Culturas
Raquel Peláez: “No estamos en un momento en el que haya odio a los ricos, aquí hay odio a los pobres”

El ensayo ‘Quiero y no puedo’ es uno de los fenómenos literarios de este otoño. La subdirectora de S Moda ha escrito una historia de lo pijo profundamente política que no renuncia a presentar un retrato ameno de las clases altas y sus vaivenes estéticos.
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Raquel Peláez es una periodista nacida en la ciudad minera de Ponferrada (León). David F. Sabadell
16 nov 2024 05:48

La cubierta del libro es de color rosa chicle y en el centro destaca la figura de un jugador de polo con una pata de jamón en lugar del stick con el que se juega a este deporte, asociado, no hay manera de que no sea así, a las clases altas y, dentro de estas, a la subsección pija. La periodista Raquel Peláez (Ponferrada, 1978) presenta estos días Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España (Blackie Books, 2024), un que libro no es solamente un ensayo divertido, sino también un análisis profundo acerca de lo que cuentan los símbolos de estatus y cómo estos se han transformado a medida que transcurría la historia y la (ejem) lucha de clases o la ausencia de esta en el debate público. Porque siguiendo el rastro del dinero, del brummel, de las sudaderas de Don Algodón o de las ropas canallitas de Scalpers se puede establecer el largo y ancho de la brecha que nos separa a una mayoría de quienes tienen los privilegios. 

¿El cayetanismo es la síntesis final del pijo o vamos a seguir viendo cómo evoluciona el ser pijo?
Yo creo que vamos a seguir viendo mutaciones infinitas hasta que cambiemos de régimen económico. Creo que lo pijo es producto de la sociedad de consumo, entonces, mientras exista un régimen de consumo en más o menos libertad, van a existir los símbolos de clase manifestados a través de la ropa y el aspecto personal. 

Pero parece como si, por primera vez, se hubiese encontrado una expresión política, un orgullo de reivindicarse como pijos.
No creo que la estética cayetana esté directamente relacionada con un corpus teórico político. Es decir, creo que es más bien una especie de pack que se compra como un estilo de vida. Los jóvenes que eligen ser cayetanos toman una vía ultraneoliberal, individualista, donde impera el culto al dinero, por la que el Estado se ha convertido en un enemigo, los políticos son todos unos parásitos que viven del Estado, etcétera. Eso es un pack estético que se compra con todo lo demás. No creo que sea una una elección política absolutamente meditada. Creo que tiene que ver con el mismo proceso por el que elegías la tribu urbana a la que querías pertenecer. Y creo que, en muchos casos, los más jóvenes toman esa opción para no quedarse fuera del grupo.

Lo verdaderamente novedoso del cayetanismo es que es una expresión mucho más parecida a lo que es una tribu urbana de lo que en su día fueron los pijos de los 80

Hay dos momentos importantes en esa evolución. Uno son las manifestaciones de la calle Núñez de Balboa durante la pandemia.
En Núñez de Balboa protestan unos vecinos de un barrio de rentas altas, donde la gente tiene una estética muy definida y muy gregaria, que es el barrio de Salamanca. Se manifiestan esencialmente porque les han tocado lo que no se toca nunca a esa gente, que son las costumbres y la tradición. En su día escribí una columna que usaba Pescaderías Coruñesas como metáfora. Y para mí esa era la clave de esa revuelta. La revuelta de Núñez de Balboa no tiene tanto que ver con el escándalo por el estado de alarma, sino con que les cortasen sus costumbres y que se les interrumpiese su cotidianidad. Que es una cosa esencial para este tipo de gente que habita ese barrio en concreto.

El segundo es Ferraz, ¿qué cambia con respecto al anterior?
En Ferraz están representados todos los espectros de la derecha actual. Y hay una representación del joven Cayetano por la que se interpreta ser de ultraderecha como ser punk. Alguien que le planta cara a los grandes poderes, le planta cara al presidente del Gobierno, le planta cara al Estado; en ese sentido comprendo que se les llame punk. Esos jóvenes hacen la elección del pack Cayetano. Y ese pack conlleva unas ideas que, como decía, no creo que muchas veces comprendan tan bien como creen. Me explico. Creo que lo verdaderamente novedoso del cayetanismo es que es una expresión mucho más parecida a lo que es una tribu urbana de lo que en su día fueron los pijos de los 80. 

