Bienes comunes
¡El río es mío! (y tuyo)

Abriendo una serie sobre los bienes comunes y públicos, la reflexión del escritor jarandillano acerca de la gestión del agua de los ríos en España a lo largo de la historia.
20 mar 2024 07:00

El agua de los ríos es un bien público. Sin embargo, menos de un 1% de los ciudadanos se enriquece con ella y el 99% los ignora o no le importa o considera normal este extraño desequilibrio. Aun así tenemos suerte de que hayamos mantenido esta tradición jurídica del derecho romano: los ríos y sus aguas son un bien de titularidad y uso público desde entonces, pero esto podía haber cambiado. La Edad Media y el Antiguo Régimen están llenos de leyes, litigios, arrobas de peces, molinos, canalillos, denuncias y enjuagues, nunca mejor dicho, sobre la propiedad y el uso de los ríos españoles pero el fondo del asunto jurídico mantuvo la filosofía romana.

El agua de los ríos es un bien público. Sin embargo, menos de un 1% de los ciudadanos se enriquece con ella y el 99% los ignora o no le importa o considera normal este extraño desequilibrio

Luego la modernidad tuvo sus peligros y las buenas intenciones, de las que está empedrado el infierno, pudieron acabar con los ríos para convertirlos en una propiedad de fulanos y menganos, privada. La Desamortización de Mendizábal de 1836 expropió y revendió tierras, dehesas, montarrales, fincas, monasterios y otros bienes eclesiásticos que compró la gente con posibles a un precio muy bajo. Pero la Desamortización de Madoz de 1855 puso a la venta también “los predios rústicos, los urbanos, censos y foros pertenecientes al Estado, al clero y cualesquier otros pertenecientes a manos muertas.” Esta frase tan leguleya y extraña quiere decir que se vendieron también, tirados de precio igualmente, los bienes municipales y comunales de los que se hacía desde tiempo inmemorial y con buen tino una gestión y una explotación colectiva sostenible: pequeños y grandes bosques de los que los vecinos sacaban leña, madera, castañas y bellotas, pastos donde comían las cuatro ovejas o dos cabras familiares, campos cultivables en los que los más menesterosos podían plantar por casi nada o gratis sus seis cebollas y dos nabos… Hoy puede parecer una excentricidad colectivista, pero esa leña era el único combustible gratuito disponible y esas tierras libraban del frío y del hambre a muchos millones de personas.

Ríos de Extremadura
Extremadura no es país para ríos
Extremadura no es una tierra seca, aunque el tópico de “extrema” y “dura” sigue sobreviviendo en muchas mentes ajenas. Por el contrario, es de las comunidades autónomas que más ríos “tiene”, mejor dicho: “que más ríos pasan por sus tierras”.


Todos esos bienes propiedad de municipios y comunes pasaron a manos de pudientes, terratenientes y especuladores. Por fortuna o por azar o quién sabe qué prudencias o miedos no se privatizaron los ríos y sus aguas, aunque podían haber sido igualmente vendidas a un señor marqués a un burgués con sestercios o a un inversor con olfato como ocurrió en otros países. Aún me sigue admirando este milagro, esta excepción. Me hubiera gustado preguntar a Pascual Madoz por qué no lo hizo.

Río Extremadura Ramón J. Soria Breña

También es verdad que desde hace dos mil años o más, los sucesivos trajanos, reyes, validos y ministros de la cosa cobraron sus denarios, maravedíes o perras por dejar usar el río y sus aguas para abatanar lana, moler cereal y aceitunas, hacer papel, regar los perales, dejar ramonear a las cabras el matorral de la orilla o pescar barbos y bogas, truchas y salmones, pero esa era una graciosa concesión temporal más o menos definida por la costumbre o por los términos de algún legajo de covachuelista. Y esas concesiones y contratos se hicieron luego a las comunidades de regantes, los dueños de nuevos azudes o a los ilustres emprendedores de las faraónicas obras hidroeléctricas del siglo XX. Te dejamos usar el río, un bien público, pero nos pagas tanto y la concesión durará tantos años como así se dice en la parte contratante de la primera parte y blablablá... Después ya veremos. Hasta durante la dictadura de Francisco Franco, “Paco el rana” según las malas lenguas populares, mantuvo este asunto tan socialista o colectivista, o tan romano de la vida de Bryan, de considerar los ríos una res, una cosa de todos, un bien común, público.

