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Partidos políticos
Simone Weil y la tiranía de los partidos
Los partidos han evolucionado muy poco desde su aparición en el siglo XVIII en los albores del sistema parlamentario moderno, primero en el Reino Unido y después en el continente, tras superar la desconfianza que la Revolución francesa mantuvo con el asociacionismo político. Hacia finales del siglo XIX, coincidiendo con el ascenso del proletariado al sufragio, surgen los partidos de masas, y estos adquieren unas nuevas características. Unos Estados evolucionarán hacia la implantación de un régimen de partido único y otros, las llamadas democracias liberales, hacia la democracia de partidos.
A principios del siglo XX Robert Michels ya formuló la llamada “Ley de hierro de la oligarquía” para explicar la contradicción siguiente: por qué los partidos políticos, que son las principales instituciones de la democracia, no son organizaciones democráticas. Un siglo después, esta ley sigue tan vigente como entonces a la hora de describir su funcionamiento y organización. No ha perdido tampoco vigencia la frase con la que cierra su obra sobre los partidos políticos: “El predominio de la oligarquía en la vida partidaria sigue siendo indestructible”.
Robert Michels ya formuló la llamada “Ley de hierro de la oligarquía” a principios del siglo XX: por qué los partidos políticos, que son las principales instituciones de la democracia, no son organizaciones democráticas
¿Hay una respuesta a esta ley de hierro? Si uno lee el ensayo Notas sobre la supresión general de los partidos políticos, escrito por Simone Weil al final de su trágica y corta vida en 1943, (pérdida de la que se cumplen 80 años), podrá comprobar que no es de hoy el rechazo tan grande que suscitan los partidos políticos. Sin entrar a discutir la fragilidad de algunos de los argumentos de la crítica de Weill, así como de la alternativa que propone, su lectura no ha perdido actualidad ni dejado de tener algunas virtudes. Eso sí, llama la atención su rotundidad, su radicalidad, su idealismo y su concepción pura del bien y el mal. Para Weil, los partidos son un auténtico “cáncer” y las consecuencias son siempre dramáticas, porque “si la pertenencia a un partido obliga siempre y en cualquier caso a la mentira, la existencia de los partidos políticos es absolutamente, incondicionalmente, un mal”. Para ella, “nunca hemos conocido ni de lejos nada que se parezca a una democracia” por encontrarse esta modalidad de gobierno “sometida a la tiranía de unos partidos políticos que debieran ser suprimidos”.
Filosofía
¿Por qué no molesta Simone Weil?
Para Weill lo que se necesita en la buena democracia no son nuevos partidos políticos, sino educar a la población y a sus gobernantes para orientarse de manera crítica en los asuntos públicos y según criterios de justicia social.
Weil finaliza advirtiéndonos: “Casi en todas partes (...) la operación de tomar partido por algo, de tomar posición a favor o en contra, ha sustituido la obligación de pensar”.
La democracia, en su opinión, es legítima si los individuos que la componen están en condiciones de pensar de manera autónoma, orientándose en los asuntos públicos según su conciencia y su inteligencia. Por ello, hace falta una educación que no sea manipulación, sino adquisición de pensamiento crítico. Weil finaliza su ensayo advirtiéndonos: “Casi en todas partes (...) la operación de tomar partido por algo, de tomar posición a favor o en contra, ha sustituido la obligación de pensar”. Esta actitud tiene su origen en los círculos políticos y se ha extendido a casi la totalidad del pensamiento. “Resulta dudoso que podamos remediar esta lepra, que nos mata, sin comenzar suprimiendo los partidos políticos”.
¿Puede el gobierno de las sociedades llevarse a cabo de otra manera? Sin partidos no hay democracia, pero la democracia de partidos muestra un funcionamiento cada vez más deficiente. En todo caso, hoy no se vislumbra otra alternativa distinta y mejor a los partidos.
¿Puede la política dejar de ser una pugna entre los partidos? No lo parece. ¿Por qué? La sociedad es plural, compuesta por distintos sectores o grupos sociales, con ideologías, necesidades e intereses diferentes, los partidos (plataformas o movimientos, da lo mismo) representan en buena medida a esos grupos. No puede pensarse que la existencia de los partidos es el origen de todos los conflictos; tampoco que su desaparición terminaría con todos los problemas.
Si la supresión de los partidos no es ninguna solución, sí lo es, en cambio, aspirar a que se produzca una corrección en profundidad de su dinámica diabólica
Simone Weil llega a la solución más radical: hay que suprimir los partidos políticos y erradicar su cultura. Ahora bien, si la supresión de los partidos no es ninguna solución, sí lo es, en cambio, aspirar a que se produzca una corrección en profundidad de su dinámica diabólica, de sus malas prácticas y costumbres, tanto en su vida interna como en el ejercicio del poder en los distintos gobiernos.
Una mayor calidad de nuestras democracias de partidos no es posible sin un cambio radical de dichos dispositivos organizativos sobre los que gira todo el sistema. Su democratización real es esencial. Para ello, dicho de una forma breve y telegráfica, es necesario combatir las tendencias negativas que se originan en su interior como la oligarquización, el pensamiento grupal, el gregarismo, el sectarismo, las falsas lealtades y la uniformización del pensamiento. Así mismo, se requiere, entre otras cosas, mejores y más estrechos vínculos con la sociedad civil, una mayor autoexigencia crítica y autocrítica de su propio quehacer, una mayor transparencia, compromiso con la verdad, lucha contra la corrupción, rendición de cuentas, asunción de responsabilidades por los errores cometidos, mayor preocupación por la formación en conocimientos y en valores de sus miembros, aumento de la participación y control de sus bases (incluso de la ciudadanía en la evaluación critica de los partidos y sus candidatos), en donde el debate sea estimulado y la discrepancia no sea censurada o sancionada, donde cada cual piense por sí mismo y no sea pensado por otros, como le gustaba decir a Weil.