¿Por qué?
De los pijos de los 80 se decía que eran una tribu urbana, pero no lo eran porque carecían del elemento esencial: no eran subculturales. El cayetanismo sí tiene, en cierta forma, componentes de subcultura, en el sentido de que ellos creen que van a contracorriente. Todo lo contrario de aquellos, que era todo a favor, todo vida y dulzura. Su orgullo era ser suaves, tranquilos, cursis. Ese era el orgullo del pijo de los 80.

Esta idea de “puto defender España” define bien lo que fue Ferraz y es verdad que, a pesar de todo, en Ferraz no todo el mundo es pijo y en Núñez de Balboa posiblemente sí.
Exactamente. Mientras que en Núñez de Balboa todos eran pijos y todos están muy cercanos en la adultez, el cayetanismo es un fenómeno bastante juvenil y se aproxima mucho a la tribu urbana como subcultura. En el capítulo que le dedico a los cayetanos hago esa enumeración. “¿Que usted está a favor del feminismo integrador? Yo soy antifeminista”, “¿que usted está en contra de los toros? Yo soy taurino”. “¿Que usted cree en el cambio climático? Yo soy negacionista”. A eso me refiero con lo contracultural.

Literatura
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‘Café Abismo’ y ‘La nada fértil’ son dos libros recientemente publicados por Sarah Babiker. Novela y ensayo que caminan por los problemas de la época contemporánea y lanzan salvavidas en forma de ideas.


En los últimos inviernos se ven menos fachalecos en la calle. ¿Crees que es simplemente una cosa de que desaparece la prenda o el chaleco sigue siendo un estado mental?
Creo que el fachaleco ahora mismo ya es una prenda súper transversal, que igual donde más se ve es en las excursiones del Imserso. Es una prenda concebida para el frío del cambio climático —que no es muy intenso— y entonces te protege el pechito. Pero al mismo tiempo sigue siendo una prenda esencial entre ciertas bolsas de la clase alta. El fachaleco sigue estando muy de moda entre gente que trabaja en el sector financiero. Creo que muchos jóvenes se lo siguen poniendo y efectivamente creo que es un estado mental. Tiene que ver con gente que va a monterías. En ese sentido, es una referencia ya un poco trasnochada.

Las clases altas más cercanas al poder o que han tocado poder y que no quieren perder ciertos privilegios, han sido siempre increíblemente pragmáticas con los par venus

¿Ya se le ha encontrado sustituto?
No hay nuevo fachaleco. Yo trabajo en moda, detectamos cosas que se pueden quedar o no. Detecto mucho entre las chicas de ciertos círculos de clase alta el regreso de la toquilla, que es esa prenda que es como es como un chal, pero de punto, y lo ves muchísimo en las bodas de gente conservadora. Te lo comento porque es una prenda que tiene una carga semiótica importante porque es muy muy muy retro. Muy tradwife. También hay un repunte del Belstaff [tipo de chaqueta de tres cuartos], pero asociado a la derecha.

Me interesa que comentes el caso de Isabel Díaz Ayuso, porque no es alguien que proceda de las clases altas y, sin embargo, se ha convertido en el ídolo de estas.
Yo creo que es el mismo caso que el de Javier Milei, en el sentido de que son personas cuyas personalidades quizás se atreven a canalizar las bajas pulsiones que esas clases altas no se hubiesen atrevido jamás a expresar. El nivel de populismo es tan alto que quizá representan toda esa bilis que lleva ahí mucho tiempo atrapada.

¿Y funciona? Porque entiendo que las clases altas siguen siendo igual de intolerantes con los par venus o nuevos ricos como han sido siempre.
En general, en este país, las clases altas más cercanas al poder o que han tocado poder y que no quieren perder ciertos privilegios, han sido siempre increíblemente pragmáticas con los par venus. Aquí lo importante es quién protege su derecho a no pagar impuesto de sucesiones. Quién les garantiza que no les van a impedir ser grandes tenedores, quién va a decir “las verdades” sobre los migrantes sin ambages. Entonces, si el que lo va a decir es un par venu, pero es uno que tiene “un par de cojones”, pues compran.

