Guerra en Ucrania
Ya no hay guerras justas

El libro publicado por Raúl Sánchez Cedillo, Esta guerra no termina en Ucrania (Katakrak, 2022), supone un auténtico electroshock con la explícita voluntad de dar un espaldarazo al movimiento ibérico pacifista.
Putin plaza roja
Vladimir Putin en la Plaza Roja. Imagen: Kremlin

Si hay algún acontecimiento que haya marcado a fuego 2022 este es la guerra. La guerra ha regresado a Europa tras más de treinta años del último conflicto en los Balcanes. Pero de nuevo, la guerra deja de ser algo que les ocurre a otros para ser también una tragedia europea.

Paradójicamente, toda la miseria y el sufrimiento humano ocasionado lejos de alentar un potente movimiento europeo por la paz ha sentado un verdadero parteaguas entre las izquierdas. Ya que mientras la socialdemocracia oficial ha apoyado de forma entusiasta el rearme de Europa, el envío de armas a Ucrania y el apoyo incondicional a la OTAN, la gran mayoría de las izquierdas alternativas han sido incapaces de entender tanto las dinámicas de la guerra en curso como de oponerse a ellas de forma efectiva. Es más, la propaganda belicista ha escalado cimas propias de la Guerra Fría hasta el punto de verbalizar de nuevo amenazas de bombardeo nuclear tanto por parte de la OTAN como de Rusia. Ni siquiera este colofón ha servido para encauzar el pacifismo y relanzar una crítica despiadada al militarismo.

En el Estado español, la debilidad constatada del movimiento oficial por la paz, así como la confusión estratégica de una parte de las izquierdas ha sido la nota dominante. Y ello a pesar de una Cumbre de la OTAN en Madrid en la que la Monarquía y el Ejército español han aireado con todo desparpajo su voluntad de librar la guerra no solo en el «flanco oriental» sino también en el sur, con las miras puestas en África y en la región del Sahel. De modo que el renovado militarismo europeo presume de aires imperiales para afrontar la crisis energética. El colapso aparece con la máscara de la guerra y los tintes de la Destrucción Mutua Asegurada.


Es por todo ello que el libro publicado por Raúl Sánchez Cedillo, Esta guerra no termina en Ucrania (Katakrak, 2022), supone un auténtico electroshock con la explícita voluntad de dar un espaldarazo al movimiento ibérico pacifista. Y si bien es cierto que es un esfuerzo que confluye con el de otros autores; como la reedición de Rusia frente a Ucrania (Libros de la Catarata, 2022) de Carlos Taibo, La invasión de Ucrania (Contexto, 2022) de Rafael Poch o más recientemente Pau (Ara Llibres, 2022) de Jordi Armadans, también cabe destacar una original aportación. Ya que si por un lado Poch ha sobresalido por destacar la oportunidad de una revolución democrática en Rusia y, como Taibo, ha señalado a su vez la conveniencia de una solución plurinacional, con acceso a la autodeterminación del Donbás, para poner fin a la guerra en Ucrania, y por su parte Armadans ha señalado con la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares un primer paso con el que entablar una nueva campaña por la paz, Sánchez Cedillo ha planteado abiertamente las consecuencias bélicas para la lucha de clases en el Estado español.

No es sorprendente por ello que Sánchez Cedillo invoque la raíz republicana del pacifismo, un elemento movilizador ante un Complejo Militar Industrial arrullado por la Casa Real. Se trata pues de un ejercicio para poner de nuevo al pacifismo con los pies en la tierra y el corazón en las clases trabajadoras. Y, seguramente, este es el punto fuerte del libro frente al aluvión de análisis geopolíticos, tal como aclara el propio autor;

“este no es un libro sobre la guerra como género de ilustración y comentario militar, geopolítico o estratégico, sino sobre cómo hacer política emancipadora frente a la propaganda de guerra y a la instauración de un régimen de guerra en nuestras sociedades.”

