Vacunas
Cultura pandémica y el debate de la vacunación

La crisis sanitaria ha ido acompañada de una crisis social y de la posterior instauración de una cultura pandémica, una forma diferente de relacionarnos con el entorno y un cambio en las normas sociales y las conductas. Pero, ¿tiene cabida el pensamiento crítico en este nuevo contexto?
montaje vacuna covid
Madre, antropóloga, feminista y activista. Investigadora doctoranda de la UGR sobre activismos en grupos de madres.
20 ene 2022 06:00

La actual crisis sanitaria está profundamente ligada a una crisis social que, aunque deriva de las medidas adoptadas frente al virus, no es más que la punta del iceberg del estilo de vida pre-pandemia. Lo mismo sucede con una crisis económica a la que antecede un sistema capitalista financiero depredador. Al igual que estamos viviendo en una crisis sanitaria en países con grandes recortes en sanidad pública y con multinacionales que controlan gran parte del negocio de la salud mundial. O como pasa en algunas crisis por desastres naturales provocadas por la desprotección y contaminación del medio, que suelen afectar en mayor medida a territorios empobrecidos. Por lo tanto, una crisis social también parte de una situación previa de degradación de las relaciones sociales, de competitividad, individualismo, soledad y aislamiento social, de adormecimiento a través del consumo y falta de pensamiento crítico, incentivado por mecanismos como los medios de masas.

La crisis social actual ha ido modelando una cultura pandémica, con sus costumbres, forma de relacionarnos con el entorno y normas sociales. Una cultura que no está exenta de contradicciones: nos escandaliza que el suicidio sea la principal causa de muerte en la adolescencia, pero no dudamos en criminalizar a adolescentes si no cumplen las estrictas normas, aunque afecten a su salud mental. Nos escandalizan los resultados de investigaciones sobre la capacidad cognitiva de bebés nacidos/as en pandemia (aunque sean discutibles los parámetros usados) pero no cuestionamos los efectos que les produce relacionarse a través de mascarilla, distancia de seguridad y dispositivos electrónicos. Nos sorprende ver a niños y niñas con miedos y ansiedades, pero al mismo tiempo hemos permitido que la infancia sea la última en recuperar sus derechos (como la apertura de sus espacios), se la ha acusado de ser “supercontagiadora”, se han tomado medidas casi militares en las aulas y no hay medidas reales de conciliación ante las cuarentenas.

No hace falta que ningún organismo nos obligue de forma explícita a vacunar ya que la propia población está actuando como garante de la vacuna

Y ahora entramos en otro debate que parece dividir a la población en dos bandos: la vacunación. Las vacunas en nuestro país siempre han sido voluntarias, una libre decisión individual de las personas o las familias (en caso de la infancia). Sin embargo, en esta crisis social, igual que funcionaron los policías de balcón, funcionan los policías de pautas completas. No hace falta que ningún organismo nos obligue de forma explícita a vacunar ya que la propia población está actuando como garante de la vacuna. Pero, ¿por qué las personas han llegado a esta idea? ¿Son conocedoras de la evidencia científica? ¿Confían en su gobierno? No es necesario. Se ha creado en el imaginario social de esta nueva cultura pandémica la solución final contra una situación que está resultando psicológicamente insostenible. La sociedad se ha aferrado de tal manera a esta idea que poco importa que haya evidencia científica que contradiga o, al menos, que ponga en cuestión ciertas prácticas.

Las madres que luchamos por la visibilización de la lactancia materna sabemos bien cómo funcionan estos mecanismos sociales. A pesar de estar demostrado científicamente que la lactancia materna es lo mejor para el bebé y la madre, siempre que la madre lo desee, podemos encontrar infinidad de profesionales de la salud haciendo recomendaciones en contra de la propia evidencia científica, así como una sociedad envuelta en mitos que dificultan la lactancia. Esto se debe a la existencia de una cultura del biberón bien arraigada, al igual que la actual cultura pandémica. Y no hay tantas diferencias: entre otras cosas, en ambas hay un enorme interés (para nada oculto) de las grandes farmacéuticas.

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Pero, ¿cómo se instaura? Principalmente a través de la publicidad, la propaganda y del manejo del miedo como mecanismo de control. Igual que el racismo surge del miedo a la diferencia y de la necesidad de buscar culpables, el miedo a la muerte o la enfermedad puede ser el inicio de algo muy peligroso. Al principio de la pandemia, muchas personas dejaron de comprar y comer en tiendas y restaurantes chinos, se acabaron los suministros de los supermercados, se produjo una especie de agorafobia, se desinfectaba todo aquello que entrase en casa como quien acaba de visitar un centro epidemiológico, empezó a molestarnos que la gente se acercase demasiado, seguimos mirando mal a la persona que tose, no dejamos que nuestra hija juegue con un niño con mocos, nos estalla la cabeza al ver a niños y niñas relacionándose sin mascarilla.

