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Partidos políticos
El evitable ascenso de Vox en 2019
El año ha estado decisivamente marcado por la emergencia del partido de Santiago Abascal. Hasta cinco elecciones han puesto a prueba la crisis de representación que vive España.
Hay muchas cosas que diferencian a Vox de los requetés carlistas que lucharon en el bando sublevado en la Guerra Civil. Hay, sin embargo, un lema de los tradicionalistas que da muestra de la ventaja competitiva que el partido de Santiago Abascal ha adquirido a lo largo de 2019: “Viva el follón”, gritaban los carlistas. En el follón creado en la política española desde otoño de 2017 ha destacado la voz ora legionaria, ora meapilas, del artefacto que ha devuelto a la ultraderecha a posiciones de poder en España. Sin el follón, sin un desbarajuste profundo de los sistemas de representación, no hubiese sido necesaria una reacción airada de la casta de privilegiados que se aglutinan bajo el paraguas de Vox. Y si ese follón no se estuviera produciendo a nivel global, probablemente el partido no habría obtenido la financiación necesaria ni las herramientas precisas para hacer de sus campañas una historia de éxito.
Técnicamente, la eclosión se produjo en diciembre de 2018. Un mensaje difundido por WhatsApp con los resultados de un sondeo de GAD3 apuntaba a que Vox iba a ser determinante en unas elecciones que Susana Díaz había convocado para arrasar. 2019, definitivamente, no ha sido el año de Susana Díaz. Vox irrumpió con casi 400.000 votos en aquellos comicios a los que había llegado de la mano de una cobertura mediática imparable. Eso fue en 2018. A principios del año que termina, el partido ya era protagonista de la información política.
En enero, El País publicaba una información sobre las donaciones que el Consejo Nacional de la Resistencia de Irán (CNRI) había realizado para financiar el levantamiento del partido, tanto en 2014 como con posterioridad. Los vínculos del CNRI con el Pentágono —y cómo ese grupo consiguió salir de la lista de organizaciones terroristas con los pasaportes que expende el dinero— y la agenda de Rafael Bardají, consejero de Aznar en el momento de la foto de las Azores, transmutado en estratega de comunicación del partido de Abascal, permitieron trazar la filiación internacional de Vox, más cercano en su desarrollo a la alt-right estadounidense, cuyo principal exponente es Donald Trump, que a la extrema derecha europea, pese a algunos acercamientos ligeros al eje Roma-París que conforman Marine Le Pen y Matteo Salvini.
El éxito de Vox, sin duda, fue centrar sus ganas de follón en el público objetivo que estaba dispuesto a aceptar su mensaje. Añadiendo solo unas gotas de islamofobia (combustible básico del neofascismo que recorre Europa), el argumento principal, no obstante, es Catalunya y la consigna, “Ni perdón ni amnistía”, como radió Queipo de Llano. La amenaza más seria, el desmantelamiento del estado de las autonomías para proceder a una recentralización en torno a Madrid (corte, no villa) que, como es lógico, ahondaría las ya palmarias diferencias entre territorios. Los complementos, las llamadas a la salvaguarda de tradiciones en peligro: desde la caza hasta la explotación sin complejos ni restricciones de trabajadores migrantes en el campo.
En plena pérdida de identidad del Partido Popular, Vox supo en el primer trimestre del año hacer suyos los símbolos de la derecha conservadora con un programa que incluía las sesiones de “Cañas por España” para jóvenes y que ha seducido a capas significativas del ejército y los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, al toque de rebato de la unidad de España. Una unidad que, según la versión de Vox, corre peligro en manos del bipartidismo de PP y PSOE, partido al que sin pudor señalan ya como “un problema para la seguridad nacional” en lo que es el inicio de una carrera retórica protogolpista.
