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Dana
Crisis constante, dana y otros fenómenos climáticos extremos
Vivimos en un estado de emergencia climática y crisis constantes. Para estudiar el fenómeno de cerca y comprender el efecto psicológico que nos producen, nada como tomar un poco de perspectiva. Hace apenas cinco años que el virus SARS-CoV-2, el coronavirus de tipo 2 causante del síndrome respiratorio agudo severo, se expandió sin control por el mundo y nos golpeó donde más dolía, en la salud y la economía, provocando la pandemia de COVID-19.
Han pasado escasos días desde que hemos visto la cara al horror del calentamiento climático, en el Mediterráneo esta vez. Pero aún tenemos en el recuerdo las imágenes del huracán Katrina o de las lluvias torrenciales que azotaron este año el sur de Brasil. Desde finales de abril las crecidas de los ríos en el estado de Río Grande del Sur dejaron sumergido un estado densamente poblado y un centenar de muertos tras de sí, afectando a más de 1,7 millones de personas. Una de las peores inundacionesde la historia moderna en ese país.
A causa de las elevadas temperaturas del Mar Mediterráneo, el pasado 29 de octubre Valencia acumuló, en apenas unas ocho horas, el agua que cae durante todo un año, según los datos de la Aemet. Algo que contrasta con el periodo de sequía prolongada que vienen padeciendo las cuencas de levante y Andalucía, con efectos especialmente dramáticos en la agricultura. A nivel mundial, estos fenómenos de lluvias torrenciales son el contrapunto a los incendios sufridos este año en lugares tan dispares como Australia y Canadá. La temporada de incendios forestales en Australia ha sido de las peores en la historia del país, con más de 10 millones de hectáreas afectadas. Más allá de las pérdidas materiales, los incendios han tenido un impacto significativo en la ecología y la biodiversidad además de comprometer la seguridad pública del país. Los incendios forestales en Canadá, Estados Unidos y Australia han sido un desafío para los servicios de emergencia, requiriendo una respuesta coordinada y un gran esfuerzo por parte de varios países para controlarlos. En Canadá durante la temporada de 2024, se registraron más de 575 incendios forestales, con cenizas que viajaron más de 7.000 kilómetros a través del océano Atlántico y llegaron a España.
La catástrofe climática global no solo altera el medio ambiente, también tiene efectos psicológicos. Es evidente que los desastres ambientales producen efecto en la salud mental de las personas que los padecen. Las consecuencias del cambio climático son cada vez más frecuentes y severas y, al mismo tiempo, el impacto psicológico en la salud es más preocupante, incluso en aquellas personas que no se ven directamente involucradas. A diferencia del estrés agudo causado por un fenómeno catastrófico de estas características, la ansiedad y el temor persistente a que ocurran desastres ambientales afectan cada vez a más población, especialmente joven, que son más susceptibles a vivir en un clima de inseguridad.
Crisis climática
Valencia Qué hay detrás de la dana
La incertidumbre sobre el futuro de su entorno, junto con la falta de opciones, genera preocupación constante. De hecho, son las personas más conscientes de que vivimos en emergencia climática. Un ejemplo son los movimientos liderados por jóvenes, como Fridays for future o Extinction Rebellion, que tratan de concienciar sobre las consecuencias intergeneracionales del cambio climático y que expresan así su preocupación por la tierra que heredarán.
¿Qué medidas se están tomando para mitigar el calentamiento global y actuar frente a la emergencia climática en Europa?
El 17 de junio del presente año se adopta el Reglamento europeo de Restauración de la Naturaleza que pretende contribuir a mitigar el cambio climático y los efectos de las catástrofes naturales en Europa, con una serie de compromisos internacionales en materia de medio ambiente. Establece objetivos y obligaciones concretas, jurídicamente vinculantes, para la restauración ambiental. De hecho, plantea restaurar al menos el 20% de las zonas terrestres y marítimas de la UE hasta 2030 y el resto de ecosistemas, incluidos urbanos y de agua dulce, que necesiten restauración hasta 2050.
No todos los ecosistemas degradados tienen el mismo valor para el ser humano. Existen ecosistemas de alto valor ecológico cuya conservación encuentra un amplio corpus en la legislación europea desde hace varias décadas. Los humedales proveen de notables beneficios o “servicios” bien cuantificados. Son de suma importancia para las comunidades porque regulan los niveles de agua, previenen inundaciones, estabilizan las costas, termoregulan el clima, generan protección contra tormentas, depuran el ambiente y son un gran reservorio natural de especies, muchas de ellas endémicas. De entre todos los ecosistemas acuáticos, los de agua dulce posiblemente sean los más importantes para la biodiversidad. Con menos del uno por ciento de superficie terrestres y siendo la milésima parte del agua del planeta, los humedales aseguran la supervivencia de más de cien mil especies de animales conocidos. En resumen, son esenciales para la vida.
El valor de los humedales como secuestradores de CO2
El singular aporte de los humedales no es precisamente conocido. Son los ecosistemas de mayor productividad y biodiversidad, ocupando en torno al 5% de la superficie emergida. Y pese a su escasa superficie, proporcionan el 40% de los servicios renovables del planeta. Algo nada desdeñable en un sistema con recursos finitos. Por eso están entre los más valiosos económicamente. Debido a su capacidad de retención y depuración, consiguen laminar el agua y recargar los acuíferos, las mejores reservas de agua dulce que poseemos. A esto se suma el papel clave que desempeñan en la captación de carbono atmosférico. Cuando su estado es óptimo, gracias a la fotosíntesis y otros procesos mediados por plantas y microorganismos, transforman el carbono de la atmósfera en carbono orgánico.
