pobreza extrema, la desigualdad abyecta, la violencia nuda, la crisis ecosistémica y la desarticulación colonial, que el ciclo sistémico de acumulación estadounidense y las formas Estado predominantes generan sobre innumerables formaciones sociales y sobre todo sobre sus clases trabajadoras y pobres absolutamente desprovistas de los medios económico-financieros y de los recursos institucionales para hacer frente a cotas tan elevadas de violencia sistémica de clase. De acuerdo con este pauta de comportamiento, podemos afirmar que cuánto más se desplaza hacia la (extrema)derecha o el extremo centro una fuerza política más intenso es su proceso de negar por todos los medios socialmente disponibles y de enunciarlo mediante todos los recursos discursivos e ideológicos existentes en todos los espacios sociales posibles la pertinencia de esta desconexión entre la crisis sistémica del capitalismo y la no pertinencia de la producción como objetos políticos de sus efectos sistémicos intolerables, así como la necesidad de expulsar del campo político respectivo a los sujetos políticos que la postulan y pretenden elaborarla, construirla e imponerla como criterio heurístico de construcción de estos nuevos objetos políticos legítimos dignos de ser introducidos en el campo político y, por consiguiente, mediante este proceso, convertir esa área de problematicidad en un atractor epistémico, teórico, ideológico, discursivo y práctico para imaginar y diseñar políticas públicas y tomar decisiones a la altura de la complejidad que las relaciones de poder y dominación, derivadas por las crisis del capitalismo y de ciclo sistémico de acumulación estadounidense, imponen brutalmente sobre esta determinada formación social y su campo político nacional, que contemplado a escala den «Europa» es por definición transnacional y posnacional, y que a la postre debe recibir respuestas antisistémicas de alcance global.
Los nuevos sujetos políticos aptos para pensar un nuevo concepto de lo político y una nueva práctica política se distinguen netamente en esta coyuntura, porque enuncian, postulan y en el mejor de los casos logran imponer un conjunto de nuevos objetos políticos, que afirman precisamente esta conexión entre los efectos caóticos de las necesidades de reestructuración impuestas por el bloque dominante geopolítico global y por el bloque histórico de poder fácticamente operativo en una determinada región macroeconómica y a la postre en una o varias formaciones sociales determinadas, por un lado, y el conjunto de efectos sobre estas de las mencionadas necesidades estructurales a partir de un proceso fenomenológicamente complejo, pero coherente de articulaciones, relaciones y vínculos estructurales en su cadena de efectos hasta las conformaciones de poder imperantes en una formación social determinada, que en estos momentos es plausible pensar a escala al menos europea y en el mejor de los casos macrorregional, incluyendo la cuenca mediterránea y tal vez Rusia y Oriente Próximo.
Este cálculo estratégico, ínsito en la imposición de nuevos paquetes de relaciones sociales, económicas, monetarias, ecosistémicas y militares por parte de las clases y elites dominantes actuales, como ha sucedido durante el periodo neoliberal y sucede ahora con la guerra de Estados Unidos y la OTAN en Ucrania y la apuesta geopolítica subyacente de la potencia hegemónica global, opera mediante la reestructuración de las relaciones sociales económicas, políticas, sociales y constitucionales en la respectiva formación social mediante la producción de legitimidad o, en realidad, de garantía al acceso imperturbable a la forma Estado respectiva mediante el correspondiente campo político nacional o supranacional (Unión Europea); y encuentra su punto de condensación en las transformaciones que estas generan en el debilitamiento o el bloqueo del funcionamiento político-constitucional de los catálogos de derechos fundamentales constitucionalizados durante el largo siglo XX.
2.2. Este proceso doble –imposición sistémica de modelos antidemocráticos, insostenibles e inequitativos de reproducción social y expulsión de los procesos, relaciones y mecanismos que los desencadenan y de los efectos que producen como objetos políticos legítimos y performativos en los correspondientes sistemas políticos– es el que debe ser objeto de naturalización y en torno a esta dinámica debe operar todo campo político prosistémico mediante el sistema de partidos correlativo y en el marco impuesto por el sistema político y la forma Estado correspondientes para proceder a la neutralización de lo político derivada de ello, lo cual debe garantizarse mediante la homologación continua de los sujetos políticos al juego de esta disparidad dicotómica siempre apagada y controlada, siempre reproducida y desplazada, simultáneamente en el proceso mismo de la implementación de estas necesidades estratégicas del proyecto del bloque de poder (geo)político hegemónico global mediante la reordenación de los procesos de explotación y dominación registrados en cada formación social nacional, que es efectuada, conviene no olvidarlo, mediante procesos complejos de reestructuración global de las relaciones de producción, los cuales reestructuran sistémicamente, de manera muy cómoda para las clases dominantes, las formaciones sociales dichas nacionales al hilo de la transformación y la puesta a punto de las relaciones de poder de clase financieras, monetarias, energéticas, logísticas, militares y ecosistémicas, como las quiebras del fordismo y del desarrollismo y luego del posfordismo demuestran de modo evidente y como la intensificación de las crisis-señal sistémicas verificada durante las dos últimas décadas corrobora apabullantemente. El aspecto crucial en este sentido, contemplado desde el punto de vista de la teoría de lo político y de la teoría de la práctica política o de la