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Laboral
Cádiz, la tanqueta, la huelga del metal y algunas de sus enseñanzas
Terminó de pasear por Cádiz la tanqueta de la Policía Nacional, se rubricó el acuerdo entre los sindicatos de orden (en tantos sentidos) y la patronal y, en poco tiempo, del humo de los fuegos encendidos no quedará nada. Ni en la bahía gaditana, ni en los papeles, ni en las pantallas, ni, y eso sería imperdonable por la parte que nos toca, en los espacios de reflexión de la gente que deberíamos hacerla porque, bien que mal, nos han puesto la mano invisible de Adam Smith y la más peluda y rugosa del Ministerio de Interior en el mismo lado de la barricada.
La semana política
Cádiz
A quien le ha tocado de cerca y entiende ya le he oído hablar de los magros resultados alcanzados en la mesa de negociación por CCOO y UGT. Los creo, comparto sus dudas y afirmaciones, pero ni me altero, ni me sorprendo, ni me desaliento. Llueve en ese sentido sobre mojado, y tras tantos años de lo mismo, que la desmovilización es principio y consigna de los sindicatos mayoritarios es tan cierto como señalar, siendo justos y sin disculpar por ello nada, que una cosa es hablar de una huelga y otra, muy diferente, negociarla.
Hemos presenciado una huelga sectorial, y eso ya dice muchas cosas buenas de un conflicto. Habla de superación de intereses inmediatos, de ir saliendo del “qué hay de lo mío” para pasar al “qué hay de lo de todos”
Mi tradición sindical ya esperaba el cachondeo interpretativo de rigor confiando a la buena voluntad de la patronal los aspectos más peliagudos de la escala salarial, que los intereses de trabajadores y trabajadoras eventuales iban a ser los menos reconocidos, que la urgencia en desalojar las calles iba a ser compartida en la mesa donde se discutiera lo que hubiera que discutir y que, al final, el espíritu de concertación y de paz social estarían por encima de demasiadas cosas, una vez más. Por eso, no creo interesante detenerse en el aspecto formal de los logros (que claro que los hay, aun incompletos) y las dejaciones (sangrantes, siempre innecesarias) tanto como en algunas líneas de tensión y de debate que, creo, debemos tomar de entre el eco en extinción de los pelotazos y los disparos.
De lo mío a lo nuestro. La virtud de una huelga sectorial
Para empezar, hemos presenciado una huelga sectorial, y eso ya dice muchas cosas buenas de un conflicto. Habla de superación de intereses inmediatos, de ir saliendo del “qué hay de lo mío” para pasar al “qué hay de lo de todos”, y eso es un salto importante donde se introduce, suavemente al principio, el factor clase, el aspecto del autorreconocimiento y de la identidad, elementos que cuesta disipar y que abren las puertas, como ha sucedido en la bahía de Cádiz con la huelga del metal, al paso, entre contenedores, piedras, agentes golpeando ancianos y asustando escolares, más allá de lo espectacular del fuego ardiendo en la calzada, a la solidaridad de clase, primero espontánea y luego organizada. Gimnasia revolucionaria, que dirían los viejos del lugar. Y sí, he dicho “de clase”.
Cádiz
Huelga indefinida Nueve días de huelga en el metal de Cádiz: las dos bahías estallan
Y es que casi diez días de conflicto sectorial en defensa de intereses compartidos de numerosos centros de trabajo, muchos de ellos con condiciones y marcos de negociación intencionada y tenazmente aislados por la patronal durante décadas de atomización, no son moco de pavo y hablan a las claras de que podemos, de que si queremos y nos animamos, podemos.
