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Movimientos sociales
‘Estallidos’. Cuando en las calles se habla de revueltas y transformación social
En un texto dedicado a reivindicar la actualidad del pensamiento de Spinoza y, con ello, a trazar una genealogía del concepto de multitud, Toni Negri apunta la necesidad de invertir la fórmula gramsciana con la que buena parte de la militancia comunista italiana y europea había justificado su plan de acción durante décadas. En lugar de apelar al pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad, con el fin de explicar tanto las dificultades tácticas del combate como la persistencia estratégica de las luchas, Negri llama la atención sobre la necesidad de conjugar el optimismo de la razón con la prudencia de la voluntad. “Habíamos sido educados en un crudo realismo del juicio político y en un voluntarismo forzoso, prepotente y muchas veces sectario ―indica Negri―. Por el contrario, Spinoza nos enseñaba el ‘optimismo de la razón’, su pasión alegre y, a la vez, la ‘prudencia de la voluntad’, la invencible ‘pesadez’ de su avance”.
Este movimiento en las piezas del tablero ―que Negri sitúa en el contexto de la represión y el posterior declive que sufrieron los movimientos autónomos italianos― responde a una convicción de marcado carácter materialista: un análisis racional sobre la realidad concreta nos lleva, en efecto, a desestimar la opción de la derrota como balance general de los últimos ciclos de luchas. A pesar de todos los intentos por aniquilar la potencia disruptiva de los movimientos políticos y sociales alternativos, las luchas se multiplican de manera cada vez más intensa, reiteradamente. Las líneas de fuga que se dibujan desde el interior del sistema amenazan con hacer cada vez más complicada la continuidad del modo de producción dominante. En estas condiciones, lejos de confiar en una suerte de especialización o de profesionalización militante, cabe más bien apelar a una multitud diversa, amplia, atravesada por múltiples opresiones y constituida en base a otras tantas resistencias, que se abre paso en las calles y protagoniza los nuevos combates. La vieja estructura binaria que dividía el sujeto revolucionario en una vanguardia dirigente y una masa que debe ser guiada por aquellos que detentan el monopolio del saber político deja su lugar a nuevas formas de articulación que, en buena medida, están aún por perfilar. Aunque todo ello no debe llevarnos a olvidar que la organización de las luchas que emergen en el campo social sigue constituyendo una necesidad de primer orden.
Un propósito y un planteamiento similares atraviesan el libro de Albert Noguera y Jule Goikoetxea: Estallidos. Revueltas, clase, identidad y cambio político (Bellaterra Edicions, 2021). Como apuntan las autoras, una simple mirada a los acontecimientos que han tenido lugar durante los últimos años, en distintas partes del mundo, nos sirve para ver de manera clara que las deflagraciones sociales incontroladas definen en buena medida nuestro contexto político más inmediato. Que los estallidos sociales son, si lo queremos decir así, el motor de la historia reciente. Igualmente, si nos sumergimos en los movimientos que desestabilizan la aparente quietud sistémica del capitalismo senil, nos damos cuenta de las mutaciones que se han producido en la subjetividad colectiva que, más allá del proletariado tradicional, encabeza las revueltas de hoy en día. Las luchas se mueven a una velocidad distinta de la que marcan los partidos, los sindicatos e incluso la militancia de carácter transformador. Pero este extremo no nos debe hacer caer en el espontaneísmo ni en la ilusión de creer que el combate se puede librar, al menos si queremos mantener unas ciertas esperanzas de llevar nuestras aspiraciones a buen puerto, sin una participación destacada de aquellos colectivos acostumbrados a enfrentar la explotación y los desmanes que definen al modelo neoliberal.
¿Cómo orientar las revueltas que se producen en las calles para que reviertan en un movimiento generalizado de carácter netamente revolucionario y transformador? ¿Cómo evitar la deriva reaccionaria e incluso fascista que todo movimiento de masas puede adoptar cuando emerge en el campo social?
¿Cómo entender, pues, en el plano teórico y más aún en la práctica los estallidos sociales que dejan su huella inconfundible sobre una etapa histórica ―la nuestra? ¿Cómo dar continuidad, en el tiempo y el espacio, a estos movimientos que en lo inmediato tienen la capacidad de sacudir el plano social? ¿Cómo hacer de las explosiones que vivimos cada cierto tiempo una oportunidad real para inaugurar un nuevo orden de relaciones (micro)políticas, (micro)sociales, (micro)económicas? ¿Cómo orientar las revueltas que se producen en las calles para que reviertan en un movimiento generalizado de carácter netamente revolucionario y transformador? ¿Cómo evitar, en fin, la deriva reaccionaria e incluso fascista que todo movimiento de masas puede adoptar cuando emerge en el campo social? Estos son algunos de los interrogantes que se abordan en el libro, a partir del diálogo y la mirada que las autoras ponen en común sobre la realidad actual. Con la voluntad, siempre presente, de evitar cualquier planteamiento simplista y dicotómico cuando se trata de proponer un plan conjunto de acción para los movimientos de resistencia y creación de alternativas.
