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Temporeros
Crónicas del fuego
Incendios que arrasan poblados chabolistas en la provincia de Huelva. Tres en apenas cinco días. Decenas de casas quemadas, documentos calcinados, ilusiones perdidas. Historias de supervivencia en medio de la exclusión y el olvido institucional.
Arde Huelva. En sus calles con 37 grados que bajan a fuego, y en las chabolas de madera, plástico y cartón, donde la fuerza de trabajo migrante, temporera, sobrevive en una atmósfera espesa de 40 grados o más. Arde Huelva como ardieron esta semana tres poblados chabolistas, uno en Lucena del Puerto y los otros dos, en Lepe.
Es martes 14 de julio a las 9 de la mañana y una máquina remueve las cenizas tras el incendio en el asentamiento del Hotel Portugal, en Lepe, producido un día antes. En lo alto de la montaña de escombros, un colchón mugroso es la imagen de la desolación.
A metros de allí, en el complejo hostelero que dio nombre al poblado, un puñado de empresarios se pasea en coches de alta gama. Hablan con la Guardia Civil que custodia el perímetro del terreno y desde la comodidad de un café controlan los trabajos. “Ojo con esta gente”, dice uno de ellos, como advirtiendo al resto del comportamiento de las víctimas del incendio.
Su discurso se asimila al que unas horas antes pronunciara en la Cadena Ser Andalucía el alcalde de Lucena, Manuel Mora. “Ni muchas de estas personas tienen papeles, ni pueden trabajar y muchas de estas personas lo único que quieren es no pagar el alquiler. Lo saben ellos, lo sabemos nosotros y lo saben las ONG”, afirmó en referencia al fuego que en la madrugada del domingo 12 arrasó medio centenar de viviendas en el Camino de Santa Catalina, con un saldo de dos jóvenes y un bombero heridos leves .
Temporeros
Tres incendios en poblados de Huelva dejan a más de 400 personas temporeras sin techo
En solo cinco días, el incendio de tres poblados chabolistas habitados por trabajadoras migrantes del campo, ha dejado a más de 400 personas si techo. El fuego no solo ha destruido sus casas, sino también documentación vital para sus aspiraciones de regularización. Algunas fuentes sospechan que los incendios podrían ser intencionados.
Las mismas voces al inicio de la pandemia pedían a gritos que llegara mano de obra migrante para la temporada de frutos rojos, y ahora les señalan como culpables de las precariedades extremas del lugar. La campaña 2020 ha terminado y muchos se han ido a Granada, Lleida o Zaragoza. Cuerpos de usar y tirar, ya no hacen falta y se nota. En esos otros lugares donde —como aquí— los hosteleros se niegan a alquilar habitaciones y los Ayuntamientos se despreocupan de la situación, ahora les señalan con el dedo acusador de la Covid.
En la tarde del lunes, apenas apagado el fuego, les permitieron revolver entre las cenizas en busca de algo que se hubiera salvado. “No quedó nada”, nos dicen. Las llamas consumieron lo poco que tenían y nadie que no haya pasado por su situación, puede comprender lo que implica perder ese “poco”. Porque las llamas han quemado papeles, pasaportes y las pruebas de arraigo que alguien guardaba para poder demostrar que llevaba tres años viviendo en el Estado español; que estaba aquí, que era invisible pero vivía y sentía y formaba parte de esta sociedad. Sin esos comprobantes que exige la Ley, le tocará volver a “fase 0”.
Las llamas han quemado papeles, pasaportes y las pruebas de arraigo que alguien guardaba para poder demostrar que llevaba tres años viviendo en el Estado español
Tras comprobar que solo se amontonaban cenizas, levantaron una chabola más grande para pasar la noche. “Pero a la una de la madrugada la Guardia Civil les dijo que nadie podía dormir allí. Al otro día la nueva chabola fue tirada”, confirma Seydou Diop, portavoz de la Asociación de Nuevos Ciudadanos por la Interculturalidad (ASNUCI) y del movimiento #RegularizacionYa en Lepe.
No quedan ropas ni fotos, ni enseres, ni rastro del poco dinero que alguno había ahorrado pese a los bajos sueldos. “Mi patrón me dijo que si me esfuerzo mucho, si cumplo, me va a hacer los papeles. Me quedan cuatro meses para cumplir los tres años y prefiero quedarme”, se ilusiona N, un joven maliense que nos pide preservar su nombre.
“Al momento del incendio estaba trabajando, así que me he quedado con la ropa que tenía en ese momento”, dice N. En la mano lleva una bolsa que voluntarias de la Red Acoge le han proporcionado a quienes lo han perdido todo, unas 95 personas. Calzoncillos, pares de media, gel, champú y algunas botellas de agua es la ayuda de emergencia.
Un grupo pudo pasar la noche del lunes en el Centro de Día de ASNUCI. “Unos pocos, teníamos que respetar lo del distanciamiento”, lamenta Seydou. La mayoría durmió en la intemperie, algunos muy cerca del terreno calcinado. Desde la misma entidad repartieron una treintena de colchones para paliar la emergencia ante la desidia de las autoridades comunales.
Cuando John Steinbeck escribió Las uvas de la ira no habría imaginado que 80 años más tarde, en un rincón de la vieja Europa, se reprodujera su novela de forma tan perfecta. Condiciones inhumanas, racismo institucional, explotación laboral y personas como la familia Joad, que se trasladan de un lugar a otro en busca de mejores condiciones de vida.