Pelear, sirve
Esta huelga, una huelga que, además, ha despertado una tremenda ola de solidaridad y simpatía, está ya, por todo lo relatado, y en el aspecto del discurso, ganada. Porque pase lo que pase, como un espejo, expone a las claras que pelear merece la pena, que igual no obtenemos todo a la primera, pero que salir a respirar fuera de cada centro de trabajo para empezar a construir solidaridades amplias es útil, es ese camino perdido hace tanto tiempo. Solas, solos, cada cual en su centro, en su taller, somos mucho menos que cuando paramos un polígono enero y trabamos alianzas en los barrios, en los espacios públicos, haciéndolos colectivos, de la ciudad-fábrica. Los sindicatos de empresa sirven, a largo plazo, exactamente para nada; te protegen lo mismo que frente a un temporal las alpargatas de casa.
Los sindicatos de empresa sirven, a largo plazo, exactamente para nada, te protegen lo mismo que frente a un temporal las alpargatas de casa
Si la expresión de las reivindicaciones, además, es capaz de salir del marco negociador para desbordarlo, para condicionarlo desde la apropiación de lo cotidiano, mejor que mejor. La sociedad del espectáculo, a veces, tiene estas cosas poco funcionales para el Capital y el Mercado; aprovéchese, caiga quien caiga, y no preocuparse mucho por esos contenedores tan maltratados por la clase obrera que al final es quien los fabrica, los llena y los paga.
Todas esas son enseñanzas de estas jornadas de humo; reténganse para cuando las burocracias sindicales y los dedos acusadores del frente mediático hagan campaña para que nos quedemos en casa con el espantajo de la violencia o del miedo.
La Policía, a su aire
Hay un aspecto final del conflicto del metal que nos permite volver al blindado azul y a su significado, enlazando con la última manifestación de los sindicatos ultras de la policía (¿sindicatos ultrapoliciales, sería la definición?): las Fuerzas de Orden Público se deslizan desde hace tiempo en una pendiente pelígrosísima de autonomización en relación al poder ejecutivo y de permanente hocicamiento en las funciones del legislativo. ¿Qué hace la policía en la calle pidiendo que no se modifique la Ley de Seguridad Ciudadana? ¿Nos hemos vuelto directamente tontos?
El monopolio de la violencia por parte del Estado, habría que recordar a los aprendices de brujo uniformados y sin uniformar, tiene sus límites de contención en la aplicación, desde el mismo, de políticas de justicia, equidad y expresión democrática. Jugar con fuego en medio de una crisis como la actual es de una irresponsabilidad que raya la estupidez.
Las Fuerzas de Orden Público se deslizan desde hace tiempo en una pendiente pelígrosísima de autonomización en relación al poder ejecutivo y de permanente hocicamiento en las funciones del legislativo. ¿Qué hace la policía en la calle pidiendo que no se modifique la Ley de Seguridad Ciudadana?
Cádiz y la represión desproporcionada, gratuita e innecesaria allí ejercida han vuelto a poner negro sobre blanco esa circunstancia. Que ese modo de actuar obtenga como respuesta, bien el silencio (que muchas voces encuentran connivente por omisión), bien el apoyo expreso de las dos fuerzas que componen el Ejecutivo, es lo que resulta alarmante.
Este gobierno, “el más de izquierdas del mundo mundial”, debiera ser claro al respecto de la deriva policial, sin explicaciones barrocas, posibilistas y agazapadas en lo “menos malo” o en el lobo que vendrá, porque el lobo ya está aquí. Si respaldan lo que pasa, será por eso que se callan; si no es así, si no tienen poder efectivo sobre lo que se cuece en cuartelillos, comisarías o la cadena de mando, que lo manifiesten. Si no hay control sobre su Ministerio de Interior, y de éste sobre lo que se cuece dentro del mismo, que lo digan (Marlaska hace tiempo debería estar en casa). Y si no lo hacen, entonces cada cual ya verá dónde y con quien está. Hay muchas manera de hacer valer, piensa mucha gente, 35 diputados y diputadas. O igual el blindado azul y despejar las calles es la apuesta; la tanqueta, como reconocía en un titular el diario derechista La Razón, como metáfora.