Me he centrado sobre todo en la pijez relacionada con la clase, porque a mí es la que me preocupa y creo que es la que está envenenando la sangre de nuestra sociedad

El libro parte de la tesis de que un pijo no es es una única cosa. En todos los barrios hay pijos, pero no en todos los barrios hay ricos. ¿Cómo funciona entonces esa identificación con lo pijo que puede afectar a mucha más gente que al famoso 1% que posee la mayoría de la riqueza?
Las dinámicas psicológicas que generan la pijería y que los demás nos perciban como pijos o que uno lo quiera ser son muy similares en todas parte. Entonces, se da ese fenómeno tan curioso por el que, en una estructura laboral, imagínate, la de un hotel, hay un recepcionista y cuatro limpiadoras. Las cuatro limpiadoras pueden tener cinco veces más terrenos que la recepcionista, pero la recepcionista va elegante, se cree su rol de recepcionista, va de trabajadora de cuello blanco. Entonces, en ese momento ya adquiere como una actitud o un rol frente a las que limpian. Y eso refleja un poco el mismo tipo de paradoja que se da con lo pijo. ¿Cómo sabemos cuándo se es pijo y cuándo no, quién lo es y quién no? Muchas veces consiste en querer serlo, en tener una actitud dada. Por supuesto es muy importante cómo te vistes y cómo te presentas ante el mundo, pero a veces es hasta una actitud. Por eso se da esa situación en la que en cualquier barrio humilde de cualquier ciudad, puede haber un grupo de personas que se consideran mejores que otras y los otros les llamen los pijos.

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Raquel Peláez, en un momento de la entrevista con El Salto. David F. Sabadell


En Últimas tardes con Teresa, Juan Marsé hizo a través del personaje del ‘Pijoaparte’ una definición maravillosa de esa categoría social del que se considera mejor que la gente de su ambiente. Pero, como explicas en el libro, el propio Marsé participó de un movimiento esnob, como es la izquierda “divina” de la Barcelona de los años 70.
El capítulo que trata de la gauche divine y de Barcelona está estratégicamente colocado porque creo que representa muy bien ese otro tipo de de forma de hacer las cosas: vamos a convertir el capital cultural en nuestra arma de guerra y vamos a crear un club basado en el capital cultural en el que no pueda entrar nadie. Y entonces se generan las mismas dinámicas que con lo pijo digamos convencional, que entendemos más relacionado con el dinero. De hecho, también está reflejada la anécdota de cuando Carmen Laforet intenta acercarse a Marsé y a [Carlos] Barral y ellos la esnobean, la ignoran, le hacen sentir como que no forma parte del club. Porque hay muchas formas de ser pijo. Dicho esto, yo me he centrado sobre todo en la pijez relacionada con la clase, porque a mí es la que me preocupa y creo que es la que está envenenando la sangre de nuestra sociedad. No he hecho mucha sangre con el pijo de izquierdas precisamente por eso.

En el caso que cuentas de Laforet también asoma el machismo. ¿El machismo y la misoginia son algo intrínseco a lo pijo?
En este caso concreto hay un machismo obvio, estructural, que lo transita todo. De forma más genérica, en lo pijo, hay que tener en cuenta que yo sitúo el nacimiento de lo pijo con la sociedad de consumo. La sociedad de consumo como la entendemos hoy en día se da gracias al nacimiento de la burguesía, y no hay que olvidar que la burguesía es la que hace de la familia nuclear y tradicional la célula esencial de nuestro tiempo. Entonces, para que la familia se mantenga incólume, y funcionen los sistemas de transmisión patrimonial que inventaron los burgueses en oposición a los de la nobleza, todo tiene que responder a esa estructura en la que un hombre y una mujer se casan, tienen hijos, la mujer es honrada y decorosa, se queda en casa, él va a trabajar. Todo esto afecta al burgués, por supuesto, no a la clase obrera. La familia es la estructura básica y nuclear de lo burgués y también de lo pijo. Y es profundamente patriarcal. De todas las costumbres relacionadas con lo burgués vienen muchos macro y micromachismos, desde que son las mujeres las que compran y las que se ocupan de las tareas domésticas hasta que son las que se tienen que estar ocupando de estar guapas siempre para ser merecedoras de casamiento.