Aunque ya desde Roma el asunto del agua en España era bien complicado, la orografía, el clima y las pertinaces sequías no son cosa de hoy sino de siempre. Así que hubo siglos de espectaculares acueductos y siglos de grandes canales castellanos, caminitos del agua árabes, fuentes públicas ilustradas, lavaderos de Arturo Barea, abrevaderos y pozos con ondina o sin ella. Siglos en que media España se moría de sed y la otra media se ahogaba en alguna riada. Lo cierto es que la agricultura patria era sobre todo de secano aunque teníamos ríos muy caudalosos, pero depender del cielo, incluso con santos y vírgenes favorables, siempre fue aquí muy arriesgado. Así que a finales del siglo XIX, mejor tarde que nunca, Joaquín Costa y el resto de regeneracionistas no se cansó de escribir y explicar por arriba y por abajo, a monarcas y villanos la necesidad de impulsar grandes obras públicas y presas para no depender de la ira de Dios y de sus enfados pertinaces, y para aprovechar de forma racional el recurso del agua e impulsar así una agricultura patria que pudiera alimentarnos a todos, olvidar las hambrunas y generar mucha riqueza vendiendo los excedentes que podía dar una tierra feraz y bien irrigada.

Así que a finales del siglo XIX (...) Joaquín Costa y el resto de regeneracionistas no se cansó de escribir y explicar (...) a monarcas y villanos la necesidad de impulsar grandes obras públicas y presas para no depender de la ira de Dios y (...) para aprovechar de forma racional el recurso del agua e impulsar así una agricultura patria que pudiera alimentarnos a todos

Ya se hablaba por entonces, quizá con otras palabras, de soberanía alimentaria y agricultura científica, agua bien gestionada para regar miles de hectáreas secas y nuevos cultivos adaptados al clima. Ahí es nada en un país en el que más del 70% de la gente vivía del campo. Incluso en los años setenta del siglo XX vivía del terruño de esta España aún no vacía el 40% de la población. En ese país la helada negra era sinónimo de almorta y ensalada de ortigas y las delibesianas ratas de agua eran una delicatessen. Así que pongamos su medalla de bienhechor a don Joaquín Costa, también a Rodríguez Cepea, Saturnino Bellido, Rafael Gasset, Lorenzo Pardo... todos los que querían cambiar el esclavismo del azar de la lluvia, la injusticia geológica y climática de España, expulsar el hambre de sus tierras, comenzar una revolución sensata y tranquila de “escuela y despensa ”, poner la ingeniería al servicio del “bien común”. También a Paco el rana que inauguraba pantanos y planes badajoces entre muchos aplausos y vítores. Y hasta a Juan Benet que, por encima de las evidencias no tan benefactoras de los grandes embalses, seguía defendiendo en 1992 una idea joaquíncostista, casi de socialista utópico, de la necesidad de que “al río hay que dominarlo y si no se deja, hay que darle para que entienda quién es el amo”.

Claro que entonces el río, los ríos, importaban y no solo porque nos dieran de beber y sirvieran para regar la achicoria. Éramos o habíamos sido también lavanderas, barqueros, pescadores, molineras, huertanos, pontoneros, bañistas… Éramos, además de súbditos y luego ciudadanos, sobre todo ri-be-re-ños. Nuestro río, ya se llamara Miño,  Duero, Tajo, Guadiana, Guadalquivir, Segura, Júcar, Ebro, o cualquiera de sus afluentes, gargantas o arroyos, formaban parte de nuestra vida, memoria y educación sentimental, como diría Vázquez Montalbán. Éramos, con orgullo, ribereños, ribereñas. Pero a partir de la gran diáspora rural nos olvidamos. En pocos años el río se convirtió sólo en un canal de riego y en una alcantarilla, un recurso económico a explorar, aprovechar, exprimir y monetizar hasta la última gota. Dejó de formar parte de nuestro paisaje sentimental, memoria e historia personal. Para bañarnos ya teníamos las piscinas azules y bien cloradas y para beber el agua embotellada con propiedades milagrosas y adelgazantes, según la publicidad. Hasta la propia gestión del agua doméstica se privatizó, dejó de ser un asunto municipal y nos olvidamos que azudes y grandes embalses eran una graciosa concesión temporal de un bien que era de todos, común, público. Era triste que incluso los escritores, tan proclives a meter el río en la metáfora de un verso manriqueño o machadiano, se habían olvidado de incluirlos en sus obras como un personajes principal o siquiera secundario. Hubo excepciones como Ferlosio, Sampedro, Matute o Delibes, pero al resto de plumas patrias eso del río y sus circunstancias, eso de ser ribereño les sonaba fatal, rural, paleto, atrasado. Lo moderno era el aire acondicionado, el skyline rascacielero, el dry martini y la piscina infinity. Y como todo lo que la ciudadanía olvida o margina o los poetas ya no cantan, ya no nos importó lo que se hiciera con ellos: secarlos, contaminarlos, apestarlos, envenenarlos, embalsarlos, trasvasarlos, empurinarlos, enmierdarlos, casi privatizarlos…

