PNV
El síndrome de Estocolmo peneuvista

A estas alturas existen pruebas suficientes para moverse más allá del síndrome de Estocolmo peneuvista y afirmar que la captura del Estado del bienestar está teniendo lugar con nocturnidad y alevosía

Antígona obra de teatro del colectivo Horman poster
Antígona obra de teatro recientemente escenificada en euskera por el colectivo Horman Poster Aitane Goñi Landa

Las calles desiertas durante la pandemia, donde la movilidad se reduce y con ello las emisiones, indican la manera en que podrían seguir existiendo las lógicas sistémicas de explotación capitalistas bajo el experimento neoliberal vasco algunos años más. La reclusión como medida política ha sido siempre -y seguirá siéndolo- una forma de comprar tiempo. Por ejemplo, como consecuencia de las medidas de confinamiento social, el consumo seguirá tendiendo hacia plataformas digitales, con la consecuencia que ello llevará aparejada para los pequeños comercios vascos, quienes irán desapareciendo en favor de grandes franquicias en pocos años. Por otro lado, llegado el momento en que los repartidores precarios adquieren la condición de sobrantes, la distribución de los bienes virará hacia drones o coches autónomos, los cuales además llevarán instalados sistemas de vigilancia más desarrollados que los de cualquier coche de policía local. En los cielos de Barcelona y Santiago de Compostela, ya es posible observar dichos proyectos de movilidad urbana área.

PNV
Fase beta del experimento neoliberal vasco

La segunda ola refleja la farsa de la gestión tecnocrática de la pandemia en la política vasca, supresión del estado del bienestar y militarización del espacio público. Un experimento del PNV para avanzar hacia su paraíso neoliberal.

Este movimiento hacia la automatización del consumo no es inocente. Más bien, refleja la manera en que las tecnocracias locales matan dos pájaros de un tiro con su experimento: el problema de abastecer a las poblaciones en entornos urbanos caracterizados por la inmediatez y la falta de tiempo, así como la vigilancia (totalmente legitimada) en las urbes contemporáneas. El resultado es una actualización de la ideología del consumidor soberano, aunque ahora insertado en ciudades cada vez más militarizadas.

Utopías capitalistas

¿Alguien pensaba que el centro logístico de Amazon en Trapagaran forma parte de algo así como el último estadio en el desarrollo del hombre hacia lo más excelso de la humanidad? ¿No es más bien una solución espacial para hacer más rápidos los procesos de consumo en el presente eliminando toda tienda física local y con ello toda traba a los inversores globales en el sector comercial y  hostelero? Además, una vez tengan el control sobre la cadena de distribución, ¿quién nos dice que los departamentos de interior no empezarán a usar las tecnologías de Bezos para hacer más eficiente las patrullas policiales? ¿Si a los gobernantes vascos no les importa un ápice acoger un enorme centro logístico que ofrece condiciones de trabajo irrisorias a los trabajadores donde antaño existían empleos bien pagados en la industria pesada vasca, quién nos dice que no firmará uno de los acuerdos que Ring, compañía de Amazon especializada en seguridad, tiene con cientos de departamentos policiales en Estados Unidos?

“Las metrópolis vascas han encontrado con el coronavirus una tormenta perfecta hacia un proceso de reconfiguración y apertura de los barrios al capital financiero”

En el lado de la producción, al margen del teletrabajo que ahora emerge como sentido común de época, el horizonte tampoco es halagüeño. El medio de transporte hacia el entorno laboral tenderá, gracias a las temperaturas cada vez más tropicales de Euskal Herria debido al calentamiento global, hacia cualquier suerte de método verde, como bicicletas eléctricas, dentro de escenarios urbanos como el que avanzan la torre del emprendimiento en el centro de Bilbao, o mismamente la isla de Zorrotzaurre, donde cada día nace una nueva grúa. Estos ejemplos resultan clarividentes sobre la guerra urbana entre clases, pues las metrópolis vascas han encontrado con el coronavirus una tormenta perfecta hacia un proceso de reconfiguración y apertura de los barrios al capital financiero.

