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Documental
Y la Gata se hizo eterna
El Teatro Lope de Vega presenció el pasado lunes la presentación del trabajo dirigido por Juanma Sayalonga y David Sainz (Malviviendo, Fogueo, Grasa) en homenaje a Ana García Llorente, más conocida en el mundo de la cultura como Gata Cattana. Una cita para la que las más de 500 butacas disponibles se agotaron en apenas unas horas desde su lanzamiento. Sin duda, una de las obras que más expectativas ha generado dentro del certamen con permiso de otros títulos como el thriller galego de As Bestas (Rodrigo Sorogoyen), la potente y empoderante cinta francesa Rodeo (Lola Quivoron) o el veraz relato del extrarradio madrileño que propone La Mala Familia (Nacho Villar y Luis Rojo).
Sin embargo, a pesar de la gran acogida de público y crítica hacia este biopic sobre la autora andaluza, el camino hasta su estreno no ha sido nada sencillo. Juanma inició este proyecto en solitario a través de un crowfounding en 2019 para “recoger la luz y alimentar las semillas” [sic] que su amiga Ana había dejado tras su marcha. Diversas dificultades para su desarrollo en plenitud (pandemia mediante) hicieron que, antes del desembarco en el proyecto de David Sainz en la codirección y Teresa Segura en la producción desde su Different Entertainment, este corriera serio riesgo de no materializarse. “Sin ellos esto jamás habría visto la luz”, reconoce el director sevillano. Para ambos cineastas afincados en Dos Hermanas, este estreno supone, además de “poder cerrar una puerta emocional” sintiéndose “muy agradecidos”, una invitación a que “su mensaje transformador llegue a todo el mundo”.
“Cada conversación nos dejaba nuevas preguntas, nuevos protagonistas, nuevas búsquedas…”
El esfuerzo ecléctico por parte de los directores de mostrar a una autora en todas sus dimensiones hace que el producto final se vea sumamente enriquecido por la variedad de temáticas y relatos: “Cada conversación nos dejaba nuevas preguntas, nuevos protagonistas, nuevas búsquedas… queríamos realizar una labor final que, como la grabación, estuviera viva durante todo el metraje y transmitiera esa autenticidad”, cuentan a El Salto Andalucía, aliviados y satisfechos por la recepción. “Fue una noche muy especial. Estábamos un poco asustados por todo lo que suponía enseñarle esto a toda la gente importante para Ana. Durante el proceso no parábamos de cuestionarnos qué pensaría tanto ella como su familia de lo que estábamos haciendo y en esta filosofía puede que resida el éxito de la película”, comentan.
El documental destaca por la cantidad de imágenes caseras e inéditas que se suceden a lo largo de los casi 100 minutos que dura la cinta: desde su niñez en ese Adamuz profundo, sus primeros conciertos tanto de flamenco como de rap en Córdoba, compartiendo más ‘bolos’ y momentos con sus compañeros de piso en Granada, hasta su última etapa en Madrid. Fue en esta ciudad donde comenzó a vislumbrase como la gran esperanza de este rap patrio de segunda generación, en una subcultura tan marcada por la falta de conciencias femeninas y asociada históricamente al hermetismo y la egolatría, valores de los que ella siempre rehuía. La aparición en el documental de raperas como Sara Socas o las integrantes de Tribade Bittah y Masiva Lulla, son la confirmación de que su ejemplo sigue calando e inspirando a miles de chicas hoy.
La banda sonora, como no podía ser de otro modo, cobra un protagonismo especial al constituirse a partir de la incompleta y autogestionada discografía de Cattana. Esta se amolda de forma exquisita al contexto de cada testimonio, amén del mimo y “conocimiento de causa’”con la que los directores han construido este filme. “Venimos de Yerma, de Bernarda Alba, con los saquitos de tierra a la espalda, nuestros abuelos no saben leer”, de su canción “Yerma”, o “Todo el rato para vosotras: nunca me sentí sola porque estábamos juntas”, de “El Plan”, son algunos de los versos que transcurren entre testimonios, grafitis y pancartas con su huella en las manis.
Literatura
Vivir no es solo respirar
Gata Cattana nos dejaba a principios de 2017 y pasaba a formar parte del imaginario colectivo de una generación que se abre paso entre las fracturas del desarrollo económico global y la homogeneización cultural. La publicación de No vine a ser carne (Aguilar, 2020) completa el legado literario de la polifacética creadora andaluza, tan unida siempre a la crítica y el compromiso social.
Ana y Cattana convergen en una configuración personal adelantada a un tiempo donde las reivindicaciones y el compromiso (también el feminista) no destacaban entre una juventud propensa al hedonismo bajo una marcada realidad rural conservadora. “Abanderada de todas las causas injustas” como recuerda Ana, su madre, para la que también, como recogen sus amigas en un punto del documental —“el pueblo se le quedaba chico”—, y que, como tantas otras, tuvieron que hacer las maletas y enfrentarse a ese desarraigo territorial e identitario para el que no parece haber fin.
Instalada ya en su Granada, la ciudad le abrió las puertas de la adultez y la introdujo en el huracán de precariedad y descontento social derivado de la crisis económica de 2008. Estos años representan la movilización política (y artística) de una colectividad indignada que estalla en el 15M y de la cual Ana formó parte activa. Sorprende que el documental no indague más en profundidad en esta etapa desde su rol estudiantil, especialmente relevante en su biografía también a su paso por Madrid, donde cursó un máster en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense y colaboró en la incipiente fundación y expansión del partido Podemos.
Susana Pinilla, investigadora y docente en la Universidad alemana de Wuppertal afirma que el firme propósito de Cattana reside en “didactizar el feminismo a través de una obra culturalista”, cargada de referentes pasados y presentes, como la propia Silvia Federici, a la cual es muy grato descubrir entre la lista de invitadas al metraje. Como se ha recogido estos días desde el medio Cine con Ñ, la precocidad de Ana choca, además de por la madurez de su creación, por adelantarse a cuestiones muy actuales, más aun teniendo en cuenta su partida hace más de 5 años cuando “el vocabulario feminista omnipresente en sus letras no era de manejo tan habitual en el debate político”.
Su obra simboliza una batalla política desde el arte (no conviene confundir con preceptos panfletarios con los que, desde las élites dominantes, se suele asociar a este tipo de manifestaciones populares como herramienta de desprestigio), a la que Cattana, al más puro estilo banzai, acudió con el feminismo como escudo interseccional. Como recuerda su DJ y amigo incondicional Carlos Esteso, su conocimiento sobre la historia española era tal que, a cada paso por Madrid o Barcelona, Ana lo instruía con “fechas, personajes y pasajes concretos de la Guerra Civil”. Y añade con sorna: “Eso mismo que ella había estudiado sobre el franquismo lo empleaba después en las reuniones con los de Sony”. Una lucidez sobre su posición en la escala de clases que la convierten en una personalidad irrepetible, cuyo legado, de igual modo que la nómina de su ejército, son y serán eternos.