Pensamiento
Jule Goikoetxea y Albert Noguera “La realidad nos obliga a tener que redefinir conceptos como proletariado, burguesía y lucha de clases”
Acontecimiento y sujeto
Según el esquema que ha seguido una buena parte de la tradición marxista, los acontecimientos que se dan en el plano político y social se pueden explicar a partir de dos elementos íntimamente relacionados. Toda revuelta social que posteriormente haya tenido fuerza para dar un vuelco definitivo al conjunto de relaciones que conforman la realidad responde, en primer lugar, a la necesidad de abolir unas condiciones materiales adversas para una parte importante de la población. Al mismo tiempo, todo cambio radical depende de la suma de fuerzas y, pues, de la organización previa del sujeto que protagoniza el enfrentamiento con el poder constituido.
Sin negar la importancia de los elementos que acabamos de mencionar, Noguera y Goikoetxea proponen una lectura distinta acerca de los acontecimientos y del sujeto que protagoniza las luchas. Es cierto que una situación de malestar generalizado, como hemos visto con las sucesivas crisis económicas, puede precipitar los estallidos en el campo social. No hay que dudar, asimismo, del hecho que una red masiva de movimientos de carácter transformador contribuiría a sostener y dar continuidad a los desórdenes que se producen en las calles. Igualmente, debemos aceptar que un tejido social fuerte, establecido en base a principios de carácter revolucionario, podría ahuyentar la tentación reaccionaria de los movimientos sociales inesperados. Y, sin embargo, los estallidos que han tenido lugar los últimos años ―con los chalecos amarillos, el procés catalán, las mareas feministas, el Black Lives Matter o el proceso constituyente chileno―, así como en los años anteriores ―con el 15M, Occupy Wall Street o las Primaveras árabes―, muestran que la subjetividad colectiva se ha ido formando, en cada caso, alrededor de los acontecimientos a los que respondía y a los que, en paralelo, hacía crecer con cada una de sus acciones. El sujeto toma cuerpo y se desarrolla al calor de los discursos, de las proclamas, de las prácticas y las relaciones que anticipa con cada una de sus manifestaciones. No es necesaria la existencia previa de un sujeto autoconsciente, aquel en el que se da la doble dimensión dialéctica del en sí y del para sí, para que se produzca un vuelco revolucionario.
Por lo demás, toda vez que hemos escapado de cualquier atisbo de esencialismo a la hora de analizar los acontecimientos políticos y sociales, se entiende que la textura interna de las nuevas subjetividades emergentes sea tan heterogénea como el conjunto de relaciones en base a las cuales se constituyen. No se trata de menospreciar las luchas históricas del proletariado ni de negar la importancia de sus conquistas ―de las que todavía nos beneficiamos. Se trata de abrir los contornos del sujeto revolucionario, de ensanchar al máximo sus costuras para dejar entrar todo el conjunto de subjetividades que caen bajo la explotación colonial, racista y patriarcal que segrega el modo de producción capitalista. El libro nos propone, así, observar la realidad a través de una mirada múltiple aunque bien articulada: la de la clase trabajadora en una acepción amplia, vinculada también a las nuevas actividades productivas; la de aquellas capas de la población que han perdido derechos fundamentales con cada golpe financiero y que, como se apunta en el libro, sufren el “agobio” de la pérdida; la de las mujeres y todas aquellas expresiones corporales que sufren la división heteropatriarcal y una distribución desigual, de carácter biopolítico y tanatopolítico, del trabajo y del acceso a las riquezas y a los recursos, tanto en el plano epistémico como en el social; y, por último, la de todas aquellas personas que por su carácter racializado, por su condición de migrantes o por su pertenencia a pueblos históricamente relegados, han sido excluidas de cualquier proceso de cambio político.
