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Consumo
El consumo consciente es activismo económico
Es graduada en Economía y responsable de alumnado de la Escuela de Activismo Económico.
Tras el periodo festivo con más consumismo exacerbado deberíamos hacer una revisión del daño que le ha acompañado. La mayoría de los análisis observará lo que hemos gastado por persona y lo dividirá por categorías como el ocio, la restauración, ropa y calzado, o la tecnología; centrándose en los beneficios para la economía española, o el salvavidas que ha supuesto para la posible “recesión técnica”, y un motor para seguir impulsando un sistema de consumo y producción obsoletos. Si lo observamos a través de parámetros que vayan más allá del valor monetario, introduciendo el coste ecológico, se reflejarán unos números aún más altos. Si las categorías fueran sacadas desde la huella ecológica que producimos, como las emisiones de carbono, la producción de carne, o el impacto de los residuos, las felices fiestas no serían tan felices.
Y aunque las navidades son el mejor ejemplo de estas dinámicas de consumo, día tras día se sucede esta misma situación. En el año 2022, España tardo tan sólo 131 días en caer en números rojos con el planeta, así lo dictaminó WWF. Sacando a relucir que habíamos agotado nuestro presupuesto ecológico anual, y comenzábamos a gastar más recursos naturales de los que la Tierra es capaz de generar anualmente. Esto es el reflejo de lo ineficiente de todo nuestro sistema productivo, basado en el crecimiento constante y la retroalimentación entre la producción y el consumo.
Las soluciones institucionales tienen más que cabida para paliar los modelos de consumo dañinos, que actualmente compartimos todas las sociedades a diferentes niveles. Pero un factor determinante para que este modelo de consumo cambie, es la conciencia ciudadana, no sólo a la hora de reivindicar las propuestas institucionales sobre esta cuestión, sino también cambiando sus hábitos de consumo. Desde los movimientos concienciados y activos se está llegando a un discurso de reclamo que, alejándose de la penalización al individuo, pone el énfasis en la concienciación y la reeducación colectiva e individual.
Un ejemplo destacado de ello es el modelo de consumo de la economía social y solidaria, que se apoya, al menos, en tres elementos fundamentales: en primer lugar, la necesaria distinción entre necesidades y deseos, y el consumo de bienes y servicios orientado hacia la satisfacción de necesidades; en segundo lugar, la reducción de los niveles de consumo; y, por último, la decisión de dónde consumir.
En primer lugar, la diferenciación entre necesidad y deseo es motivo de estudio desde diferentes disciplinas, y se articula de manera biológica, social y psicológica. Pudiendo extraer de todas ellas muchos matices, nos centraremos en dos ideas predominantes, incluyendo únicamente a las teorías que valoran los recursos disponibles como limitados. El primer ítem, para la clasificación, sería comprender a las necesidades como limitadas, y con capacidad de sanar un dolor, asociando ambas ideas a la vulnerabilidad humana. El segundo, sería la jerarquización consciente de estas necesidades, siendo capaces de darles o quitarles prioridad en nuestras vidas. Este trabajo de autoconocimiento y autocritica es necesario para ser capaces de distinguir entre ambos.
Desarrollando la satisfacción de las necesidades, llegamos a los satisfactores, que erróneamente se asocian únicamente a los bienes económicos, cuando pueden incluir desde las instituciones o estructuras políticas hasta los núcleos familiares. Están directamente afectados por la cultura, el momento histórico, la sociedad y la clase. Aunque actualmente se podría extrapolar y destacar una influencia predominante a través de la cultura, ejercida por los países con mayores intereses en perpetuar estos hábitos de consumo. De esta visión podemos extraer que hay diferentes maneras o medios para cubrir una necesidad, dejándonos un poder aún mayor de decisión sobre ésta, con capacidad objetiva de decidir e incluir criterios sostenibles. También, evidenciando, la falta de concienciación sobre los satisfactores actuales, los cuales no pueden ser generalizables con el total de la población global, o la dimensión intergeneracional.
En segundo lugar, la moderación y la reducción de nuestro consumo es inevitable. Por ello, cuando apuntamos a la reducción debemos volver a observar la huella ecológica, para realizar un análisis de esta, incluyendo la división por rentas. Para poder observar cómo, en 2015 los hogares más ricos eran responsables de casi el 50% de las emisiones globales, frente al 7% emitido por la mitad más pobre de la población mundial, así lo publicaba The Guardian hace un año. Esto es un claro ejemplo del daño y presión que ejercen los ricos globales, y la brecha existente entre los países desarrollados y el resto.
Y, en tercer lugar, habiendo penalizado la palabra consumo hasta la saciedad, ¿dónde podemos consumir? Serían entonces las cooperativas y entidades de la economía social y solidaria la respuesta, ya que son estas entidades las que se encuentran más comprometidas con los derechos humanos, el bienestar animal, el bien común de la sociedad, y la sostenibilidad del planeta. Consumiendo en estas entidades garantizamos que los bienes han sido producidos con los valores del consumo consciente, y en un sistema productivo que empodera a las consumidoras, incluyéndolas en la toma de decisiones.
Partiendo de este marco, y para finalizar, se ha de resaltar, por un lado, que la adopción de este modelo de consumo no se hace de la noche a la mañana, sino que es necesaria una transición a lo largo del tiempo, ya que afecta a muy diferentes áreas de nuestra vida cotidiana, desde nuestra factura de la luz hasta nuestro calzado. Y, por otro, se ha de enfatizar también que estas transiciones y procesos de cambio son más fáciles de llevar a cabo si se hacen colectivamente y acompañadas. Y, en este sentido, resulta oportuno dejar al menos destacadas una serie de iniciativas que contribuyen a hacer más fácil ese cambio de consumo: los grupos de consumo, las cooperativas de consumidores (como La Osa, Biolíbere, Som Energia, La Corriente, etc.), colectivos como Ecologistas en Acción, o proyectos dirigidos a la juventud como la Escuela de Activismo Económico y Jóvenes por Fiare. El consumo consciente es pues mucho más sencillo de alcanzar si nos organizamos y nos integramos en proyectos colectivos, lo cual además nos aparta positivamente de la lógica individualista del consumo actual.