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Islam
Vivir el Ramadán en los asentamientos de temporeros migrantes de Huelva
A medida que avanza la tarde, el asentamiento comienza a desperezarse de una merecida siesta después de una larga jornada recolectando fresas. Algunas personas inmigrantes van a comprar la comida, otras cargan pesados bidones de agua desde alguna apartada fuente hasta sus chabolas. Otras se turnan para rezar sobre un palet orientado a La Meca una vez cumplido el rito de la ablución. Este rito consiste en la obligatoriedad de lavarse cabeza, manos y pies antes de rezar. En los asentamientos tienen que hacerlo con una botella de agua. Karima ya hace rato que empezó a cocinar, ahora no trabaja: “mi jefe no quiere a gente que hace Ramadán porque dice que no tenemos fuerza para coger fresas”.
En otra chabola situada junto a la de la muchacha marroquí, tres jóvenes subsaharianos se arremolinan alrededor de un móvil para ver un partido de futbol. Mientras, el intenso olor a especias se escapa de las chabolas para impregnar, poco a poco, todo el asentamiento. Se acerca el ocaso del sol y los tres muchachos jóvenes comienzan a gritar eufóricos el gol del último minuto. El vecino protesta por la algarabía, pero la discusión termina en seco cuando se escucha el rezo a través de un altavoz enchufado a un móvil indicando la hora del iftar, la primera comida después de un exhausto día para las personas musulmanas. Al mismo tiempo, un muchacho subsahariano coloca una bandeja de arroz con pollo en una mesa improvisada al raso. Sara Camara es uno de los cinco muchachos que se alimenta de la olla colectiva con avidez: “comemos todos juntos porque aquí somos una gran familia”.
En la chabola de Karima el rito de la comida es mucho más ortodoxo. Le acompañan Jamal, un amigo marroquí de su pueblo que lleva apenas tres meses en España, y Samba, su novio, de origen senegalés. Todos muy jóvenes. Demasiado. Empiezan con dátiles y leche, para continuar con un tajin de pollo con patatas fritas. En la mesa hay zumos, msemme, pan, ensalada, huevos duros con comino, aceitunas, algo de queso y pastas marroquíes elaboradas por ella. Camara aparece en la chabola de Karima después de comer en la olla colectiva para seguir picoteando: “me gusta más la comida hecha por las mujeres”. Se trata de una tarde cualquiera de Ramadán en el asentamiento de “El Chorrillo” de Lepe, uno de los pocos que quedan en pie después de tres grandes incendios.
Es muy difícil hacer Ramadán en un asentamiento, la carne solo dura un día porque con el calor se estropea, [...] tampoco hay agua fresca y además tenemos que ir a la tienda del pueblo que está a dos kilómetros de aquí
A la misma hora de la tarde, en uno de los asentamientos de Lucena del Puerto, cinco hombres subsaharianos se encuentran con una representante de una asociación de apoyo a las personas inmigrantes frente a una montaña de basura. Explican su temor a la demolición de chabolas, una práctica demasiado normal del Ayuntamiento de este municipio. A esta preocupación se le une el peligro de incendio. Siempre presente la amenaza del fuego. ¿Y el Ramadán? “Es muy difícil hacer Ramadán en un asentamiento, la carne solo dura un día porque con el calor se estropea, hay que hervirla en agua o freírla y taparla muy bien, tampoco hay agua fresca y además tenemos que ir a la tienda del pueblo que está a dos kilómetros de aquí, todos los días o cada dos días”, explica Brehima Coulibaly, un muchacho maliense de 22 años que llegó con su padre a la costa española en una patera hace 10 años, cuando apenas era un niño. Brehima niega con la cabeza mientras mira de reojo a todos sus compañeros cuando se le pregunta si hace Ramadán. Todos sueltan una risa entre nerviosa y burlona y asegura no conocer la causa de por qué no lo hace. Resulta difícil encontrar jóvenes educados en España que sean musulmanes practicantes. Lambi Echcharki, imán de la mezquita de Palos de la Frontera, asegura que los niños y niñas educados en un país no musulmán no conocen ni el 10% de su religión y esto contribuye a no practicarla.