No estoy infravalorando la gravedad de la pandemia, hemos tenido motivos suficientes para sentir miedo. La sanidad ha estado y sigue colapsada y vimos marchar para siempre a seres queridos. Sin embargo, hemos podido comprobar cómo los medios de comunicación han aprovechado el miedo, lo han aumentado y descontrolado para, poco a poco, dar paso al odio. Y han conseguido algo insólito: dándole una patada a la evidencia científica, una gran parte de la sociedad ha empezado a considerar culpable de esta ola del ómicron a las personas no vacunadas, llamándolas irresponsables e insolidarias. Se crean así dos bandos: las personas no vacunadas acusadas de “antivacunas” y “negacionistas”, y las personas vacunadas acusadas de “borregos”. Ya tenemos un enemigo más tangible que el virus y un sentimiento de pertenencia al grupo, un rito de paso a través de la aguja, que requiere de dos (o tres) sesiones para llegar a la plena ciudadanía certificada. El artículo Hacia el fin de la excepcionalidad, publicado en Actualización en Medicina de Familia, de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, precisa: “Vacunar a toda la población, incluyendo a la de muy bajo riesgo y la infantil, no va a evitar la circulación del virus. Vacunarse o no es una decisión individual, y no se debe presionar a nadie para que se vacune en aras de un beneficio colectivo que no sabemos hasta qué punto existe y cuánto tiempo podría durar. No lo hemos hecho nunca antes y no debemos hacerlo ahora.”

No se trata de hacer un análisis de la libertad individual sino de reflexionar sobre qué estamos haciendo como población

No voy a debatir sobre el grado de eficacia de las vacunas experimentales del covid-19 ni de sus posibles efectos secundarios, pues no dispongo de la suficiente información, no es mi campo y no es el objetivo de este artículo. Ni pretendo abrir el debate sobre si vacunarse o no vacunarse, porque ésta debe ser una decisión personal y respetada en ambas opciones. Preferiblemente, como todo en la vida, haciéndolo de manera consciente e informada. No se trata de hacer un análisis de la libertad individual sino de reflexionar sobre qué estamos haciendo como población: ¿tenemos toda la información? ¿Por qué decidimos obviar algunas recomendaciones sanitarias y seguir otras? ¿Debería haber más control sobre lo que se retransmite a través de los medios? ¿Nos están, como decía Noam Chomsky, “vendiendo la moto”? ¿Se está convirtiendo éste en un debate visceral sin un ápice de sentido común?

Si la vacunación general ha creado controversia, la vacunación infantil auguraba un debate profundo, pero cuál ha sido mi sorpresa al ver que no. Nada más abrir el plazo de vacunación infantil, el teléfono y la aplicación para pedir cita se han saturado. Colas enormes de familias esperando la vacuna, los colegios enviando comunicados, los grupos de whatsapp de las clases echando humo. Realmente, la vacunación infantil está siendo muy importante para la mayoría de las familias, a pesar de que el covid-19 no es peligroso para la infancia y el 99,3% no presenta síntomas o son leves, según revela Marta Sánchez Jacob en el artículo ¿Es pertinente la vacunación frente a COVID-19 de los niños y adolescentes desde el punto de vista bioético?, publicado en septiembre en la revista de Pediatría de Atención Primaria. Sin embargo, también soy escéptica ante la premisa de que el principal motivo de la celeridad de vacunación a la infancia sea el de proteger al resto de la población, más aún cuando la vacuna no evita la transmisión del virus. Además, con la rapidez con la que avanza esta variante, algunos niños y niñas están recibiendo la vacuna casi al mismo tiempo que contraen el virus. En el mismo artículo, Sánchez Jacob plantea si es pertinente la vacunación infantil a niños y adolescentes desde el punto de vista bioético: “al menos debemos dejar a los menores al margen de estrategias de control epidemiológico y evitar acciones sobre ellos, que puedan provocar más riesgos que beneficios”.

Se cuestiona también cómo se está produciendo un acaparamiento de las dosis de vacunas por parte de países ricos. La OMS, en agosto de 2021, pidió una moratoria de la tercera dosis hasta que al menos un 10% de la población de los distintos países estuviera vacunada, prestando especial atención a la vacunación de personas en riesgo o con patologías previas. Sin embargo, la solidaridad de la que se habla en nuestro país parece no tener una visión mundial y podría estar vacunándose a sectores de la sociedad que no requieren la vacuna, dejando desprotegidos a otros.