El follón como trampolín
Junto al apoyo mediático —los principales conglomerados mediáticos acogieron con expectación el crecimiento de una antipolítica útil a los intereses de la oligarquía financiera—, la presencia de Javier Ortega Smith en la acusación popular durante el juicio del 1 de octubre funcionó como otro foco de atracción hacia el discurso duro de Vox. Pese a que sus intervenciones fueron redundantes, irrelevantes y en ocasiones provocaron la vergüenza ajena de las personas presentes en la vista oral del juicio, el efecto publicitario “gratuito” se hizo notar en la campaña electoral de las elecciones de abril.Fueron las elecciones en las que funcionó la “alerta antifascista” planteada por Pedro Sánchez para encaramarse desde los 85 diputados con los que había formado un Gobierno monocolor. Se trató, no obstante, de una alerta de opereta, solo entonada por el PSOE en virtud del beneficio electoral que le iba a proporcionar, dado que la formación de Gobierno en Andalucía ya había abierto en canal la posible entrada de Vox en las instituciones y le señalaba como solo un extremo dentro de la etiqueta chicle del constitucionalismo.
Si Albert Rivera hubiera atendido a las señales, hoy podría ser vicepresidente, Ciudadanos podría gobernar en la capital y quizá en alguna comunidad autónoma
El ascenso de Vox y la alerta planteada por Sánchez sí sirvió para la elaboración de un retrato-robot de sus candidatos que no se ha alterado —todavía— tras la definitiva apoteosis que supusieron las elecciones de noviembre. El periodista de La Marea, Antonio Maestre, dedicó parte de sus esfuerzos a establecer la genealogía del partido, formado por una segunda unidad de fascistas —“nostálgicos” en el argot—, neonazis neopaganos y viejos peperos saltando en marcha de un caballo a otro. Ignacio Gil Lázaro, representante de Vox en la mesa del Congreso es un ejemplo de este último grupo: un nuevo antipolítico con casi 40 años en las instituciones como miembro de Alianza y del Partido Popular.
Más allá de los perfiles que lo integran, Vox ha cubierto el hueco simbólico de “lo facha” que el PP tenía integrado y que no le fue discutido hasta el estallido de sus casos de corrupción. Frente a su espejo, “lo progre”, el éxito del partido de Abascal ha consistido —en su propios términos— en reivindicarse “fachas” sin complejos. En un campo de batalla definido por las redes sociales y con la capacidad que da el dinero de desdoblar la verdad hasta hacerla irreconocible, el universo “facha” se nutre de la indignación que generan sus discursos. Tiene la capacidad de establecer un frente en lo semántico, que estratifica a la audiencia: así, para el constitucionalismo que representa Vox, en Catalunya se ha producido un golpe de Estado y las amenazas de golpe de Estado de quienes tendrían la capacidad de ejecutarlo en sus términos clásicos son expresiones de patriotismo.
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Sigan, por favor, hablando del féretro de Franco, el bloqueo de la formación de gobierno y el minué de la articulación territorial, que Nadia Calviño necesita silencio para hacer su trabajo.
Las llamadas “guerras culturales” son, de momento, favorables al crecimiento de Vox, que tiene en esa disonancia, en esa diferencia de significados, un filón por explorar. La complicada salida de ese laberinto marcará, muy probablemente, los debates de la izquierda en 2020. Y debería marcar del mismo modo los de la derecha democrática, ese río Guadiana que recorre la historia de España sin demasiado ruido.
....y FACHA...que se os olvida 🤣🤣 https://t.co/VQvxP5GQJq
— Santiago Abascal (@Santi_ABASCAL) October 8, 2018
Pasaron
Aunque Santiago Abascal ha evitado presentarse como un nostálgico del franquismo y, cuando tuvo oportunidad de participar en el debate preelectoral de noviembre, señaló la intersección de muchos hogares que tuvieron familiares “en uno y otro bando” durante la guerra civil, la llamada implícita a una reivindicación del fascismo —lo que los estadounidenses han llamado un “silbato para perros”— ha funcionado también como imán para su desacomplejada base electoral. El más claro, el menos sutil, de sus mensajes se lanzó con la entrada de cuatro concejales —124.000 votos— en el Ayuntamiento de Madrid.Con el lema “Ya hemos pasao”, el partido de Monasterio, de los Monteros y Ortega Smith, planteó la base de la que hasta ahora ha sido su espectáculo municipal: bloquear declaraciones institucionales, para aglutinar a la esfera Incel, y, con la acción del Gobierno de Martínez Almeida y Villacís, desmontar la ley de memoria histórica y el reconocimiento de las víctimas del franquismo placa a placa. En lo material, Vox no ha sido siquiera requerido para unos presupuestos municipales que sacan de las cuentas a organizaciones como las asociaciones de vecinos, las radios comunitarias o la federación de madres y padres de alumnado.