Una situación en la que el surgimiento del fascismo es una posibilidad real no sólo por el surgimiento de escuadras armadas reaccionarias sino también como experiencia subjetiva que traumatiza grandes sectores sociales. De hecho, el fascismo histórico tuvo su momento de emergencia a raíz de la Primera Guerra Mundial, como explicó agudamente el secretario general de la Internacional Sindical Roja, Andreu Nin, tras su paso por Italia entre los meses de enero y marzo de 1924 tratando de organizar la resistencia de los sindicatos italianos contra las escuadras fascistas;

“La guerra había creado un tipo de hombre nuevo, acostumbrado a ver resolver las cuestiones por la violencia. La violencia brutal que había dominado el mundo durante cuatro años y medio tenía forzosamente que dejar una huella profunda en la psicología de los hombres” -una situación, que hacía concluir a Nin que la dictadura fascista- “era un producto directo de la guerra” (Les dictadures dels nostres dies, 1930).

Un fenómeno observable, por cierto, en la forma dictatorial que toman los regímenes de guerra, tanto el ruso como el ucraniano.

“Ya no puede haber guerras modernas justas puesto que todas ellas siembran el fascismo” —afirma Sánchez Cedillo y continúa—; “la experiencia de la guerra de trincheras mecanizada destruye la psique humana hasta límites que impiden cualquier relato de dignidad personal, orgullo colectivo o amor a la patria”.

Un aviso a navegantes sobre las consecuencias, sociales y políticas, que tiene la guerra tanto para las decenas de miles de personas que la están librando, como para sus víctimas, e incluso sobre sus espectadores.

Ahí reside la tesis fuerte del libro al señalar las múltiples consecuencias de la guerra que debemos ver como:

“una guerra multidimensional en la que la población ucraniana lleva todas las de perder, pero que además no se acaba en Ucrania, sino que abre un período de violencia desatada en las relaciones sociales, políticas y diplomáticas en todo el planeta”

Un punto de vista sobre el poder autodestructivo de la guerra que se asemeja a reflexiones como las de Simone Weil contra la Segunda Guerra Mundial o la de aquel movimiento pacifista y ecologista de carácter europeo que en los ochenta se inspiró en Bertrand Russell, Ernest Mandel, Toni Domènech, E. P. Thompson o Manuel Sacristán y Paco Fernández Buey para romper los moldes de acero impuestos por la Guerra Fría.

Las bombas del colapso

Un contexto singular especialmente destacado por el surgimiento de movimientos ecologistas bajo el signo de la paz. Y es que mientras ciertos debates actuales obvian el rol del militarismo en la crisis climática, pese a los informes del Centre Delàs Crisis climática, fuerzas armadas y paz medioambiental (noviembre de 2022) o Los daños colaterales del clima. Cómo el gasto militar acelera el colapso climático (publicado con Transnational Institute, Stop Wapenhandel y Tipping Point, noviembre 2022), lo cierto es que el viejo movimiento ecologista señalaba en las centrales nucleares el vínculo orgánico entre cierto tipo de producción energética y el complejo militar industrial.

Algo que suelen dejar de lado ciertas críticas a las amenazas de colapso pese a las advertencias del propio secretario general de Naciones Unidas. Parece bastante difícil obviar que cualquier perspectiva de Green New Deal, o decrecimiento, necesariamente tiene que plantearse el desarme como bandera de batalla, ya que como señala en el libro Sánchez Cedillo:

“La guerra es el acontecimiento por antonomasia (...). En este sentido, las discusiones sobre decrecimiento, colapso, un Green New Deal (GND) «fuerte» o «débil» solo pueden quedar yermas si no adoptan como punto de partida los siguientes supuestos: la variable de la guerra y de los regímenes de guerra” -de modo que- “toda discusión que no considere el régimen de guerra, como ocurre en la polémica entre colapsistas y reformistas climáticos, está abocada a un callejón sin salida.”

Ahí el autor toca otra fibra sensible porque ignorar la amenaza de un colapso que se ha publicitado abiertamente con amenazas nucleares a lo largo del último año parece, directamente, una desconexión de la realidad. Un dato que parece obviar cierto ecologismo obcecado en ridiculizar el decrecimiento mientras olvida combatir el belicismo que hace del colapso una amenaza militar muy real en Europa, por no hablar de que el colapso es una realidad para los países que han sufrido los bombardeos de la OTAN y sus aliados.