“Solo comemos comida española, garbanzos y lentejas. Los hombres no sabemos preparar la comida porque en nuestro país cocinan las mujeres”. Después de algunas risas sobre la comida de Ramadán, la preocupación se vuelve a centrar en la posible demolición de chabolas y en el laberinto burocrático en el que se encuentran con su documentación. Esta vez, la dificultad consiste en cómo renovar sus pasaportes.
Según la Unión de Comunidades Islámica de España (UCIDE) y el Observatorio Andalusí, dos millones de personas practican la religión musulmana en España, siendo Andalucía la segunda comunidad autónoma con un mayor número, 341.000 musulmanes al finalizar 2019. El mes sagrado del Ramadán prohíbe a las personas musulmanas beber, comer, fumar y mantener relaciones sexuales en las horas de luz solar durante un mes. Este año el Ramadán se ha celebrado del 13 de abril al 12 de mayo, período no demasiado caluroso comparado con los meses de verano donde hace más calor y los días son más largos.
“Hoy he estado manipulando plásticos lleno de tierra mojada que pesaban mucho y ha sido muy duro. Si tuviera dinero para comer, me plantearía dejar de trabajar durante el Ramadán”
A la dureza de vivir en un asentamiento durante el Ramadán, se le une la dureza de trabajar en una campaña agrícola. M.O es un inmigrante marroquí que vive en un asentamiento de Lucena desde hace un año y medio y lleva 21 años en España. Tiene un permiso de trabajo de larga duración: “Hoy he estado manipulando plásticos lleno de tierra mojada que pesaban mucho y ha sido muy duro. Si tuviera dinero para comer, me plantearía dejar de trabajar durante el Ramadán”. M.O. asegura que si un empresario le ofreciera vivienda, se iría del asentamiento.
Aunque la mayoría afirman trabajar con la misma eficacia que si no hiciera Ramadán, algunos trabajadores reconocen que tienen problemas en el trabajo. Abu [nombre ficticio] es maliense, tiene permiso de trabajo y vive en el asentamiento de Palos de la Frontera. Explica que los encargados se enfadan porque algunos trabajadores cogen menos cajas de fresa. “Este año no hemos tenido problemas porque no hay mucho calor, hay poca fresa y trabajamos pocas horas. Pero cuando hay mucho calor sufrimos mucho”, cuenta.
También aseguran estar trabajando los que no tienen su situación regularizada. Es el caso de T. B., quien hace cinco años que vive en el asentamiento de Palos de la Frontera y llegó a España trece años atrás. Asegura que le falta energías para hacer Ramadán: “mi trabajo es durísmo, tengo problemas en la espalda por el trabajo que realizo y no hago Ramadán porque el ayuno puede dañar mi salud y, por eso, no me considero un verdadero musulmán. Pero mi familia no lo sabe. Desde que salí de mi país he perdido 15 kilos. Aquí se aprovechan de nosotros porque somos jóvenes y fuertes”.
Sin embargo, Manuel Piedra, secretario de Inmigración y Empleo de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA) de Andalucía, asegura que todas sus trabajadoras y trabajadores tienen permiso de trabajo y viven en las fincas donde trabajan: “En estos momentos tenemos a 12.725 mujeres marroquíes con contrato en origen, 16.000 sudafricanos y 27.000 ciudadanos de la Europa del Este trabajando con empresarios de la asociación y a todos les damos viviendas en nuestras fincas. No entiendo por qué nos preguntan a nosotros por la gente de los asentamientos. Esas 2.000 personas no tienen documentación en regla, no pueden trabajar y esa situación es responsabilidad de las Administraciones porque son las que tienen que dar permisos de trabajo durante las campañas agrícolas y ofrecer solución habitacional”.
En España existe poca tradición de reconocer las singularidades de otros credos religiosos frente a otros países
En algunos lugares de la geografía española, como Melilla o Cataluña han saltado las alarmas, en alguna ocasión, en el sector de la construcción y la agricultura, y los sindicatos CCOO y UGT han apostado por regular el Ramadán en los convenios colectivos y flexibilizar los horarios, por ser sectores de especial dureza. Pero en España existe poca tradición de reconocer las singularidades de otros credos religiosos frente a otros países. En este sentido, hemos preguntado a responsables de estas centrales sindicales en Huelva y aseguran no tener nada que aportar sobre esta situación en el campo.