En el libro esa vocación la trasladas a través del personaje de Tamara Falcó.
Tamara está para explicar un poco la función primordial de reproducción patrimonial hereditaria y de cómo una mujer es un juguete roto en ese sistema si no se casa.

Observa los esfuerzos que hace Ayuso para justificar el matrimonio, la familia, etc. Son esfuerzos súper mostrencos, pero creo que responden a su necesidad de llegar a esa gente que sabe que son su base

Un salto temático. El influencer Llados representa una emancipación del imaginario de lo pijo. Alguien que, a pesar de la ostentación, ya no está asociado a las ideas fundamentales de la reproducción de clase burguesa. ¿Qué es Llados?
Llados está, de alguna forma, y aunque esto suene horrible, fuera de los sistemas burgueses. Llados escapa a lo pijo porque es lo contrario de lo burgués. Él casi está proponiendo otra estructura social, reventar el sistema para crear otro sistema. El usa los símbolos de estatus, como hace lo pijo, pero no usa los demás mecanismos. O sea, para él no es importante la costumbre, la tradición, la reproducción simbólica entre clases, que está relacionada con la costumbre y la tradición, el matrimonio, etc. Tienen también obsesión y fijación con los símbolos de estatus, pero desprovistos de todo lo demás.

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En el caso de los futbolistas de éxito sí se daban esos intentos de asimilación.
Sí, en estos casos, la figura femenina estaba necrosada. Si siempre ha sido un trofeo para la cultura burguesa —la mujer es una cosa lejana, que no se expresa— en ese ámbito se convierte en un cromo total, la WAG se presenta como un trofeo. Pero, efectivamente, a pesar de lo hiperbólico, había un esfuerzo por la integración en ese sistema. Pero es que Llados y estos ya se salen de ahí. Es otro sistema.

Creo que necesitamos una especie de fantasía sobre lo que supuestamente hacen los ricos cuando no miramos que justifique la brecha que nos separa

Volviendo a las estructuras familiares…
De hecho, mira, vuelvo yo a Ayuso. A pesar de que está fuera de ese sistema de valores porque es una mujer sin hijos que está emparejada, observa los esfuerzos que hace Ayuso para justificar el matrimonio, la familia, etc. Son esfuerzos súper mostrencos porque eso no tiene nada que ver con su propio estilo de vida, pero creo que responden a su necesidad de llegar a esa gente que sabe que son su base.

Series de televisión como Succesion o White Lotus nos han dado el pequeño placer de odiar a los ricos.
No sé si hay un odio ahí. Creo que esa es la interpretación que hace una persona con el sistema moral típico de la socialdemocracia. Hay gente a la que no le parece mal lo que pasa ahí. Si la gente ve con odio, eso no lo sé. No estoy segura de que sea despreciativa la forma en la que se ve esa serie, pero tampoco creo que sea real lo que refleja. Creo que necesitamos una especie de fantasía sobre lo que supuestamente hacen los ricos cuando no miramos que justifique la brecha que nos separa, tan grande, de ingresos y privilegios.

¿Crees que está creciendo el odio de clase? Y, si es así, ¿por qué la izquierda no lo está sabiendo canalizar en un programa político?
Creo que ocurren dos cosas. Aumenta la alfabetización general de las personas con respecto a lo que significan los símbolos de estatus, lo que nos intentan vender y lo que hay de verdad detrás. Creo que la sociedad está muy formada; a pesar de que pensemos que avanzamos hacia lo contrario, hacia un apocalipsis en el que nadie sabe leer y no hay comprensión lectora, no es así. Creo que estamos en un momento en el que las trampas de la publicidad, los ardides del marketing que funcionaron en el siglo XX y hasta muy entrado el siglo XXI, ya no funcionan, y la gente está cansada de que le tomen el pelo. Esto a la vez se complementa con el hecho de que estamos en una crisis bestial del Estado como figura de autoridad y en un momento en el que hay que repensar muchas estructuras. Y en ese repensar, la izquierda está siendo débil, o no lo suficientemente vehemente.