Pero es que, además, el símbolo de la guerra ha obtenido generosas partidas presupuestarias que en casos como el alemán o el japonés suponen un rearme histórico que contraviene incluso sus propias constituciones. En el caso de la Unión Europea, al rearme alemán han seguido gastos militares espectaculares por parte de todos los países miembros de la OTAN con el apoyo incondicional de socialdemócratas y progresistas de todo pelaje.

De hecho, otro de los aspectos por los que destaca el libro es por pasar cuentas con el traje militar hecho a medida para el progresismo; desde el otanismo visceral de Paul Mason y Jürgen Habermas, hasta las apologías ucranianas pretendidamente revolucionarias de la guerra por parte de organizaciones como Sotsyalny Ruhk y personajes como Taras Bilous encargados de producir “propaganda moral encapsulada” como retrata Sánchez Cedillo, sin olvidar cierto neoestalinismo zombie, totalmente anecdótico al menos en el Estado español, que confunde a Putin con la madre Teresa de Calcuta. Pero lo más llamativo es la cobertura mediática dada a ultramilitaristas ucranianos como Taras Bilous, por parte incluso de medios republicanos y de izquierdas, que al mismo tiempo han ignorado olímpicamente la represión con la que el régimen de Zelensky somete al Movimiento Pacifista Ucraniano, organización afiliada a la Internacional de Resistentes a la Guerra, enjuiciando a su dirigente Ruslan Kotsaba.

En este aspecto, la pregunta más difícil que nos plantea Esta guerra no termina en Ucrania es quién, y cómo, puede liderar un movimiento por la paz dado el estado catatónico y vegetativo del pacifismo oficial

Una militarización de los espíritus, verdadera lucha de clases ideológica, que se podría engrosar aún con una lista kilométrica de intelectuales progresistas que abarcaría desde la fundación del PSOE, la Fundación Alternativas, hasta la de ERC, la Fundació Irla, pasando por ideólogos que, como Santiago Alba Rico, han cerrado filas a cualquier precio contra la paz.

Como constata Sánchez Cedillo, “lamentablemente, la izquierda europea y la opinión pública de izquierdas están atravesadas por una profunda escisión respecto a la guerra en Ucrania”.

En España, el giro atlantista de la socialdemocracia es un hecho consumado desde el referéndum de ingreso a la OTAN de 1986 pero la celebración de la Cumbre en Madrid y el gasto militar de los Presupuestos Generales del Estado para 2023 parecen señalar algo más que la usual devoción. Como resume el informe nº 58 del Centre Delàs, El colosal aumento del presupuesto militar del Estado de 2023 (publicado en diciembre de 2022), el Ministerio de Defensa es el principal beneficiado del aumento del gasto público con un incremento del 26% de sus partidas que terminan situando el gasto militar real en los 27.617 millones de euros.

Si para los funcionarios ideológicos de la OTAN encuadrados en la socialdemocracia estos PGE son el canto del cisne de las virtudes sociales, y progresistas, del militarismo, lo cierto es que parece tratarse más bien de una reestructuración propia de una economía de guerra. Una economía de guerra que obedece a objetivos tan transparentes como los que se encargó de verbalizar Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, en la cumbre sobre el estado de la Unión Europea el 14 de septiembre de 2022: «No se trata solo de una guerra declarada por Rusia a Ucrania. Es una guerra sobre nuestra energía, una guerra sobre nuestra economía, una guerra sobre nuestros valores y una guerra sobre nuestro futuro.»

Unos llamamientos cuartelarios a los que cabría responder parafraseando a Pablo Iglesias en el prólogo del libro; «¡váyase usted a la guerra señora Von der Leyen!».

«Guerra a la guerra». De Lenin a Pi i Margall

En este aspecto, la pregunta más difícil que nos plantea Esta guerra no termina en Ucrania es quién, y cómo, puede liderar un movimiento por la paz dado el estado catatónico y vegetativo del pacifismo oficial.

