Opinión
No son molinos, son gigantes (económicos)

Estamos de acuerdo en que antes todo era campo, en que para hacer una tortilla hay que romper los huevos y en que es mejor sacar la energía para cargar el satisfyer de una fuente renovable que de una central nuclear. Estamos de acuerdo. Ahora bien: vamos a romper el huevo.
Eólica Granada
Un parque de energía eólica
11 sep 2025 06:00

Hace algo más de veinte años, un señor granadino, de profesión pastor, fue llevado a los tribunales por arrancar un puñado de manzanilla de la montaña por la que llevaba garbeando toda su vida. Resulta que era la falda de Sierra Nevada y la mata no era una hierba cualquiera, sino Artemisia granatensis, una especie catalogada como protegida. La acusación pudo costarle una multa de casi 45.000 pesetas —unos nueve mil duros—. Al final, al buen cristiano lo absolvieron al demostrarse que desconocía la normativa ambiental. Menos mal.

Veinte años después, no hay sierra que se resista a hacerse chica frente a la presencia de los aerogeneradores, turbinas eólicas, aeroturbinas o como quiera que se llamen los gigantes ecológicos. A los molinos no hay especie catalogada como protegida que los pare.

El vecindario del Valle de Lecrín está confundido, pues no sabe si los molinos son cada vez más grandes o si están cada vez más cerca. Se alzan en las serrezuelas y los cerros, y los hacen chicos, pero no solo con su presencia, sino a golpe de barreno, bulldozer, motoniveladoras, excavadoras, martillos hidráulicos, etc. Toda esta fauna mecánica levanta una polvareda que hace llorar a los vecinos, incluso a esos que nunca lloran.

Sí, estamos hablando de expropiación o malventa de terrenos en nombre de la “utilidad pública”, a sabiendas de que la gestión y el beneficio serán privados.

Quienes cabalgan las bestias de acero son, en muchos casos, vecinos —hombres Malinche— de las localidades cercanas, que están locos de contentos de tener un contrato por obra y servicio de mil cuatrocientos euros. Otros cobran más porque son propietarios de las máquinas. Quien más caro lo paga es la tierra misma. “Renovables sí, pero así no”. “¿Así, cómo?”, “¿Ves el cerro? No lo ves porque se lo han comido.” “¿Los molinos?”, “No son molinos, son gigantes.”

Estamos de acuerdo en que antes todo era campo, en que para hacer una tortilla hay que romper los huevos y en que es mejor sacar la energía para cargar el satisfyer de una fuente renovable que de una central nuclear. Estamos de acuerdo. Ahora bien: vamos a romper el huevo.

Vamos a dar por sentado que no hay más lugares en todo el Estado español para colocar los molinos que la zona centro-sur de la provincia de Granada. Vamos a sacrificar la fauna, desviar el paso de las aves migratorias y desproteger la flora catalogada. Así nos quitamos de multas, no nos vaya a pasar como a aquel pastor. Vamos a declarar —la Junta de Andalucía ya lo ha hecho— “de utilidad pública” las zonas donde a los gigantes económicos les convenga poner los molinitos. Y vamos a hablar de dinero: de los beneficios que reporta la venta de la energía producida por los generadores y de los bolsillos que se llenan. No le sigo el rastro a los jurdeles, pero me juego la mano con la que escribo a que no desembocan en cuentas públicas. A las familias pequeñas propietarias de la zona centro-sur de Granada se les está quedando cara de pagar la cama además de ser putas. Sí, estamos hablando de expropiación o malventa de terrenos en nombre de la “utilidad pública”, a sabiendas de que la gestión y el beneficio serán privados.

Aunque se pagaran como se deben estos terrenos —porque dicen que en el mundo capitalista todo tiene un precio en dinero—, ¿sería suficiente? Para España sí (a ver si se aligera Puigdemont en hacerla trizas). Pues seguiría la misma lógica de economía extractivista que caracteriza la relación de Andalucía con el Estado desde hace más de 500 años. Solamente las letras del flamenco se acuerdan del calvario que pasó el pueblo andaluz durante los siglos XIX y XX en las minas de Linares, Alquife o Río Tinto, todas explotadas por capitales extranjeros con el beneplácito del gobierno de España.

 Sí, el capitalismo absorbe todo movimiento que lo cuestione. Hay que tener la vista larga y las uñas limpias para despegarlo de nuestras entrañas sin contagiarnos de su infección.

La electricidad producida se transporta a grandes centros urbanos o industriales, sin garantizar beneficios directos ni reducción de costes para la población local. Así, Graná —donde da pena ser ciego— se convierte en una zona sacrificada por la patria: soporta los costes ambientales y sociales, pero no participa en la redistribución justa de la riqueza generada.

El capitalismo ha sido capaz, otra vez, de fagocitar el deseo ecológico para convertirlo en un producto de compraventa que deja fuera a quien más cerca está del lugar de producción. Como las camisetas de Zara con frases feministas cosidas en Tánger. Sí, el capitalismo absorbe todo movimiento que lo cuestione. Hay que tener la vista larga y las uñas limpias para despegarlo de nuestras entrañas sin contagiarnos de su infección.

Los gigantes económicos disfrazados de molinos, quienes juegan todas las partidas identitarias y de etiquetas, consumen, bajo el lema de “renovable”, un capital natural que no es renovable a corto plazo y que, a la larga, impone sus reglas de juego, ya que la alteración del ecosistema echa por alto la utilidad de técnicas —con solera milenaria— de aprovechamiento del entorno.

Hace años, en el salón de la casa familiar en la zona norte de Granada, me contaba, entusiasmada, una joven almeriense estudiante de Ciencias Ambientales la premisa básica de las energías renovables: el autoabastecimiento, la descentralización y la soberanía energética.

Colorín colorado, este cuento se ha acabado. Ha venido el lobo.


Kabilas de mesa camilla
Kabilas de mesa camilla
Más calor que segando, el mismo fascismo de antaño
Las familias trabajadoras sin conciencia de clase, las centinelas de los intereses de la casta, como decía el de la coleta, son las mismas personas que cobran “la paguita” del Perro Sánchez y que se quejan de que la paguita exista.
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