La revancha en el cementerio de La Almudena se producía solo unas semanas después del momento de mayor simbolismo del año, la exhumación del cadáver de Franco del mausoleo fascista diseñado por el exdictador. El momento con el que Sánchez quiso cubrir todo su flanco izquierdo en una etapa de regreso del candidato socialista al constitucionalismo feroz en relación a Catalunya. Fue en esos días, coincidiendo con la sentencia sobre el 1 de octubre, cuando se produjo el estirón definitivo de Vox, también cuando Ciudadanos comenzó a oler a fiambre.
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Así sacaron a Franco del Valle de los Caídos
Para sacar el cuerpo de Francisco Franco del Valle de los Caídos ha hecho falta el esfuerzo de miles de personas: aquellas que desde hace décadas luchan por la memoria y contra el olvido, de aquellas que siguen buscando a sus familiares en las cunetas, las que siguen trabajando para llevar ante la justicia a muchos de los criminales que asesinaron y torturaron bajo el respaldo del régimen.
El error de Rivera
Se atribuye a Albert Rivera una incapacidad manifiesta para el análisis político. Lo cierto es que el candidato de Ciudadanos, dimitido después de la debacle del partido en noviembre, tenía una lectura de la situación clara. Una apuesta que perdió después de cuatro años en una senda victoriosa. Tal vez, lo que le faltó a Rivera fue una lectura en clave internacional de la situación: el 5 de septiembre se formaba el segundo Gobierno de Giuseppe Conte. El partido que, aunque Ciudadanos no lo pretendiera, alumbraba el camino que debía recorrer Rivera, el movimiento Cinco Estrellas, se aliaba con la socialdemocracia italiana para impedir el paso a la administración —y para postergar la victoria en las urnas— de la Liga de Matteo Salvini. La Unión Europea bendecía la unión y lanzaba un mensaje que Rivera no quiso escuchar desde su retiro veraniego.Daba tiempo, si entre el mes de abril y el 23 de septiembre, Rivera hubiera atendido a las señales, hoy podría ser vicepresidente, Ciudadanos podría gobernar en la capital y quizá en alguna comunidad autónoma. Es posible que el fenómeno Vox no se hubiera desinflado, pero, desde luego, Ciudadanos no habría desaparecido como lo está haciendo tras las elecciones del 10 de noviembre.
La autonomía de lo político, en el caso de Albert Rivera, transformó en redundante a su partido. Su imitación postrera de Salvini respecto al tema de Catalunya era imposible de sostener ante la subida de Vox entre los cuerpos armados. Había un análisis político pero era erróneo. Y en un arco de apenas seis meses, Ciudadanos obtuvo sus mejores y sus peores resultados desde que se presentó como alternativa al bipartidismo y antídoto contra Podemos.
Pudo ser peor para la izquierda
Pudo ser peor. El efecto de Vox en las elecciones en Andalucía fue el pretexto de Manuela Carmena e Íñigo Errejón para lanzar una propuesta política emancipada de Podemos. El polo que desde 2014 había aglutinado distintas familias desde la izquierda clásica hasta electrones libres del post15M estallaba en Madrid. Los ayuntamientos del cambio, con la única excepción de Barcelona y Cádiz, exploraron la misma vía. Se señaló a Pablo Iglesias, debilitado tras el episodio de la casa en Galapagar, como la gangrena del proyecto del cambio y se produjo una voladura de la precaria unidad conseguida hasta la fecha en ciudades como Coruña, Santiago o Zaragoza.Pero el adelanto de las elecciones generales a abril y el regreso de Iglesias en la campaña electoral detuvo temporalmente la hemorragia que sufría el partido morado. En las elecciones de mayo no pudo ocultarse, sin embargo, la dimensión de la crisis del proyecto de urgencia que había aglutinado a distintas familias políticas en 2015. La incompleta fusión fría con Izquierda Unida lastró al partido en las elecciones autonómicas y el incendio en Madrid terminó con el ala de Ahora Madrid no controlado por Carmena fuera del proyecto de Más Madrid y del nuevo consistorio, y con Podemos a pocos puntos de quedar fuera de la Asamblea de Madrid.
