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Literatura
En la librería
“Prometernos algo puede ser, hoy, una forma de rebelión que introduzca en los escenarios del presente la batalla por el valor de la palabra y sus consecuencias sobre la vida que tenemos y que podemos esperar”. Marina Garcés, El tiempo de la promesa.
- La próxima vez que venga, entro, me prometí a mí misma la última vez que vine a esta ciudad.
Cuantas veces he pasado por allí y me he quedado suspendida en el escaparate durante un rato sin tiempo, mirando las portadas de los libros, y entremedias, curioseando el interior. Muebles preciosos llenos de libros, cuadros con retratos de autores y al fondo un piano brillante. Junto a él, el mostrador del librero. Todas esas imágenes despertaban en mí muchas burbujas, que se expandían por mi interior y hacían que me subiese el pulso y el calor. No sé qué despertaba más burbujas, si los libros, el librero, las vidas imaginadas… no sé cuánto de esa pasión venía de cada lugar.
Hoy he entrado sola. Tenía claro el libro a por el que iba; podía mantener ese nivel de pulso y de calor porque iba a ser rápido. Nada más entrar me he dado cuenta de que no había nadie más que el librero. Entrar en una librería así, y estar a solas con el librero y los libros me parece una escena de una intimidad extrema; entras de repente, y para poderte quedar, tiene que aparecer algo que te ayude a moverte poco a poco. En mi caso han sido los libros de la entrada, que han aparecido como un relieve ineludible. Al pararme ahí, me ha salido un suspiro y me he dado cuenta de que no iba a poder salir rápido de allí porque no quería salir de allí. Porque quería quedarme allí, un rato.
Después de esos primeros movimientos he conseguido acercarme a preguntar por el ensayo a por el que venía. Lo terminé anoche y hoy he querido regalárselo a una amiga por su cumpleaños: “El tiempo de la promesa”.
- Sí, es amarillo, ha completado él. Voy a buscarlo.
La breve conversación ha ido dibujando una forma con la que acoger las burbujas.
Literatura
Literatura El día en que Kafka tomó café con Pessoa
Mientras el librero buscaba el libro, he seguido moviéndome, y poco a poco he llegado hasta el mueble contiguo, lleno de libros sobre movimientos políticos y biografías de personas que los han vehiculizado, aquí y allá. Mientras los ojeaba, sonaba un programa de piano en radio clásica.
El librero me ha dado cuenta de su proceso de búsqueda, mostrándome libros de la misma autora, y otros libros amarillos de la misma colección, y después ha seguido buscando.
Aquellos libros, aquella música y aquellas breves conversaciones me han traído otra vez el contacto con el calor y el pulso. Las burbujas se han hecho sarpullidos, que es lo que le pasa a mi piel cuando no puede contener la intensidad, así que me he acercado al piano, he puesto una mano sobre la madera y mientras me imaginaba las teclas que pulsaba la melodía impresionista que estaba sonando, he ido de nuevo sosegándome, y mis manos aliviándose.
O prelo
O Prelo Para que serve a literatura?
Entonces ha entrado en la librería otra persona. El librero ha ido a verle, se conocían. Han hablado sobre la presentación de un libro, y los trozos de conversación que se quedaban suspendidos en el aire me han despertado tanta curiosidad que me he acercado un poco más para escuchar. Sobre el mostrador en el que hablaban he alcanzado a ver un título, que no sé si era del que estaban hablando, pero se me ha quedado grabado: “Anarquistas de ultramar: anarquismo, indigenismo y descolonización”. Lo he cogido para hojearlo, junto con un cuento inédito de Sylvia Plath que tenía unas ilustraciones preciosas. De nuevo ese ardor interno, esta vez acompañado por una disolución momentánea del espacio tiempo de la que he salido cuando el librero se ha dirigido a mí para decirme que no encontraba el libro por ninguna parte. “Es algo raro, porque aparece en el catálogo de la librería. O lo han puesto en algún sitio raro o lo han robado”.
Ha tomado nota de mi teléfono; si aparece me llamará, me ha dicho. Ya le he explicado que sólo estoy aquí hasta mañana por la tarde. Si aparece antes de entonces, vendré a por él. Si no, lo pediré en la librería cuando vuelva a casa. Me ha sorprendido que, al conocer mi provincia de origen, conociese una librería donde pedirlo cerca de mi pueblo.
A la mañana siguiente, mientras escribía sobre este rato en la librería, ha sonado el teléfono. Me llamaba el librero para contarme que había estado otra hora más buscando el libro junto a su padre, pero que no ha aparecido. He sentido mucha gratitud, y de nuevo el ardor. Un ardor descolonizado; no es por el librero, ni por el libro, ni por la librería… es por el valor de la promesa que habita en todos esos lugares.