Elecciones
Dos bloques más encarados que nunca

PP, PSOE, Sumar, Vox y los soberanistas cerraron el viernes dos semanas de montaña rusa política. Este domingo se define si por primera vez desde la muerte de Franco, la extrema derecha vuelve al Consejo de Ministros. El rol del peculiar sistema de reparto de escaños y los nuevos votantes abren un desenlace más abierto de lo que se suponía.
Pedro Sanchez colegio electoral - 2
Pedro Sánchez se encuentra con un grupo de simpatizantes del PSOE a la salida de su colegio electoral. Álvaro Minguito

Las dos semanas de proselitismo formal han llegado a su fin. Parecen dos meses pero fueron tan solo 15 días hiperventilados en los que los actores tuvieron sus momentos de gloria y pesadilla. Ahora es el turno de los más de 37 millones de ciudadanos habilitados a votar.

No han faltado sorpresas. Nadie hubiera apostado por una performance tan pobre del candidato del PSOE en el debate cara a cara de Atresmedia, una TV privada que planteó un formato especial para la crispación y el show, por encima de las propuestas y la claridad. Hubo audiencia y repercusión, pero aquella noche no solo Pedro Sánchez, sino la democracia, perdió.

Un Alberto Núñez Feijóo escorado al trumpismo dialéctico, experimentado en repetir bulos sin ruborizarse, parecía encaminado a un triunfo aplastante. Por su parte, Sánchez, esa ave fénix que supo hacer de sí mismo un mito de la resurrección, no pudo evitar mostrarse como lo que es: un ser humano con malos días y que puede ser devorado por los nervios y el estrés. No sólo en el debate, sino en más de un mitin (en Donosti también se lo vio nervioso y con errores). Pero la política es un eterno zig-zag y la segunda semana la campaña se salió del control de Génova.

La entrevista frente a la periodista emblema de la semana, Silvia Intxaurrondo, en la que ella respetuosamente le señaló que estaba mintiendo sobre la revalorización de las pensiones, y la insistencia de Feijóo, con mirada penetrante exigiendo una disculpa a futuro, marcó un antes y un después que luego fue profundizado por la ausencia vergonzante del líder de la oposición en el debate de la TV pública.

“El 80% de los españoles preguntados dicen que añoran esos tiempos en que los partidos llegaban a acuerdos transversales”, dice José Juan Toharia, presidente de Metroscopia

Feijóo tuvo en contra que decidió ser candidato en estos tiempos en que el poder de lo audiovisual es abrumador. Momentos como los de Feijóo (la detección en directo de su bulo o sus palabras poco felices sobre el maquillaje de la vicepresidenta) luego se viralizan por millones en las redes sociales (muchas veces editado con insidia, lo que profundiza el impacto emocional). Las cuatro mayorías absolutas y los grandes medio gallegos (y un dominio férreo de CRTVG, la TV pública de Galicia) quizás lo han malacostumbrado.

¿Esto significa que hay remontada? De ninguna manera. Pero sí hubo un cambio de corrientes en la campaña. La marea dejó de ir a favor y pasó a estar en contra del PP. Imágenes como las de Galapagar, llevándose en un camión los bancos de plaza pintados con la bandera LGBTIQ como parte del pacto municipal entre los ‘populares’ y la ultraderecha, quizás produzcan una sangría de votos que Génova no calculó del todo.

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Bibloquismo y derechización

“España en comparación con países de su entorno, como Francia, es políticamente más tranquilo. La crispación que se percibe en la vida pública y los medios muestra un divorcio muy fuerte entre la gente y la clase política, que ha renunciado a llegar a acuerdos básicos. El 80% de los españoles preguntados dicen que añoran esos tiempos en que los partidos llegaban a acuerdos transversales, algo que se rompió hace 15 años”, explica en conversación con El Salto José Juan Toharia, presidente de Metroscopia.

También afirma que si bien los españoles “se identifican masivamente con el sistema democrático”, en un porcentaje superior al 75% creen que “los políticos son más parte del problema que de la solución de ellos”. El divorcio entre dirigentes políticos y sociedad se ve amplificado por los medios, “muy concentrados en nichos ideológicos radicalizados”.

