Opinión
La infiltrada y el relato de ETA

La historia moderadamente entretenida sobre la desarticulación del Comando Donosti se muestra como otra decepcionante contribución al relato oficialista sobre el conflicto vasco.
La Infiltrada Tosar Yuste Echevarría
Argia El actor de 'La infiltrada' Luis Tosar, la protagonista Carolina Yuste y la directora Arantxa Echevarría
1 abr 2025 05:01

Pasados los premios Goya, aconsejado por una amiga cinéfila, me animo a ver La infiltrada, la película dirigida por Arantxa Echevarria (premiada como mejor película ex aequo con El 47), que, tras varios meses exhibiéndose, todavía aguanta en la cartelera.

Reconozco cierta pereza a la hora de abordar otra película más sobre la materia de ETA, que tantas decepciones me ha provocado, pero todavía albergo esperanzas de ver por fin una película de entidad que refleje aquel oscuro periodo de nuestra historia. No la verdad, pero sí, al menos, un relato complejo y adulto.

Una vez visionadas las dos horas de la película, para el pedestre nivel español en cine de acción, me digo, no está tan mal, destacando las actuaciones de la convincente infiltrada, Carolina Yuste (premiada con el Goya a mejor interprete femenina), en la piel de la policía cuyo alias responde a Aranzazu Berradre Marín, y, por otra parte, del ya veterano en el thriller, Luis Tosar, interpretando al comisario al cargo de la operación, apodado El inhumano, que desarrollan una tensa y ambigua relación.

La infiltrada Ardi Beltza
La revista Ardi Beltza desveló en marzo del 2000 la identidad de la infiltrada en el Comando Donosti.

Una historia moderadamente entretenida sobre la desarticulación del Comando Donosti que, más allá de sus méritos artísticos, sin embargo, se muestra como otra decepcionante contribución al relato oficialista sobre el conflicto vasco.

Debe ser cierto, si está basada en hechos reales, que ETA fue una banda armada compuesta por imbéciles amateurs. La película, supongo, no puede haber falseado detalles tan elementales como, por ejemplo, el procedimiento a la hora de contactar entre etarras ubicados en Hegoalde e Iparralde.

De hecho, la película relata los varios viajes de la infiltrada con el objeto de llevar mensajes secretos atravesando la frontera desde Donostia a una taberna al otro lado de la muga. Un procedimiento arriesgado para una infiltrada en ETA que trabaja clandestinamente, fuera de la cobertura policial… Perdonen mi ignorancia de estos menesteres en el mundo real, solo atenuada por un máster en películas de espías, pero, ¿realmente era necesario trance semejante para llevar un papelito doblado en el sujetador? Se desconocían a finales del siglo XX en tan agreste región del mundo, las virtudes comunicativas de la telefonía fija y aún del correo postal? ¿E, incluso, puestos a parecer sofisticados, los libros de claves o los puntos de recogida, quizá bajo un pedrusco de los Pirineos?

A partir de entonces la trama empieza a parecerme a ratos involuntariamente cómica por lo que, convertido en el peor tipo de espectador, me dispongo a disfrutar pescando incongruencias, o tópicos, tan abundantes... Y así degusto también la insistencia en la ominosa lluviosa que arrasa Donostia, de los fondos invariablemente adornados con pintadas a favor de ETA o de la trepidante música de txalaparta como evocación de la atávica ‘violencia vasca’. Todos esos deliciosos detalles estereotipados a los que ya nos acostumbró la canónica serie Patria.

La culminación de este visionado malintencionado llega cuando la infiltrada consigue arrebatar la carpeta de gomas con la lista de objetivos al malo malísimo del comando, que la guarda en su mesilla de noche, y se la lleva a una policía embarazada, la cual, hábilmente, se la pasa al comisario, el cual, angustiado y sudoroso, ¡consigue heroicamente fotocopiarla en la comisaria! Para devolvérsela finalmente a la infiltrada, que la reincorpora por los pelos a su segurísimo cajón.

En fin, no sé si atribuir a ciertas licencias del guion semejantes proezas argumentales, o a la insuperable surrealidad del conflicto vasco. Verdaderamente, si todo ocurrió como se relata, no tanto por la brillante actuación policial como por la flagrante incompetencia de la banda armada, ETA mereció su final.

El papel del terrorista bruto de origen gallego parece de una comedia de situación, que evoca sin pretenderlo la regocijante Fe de etarras de Borja Cobeaga

No obstante, no es la dudosa credibilidad operativa lo que más me ha llamado la atención de la película, sino otros aspectos que, no lo dudo, sean más realistas, como la relación entre los etarras y la infiltrada. Cuando la película se desarrolla en la vivienda alquilada por la infiltrada, que acoge a un primerizo etarra naif, y luego a otro veterano, interpretado por un Diego Anido cada vez más encasillado, aquí en el papel de terrorista bruto de origen gallego, parece una comedia de situación, que evoca sin pretenderlo la regocijante Fe de etarras, de Borja Cobeaga.