“Esto es muy duro tío, esto es muy duro”, cuenta M, senegalés que también prefiere no desvelar su nombre, mientras lava su ropa en un grifo exterior de la pared perimetral del cementerio municipal de Lepe. Es la única fuente de agua para muchas de las personas que viven en los asentamientos y allí concurren con carros de la compra llenos de garrafas plásticas que llenar.
Vive en el incipiente poblado ubicado entre el cementerio y la ruta N-431, son apenas una decena de infraviviendas y sobre el tejado de una de ellas hondea una bandera española. Al fondo, el cartel de Burger King que asoma, contrasta con la imagen de pobreza extrema del paisaje.
Hasta el 13 de octubre de 2019, las chabolas se acumulaban al otro lado del cementerio, en los terrenos frente al Parque Empresarial Lepe Sur, donde además de la hamburguesería funciona una gasolinera, un supermercado y tiendas de marcas. Aquel día el fuego también arrasó con casi todo, y las máquinas se llevaron por delante lo poco que permanecía en pie. El terreno fue vallado y 148 personas fueron a la calle. La historia se repite, una y otra vez.
Migración
Víctimas del incendio del asentamiento en Lepe se declaran en huelga laboral
M lleva tres años en España, algunos meses en la ciudad, y solo ha podido trabajar unos cuantos días. “La temporada terminó y no hay nada tío, quiero irme a Granada, a la manzana, pero no tengo dinero”, asegura. Su ruta jornalera se ha estancado.
Issa Cámara ha pasado por el mismo proceso. Conoce cada una de las circunstancias y dificultades que implica la vida temporera. Lleva 12 años en nuestro país sobreviviendo a la irregularidad administrativa. Los primeros tres, obligado por la Ley de Extranjería, los restantes porque a la hora de la verdad, la exigencia de un contrato indefinido convierte en una quimera obtener en tiempo los ansiados papeles.
Issa Cámara: “Me llamaron y me encontré con que había perdido todos los documentos, el comprobante de resolución favorable de mis papeles, la copia del contrato. Todo, la ropa, todo”
Issa vivía en el asentamiento Hostal Portugal y también se quedó sin nada. Se encontraba trabajando cuando le avisaron de las llamas. “Me llamaron y me encontré con que había perdido todos los documentos, el comprobante de resolución favorable de mis papeles, la copia del contrato. Todo, la ropa, todo”, describe.
Al día siguiente, este joven de Costa de Marfil tenía cita en Extranjería para poner la huella. “Pero no pude, se me había quemado el pasaporte”, lamenta. De inmediato viajó a Madrid para tramitarlo en el consulado de su país. Ha pasado 12 años esperando tener papeles y, cuando solo faltaba grabar la huella, el incendio le puso una nueva zancadilla.
“La Guardia Civil habló con la policía nacional, le dijeron que no había problema, pero no le dejaron ponerla. Al final se fue la misma noche a Madrid a intentar sacar un pasaporte nuevo. No se entiende porque toda la documentación la tiene la policía, ya comprobó que las fotocopias en su poder eran las de su pasaporte original”, se queja Seydou.
Ya es viernes 17 e Issa ha regresado a Lepe con el comprobante de tener su pasaporte en trámite, aunque con dudas de que ese “recibo” sirva para algo. “El problema es que he perdido la cita y obtenerla es muy complicado. Yo tenía cita, tenía todo listo, pero fui a extranjería y no pudo ser. El nuevo pasaporte, como pronto, llegaría en un mes y quizá sea tarde para cumplir con el sueño de los papeles.
Seydou, N, M, Issa y decenas de compañeros se concentran desde ayer viernes por la mañana frente al Ayuntamiento de Lepe a reivindicar sus derechos. El alcalde les dijo que se fueran y los citó para el lunes. Extraña forma de entender la emergencia.
Seydou Diop: “Si nuestra vida valiera algo, ante los rebrotes de coronavirus que estamos viendo, las cosas no deberían funcionar así”
Anoche seguían allí, defendiendo sus reivindicaciones. Piden a las autoridades que de manera urgente se habiliten dispositivos de ayuda. “Si nuestra vida valiera algo, ante los rebrotes de coronavirus que estamos viendo, las cosas no deberían funcionar así. Es una catástrofe humanitaria. Son gente que ha perdido su dinero, su documentación, su pasaporte, papeles y todo”, asevera Seydou. Durante la pandemia en muchos lugares se han habilitado campings, colegios o polideportivos para acoger a los enfermos. Se trata de una decisión política.
“Si se hubiera quemado algún barrio de españoles en Lepe, segurísimo que nadie dormía en la calle. Eso es claro como el agua”, concluye Seydou. Hace calor en Huelva, quema el sol y arden las chabolas. Y en las crónicas del fuego las historias se entrecruzan entre la defensa de los derechos, la exclusión y el racismo institucional.
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¿Dónde están los "super-solidarios", incluído famosos, que apaludían por los balcones a las ocho de la tarde? Seguramente planeando "sus vacaciones". ¿A estos desgraciados les van a hacer algún homenaje algún día? Uuff!! ¡Qué caló!! Voy a poner el aire acondicionado...y una rebequita por encima, que refresca.