Los estallidos sirven como amplificador para todas aquellas voces que siempre han habitado en las periferias del sistema y que, por tanto, han quedado al margen de cualquier tipo de negociación o de convenio colectivo. Los focos mediáticos se encienden para estos sectores sociales tan pronto como prenden las primeras barricadas en las calles
Los estallidos que irrumpen en la actualidad son, de este modo, fruto de la crisis institucional y de representación surgida como resultado de las propias exigencias del capitalismo. La intermediación entre el Estado y los sindicatos con las élites decaen ante un contexto de creación de riqueza cada vez más inmaterial ―sobre todo en el ámbito occidental―, y en el que, además, la voracidad financiera niega una distribución proporcional de los recursos y un acceso suficiente a los servicios públicos. Pero, al mismo tiempo, y con esto observamos otra diferencia importante con respecto a los principales movimientos revolucionarios de los dos siglos anteriores, los estallidos sirven como amplificador para todas aquellas voces que siempre han habitado en las periferias del sistema y que, por tanto, han quedado al margen de cualquier tipo de negociación o de convenio colectivo. Los focos mediáticos se encienden para estos sectores sociales tan pronto como prenden las primeras barricadas en las calles.
De esta manera, además, se denuncia el planteamiento totalizante ―o “monoteísta”, como se define en el libro― que desde ciertos sectores de la izquierda se propone para la organización de las luchas. No existe una contradicción fundamental y prioritaria entre las múltiples opresiones o dominaciones que recorren el campo social. Así que tampoco cabe reconocer un sujeto único que, de manera primordial, deba conducir las luchas. De hecho, se trata de demoler el esquema binario desde el que tradicionalmente se han planteado los antagonismos con respecto al poder constituido. No tiene sentido escindir las luchas entre la esfera material ―en relación a la explotación de clase― y la esfera cultural o simbólica de la realidad ―en relación a la violencia sufrida por cuestiones de género o de origen―, dando una clara preponderancia a la primera sobre la segunda. En el contexto que impone el modo de producción capitalista avanzado, toda producción de subjetividad revierte en el proceso de acumulación económica de las élites. En este sentido, la división racial o la distribución de las identidades y la orientación sexual en base a un modelo binario se definen, en primer lugar, como dispositivos de poder cuyo objetivo es ordenar de manera jerárquica y clasista la realidad.
En suma, acontecimiento y sujeto ya no responden en nuestros días, únicamente, al eje establecido por la relación entre el capital y el trabajo; sino que se mueven en un espacio mucho más amplio ―en el que, de hecho, sigue latiendo con fuerza la contradicción que acabamos de mencionar―, conformado por la relación necesariamente conflictiva que se da entre el capital y la vida. Por este motivo, el libro nos propone entender y abordar de manera activa los cambios políticos y sociales desde la correlación de un marxismo abierto y heterodoxo y un feminismo materialista y decolonial.
Filosofía
Catalunya 2019: el imperativo vital de la revuelta
El (pasado)mañana de las revueltas
Si resulta importante analizar la naturaleza de las revueltas y del ensamblaje social al que dan lugar, no lo es menos pensar en el futuro inmediato e, incluso, en el desarrollo a medio y largo plazo de los procesos de transformación que se abren con cada nuevo ciclo de estallidos en las calles. Las autoras mantienen, por este lado, un posicionamiento estratégico claro sobre la dirección que deben tomar las luchas: el cambio radical de las relaciones que conforman el modo de producción capitalista solo puede llegar mediante la toma efectiva del poder. De hecho, es una interpretación liberal, negativa y limitada de la sociedad la que en buena medida nos ha llevado a abjurar de la necesidad de tomar el poder como palanca de cambio. Cuando lo más propio de la democracia es, precisamente, que las mayorías sociales se apropien de todos los recursos necesarios para mejorar sus condiciones de vida.
Ahora bien, para entender de manera cabal la propuesta del libro debemos realizar un análisis a distintos niveles sobre el poder y la relación de fuerzas que lo constituye. En primer lugar, el poder ya no se concentra únicamente en el ámbito institucional. Circula y se anuda en distintos puntos del campo social, a un nivel inferior, pero también a un nivel superior al que marca la línea de flotación institucional. Encontramos, en este sentido, la organización de iniciativas autónomas por parte de la sociedad para garantizar unas condiciones de vida suficientes ante la desposesión capitalista, desde una perspectiva centrada en la reivindicación de lo común; pero también, en sentido contrario, el vaciamiento paulatino de competencias que los mercados y los organismos internacionales han llevado a cabo sobre las instituciones de ámbito estatal. Tomar el poder hoy en día implica, pues, establecer redes de relación y de apoyo mutuo amplias desde la base del campo social. Ser capaces de hacer de las demandas de carácter revolucionario el elemento que pone en comunicación las distintas piezas de un bloque social amplio, como se señala en el libro citando a Gramsci. Ahora bien, este objetivo exige abandonar una mirada limitada y etnocéntrica, dirigida a imponer una normalidad blanca, burguesa y acomodada. Solo así podemos alcanzar un nivel de organización que vaya de la más elemental unidad del campo social al más amplio conjunto de relaciones que podamos concebir a nivel global. Solo así podemos entender el sentido de los procesos de deslocalización de ciertas actividades productivas y, al mismo tiempo, la relevancia material y concreta que tienen, para el sostén de la sociedad en su conjunto, los trabajos que realizan muchas mujeres migrantes.