La hipótesis de Sánchez Cedillo basada en una paz constituyente en Europa que aglutine un movimiento popular heterogéneo y radical, un Frente Popular por la Paz diría yo, no es solo una sugerencia de papel. Puesto que tiene un ejemplo práctico en Italia en un movimiento por la paz que aglutina desde la Iglesia Católica hasta los populistas de izquierdas del M5E de Giuseppe Conte, desde el principal sindicato del país, la Confederazione Generale Italiana del Lavoro, hasta los comunistas y anticapitalistas encabezados por Luigi de Magistris.

En el mientras tanto, de una articulación similar en el Estado español, tiene un valor estratégico recuperar el legado revolucionario del pacifismo, como nos propone Sánchez Cedillo, al echar un vistazo a aquel sindicalismo político internacionalista que representaba Industrial Workers of the World o en aquella izquierda nacida contra la Primera Guerra Mundial al calor de la Conferencia de Zimmerwald de 1915 donde Lenin y Trotsky plantearon su «guerra a la guerra», un grito de batalla heredado del republicanismo pacifista de Mazzini y Víctor Hugo, a su vez inscrito en el federalismo de Pi i Margall cuando decía en 1899:

“Quisiera yo, no sólo que en todas las ciudades se celebrara anualmente la fiesta del 1º de Mayo, sino que también en los linderos de tres o más naciones se reunieran jornaleros de distintas partes del mundo y, puestas en haz sus banderas se abrazaran y declararan guerra a la guerra.” (“El día 1º de mayo”, El Nuevo Régimen. Semanario Federal, año IX, núm. 435, 6 de mayo de 1899)


Por ello, nos encontramos con una de las afirmaciones más interesantes del libro, esto es, al enfocar políticamente el pacifismo en su veta genética republicana:

“La paz constituyente solo puede traducirse en una ruptura republicana que sea capaz de construir, mirando a su pronta y deseable extensión europea, una entidad política basada en la hegemonía de las clases subalternas: una república constituyente, plurinacional y confederada”

Algo parecido a lo que escribió un esperanzado Víctor Hugo cuando Isabel II fue destronada en 1868 y la República pasaba de hipótesis a posibilidad:

«La república en España sería la paz en Europa; sería la neutralidad entre Francia y Prusia, la imposibilidad de la guerra entre las monarquías militares por el solo hecho de la revolución presente»

Además, no se puede ignorar que si el artículo seis de la Constitución de la Segunda República, «España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional», y el 104 del Proyecto de Constitución Federal para la Primera República, «La República española renuncia a toda empresa de conquista, y mantendrá relaciones de paz y amistad con todas las naciones, respetando siempre en ellas el derecho que tienen a regirse por sí propias, y no prestando jamás su concurso para favorecer el desenlace de conflictos interiores», establecen un rechazo explícito de la guerra se debe al antimilitarismo característico del movimiento republicano ibérico que ha tenido su reflejo constitucional cada vez que, como en 1873 y 1931, se ha producido una revolución democrática protagonizada por las clases populares.

Una hipótesis que como adelanta Emmanuel Rodríguez en su prólogo: “tiende a coincidir además con la rearticulación de un nuevo proyecto comunista inscrito en las potencias emancipatorias de las nuevas composiciones políticas y subjetivas de clase.” Tal vez, un meandro de afluentes que podría aunar republicanismo, marxismo y pacifismo en un mismo delta. Y es que como dejara sentado en 1854 el gran tribuno de la paz, Pi i Margall: «la reacción es la guerra y la revolución es la paz.» Un eco que indudablemente resuena a lo largo de Esta guerra no termina en Ucrania invitando a tomar partido por la paz, la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Guerra en Ucrania
Guerra en Ucrania Raúl Sánchez Cedillo: “Si la paz no es posible, el progreso y las luchas sociales no serán posibles”
El autor de ‘Esta guerra no termina en Ucrania’, ensaya un análisis amplio de una guerra cuyas raíces remontan a principios del siglo XX, y cuyas consecuencias se extienden más allá de sus fronteras y del presente.
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