Memoria histórica
Perder la guerra. Perder la paz

Una mirada viajera y crítica sobre Narvik en la II Guerra Mundial, la memoria que aún resuena en sus cementerios y monumentos, la banalidad del mal y el recuerdo frágil del compromiso internacionalista.
Cementerio Narvik
Tumbas de soldados caídos en Narvik. Vicente "Bixen" Carrasco

En el norte de Noruega, 220 km al norte del Círculo Polar Ártico, hay un puerto de mar que nunca se hiela gracias a que, al menos de momento, tenemos la corriente del Atlántico Norte. Lo que hizo que Hitler y Churchill quisieran hacerse con Narvik fue que era (y es) la salida del mineral de hierro que se sigue extrayendo en Kiruna, en Suecia. Hace falta mucho hierro para producir todo el acero necesario para mantener una guerra mundial.

Esa pugna por quedarse con Narvik le costó la vida a mucha gente porque cuando los ingleses, franceses y polacos llegaron a Narvik, a primeros de abril de 1940, los alemanes ya estaban allí desde el día de antes. En la escabechina que tuvo lugar durante los siguientes dos meses, Narvik quedó laminado, la mitad de la marina de guerra alemana acabó en el fondo del fiordo (donde todavía sigue) y los alemanes sufrieron su primera derrota de la guerra, aunque de poco valió porque Francia estaba derrumbándose y los victoriosos aliados tuvieron que dejar tirados a los noruegos.

Literatura
Laura Alzola Kirschgens, periodista y escritora “Las heridas de la guerra están ahí y se debería hablar de ellas”
La escritora muestra en su libro “No os recuerdo”, de la editorial libros del K.O, las cartas que sus abuelos se intercambiaron durante la II Guerra Mundial

Hay una foto de esa retirada que muestra a unos legionarios franceses llorando desconsolados, despidiéndose de los borricos que habían transportado sus suministros, habían pasado por las mismas penurias que ellos y a los que debían abandonar en manos del enemigo. Una parte importante de la Legion Extranjera francesa se nutrió en esos años de españoles y muchos de ellos están enterrados en el sector francés de cementerio de Narvik. En aquella época, quienes se unían a la Legión Extranjera lo hacían bajo un alias de su elección (ahora adoptan nombres y nacionalidades de países francófonos), pero tanto si los nombres en las lápidas y monumentos del sector francés del cementerio de Narvik son alias o nombres reales (que de todo habrá), no hace falta mucha imaginación para atar cabos y ver ahí republicanos españoles y a sus hermanos de armas internacionales, brigadistas alemanes, austriacos, italianos y polacos.

En las lápidas aparecen Clement Belsa, Basilio Beltran Bel, Bautista Bernabé, Carlo Bianco, André Buhler, Aniceto Carrillo y del Cerro, Abraham Edelszein, Luis Lorenzo, Louis Felippe, Dario Galli, Mariano García, Daniel Lucas Pérez, Yvan Pujol de Vilallonga… Hay una para Antonio Sierra, natural de Pinos Puente, Granada, muerto el 30 de mayo de 1940 en Narvik a los quince (¡15!) años de edad. La lista es larga y descorazonadora.

Una parte importante de la Legion Extranjera francesa se nutrió en esos años de españoles y muchos de ellos están enterrados en el sector francés de cementerio de Narvik

En 1940 se crea en Orán la 13e Demi-Brigade de Légion Étrangère (13ª Semi-Brigada de la Legión Extranjera). No es de extrañar que entre los miles de refugiados que acabaron en el norte de África hubiera muchos que, a pesar del trato infame recibido en demasiados casos por parte de las autoridades francesas, decidieron unirse a los franceses en la guerra que comenzó meses después de acabar la que acababan de perder. La unidad era de montaña y como tal se la equipó. Eso significa llevar muchísimos cachivaches. En el Museo de la Guerra se puede ver el equipo que acarreaban. Los jerseys de lana parece que tienen que pesar once kilos, las radios cuarenta y las botas parecen botas de buzo. Se planta uno frente a esos accesorios tan hostiles vistiendo goretex ultraligero, descansado, seco, bien alimentado y (lo más importante) sin nadie disparándole a mala leche y cuesta imaginar hasta qué punto ayudaba y cuánto perjudicaba ese material.

Las tumbas cuentan una historia. El sector del cementerio mantenido con primor por la Comisión de Tumbas de Guerra de la Commonwealth tiene lápidas de lo que ya a estas alturas se me hacen niños. Pilotos de caza, marineros de 17, 19, 21 años. Restos de marineros no identificados relacionados con un buque británico pulverizado. Hay una que resuena de una forma especial: ¿quién le hubiera podido decir a un niño nacido en Nueva Zelanda que moriría pilotando un caza británico y sería enterrado al norte del Círculo Polar Ártico antes de cumplir los 22? Hay también un monumento polaco lleno de flores y banderas, aunque los polacos tengan su propio cementerio en otro pueblo de la zona porque montones de ellos cayeron allí. Los marinos noruegos tienen su lugar también, sobrio, en el centro del cementerio; con un banquito para sentarse frente a él cobijado bajo un árbol. Un monumento con nombres, puestos y edades. La mayoría de ellos no podía siquiera beber legalmente. Qué desperdicio de vidas. Algunos de ellos eran tan jóvenes que hay gente muy mayor que nació antes que ellos y todavía están vivos.

Irónicamente, lo primero que se cruza al entrar al cementerio “nuevo” de Narvik es el cementerio alemán, que pusieron en lugar preeminente durante la ocupación. En este visita no pude dar con alguna de las placas que recuerdan a miembros de las SS allí enterrados. La próxima vez que vaya les escupiré dos veces. El estado alemán tiene una agencia que cuida de los cementerios que sus predecesores se encargaron de regar por medio mundo. A los pies de la gran cruz de piedra que lo preside crecían todavía las flores, porque estábamos en agosto.