Tomar el poder hoy en día implica establecer redes de relación y de apoyo mutuo amplias desde la base del campo social. Ser capaces de hacer de las demandas de carácter revolucionario el elemento que pone en comunicación las distintas piezas de un 'bloque social' amplio
Así mismo, no hay que olvidar la posibilidad que se ofrece en el ámbito institucional tradicional de introducir reformas que, pese a su alcance en principio limitado, pueden acabar teniendo un carácter emancipador. Entre otros motivos porque tampoco debemos desestimar la posibilidad de transformar la estructura y los canales de participación de la esfera institucional. Dicho de otro modo, no podemos obviar la importancia de hacernos con todos los medios a nuestro alcance para garantizar que las revueltas callejeras acabarán desembocando en procesos de transformación estables, aunque siempre abiertos a la aparición de nuevos conflictos. Desde esta perspectiva, no se trata de renunciar a la articulación de un sujeto colectivo unitario, sino de poner el foco de análisis sobre los procesos de inclusión y también de exclusión ―sobre elementos de carácter fascista, clasista, racista o patriarcal― que deberemos activar en todo proceso de organización política y social de carácter revolucionario. De la misma manera, no se trata tanto de abolir, como de reflexionar sobre el carácter que habrían de tener los cuerpos policiales encargados de mantener el sentido de las relaciones sociales en un contexto marcado por una voluntad colectiva de cambio. Como tampoco deberíamos renunciar a la posibilidad de establecer unos límites o, si se prefiere, unos diques de contención capaces de mantener la resistencia ante la amenaza constante de aquellos organismos empeñados en deshacer los posibles logros alcanzados. Nada impide, por este lado, que las fronteras que en la actualidad sirven para limitar la libre circulación de las personas e imponer así un orden geoestratégico apropiado para la acumulación de capital por parte de las élites, nos permitan, en un futuro, poner coto a la actividad extractiva de los poderes financieros internacionales.
Tocamos, de esta manera, uno de los nervios argumentativos que recorren el libro. Si nos importa analizar las condiciones en que se da el surgimiento y el ascenso de los estallidos es, en primer lugar, con el propósito de apuntar las causas que nos llevan, más allá de la explosión inicial, al posterior descenso del ciclo de movilizaciones y, con ello, al contexto de parálisis en el que nos encontramos en la actualidad. Pensar en el mañana e, incluso, en el pasado mañana de las revueltas. De eso se trata, al fin y al cabo: de hacer recuento de lo conseguido para relanzar las luchas.
En su novela New thing, Wu Ming 1 describe de la siguiente manera el alcance que llegó a tener la organización por los derechos civiles de la comunidad negra en los Estados Unidos, así como también el desencanto que se produjo posteriormente con el declive de las luchas: “En el corto alcance de cada acción nuestra estaba la comunidad, no un adelanto de ella, no la promesa de una comunidad, sino la comunidad plena, toda la aplicación del término. Nosotros hemos sido comunidad, no contenciosa sino divergente, contagiosa y militante, concentrada y también esparcida. No le hemos fallado, a la comunidad. La hemos vivido y hecho arder, ahora las cenizas están frías”. De forma similar, Albert Noguera y Jule Goikoetxea nos recuerdan el alcance que hemos sido capaces de lograr hasta no hace tanto con algunas de nuestras acciones. Pero sin dejar de llamar la atención sobre el decaimiento que nos atenaza cuando olvidamos la perspectiva diversa, amplia, coordinada ―también a nivel institucional― y radicalmente transformadora que debe conducir todo proceso de luchas. Ahora que nuestras cenizas todavía están calientes. Ahora que todavía tiene sentido afirmar que lo volveremos a hacer y que debemos, por tanto, continuar alerta. Quizá no podamos imaginar una conclusión distinta para un libro como este, escrito desde el presente y para el futuro, que la de mantener la fe intacta, firmemente, en la necesidad de lo posible.