La saturación de agua en los suelos húmedos disminuye la velocidad de descomposición de la materia orgánica y favorece la acumulación de carbono. La productividad alcanza entre 0.4 hasta 32 mg. de carbono por hectárea y año para diferentes humedales. Esto tiene un evidente beneficio para el ser humano, puesto que ayuda a mitigar los efectos del calentamiento climático. Dado su capacidad de acumular e infiltrar agua lentamente, retrasan, por un lado, el impacto de las avenidas e inundaciones y, por otro, amortiguan el efecto de las sequías, contribuyendo a la regulación climática. Gracias a ellos se reducen los efectos de la contaminación, algo especialmente importante en zonas agrícolas y periurbanas. No obstante, desde hace décadas vienen sufriendo fuertes presiones y, actualmente, son los ecosistemas continentales que más sufren.
La pérdida de humedales naturales ha aumentado de manera progresiva. En el último siglo se han destruido más de la mitad de los humedales en la Península Ibérica. En Europa, se tiene constancia de cifras similares de desaparición de humedales. Según los datos de la Secretaría General para la implantación del Convenio Ramsar están desapareciendo a una tasa anual que se incrementa cada año. La principal causa es la contaminación. Usamos el 60% del agua dulce disponible y el nitrógeno biodisponible, más de la mitad procedente de abonos químicos, se ha disparado en las últimas décadas, contaminando muchas de las reservas de agua dulce. De los humedales existentes, un número importante se encuentran bastante degradados o han sufrido un empeoramiento en su calidad y cantidad, fundamentalmente a causa de la expansión del regadío industrial, la sobreexplotación de acuíferos y la contaminación.
No en vano, los anfibios son el grupo de vertebrados más amenazado del planeta, afectados por la destrucción de hábitats, el calentamiento climático, las nuevas enfermedades emergentes y la introducción de especies exóticas invasoras.
Salvar los ecosistemas acuáticos supone ser eficaces a la hora de buscar soluciones para revertir estas tendencias catastróficas. En las áreas antropizadas, como terrenos agrícolas y urbanos, los humedales son escasos y concentran la mayor parte de las funciones del ecosistema. Precisamente en ese contexto, donde la lluvia juega un papel vital para las personas, estos ambientes naturales permiten que el agua que cae de forma torrencial deje de ser un residuo, que colmata alcantarillas y hay que eliminar cuanto antes, y se convierta en un recurso.
Biodiversidad y cambio global
Una especie que se extingue, además de constituir un acervo genético único fruto de la evolución, también supone un número de conexiones con su entorno y con otras especies que desaparece para siempre. El panorama sobre la pérdida de biodiversidad a escala planetaria es desolador. La finalización de la Cumbre de Biodiversidad (COP16) en Cali, Colombia, pone de relieve la visión mercantilista de la naturaleza de países como Argentina, Brasil y Canadá, unido a la falta de acuerdos para conservar la biodiversidad, dado el escaso número de países que han presentado sus planes nacionales para cumplir con el Marco Mundial de la Biodiversidad en 2024 (solo 44 de los 196 países). Todo hace pensar que la tendencia destructiva no mejorará en los próximos años.
Que el calentamiento global es un importante motor de la pérdida de biodiversidad a escalas locales, tanto en los ecosistemas terrestres como en los acuáticos, no es un hecho reciente. El impacto de especies exóticas invasoras en la mayor parte de los ecosistemas del planeta, especialmente aquellos muy explotados por el ser humano, es uno de los indicadores. Los cambios climáticos excepcionales o progresivos también son factores muy importantes que inciden de manera radical en la distribución de las especies. Muchas se están desplazando de sus “zonas históricas” como respuesta al calentamiento, ampliando o reduciendo sus “nichos”, es decir, la capacidad de poder vivir y reproducirse con éxito. En un mundo más caliente, las especies se desplazan de latitud y altitud hacia zonas tradicionalmente más frías. Especies de climas adaptadas estrictamente a climas templados ven reducir sus áreas de dispersión, mientras que para las especies consideradas tropicales y subtropicales aumentan las posibilidades. Un ejemplo son las citas recientes de especies tropicales de ambientes marinos en la costa catalana, evidentes bioindicadores del calentamiento del medio marino.
Dana
Cambio climático La ciencia liga la agresividad de esta dana con la aceleración de la crisis climática
Las consecuencias de la pérdida de biodiversidad, como el efecto cascada de un dominó, sigue propiciando la aparición de nuevas “enfermedades emergentes” que inciden también en el ser humano. Virus como el Ébola, el SARS, el VIH o el Virus del Nilo Occidental han provocado graves crisis en las últimas décadas. Las conclusiones científicas sobre la relación entre el cambio global y su impacto sobre las poblaciones son abrumadoras. Un fenómeno que es un prisma de muchas caras: la contaminación, la deforestación, el aumento de la aridez en los suelos, la pérdida y degradación de hábitats, la erosión genética y la desaparición de biodiversidad, los nuevos brotes epidémicos, las inundaciones e incendios provocados por el aumento de temperatura global, el calentamiento del mar y las capas de la atmósfera a escala planetaria.
Prestar un buen servicio a la naturaleza, en lugar de continuar pidiendo un crédito vitalicio, nos permitirá recuperar la funcionalidad perdida de algunos ecosistemas, devolviendo así el préstamo que nos han hecho a lo largo de la historia de la humanidad. Esta puede ser la única apuesta segura en un mundo imprevisiblemente cambiante.