“Hemos pasado del bipartidismo al bibloquismo, es una etapa de dos bloques que han trazado una raya que no se puede atravesar, sin diálogo transversal, y que sus extremos vigilan que no haya contacto entre sí. Hoy la radiografía de España es que está partida en dos, aunque el 70% de los ciudadanos se identifican entre la centroizquierda y la centroderecha y el 50% responde sentirse políticamente tranquilo”, dice Toharia.

Arrojando sal en la herida socialista, Feijóo ha dicho que contactará a García-Page para intentar conseguir “unos 20 diputados socialistas” que precise para ser investido

Basado en el seguimiento demoscópico que Metroscopia viene realizando, Toharia augura que votará entre un 68 y 70 por ciento del padrón electoral. Cabe recordar que el propio Sánchez dijo en una entrevista que si se superara el 72 por ciento de la participación, el progresismo tendría mayoría.

En un desayuno para periodistas en un hotel madrileño el viernes pasado, organizado por el Nueva Economía Forum, el analista electoral Ignacio Varela (exmiembro del gabinete de Felipe González) aseguraba que de los nuevos votantes que habrá este domingo con respecto a los de las generales de 2019, es decir el segmento que va de los 18 a los 22 años de edad, «el partido más votado es Vox» y dijo que superaba el 20 por ciento. La derechización de los más jóvenes juega a favor del bloque conservador, doce años después del 15M.

Seguramente ese segmento posadolescente ve en buena parte todo el debate sobre la dictadura franquista como algo lejano, añejo y poco relativo a sus cosas del comer. Pero lo cierto es que España está cerca de vivir un hito histórico: podría ser la primera vez desde la Transición que en el Consejo de Ministros haya políticos de la extrema derecha.

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Lo que antes era un fantasma, tras las elecciones regionales dejó de serlo. A contramano de lo que hace la centroderecha democrática alemana o francesa, el PP rojigualdo no tuvo miramientos a la hora de pactar con Vox en decenas de ayuntamientos y comunidades autónomas y hará lo mismo para llegar a Moncloa. Lo dijo sin decir Feijóo: “Si me dan los números, no pactaré (con Vox)”. El subtexto es que si lo precisa, sí lo hará.

Es verdad que también, con malicia y arrojando sal en la herida socialista, ha dicho que contactará a García-Page para intentar conseguir “unos 20 diputados socialistas” que precise para ser investido sin el garfio de la ultraderecha. Es difícil de imaginar que el PSOE entre en un proceso de descomposición político y emocional tal que permita semejante sangría. Ello solamente catapultaría a líder de la oposición a Yolanda Díaz y el sorpasso en la izquierda sería casi inevitable.

Porque lo que necesitará Feijóo, según las encuestas, es bastante más que 20 escaños. Y además Santiago Abascal ya ha dejado en claro que él no va a bloquear pero tampoco va a permitir el Gobierno del PP si no tiene ministerios. De hecho, aunque lo negó en el debate a tres de RTVE, el partido ha filtrado su última osadía en los días pasados: desean el Ministerio de Cultura. Necesitan maximizar la visibilización de su guerra cultural.

D’Hont, escaños y enjambre

En unas elecciones que para los dos bandos son cruciales (no solo para los progresistas que temen amanecer el lunes en 1950 sino también para el votante de derechas que hace años espera este momento de echar a todos sus demonios del poder) y con una diferencia de votos cercana al empate técnico, el sistema electoral pasa a tener un rol preponderante.

¿Cómo puede ser que no haya tanta diferencia de votos si en los gráficos de escaños el PP y Vox están casi en mayoría absoluta? Es una pregunta legítima y que muchos se hacen y la respuesta es que el resultado de las urnas es “procesado” por un complejo sistema electoral basado en la fórmula de reparto D’Hont subdividido en nada menos que 52 circunscripciones, de las cuales una treintena son medianas y pequeñas.

Es un enjambre de reglas y peculiaridades que comprenderlas de repente se hace complejo pero en los últimos días su difusión se ha hecho frecuente por el simple hecho que de saber utilizarlo a su favor puede traer mejor suerte al bando en cuestión. En este caso, la fragmentación de la mayoría de investidura progresistas y plurinacional hace que sea clave para el votante que no quiere una presidencia Feijóo-Abascal.