Tampoco les fue bien a los proyectos que se habían querido amputar el sustrato que proporcionaba Podemos. Salvo Cádiz y Barcelona se esfumaron todos los ayuntamientos del cambio, en una noche que fue terrible para la izquierda, agridulce para el PSOE —Gabilondo se estrelló contra el rocoso suelo de la derecha madrileña— y que llevó a Pedro Sánchez a tomar la peor decisión posible: la de repetir elecciones para yugular definitivamente a Unidas Podemos. Lo que hizo inevitable el ascenso de la extrema derecha.
Pudo ser peor. Tras la fallida negociación de Gobierno de coalición —y la oferta de un “Ministerio del Inferior” que Podemos no aceptó—, la pista estaba preparada para una llamada al orden que reforzase al bipartidismo y rebajara las principales alternativas a izquierda y derecha creadas durante la crisis de representación que emergió en 2011. Objetivo fallido.
La sustitución de Ciudadanos por Vox y la resistencia que pudo armar Unidas Podemos —que logró sostener las plazas clave de Catalunya y Andalucía— frente al efecto gaseosa de Más País abocó a los partidarios del orden a la renuncia de un plan conjunto de estabilización. Si abandonaba su flanco derecho, Pablo Casado podía perder cualquier posibilidad que tenga de ejercer su turno en el futuro. Así pues, Pedro Sánchez solo tenía una opción, la fórmula de Frente Popular de la que los socialistas han huido desde diciembre de 2015.
Historia
¿Otra vez el Frente Popular?
Un repaso a las (difíciles) coaliciones de socialdemócratas y partidos de izquierdas en la Europa posterior a 1945.
2020 se inaugura con la fase final hacia la consecución de esa fórmula de Gobierno, inédita en España desde 1939. No es lo que quería el PSOE, y ha hecho todo para evitarlo, y probablemente acentuará el desgaste de Unidas Podemos, pero es lo que hay.
El éxito de la mezcla dependerá de si el futuro Gobierno es capaz de poner en marcha, más pronto que tarde, una serie de medidas de recuperación de derechos laborales, de acceso a viviendas asequibles, y de redistribución. Solo ese programa relámpago puede aglutinar a una masa social que defienda el proyecto de Gobierno ante los ataques y el protogolpismo que acecha ya de la mano de Vox y que el PP mantendrá por su propia inercia. En un escenario de follón y si no hay una mejora de las condiciones materiales de la mayoría de la población, el segundo Ejecutivo Sánchez tiene los días contados. Pero eso lo veremos el año que viene.
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Tú sí que estás enferma. ¿Por qué se cae así de fácilmente en esa trivialización?
¿Sabías que ni siquiera el 10 % de los votantes de VOX se siente identificado por etiquetas como franquista, ni como fascista, ni como ultraderechista? ¿Sabías que, sin embargo, más del 70 % se consideran antifeminazis?
Centremos el análisis.
La gente ha votado a vox...sera su culpa. Muchos estarían en el 15m cuando estaban tan mal las cosas y votarian a podemos, alguna culpa tendra la izquierda tambien
El último parrafo es clave o lo que quede será un erial... Carpetazo al R78, Democratizar, Descentralizar el poder de Madrid (Corte), Desmontar el Deep-State (Judicial, Administratico, Periodístico, Nacional-Católico).
Así es, no abra servido de nada todo el esfuerzo, lucha e ilusión que el pueblo trabajador a atesorado frente al neoliberalismo y el neofranquismo, si todas estas reformas socioeconómicas (insuficientes, pero positivas en cuanto a la posibilidad de apertura de una futura vía revoluciónaria) no se llegan a cumplir.
Todo dependerá, sobretodo, de si el PSOE sigue primando el interés de las elites otanistas, junto a la deuda y privatización, o defiende lo que ha pactado
Es imperdonable que El Salto, tras una mínima supervisión, no detecte, o bien si lo haga y aún así publique, comentarios como al que estoy aludiendo en el cual una compañera,
haciendo gala de un grotesco analfabetismo deja al conjunto de lo que cree representar por los suelos "escribiendo" (agrediendo)
con unas faltas de ortografía absolutamente intolerables.
La brutal proliferación de feministas no ya simples e iletradas, si no que auténticas analfabetas, es una especie de cáncer que acabará con este movimiento si alguien no lo impide.