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La única evidencia es que no existe un consenso a nivel científico sobre la vacunación, sus efectos secundarios, ni sobre el número de dosis y aparecen datos nuevos y diferentes cada día. Por ello es importante que se garantice toda la información necesaria para que las personas puedan elegir libremente y sin juicios sobre las diferentes decisiones. Sin embargo, esta libertad queda en cuestionamiento cuando se establecen mecanismos de control como el certificado y pasaporte covid, con el que se impide a algunas personas su acceso a la mayoría de establecimientos, incluidos los comedores universitarios, o se les priva de la libertad de movimiento. Quienes no realizaron el rito de paso, no tienen acceso al certificado de plena ciudadanía pandémica. Según el artículo de Actualización en Medicina de Familia, “los certificados de vacunación para acceder a ciertos servicios, más allá de las dudas éticas sobre su implantación, carecen de evidencia científica sobre su utilidad en la disminución de contagios y casos graves.”

Algunas personas se están vacunando exclusivamente para acceder a los derechos básicos que ofrece este certificado, como no ser despedida del empleo, poder visitar a un familiar enfermo en el hospital, etc. Así mismo, los nuevos protocolos de medidas contra el covid establecen cuarentena solo para contactos estrechos no vacunados, dando vía libre a los contactos vacunados. La decisión de relajar las cuarentenas tiene un origen laboral, económico y de falta de recursos para mantener a tanta gente en sus casas, con una propagación del virus tan amplia pero una sintomatología general tan leve. Dicho en otras palabras: la cuarentena no compensa. Por lo tanto, la diferenciación entre personas vacunadas y no vacunadas, ambas transmisoras del virus, no tiene base científica. Se está generando una obligación encubierta de vacunación, donde solo las personas que hayan adquirido la pauta completa pueden volver a esa nueva normalidad que tanto se ansía, discriminando a quien no haya tomado “la decisión correcta”. En los colegios de algunas comunidades autónomas solo los niños y las niñas vacunadas podrán no hacer cuarentena en caso de contacto con positivo, provocando una enorme discriminación. Además, se plantea la posibilidad de obtención de datos de vacunación por parte de los centros, lo que violaría el derecho a la intimidad de los y las niñas así como la ley de protección de datos.

El comité de redacción de Actualización en Medicina de Familia plantea que “aunque las vacunas siguen siendo muy efectivas contra la enfermedad grave, no lo son tanto contra la infección y la enfermedad leve, especialmente con ómicron”. Por este motivo no se comprende la necesidad de seguir aferrándose a la vacuna como principal y única vía salvación, al menos frente a esta variante. Pero, si no nos presentan otras alternativas, si no disponemos de toda la información o ésta es contradictoria, si se están llevando a cabo medidas represivas como el certificado covid, muchas personas imaginan múltiples escenarios sobre lo que realmente está sucediendo. Aunque no descarto algunos, cada vez tengo menos fe en versiones demasiado complejas. He podido comprobar cómo algunas autoridades sanitarias sin intereses particulares son capaces de defender con pleno convencimiento datos sin base científica alguna. Por lo tanto, no podría esperar menos de nuestros/as políticos/s y de aquellas personas y profesionales que gestionan la pandemia. Porque no dejan de formar parte de esta sociedad, con sus miedos y subjetividades, aunque pretendan transmitir autoridad en sus discursos y aunque mucha gente acepte y valide esa supuesta autoridad. Hecho que no quita que exista, como siempre, un enorme beneficio económico detrás, como existe prácticamente en todas las decisiones políticas y científicas del mundo. Las epidemias tampoco escapan a los intereses del mercado. Nada nuevo bajo el sol.

Los protocolos cambian y ponen toda la responsabilidad en las personas

En la actualidad, la ficticia “seguridad” de esta cultura pandémica flaquea. Nos encontramos con un sistema sanitario que, desbordado por la falta de recursos y de personal, pide a la población que no acuda a los centros si los síntomas son leves. Sin embargo, después de la larga y profunda campaña del miedo, es imposible pedirle a una población aterrorizada tranquilidad ante el virus. Más, cuando el círculo de contagios comienza a estrecharse y aunque se esté debatiendo si incluso pasará pronto a ser endemia. Los protocolos cambian y ponen toda la responsabilidad en las personas: autotest y familias que se convierten en sanitarias; confinamiento a voluntad según grado de vacunación; familias que no saben cómo actuar y llenan de preguntas los grupos de WhatsApp del colegio, la familia o el colectivo de crianza; niños y niñas que van a clase con síntomas, tal y como llevan haciendo toda la vida por la ausencia de derechos para cuidar; personas con covid o contactos muy estrechos que no reciben baja laboral; etc. Todo esto merece una revisión y, al menos, un despertar de la masa crítica que exija responsabilidades, en lugar de seguir buscando culpables y divisiones entre la gente de a pie.

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