Si los alemanes se hubieran quedado en su casa atendiendo sus cosas, que bastante hubieran tenido, no habría miles de muertos llegados de medio mundo regados por todo Narvik, tanto en tierra como en el fondo del fiordo

Al ver que hay flores rojas, amarillas y moradas pienso (en voz alta) que lo que había que hacer es robarle unas cuantas flores a los soldados del mal y ponérselas a los que si hubieran podido no hubieran estado allí. Mi compañera de viaje me dice que los muertos,  muertos están. Quizás es esta cosa tan nórdica de evitar los excesos, los exabruptos y saltarse las normas.

Arrancar flores en un cementerio es todo eso y más, eso es verdad. También es verdad que incluso cuando parece que no hay otra opción luego resulta que sí. Muchos fueron gustosos, pero no todos. Y ni unos ni otros llevaron nada bueno a Noruega vistiendo el uniforme alemán. Solo miseria, hambre, brutalidad y desgracias.

El caso es que si los alemanes se hubieran quedado en su casa atendiendo sus cosas, que bastante hubieran tenido, no habría miles de muertos llegados de medio mundo regados por todo Narvik, tanto en tierra como en el fondo del fiordo. En el cementerio viejo, que se cruza para llegar al nuevo, hay una lápida de un niño nacido poco antes de la invasión alemana y muerto durante la misma. ¿Lo mató la escasez, el racionamiento, un bombardeo aliado o se tenía que morir de todos modos por alguna otra razón? No lo sabemos. Pero una vez más, hay gente que nació antes que este niño que aun está viva.

Filosofía
Libros para dejarse llevar
Estos últimos días el nazismo y la figura de Hitler están en boca de todos. Pero creo que nos vendría bien actualizar nuestro conocimiento de lo que fue y de su perversa influencia en el pensamiento y en especial en la filosofía. El siguiente comentario se propone ofrecer material para ese propósito.

Los alemanes desplegados en Narvik estaban bajo el mando del General Dietl, jefe de tropas de montaña que acabaría estando al mando de las tropas alemanas en toda la región ártica de Europa. Responsable último de matanzas de prisioneros soviéticos, polacos y yugoslavos (perpetradas en bastantes casos por colaboradores noruegos notablemente entusiastas hasta para estándares nazis) y uno de los responsables del uso del trabajo esclavo en todo el norte de Noruega. Miles y miles de víctimas (muchas de ellas imposibles de cuantificar o rastrear) lo fueron gracias a sus decisiones.

Dietl fue miembro del partido nazi desde 1923 y estuvo preso con Hitler tras el Putsch de Munich de 1927. Tan nazi era que decidió ignorar que las SS estaban ya impulsando la reproducción de sus miembros con mujeres noruegas (hecho que desembocó tras la guerra en decenas de miles de mujeres y criaturas teniendo vidas espantosas y demasiado cortas) y prohibió por escrito a las tropas bajo su mando en todo el norte de Finlandia y Noruega casarse con mujeres locales porque no eran lo bastante arias. En el despoblado austríaco donde se estrelló en 1944 el avión que le transportaba hay un memorial que le recuerda y hasta no hace mucho había una calle en su pueblo natal y un cuartel del ejército de la República Federal Alemana llevaban su nombre.

En un sitio como Narvik puede verse la gestión de la memoria desde el punto de vista de quienes perdieron la guerra pero ganaron la paz, de quienes ganaron la guerra y la paz y de quienes perdieron la guerra y la paz...

El acero de bajo fondo o pre-atómico (acero producido antes de las detonaciones atómicas) es necesario para producir equipos de medición muy sensibles. Una fuente abundante de este material está en los buques hundidos en los fiordos noruegos durante la guerra. Y no dudo que los noruegos sean también una potencia mundial construyendo estos dispositivos, pero de lo que no hay duda tampoco es de la socarronería de la que hacen gala en cuanto tienen ocasión. En Oslo usan placas de blindaje del acorazado Tirpitz (hundido por los británicos en 1944 tras muchos intentos y avatares) rescatadas en los 40 y 50 para una tarea muy distinguida: esas planchas metálicas se usan hoy en día para que peatones y coches puedan pasar sobre zanjas abiertas en el pavimento. No dan puntada sin hilo, no.

Lo primero que se ve al entrar al Museo de la Guerra en Narvik es la bandera roja con la cruz gamada que ondeaba en el cuartel general de la ocupación alemana. Como solían hacer, se instalaron en un hotel y sobre el sitio donde estaba ese hotel ahora hay uno más moderno en el que casualmente nos alojamos. En la recepción hay unas vitrinas con objetos de épocas pasadas que exhibe en lugar preeminente un retrato de la fundadora y dueña por muchos años del hotel con un texto que dice: “es mucho más agradable tenerles a ustedes como huéspedes que a los alemanes que fuimos obligados a alojar durante la ocupación”. Junto al retrato hay un casco alemán y en la balda inferior algún periódico y un montón de cartillas de racionamiento. La maravillosa, hospitalaria, voluntariosa gente de Narvik (los narvikings) no olvida.

En un sitio como Narvik puede verse la gestión de la memoria desde el punto de vista de quienes perdieron la guerra pero ganaron la paz, de quienes ganaron la guerra y la paz y de quienes perdieron la guerra y la paz... ¡Ah no! para ver esto último hay que ir a España.

Aunque lo de los españoles enterrados bajo bandera francesa porque su España ya no existe tampoco está mal.

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