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Editorial
Hasta que el pueblo palestino duerma tranquilo
Más de 75 años de ocupación merecen, por lo menos, enfocar y reenfocar las veces que haga falta. Israel ha ahogado sistemáticamente al pueblo palestino, replegado sobre los pequeños espacios de Gaza y Cisjordania. Hoy solo se puede hablar de violación de los derechos humanos, de aniquilación del derecho internacional y de palabras gruesas que, por desgracia y a pesar de todo, describen perfectamente las operaciones del Estado de Israel: masacre, apartheid, limpieza étnica y genocidio.
El clamor popular internacional es, además de claro, bien conciso: alto al fuego permanente y boicot a Israel. Pero ¿qué ocurre cuando las calles del mundo, en Santiago de Chile, en Washington, en Londres, en Madrid, en Glasgow, en Bruselas, en Barcelona, en Nueva York, en Cádiz, en Yakarta, en Irun o en Pakistán se ondean las banderas palestinas, se organizan vigilias, se paralizan los principales accesos y se boicotean supermercados que proveen y negocian con el régimen de Netanyahu? Pues no pasa nada. Nada, porque nadie parece escuchar. Porque lo que pesa es que allá, en Oriente Próximo, Israel sigue siendo el principal aliado de una Europa y Estados Unidos cómplices.
No pasa nada de nada. Ni los miles de niños asesinados, ni los hospitales ametrallados, ni 75 años de apartheid, ni la tortura hídrica, ni la exclusión sistémica. La opinión de líderes políticos alrededor de la esfera, además, alientan una falsa idea del todo es Hamás. Dan igual las horribles imágenes de sangre que veamos en el telediario. Tampoco aportan mucho las palabras de repulsa del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, junto al primer ministro belga, Alexander de Croo, cuando instaron a Israel a evitar la matanza indiscriminada de civiles. Esto, lo único que revela, es que tanto el Estado español como el belga, a pesar de los negocios (los armamentísticos, los más dolorosos), deben seguir, aunque sea mínimamente (y falsamente), ese clamor popular organizado llamando al boicot, la desinversión y las sanciones.
Israel
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Boicot, hasta el último aliento, al Estado de Israel. Solo aislándolo en su cruzada criminal, los palestinos dormirán tranquilos
Si Barcelona ha podido volver a romper relaciones con Israel (“interrumpirlas”, en realidad), con su “hermana” Tel Aviv, a pesar de que su alcalde, Jaume Collboni, las hubiera restablecido apenas unos meses atrás, ¿qué le impide al Gobierno Vasco (y al resto de instituciones vascas) hacer exactamente lo mismo? ¿Cuántos chalecos antibalas, cuánta munición, cuántos contratos va a seguir firmando con empresas ligadas al apartheid israelí para abastecer a la Ertzaintza? ¿Cuántas acciones va a seguir invirtiendo en firmas como CAF, que opera sobre territorios ocupados? Cuenta la leyenda que el edificio de Sabin Etxea está insonorizado y por eso nadie allí escucha nada de lo que ruge en las calles.
El movimiento BDS sigue tejiendo e hilando para lograr lo que un día se logró en otro punto del mundo: el fin del injusto y deleznable apartheid de Sudáfrica. Nosotros no podemos hacer otra cosa que exigirlo. Boicot, hasta el último aliento, al Estado de Israel. Solo aislándolo en su cruzada criminal, los palestinos dormirán tranquilos.