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El pasado 1 de mayo aprovechamos en Bilbao esta jornada internacionalista para lanzar una proclama clasista contra la guerra, contra todas las guerras y contra todos los Estados que las promueven y financian directa o indirectamente.
Suenan tambores de guerra en todo el mundo: a la de Ucrania, normalizada ya por los medios de comunicación, le añadimos la guerra y la barbarie en Palestina que ocupa hoy numerosas movilizaciones en el mundo ante la impotencia de no poder detener la masacre en Gaza.
Pero la guerra no sólo son estos dos conflictos, la guerra no ha cesado en el Kurdistán, el Sahara, en Sudán, el Mar Rojo, el Congo, en Birmania… conflictos silenciados por medios, instituciones u organizaciones políticas que, sin embargo, comportan la masacre, el desplazamiento y la barbarie para millones de seres humanos.
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La Unión Europea ha pedido un esfuerzo a los Estados miembros para adoptar una nueva economía de guerra, mientras en España el PSOE, el PP, VOX, Sumar y tres miembros del Grupo Mixto han acordado que España deje de aplicar el Tratado que limitaba las armas que podía poseer cumpliendo con el mandato de la OTAN. El reclutamiento obligatorio está sobre la mesa de los gobiernos en cada vez más países, mientras que todo tipo de gobiernos en el mundo financian directa o indirectamente a los ejércitos regulares que en cada bando de las distintas guerras participan de la barbarie.
Bakunin decía, a finales del siglo XIX, que no podía existir una convivencia pacífica entre Estados dado que la propia naturaleza de la forma Estado, como institución y salvaguarda de las clases dominantes en cada región, se basaba en su extensión y dominio sobre el resto. La fortaleza y crecimiento de un Estado era siempre a costa de otros, lo que inevitablemente conlleva a la guerra. Bakunin, como socialista, anarquista e internacionalista, definió la tendencia al imperialismo de cualquier Estado desde su análisis histórico y materialista de una Europa anterior a la Gran Guerra, un mundo anterior a la política de bloques mundiales que sucedió tras la Segunda Guerra Mundial, un escenario mucho más similar al de nuestros días donde las alianzas entre Estados sólo obedecen hoy a relaciones de poder y dominación en términos de fuerza, en función de los intereses de las clases dominantes en competencia entre sí.
La guerra evidentemente trae muerte y miseria en el frente, pero en los Estados que no están directamente en conflicto, como el nuestro, van a traer recortes sociales, pérdida de libertades y la precarización de nuestras condiciones de vida
¿Qué implica la guerra para las clases trabajadoras?
Pero ¿qué implica la guerra para las clases trabajadoras? La guerra evidentemente trae muerte y miseria en el frente, pero en las zonas de retaguardia o de los Estados que no están directamente en conflicto como el nuestro van a traer recortes sociales, pérdida de libertades y la precarización de nuestras condiciones de vida, normalizando el militarismo y deshumanizando los bandos en conflicto. Cuando la Comisión Europea solicita a los Estados miembro que hagan esfuerzos para adoptar una economía de guerra, en realidad se están refiriendo a la clase trabajador: la única clase que, con su trabajo y con su sangre, genera el beneficio del que se apropian todas las clases privilegiadas, capitalistas y propietarias, pero también todas las clases burocráticas y religiosas que gobiernan los Estados en el mundo.
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Seamos claros: cuando se habla de guerra en la retaguardia a las clases trabajadoras se nos está anunciando que debemos renunciar a subir sueldos, a aceptar una mayor intensidad del trabajo, más explotación, a renunciar a la mejora de nuestras condiciones de vida en beneficio de una economía dirigida a la guerra. Se nos habla de recortes sociales y de renunciar a libertades.
Es un hecho histórico, como demostró también Rosa Luxemburgo, que la guerra es una de las formas que los Estados disponen para sostener la acumulación de Capital y, por lo tanto, es directamente una cuestión de clase. Por eso no debemos entender la guerra como una cuestión únicamente moral, si no que debemos entender la guerra militar como una de las formas históricas que todas las clases dirigentes han tenido para asegurar sus privilegios en su competencia infinita entre sí, una espiral elevada sobre la base de la explotación y dominación de las clases desheredadas de todo el mundo.
Solo comprendiendo las causas reales de las guerras, podremos descubrir las formas de oponernos a ellas. Y si su razón de ser es la preservación de los privilegios de una fracción de las clases dominantes a costa de nuestra sangre, debemos también comprender que da igual la bandera bajo la que los Estados, visibles o en la sombra, dirigen los ejércitos.
Da igual si se presentan bajo formas democráticas o dictaduras, si son estados laicos o religiosos, si son ejércitos regulares de Estados legítimos o no. Mientras haya dirigentes y dirigidos, mientras haya una sociedad dividida en clases, todos los ejércitos sirven a la clase privilegiada y sus formas de gobierno en cada territorio.
Cabe preguntarnos, entonces, si esto viene siendo así desde tiempos remotos ¿por qué ahora tiene lugar esta escalada belicista? La respuesta la podemos encontrar en el proceso de colapso en el que nuestras sociedades se encuentran inmersas, un colapso que para la CNT es sólo el proceso de agotamiento de las economías y las formas de Estado como las hemos entendido hasta ahora. Es la aceleración de la crisis no concluida de 2008 a nivel mundial por la coincidencia de la escasez cada vez mayor de materias primas y combustibles fósiles, de la catástrofe ecológica, de la incapacidad de los Estados para garantizar unas mínimas formas de subsistencia de cada vez mayores capas de la población…
Y si la guerra responde a un interés de las clases privilegiadas, de los Estados y el Capital digámoslo claramente, hemos de concluir que quien tiene la capacidad de detener la barbarie es también quien puede abolir el estado actual de las cosas, es decir, el proletariado. Las acciones espectaculares que apelan a la conciencia y la moralidad pueden parecer la única respuesta, pero en realidad sólo obedecen a la impotencia que como individuos sentimos quienes albergamos un mínimo de humanidad.
Pero la indignación, la denuncia pública, o las acciones espectaculares no cambian la realidad material sobre la que se erigen los ejércitos, quienes les dirigen ni quienes les financian. Las clases trabajadoras del mundo somos las únicas con la capacidad real de acabar con la barbarie, de poner fin a la guerra en Ucrania o detener la masacre en Gaza.
La única posibilidad de cortar en seco las guerras es la lucha de clases en la retaguardia, que haga inviables los esfuerzos de guerra
La única posibilidad de cortar en seco las guerras es la lucha de clases en la retaguardia, que haga inviables los esfuerzos de guerra, es incrementar las huelgas por la mejora continuada de las condiciones de vida, reducir la jornada de trabajo, aumentar el salario, acabar con las discriminaciones de todo tipo, sabotear los esfuerzos de guerra, animar a la deserción en los ejércitos, fomentar las huelgas en las empresas por nuestras propias condiciones de vida hasta que sea inviable destinar las economías a la guerra y, por supuesto, a derrocar los gobiernos y las instituciones que nos llevan a la barbarie.
El 9 de junio vuelve a haber elecciones al Parlamento Europeo, esa institución sobre la que se legitiman los Estados a la hora de decirnos que debemos dedicar nuestros esfuerzos como clase a mantener sus beneficios por todos los medios, incluso la guerra militar. Es hora de llamar a la abstención a estas elecciones, de organizarse y de luchar por transformar las bases materiales de esta sociedad para abolir todas las injusticias.
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