Cabe recordar que el sistema estuvo planificado por quienes redactaron la Constitución para un cosmos político que ya no existe y que era más sencillo: bipartidismo y minorías vasca, catalana y comunista. El esquema de un reparto representativo que premia a la primera minoría y castiga a las terceras fuerzas por su división en circunscripciones tan pequeñas, estaba pensado para una realidad política que no es la actual del Estado español: hace años somos testigos de un multipartidismo fragmentado con una nutrida presencia de formaciones soberanistas y regionalistas.

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En este contexto, el votante progresista que quiera maximizar el servicio de su voto y aplicar estrategia deberá pensárselo bien si vota en una circunscripción que reparta seis o menos escaños. Ejemplos de votos con poco rédito hay muchos: sin ir más lejos, Unidas Podemos en 2019 tuvo medio millón de votos sin representación parlamentaria (nada menos que el 16% del total de los 3,2 millones obtenidos).

Pero allí no acaba la cosa: la clave no es sólo los escaños sino las encuestas. Burgos y Araba son un buen ejemplo de esta peculiaridad: estando una al lado de la otra, votan muy diferente. En el distrito vasco, la cercanía en votos de las cuatro primeras formaciones hizo que el reparto fuera de uno para PNV, PSOE, Bildu y UP en 2019 (ahora se repetiría un escenario similar pero el escaño de UP iría para PP y no para Sumar). Por su parte, Burgos tiene menos partidos y en 2019 el empate bipartidista repartió dos escaños a cada uno de los grandes. Ahora la tendencia parece indicar que irían dos para el PP pero uno para el PSOE y quizás uno a Vox.

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Por lo tanto, salvo que se resida en sitios como Barcelona (tiene el récord de representación: hace cuatro años por esa provincia entraron ocho partidos distintos), el votante progresista que quiera un voto estratégico deberá indagar no solo los escaños que está votando sino también las encuestas para su provincia.

El analista electoral y miembro de Ideas en Guerra, Alejandro Solís, viene haciendo análisis propios con los datos del CIS y cotejando las encuestas privadas. Preguntado por el pronóstico que ve según la tendencia, responde a El Salto: “Creo que PP y Vox se quedarán muy cerca de la mayoría absoluta, no menos de 170 escaños, y creo que vendrá un bloqueo y un tiempo en el que se debatirá la abstención del PSOE para investir a Feijóo. El PSOE no va a ganar, eso no va a pasar pero quizás sí pueda sumar mayoría. Va a depender de los soberanistas, de todos. También de Junts y la CUP si entra, que pueden plantear algunas exigencias que quizás no sean asumibles”.

Sobre el mito repetido de una gran movilización progresista, Solís explica que “una gran movilización puede provocar cambios pero no muy drásticos. Esto de que cuanto más votantes van a las urnas hay más voto progresista no es necesariamente así y se vio en las elecciones autonómicas de Madrid en 2021”.

Este domingo los españoles tienen en sus manos marcar el rumbo de mucho más que un gobierno. También la Unión Europea observa con atención si su cuarta mayor economía sigue los pasos de Italia y es cogobernada por la extrema derecha antieuropea y negacionista del cambio climático. La mayor paradoja: perderá las elecciones el gobierno que tiene la economía que más crece de la zona euro, de las que más empleo genera y con la menor inflación.

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RamonA
23/7/2023 9:51

Un buen análisis. El ganador va a ser el partido abstencionista con un 30-32%. Sí la abstención se redujera significativamente, ¿a quién beneficiaría, además de a la democracia? ¿A las derechas? ¿A las izquierdas? En el caso de que fuera a las derechas seguramente convendríamos en la decisiva la labor de sus medios de comunicación mayoritarios y en el descuido pedagógico e ideológico de las izquierdas entre lxs abstencionistas; y, por el contrario, en la raquítica presencia de medios de comunicación de izquierdas, sobre todo audiovisuales, y la cada vez mayor presencia ideológica fascistoide entre el colectivo abstencionista. Si fuera así la realidad, la lección es bien clara para las izquierdas: más ideología y más medios de comunicación, esto es, más calle, más movimientos sociales y más periodismo de izquierdas. Gane quien gane, se está tardando.

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