política tout court, es que la percepción por parte delas clases dominantes hegemónicas occidentales y sobre todo estadounidenses, pero no solo, de las enormes dificultades que incluso en su percepción conoce la toma de conciencia de la pura insostenibilidad e inviabilidad del actual ciclo sistémico de acumulación de capital protagonizado por la actual potencia hegemónica global, que en esta coyuntura histórica tiende a coincidir con la propia crisis sistémica del capitalismo como sistema histórico, y cuya condensación intratable precipita de modo privilegiado en la actual crisis ecosistémica de la relación capital, exige la intensificación exponencial de este mecanismo de desacoplamiento de (1) las reestructuraciones en cadena –expresadas en forma de crisis financiero-monetarias, ecobiológicas, ecosistémicas, militares y medioambientales– exigidas por el estrés y el agotamiento de las relaciones de producción capitalistas propiciado por el complejo juego de intentar asegurar su predominio global y toda la compleja estructura de poder de clase que depende del mismo, respecto (2) del tratamiento por el correspondiente sistema político de sus dinámicas y efectos solapados entre sí de modo cada vez más desordenado y caótico durante las dos últimas décadas en el seno de todas y cada una de las formaciones sociales discretas y ello bajo la modalidad de una desdemocratización creciente de la posibilidad de tratar estos efectos devastadores sobre el cuerpo social y el equilibrio ecosistémico y, mucho menos, de la localización de sus causas sistémicas en la actual estructura de poder de clase para convertirlas en la sustancia misma de lo político y de la política mediante el proceso indicado de producción de nuevos objetos políticos. Esta conversión generaría por definición efectos capilares de enunciación, antagonismo y paulatino consenso antisistémico, desencadenado a todas las escalas de la reproducción social, en la sustancia misma de la política realmente existente en todas y cada una de las formaciones sociales del sistema internacional de Estados, así como en la dinámica desencadenada en el seno de este último, cuya violencia actual produce la matriz de guerra, violencia, muerte y destrucción característica de la política de potencia hegemónica consustancial al capitalismo histórico, concebido como sistema de dominación y explotación de clase de vocación global y de carácter plurisecular.
La geopolítica es, pues, la continuación de la lucha de clases por otros medios. O, dicho de modo teóricamente más preciso, la lucha de clases como paradigma teórico encuentra su fundamento epistémico y político último cuando comprende y convierte en objeto político primordial el carácter sistémico de la dominación y explotación de la productividad total de los factores por parte de las clases dominantes en la coyuntura específica de un determinado ciclo sistémico de acumulación de capital y convierte la geopolítica en la palanca privilegiada para destruir este carácter sistémico.
Esta intensificación del mencionado mecanismo de desacoplamiento supone a su vez la necesidad de dotar de una consistencia cada vez más autoritaria al campo político nacional respectivo –y por ende transnacional e internacional, como demuestran la configuración institucional de la Unión Europea y la actual guerra de Ucrania– y al conjunto del sistema internacional de Estados, cuya lógica es, por consiguiente, bélica y violenta por definición, lo cual genera el desplazamiento mencionado hacia la extrema derecha o el extremo centro del espectro político con la vocación de que ambas posiciones del mismo se fundan en un campo político orientado a la sobresaturación de la totalidad de este por la imposición de este modelo de desacoplamiento no solo a la topografía de la descripción de las opciones políticas diferenciadas, sino al propio funcionamiento del campo político que, por definición, ya no puede tolerar la presencia de sujetos políticos otros y por ende la emergencia en el seno del mismo (1) ni de sujetos sociales protopolíticos, que denuncien el ritmo de reestructuración de las relaciones sociales y la profunda merma de los derechos fundamentales constitucionalizados que tal modelo trae aparejo (de ahí el incremento exponencial de los marcos normativos altamente autoritarios y las políticas represivas mediante el uso indiscriminado de la violencia policial en entornos hasta ahora considerados democráticos), (2) ni de sujetos políticos que, más o menos instalados en el campo político, enuncien políticamente y disputen electoralmente esta causalidad entre la reproducción del proyecto de dominación de clase, que es por definición, como hemos indicado, el correlato de un determinado ciclo sistémico de acumulación de capital, y la estructuración compleja y diferencial de la reproducción social global, que simultáneamente siempre se reproduce global y localmente, macro y microestructuralmente, de modos complejos pero absolutamente articulados.
La tarea de los nuevos sujetos políticos antisistémicos consiste precisamente en destruir esa desconexión mediante la producción de objetos políticos que liguen las pautas actuales de dominación sistémica de clase (geopolítica, geoeconómica, geoestratégica) a los catastróficos efectos que producen en las condiciones de reproducción democrática, igualitaria, justa y sostenible de las formaciones sociales del plantea mediante un juego ambicioso y complejo de enunciación y organización política en el seno de los campos políticos realmente existentes, producto de olas sucesivas de antagonismo y lucha expresados en torno a la totalidad de estos efectos y conducente a prácticas políticas capaces de concentrar la totalidad de los recursos sociales, políticos, institucionales, económico-financieros, monetarios y tecnológicos en la construcción de una nueva lógica sistémica poscapitalista.