Industria
Amazon, a la conquista de la margen izquierda

La multinacional estadounidense prepara su desembarco en la vieja Babcock & Wilcox de Trapagaran con un modelo que bajo el pretexto de la creación de puestos de trabajo altera el consumo local además de las numerosas críticas sobre sus condiciones laborales

En primer lugar, la gentrificación del Casco Viejo se ha llevado por delante a los jóvenes precarios, quienes en muchos casos han vuelto a la casa de sus padres mientras el precio de alquileres ascendía. En segundo lugar, las personas al borde de la jubilación con segundas residencias han desaparecido durante meses del centro, empujando a muchos comercios al cierre y facilitando así la entrada aún más salvaje de fondos que especulan con el suelo del Casco Viejo u otras partes del centro susceptibles a la valorización inmobiliaria. Cuando pase la riada, los hipsters internacionales o turistas extranjeros no tardarán en apropiarse de esas viviendas para disfrutar de la calidad de vida del Norte, sea teletrabajando o acudiendo en su bici eléctrica a hubs de emprendimiento desde los que diseñarán formas más innovadoras de introducir los mercados en el bocho. La oleada de desahucios es sólo la expresión más inmediata de un proceso de más largo recorrido.

Desahucios
1.723 desahucios en Barakaldo desde el suicidio de su vecina Amaia Egaña, hoy hace 8 años

La plataforma contra la exclusión social y por los derechos sociales Berri Otxoak denuncia que “1.723 familias barakaldesas han sido desahuciadas en los últimos 8 años, a una media de cuatro por semana”, desde que su vecina del barrio Desierto, Amaia Egaña, se quitara la vida en el momento en el que iba a ser desahuciada.

A estas alturas existen pruebas suficientes para moverse más allá del síndrome de Estocolmo peneuvista, un estado psicológico inducido durante décadas, y afirmar que la captura del Estado del bienestar está teniendo lugar de manera premeditada, con nocturnidad y alevosía. Está inscrito en las cabezas de los líderes vascos, desde el PSE hasta el PNV. A petición directa de Eduardo Zubiaurre, presidente de Confebask, han pactado la ampliación del límite de endeudamiento hasta los 1.546 millones de euros. Más allá de los titulares, resulta evidente que las políticas expansivas no servirán para salvar los servicios sociales. ¡Keynesianismo privatizado (Colin Crouch dixit), hay que salvar una vez más a los empresarios y trasladar la deuda a los hogares y las arcas públicas!

No existirá transformación industrial alguna en un régimen económico alimentado gracias a la especulación inmobiliaria y el consumo. Al igual que antes de la pandemia, pero a una velocidad mayor, ocurrirá la siguiente tendencia: aquellos ingresos que anteriormente se derivaban de un empleo estable serán sustituidos por ingresos generados mediante inversión en viviendas u otros activos especulativos. No es otro el futuro de las ciudades vascas que venderlas a los mejores postores.

“El discurso sobre la digitalización, aderezado de soflamas eusko label, es la acrobacia retórica que legitima y llena de contenido ideológico el experimento neoliberal”

El discurso sobre la digitalización, aderezado de soflamas eusko label, es la acrobacia retórica que legitima y llena de contenido ideológico el experimento neoliberal, una mezcla entre urbanismo militarizado, destrucción de la asistencia social y conflicto entre capitales globales contra la ciudadanía ‘de toda la vida’. De hecho, ahí se encuentra el fundamento del conflicto, que incluso va más allá de la habitual lucha de clases y abarca el recinto que abarca la vida en sí misma.

Antígona en Ajuria Enea 

Una de las máximas de Espai en Blanc reza que entre los rasgos fundamentales del fascismo postmoderno se encuentra la movilización de la vida por lo obvio. Esa oscura enunciación se ha clarificado en la última quincena, pues la subsistencia ha quedado reducida a lo habitual: el trabajo, la educación y el comercio. Resulta curioso que la decisión de confinar los municipios llegará en la víspera del día de todos los santos, cortocircuitando el recuerdo especial que ese día hacemos de muertos, tradición que precede en cientos de años a su posterior apropiación cristiana.

“Lo oprimido en estos últimos meses guarda un cierto símil con la tragedia de Antígona, pero Urkullu, vicario del capitalismo en Euskadi, no es Creonte, el defensor de las leyes políticas”

Tal vez por ello, y por los acontecimientos posteriores donde se ha profundizado en las restricciones, es buen momento para recordar el mito de Antígona, una de las más interesantes tragedias griegas que ha sido recientemente adaptada y escenificada por primera vez en euskera. Esta narra como Antígona, desobedeciendo las leyes del nuevo soberano Creonte, decide dar sepultura a su hermano Polinices. En la obra no se pone en duda que el tirano, en el sentido popular y democrático que tenía en Grecia, tenga poderosas y legítimas razones para evitar que se honre el cadáver del muerto. Polinices era un enemigo del Estado, un opresor, y el pueblo no lo quería. Nadie, ni siquiera Antígona, cuestiona este hecho. No obstante, la pregunta fundamental que guía la obra camina en otra dirección.