Sin embargo, sí crece el odio de clase hacia abajo. La aporofobia.
Sí, es la tesis de la que parte el libro. Esa ha sido mi obsesión y, de hecho, me ha ofendido que en una página de crítica de libros ha titulado una compilación de mi libro junto a otros títulos de esta temporada como “Odio a los ricos”: no nos equivoquemos, no estamos en un momento en el que  haya odio a los ricos, aquí hay odio a los pobres. Y además hay un odio interiorizado a los pobres. El pobre, o se odia a sí mismo, o nos hemos ido adiestrando en odiarnos por la medianía. Entonces se da esa cosa de decir: voy a intentar disimular lo máximo posible y hacer pasar que soy clase media.

En el libro citas a Emmanuel Rodríguez y su El efecto clase media (Traficantes de Sueños, 2022). Una de las cosas que cuestiona ese ensayo es que pueda haber un tercer desarrollo de las clases medias en España por la cuestión de la crisis global, ya sea climática, ya sea de sobreproducción, etcétera. Por eso te preguntaba al comienzo si el cayetanismo es la última mutación, en tanto que no va a haber una próxima oleada de “nuevas llegadas” a la clase media.
Una idea del libro, y de hecho el motivo por el que quizá no hay una beligerancia tan frontal contra lo pijo, es porque creo que la existencia de lo pijo en el fondo puede representar una buena salud de un sistema donde las clases medias son muy amplias. Ya sabes, ese juego de simulación es posible solo en una sociedad donde hay margen para ese juego. El libro empieza en el siglo XVIII porque era el momento donde no había margen para eso. La mujer que llevaba un polisón es que tenía el dinero para comprárselo y la mujer que tenía un abrigo de salida del teatro es que iba al teatro. Y los demás pasaban hambre porque la clase media era un 0,5% de la sociedad y el resto eran proletarios agrícolas. Entonces, efectivamente no le meto esa caña y esa ira que se espera a lo pijo, porque creo que lo pijo en cierto punto tiene eso entrañable relacionado con la existencia de la clase media.

Como un anticuerpo.
Claro. El otro día, en una presentación maravillosa en Carabanchel, me decía un señor, “¿existe la clase media?”. Y yo pensaba: tú te subes al metro y ves gente que es clase trabajadora y ves a gente de clase media, claramente ves a quien tiene margen para los afeites, para ir a la peluquería, para arreglarse la boca y para hacerse una manicura, aunque esa gente no sea ni mucho menos millonaria. Y ves a los que no tienen tiempo ni para mirarse en el espejo. Y esa clase media que ves en el metro es en un porcentaje muy alto de la sociedad española.

¿Ha sido errática la izquierda a la hora de presentarse desde el punto de vista estético?
A ver, ha habido mucho sentimiento de culpa y mucha necesidad de justificar cada decisión estilística. Y luego esa cosa tan de la izquierda como de tener que hacer un ensayo sesudo de cada decisión. Y en eso se nos ha complicado mucho el estilo. Porque si te asesoraba Elena Benarroch, mal, porque era peletera, si no te ponías nada, mal, porque ibas como un tirao. A la izquierda se le exige pureza moral y esa pureza moral atañe también a todas las decisiones estilísticas.

No sé si ya te han criticado que te fijes tanto en el vestuario, como si eso no formase parte también de la comunicación política.
Yo, a pesar de que, o precisamente porque trabajo en moda, creo que es importante cómo te presentas ante el mundo, pero que tampoco hay que destinarle más tiempo del necesario. Tiene que ser infinitamente superior el tiempo que se destina a las ideas, al debate, a la mejora de la vida de los ciudadanos, a pensar en alternativas, que lo otro. Cuando no es así, hay un problema.

¿Puede llegar a ser presidente del Gobierno un hombre que viste ropa de montaña?
No creo que en España ahora mismo pueda ser. Bueno... Es más fácil que ocurra eso que que llegue a presidenta una mujer, pero es poco probable. 

¿Y una mujer que vista ropa de montaña?
Eso es imposible.

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