Los etarras se comportan como estudiantes sucios y malencarados, atornillados a la televisión, capaces de cometer el imperdonable crimen ¡de llenar de cáscaras de pipas el cuaderno de ejercicios del euskaltegi de la infiltrada! Aunque parezcan chuscas, estas escenas sí me las creo, sobre todo después de la abundante antropología sobre ETA al respecto. El machismo ambiental de la época también anidaba en la revolucionaria banda armada, y especialmente en este tipo de micro-comunidad donde imperaba más la testosterona que el feminismo.

La película también tiene otras escenas más ‘íntimas’, quizá resueltas con excesivo pudor, como el emparejamiento sexual de la infiltrada con el etarra joven y la amenaza sexual por parte del mayor utilizando su pistola. Nada que objetar a su realismo, aunque quizá se podría haber explorado este aspecto de manera más creíble que mostrar a la infiltrada restregándose a conciencia en la bañera tras estos indeseados contactos.

Cuando pensamos en las generaciones de etarras que, entregadas a la causa, sacrificaron no solo vidas ajenas sino su propia existencia y su futuro, pensamos que ahí hay un relato de desesperanza y locura todavía por contar

Ya sabemos que una película no es sino una mentira verdadera, bien (o mal) contada, pero esperamos del cine, en principio no destinado al consumo de palomitas, mayor complejidad en el relato sobre ETA. Un relato que implícitamente puede rechazar la violencia y el fanatismo, si lo considera, pero, sobre todo, que ilumine los abismos de la condición humana.

Cuando pensamos en las generaciones de etarras que, entregadas a la causa, sacrificaron no solo vidas ajenas sino su propia existencia y su futuro, pensamos que ahí hay un relato de desesperanza y locura todavía por contar. Pero cuando también rumiamos el caso de esta joven policía infiltrada en ETA (al parecer la única de sexo femenino) durante ocho años, comprendemos que hace falta no tanto un sublime heroísmo como algún tipo de fanatismo absurdo más allá del deber, todavía mayor que el de los etarras.

En los créditos finales de la película se nos informa que uno de los etarras, que finalmente es detenido gracias al chivatazo de la infiltrada, se dedica en la actualidad a ilustrar cuentos infantiles; una circunstancia que funciona como metáfora muy a propósito...

El relato de ETA, aparte de una cascada de documentales en los últimos años, tras algunas películas dignas pero insuficientes (Operación Ogro, Yoyes, Días contados, El negociador, Tiro en la cabeza, etc.), sigue despidiendo el inconfundible aroma a cuento simplista y consolador sobre un conflicto político, que, por contraste, en el caso del conflicto irlandés, ha tenido mayor fortuna.

Todavía esperamos ficciones sobre el conflicto vasco no condicionadas por la visión abertzale ni por el relato oficialista, que exploren el sinsentido, la manipulación, la hipocresía y el horror de la violencia y la política vascas

Todavía esperamos esa ficción o ficciones sobre el conflicto vasco, más allá de lo políticamente correcto, no condicionadas por la visión abertzale ni por el relato oficialista, que explore el sinsentido, la manipulación, la hipocresía, y el horror de la violencia y la política vascas. Hasta entonces nos tendremos que conformar con la madurez y autonomía de la literatura.

Recientemente se ha estrenado en nuestras pantallas Secretos de un crimen, producida por la BBC y dirigida por Sandhya Suri, un neo-noir sobre una policía primeriza (una viuda que hereda el puesto de su marido muerto en acto de servicio), casi una infiltrada, que investiga un turbio caso de asesinato en un ambiente de violencia, corrupción y machismo generalizado en la India rural. Toda una lección de mirada crítica, pintada con una amplia paleta de grises morales, a la vez sensible al entorno y ajena a la complacencia maniquea que todavía practica nuestro cine.

Pues bien, una película equivalente, no podría ser, a día de hoy, producida ni filmada, y menos premiada, por el cine español. Una asignatura pendiente de nuestro cine: profundizar en el relato del conflicto vasco para contarlo todo, sin coartadas ni justificaciones. Solo, con puro cine.

Conflicto vasco
Explicar la patria

La mayoría de las producciones audiovisuales recientes sobre el conflicto vasco caen en un sensacionalismo que se aleja de cualquier visión posibilista y de la posibilidad de ejercicios eficientes de memoria histórica.

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