¿Hasta qué punto está legitimado el poder político para suspender aquello que da sentido y cohesiona a la propia comunidad a fin de protegerla? La pregunta no es absurda. Para los paleoantropólogos, uno de los rasgos distintivos de la humanidad es el enterramiento. Un rito ceremonial que denota compasión, piedad, solidaridad y, ante todo, un sentimiento de vínculo colectivo que no solo atañe a los presentes, sino también a quienes se fueron. La obra toca por tanto uno de los puntales básicos de aquello que define lo humano. ¿Puede cancelar el poder político la humanidad, la solidaridad, la ternura, la compasión?

En la obra chocan dos formas de legitimidad, que si bien pueden coexistir, también pueden entrar en tensión: el poder político que ostenta el gobierno y el tradicional, depositado en la comunidad. Creonte hace lo que hace porque considera que no hay poder que se encuentre por encima de las leyes humanas, ni siquiera los dioses. La política, queda de manifiesto, es lo que define el ser en comunidad. Por otro lado, del respeto incuestionable de estas leyes depende la felicidad del pueblo. No obstante, Antígona rechaza ambas ideas. La comunidad, lo social, son conceptos que trascienden las limitadas miras de las leyes civiles, pues provienen de la humanidad misma, del rito, del vínculo, del amor y del respeto.

Si bien existen ciertos  paralelismos con lo que ha tenido lugar durante la pandemia, la actualidad no es tan arquetípica. Se mantiene el objeto de la tragedia, esto es, el soberano que decide suspender una parte significativa de aquello que articula la forma de vida comunitaria. Lo oprimido en estos últimos meses guarda un cierto símil con la tragedia, pero no se puede decir lo mismo de aquello que mueve los intereses del soberano. Urkullu, vicario del capitalismo en Euskadi, no es Creonte, el defensor de las leyes políticas.

“Para el Gobierno vasco la vida debe ser protegida, evitando así que falten manos para asegurar el ratio de explotación en un momento donde las empresas necesitan aumentar sus ganancias”

La decisión del Partido Nacionalista Vasco, y en esto se encuentra acompañando a buena parte de la clase política española, ha sido hacer frente a la epidemia siguiendo una lógica enteramente capitalista. Bajo esta máxima, la vida humana debe ser protegida mediante leyes en su calidad de fuerza de producción al servicio del incesante flujo de mercancías. La vida, se impone desde el Gobierno vasco, debe ser protegida para su reproducción biológica, evitando así que falten manos para asegurar el ratio de explotación en un momento donde las empresas necesitan aumentar sus ganancias al obsceno precio del coste humano. En suma, bajo las cosificadoras lentes del sistema, el cual trata de preservar la fuente de plusvalía, la vida debe orientarse a ese mismo fin.

Huelga señalar que este no es un suceso aislado. Existen en la historia suficientes precedentes, desde las plantaciones o los campos de trabajo, hasta las cárceles o las fábricas, donde la vida es un hecho puramente biológico destinado a mayor gloria del capital. Desde luego, esta “vida bajo el capital” no es la única forma de existencia posible. América Látina lleva décadas trabajando en el paradigma del “buen vivir”, abarcando de manera holística la economía, los cuidados, la planificación y la democracia. Bajo este paradigma, la vida es algo más que “el trabajo, la escuela y el comercio”. La vida no es una mercancía donde existen sólo valores de cambio, sino valores de uso colocados al servicio los unos de los otros de manera ordenada. Reivindiquemos esta idea en toda su amplitud, que es la de una coordinación social distintas a las leyes del mercado. Cuando ello ocurra, tal vez las energías que en estas últimas semanas emergen de las calles resulten suficientes y no sea necesaria la gestión institucional de la tecnocracia vasca.

Protesta
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La izquierda lleva meses siendo incapaz de articular una narrativa crítica capaz de cuestionar la gestión capitalista de la pandemia.
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#74522
16/11/2020 10:55

Esto de tener como deporte favorito darle al EAJ-PNV (mercidamente) resulta insuficiente. Esta gente se mantine ahí porque juegan mejor sus cartas en las decadentes democracias liberales representativas. Es decir, son los menos mediocres dentro de la mediocridad, o la minoría mayoritaria que siempre acude a llamada de la boina, ya que la mayoría (abstención/ no participación) sosteniblemente creciente decide no acudir (último proceso 47% de abstención).
Todo lo que se plantea en el texto es cierto, peligroso y distópico, aunque solo el sindicato ELA parece tener clara la batalla que hay que pelear...

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#74530
16/11/2020 14:01

Ya está el nihilista de turno haciendo chistes ( muy buenos por otra parte ) acerca de ELA :)

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