Temporeros
“Queremos un campamento, no un gueto aislado”
Los niños, las mujeres embarazadas y durante el período de la menstruación, las personas que se encuentran de viaje y las enfermas están exentas de hacer Ramadán. Sin embargo, Alhasane Barry, a pesar de sufrir una enfermedad, practica el ayuno 15 días de forma intermitente a lo largo del mes. “Lo vivo muy mal, tengo que tomar muchas pastillas y me duele el estómago cuando lo tengo vacío. Los días que no lo hago doy la zakat (limosna) a gente que tienen menos que yo”, continúa Alhasane, que acaba de romper el ayuno con sus compañeros. Está sentado en un viejo sofá junto a la entrada de una chabola en el asentamiento de Palos de la Frontera, donde vive hace 5 años. Su chabola se quemó en el fuego del pasado mes de febrero y ahora duerme con otros compañeros: “Para hacer Ramadán se necesita mucha limpieza y mucha tranquilidad y los asentamientos no cumplen estas condiciones. Pero quien no hace Ramadán no es un verdadero musulmán. Hasta en una cárcel se puede hacer Ramadán”.
El imán Lambi Echcharki sentencia que la existencia de asentamientos es una situación completamente anormal: “Así no se puede vivir, con o sin Ramadán. Además, la gente sufre mucho porque no tiene permiso de trabajo”. A esta situación se le une hacer Ramadán en un país no musulmán, porque “faltan las costumbres, las tradiciones, la familia, en definitiva, falta la atmósfera”, comenta Echcharki. Este mes, considerado sagrado por la religión musulmana, también es muy importante compartir tiempo con la familia y los amigos. Sofía Azizi, ciudadana española de origen marroquí, vive en Palos de la Frontera hace 20 años y añade que “la falta de ese ambiente familiar y social en España tenemos que crearlo de alguna manera en nuestros hogares. Por eso no entiendo como lo hacen en un asentamiento. Además, el Corán prescribe normas muy estrictas de higiene del cuerpo y también debe ser muy difícil preparar comidas propias de Ramadán”.
A todas estas dificultades se suma la pandemia. La mezquita de Palos de la Frontera, ubicada en una nave del Polígono Industrial San Jorge, justo frente al asentamiento, ofrecía más de 140 comidas diarias a los inmigrantes de los asentamientos en tiempos de Ramadán. La Comunidad Islámica Española y algunos comerciantes musulmanes del municipio subvencionaban esta donación como parte de la caridad que todo musulmán está obligado a practicar en tiempos de Ramadán con los pobres. Pero el año pasado se anuló debido a la pandemia del covid-19. También se han eliminado los rezos colectivos. El número de personas que pueden entrar en las mezquitas a rezar se ha reducido cumpliendo estrictas normas de seguridad para evitar contagios. A la puerta de la casa de M. S. llegaban cada días cuatro jóvenes del asentamiento que, recibían su porción de harira. “Un buen día no volvieron. Después nos enteramos que se habían ido a buscar trabajo a otra parte, estaban desesperados porque no tenían trabajo ni dinero”.
Se acerca la hora del iftar y Abdelatif Mrabtif se sube a una vieja plataforma improvisada construida de palets y, con un rudimentario micrófono en la mano, comienza el rezo que indica el final del ayuno del día a todos los vecinos del asentamiento de Lucena del Puerto. Después de la cena y ya a oscuras tomará un té con Younes y Mohamed, sus dos amigos con los que come cada día. También es el momento de los recuerdos. Y de la tristeza. Abdelatif, de 61 años y más de media vida en España, no puede remediar recordar las noches de Ramadán en su país: “mi familia, el té con los vecinos y amigos, las visitas, los paseos, la alegría de la calle”. A la misma hora, en el asentamiento de Palos de la Frontera, Malika Hijjajati llora desconsoladamente al ver los vídeos de cuando ella celebraba el Ramadán con su familia y su hijo en la azotea de su casa, con una mesa llena de exquisitos manjares. La necesidad los devuelve a la realidad. Y recuerdan que deben acostarse temprano. Mañana les espera otro día largo y difícil.