En pocos años el río se convirtió sólo en un canal de riego y en una alcantarilla, un recurso económico a explorar, aprovechar, exprimir y monetizar hasta la última gota

Sin embargo también podemos descubrir que, debido a la orografía del país, los tramos altos de casi todos nuestros ríos siguen salvajes y mantienen esa belleza libre y ancestral, con rápidos, cascadas, torrenteras y bosques de ribera prístinos. Luego, tras llegar a un pueblo o una ciudad, cualquier pueblo o cualquier ciudad, esto cambia y los tramos medios y bajos son verdaderas cloacas aunque a veces los venenos sean poco visibles. Lo asombroso es que esto no era así hace menos de cincuenta años. Está muy bien que en algunas ciudades nos guste lucir tramos de río “renaturalizados” que apreciemos los ríos como paisaje, como decorado urbano, pero un río limpio y sano es mucho más que eso. Tal vez sea una obviedad pero el agua dulce, limpia y corriente es imprescindible para nuestro presente y nuestro futuro. También la flora y la fauna que vive en el agua o cerca de ella. Todo eso no es sólo un “paisaje bonito” sino cientos de ecosistemas que determinan nuestros microclimas, nuestra alimentación y nuestra salud. El panorama de los expertos a cincuenta años vista es muy sombrío si no hacemos algo ya. La mitad de España será un desierto y los ríos serán wadis, cauces secos con desbordamientos temporales cuando haya lluvias torrenciales. Y la solución no es hacer más embalses y más presas. En la actualidad se considera la energía hidroeléctrica una fuente de energía sostenible, pero lo cierto es que no lo es ya que se produce a costa de romper la conectividad de los ríos. Hemos olvidado también que un río vivo es un río corriente, cuyas aguas fluyen desde sus nacimientos hasta el mar. Un río en el que no hay rupturas de eso que los biólogos llaman “conectividad”, pero nuestros ríos están rotos, parados, cerrados por cientos, miles de presas pequeñas y grandes, muchas veces por muros inútiles y obsoletos que sus concesionarios y las autoridades deberían haber demolido hace mucho tiempo.

Echamos la culpa de todo lo que nos ocurre al Calentamiento Global, al Cambio Climático, a la sequía pertinaz. Los ríos están secos, no tienen agua, la agricultura “de regadío” está en peligro… pero eso no es del todo cierto. La escasez y la calidad del agua de nuestros ríos depende del uso que hacemos de ella. Muchas veces los embalses se vacían porque las empresas concesionarias turbinan el agua almacenada según su criterio económico sin considerar caudales ecológicos u otras cuestiones. Y sobra decir que depuradoras no convierten el agua sucia en agua cristalina. Los agricultores utilizan el agua con sistemas de riego poco apropiados y consideran que ellos deben ser los principales usuarios del “recurso” ya que producen nuestros alimentos. Sobra decir que la agricultura y la ganadería actuales son un factor de contaminación de acuíferos y ríos mucho más grave que las ciudades o la industria.

Sequía
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Durante la semana pasada, Iberdrola procedió al vaciado de 46.000 millones de litros de agua (46 hm3), el equivalente a las necesidades de una población de 600.000 habitantes durante un año.

Hay miles de informes de la Unión Europea, de limnólogos (se llaman así a los biólogos expertos en los ríos) que explican, analizan y denuncian el desastre de los tramos medios y bajo de todos nuestros ríos, pero esa información apenas llega a ningún sitio. Así que he elegido escribir como un paseante, como cualquiera, para contar lo que tú mismo puedes ver si miras con atención el río Tuyo. Cuando comencé a escribir España no es país para ríos no quería utilizar la retórica de la ciencia y de la ecología, quería evitar hablar de “ecosistema”, “endemismo”, “especies autóctonas”, “sequía”, “catástrofe ambiental”…; tampoco quería utilizar el lenguaje de la economía y definir “recurso hídrico”, “gestión del agua”, “megavatio”, “metro cúbico/segundo”, “valor turístico paisajístico”…; ni quería quedarme en la historia, la arqueología y la memoria de los usos antiguos y los baños veraniegos en el paraíso de la infancia de algunos. Pero sí quería escribir desde la emoción que me procura la belleza del agua de los ríos y desde la sensación de fracaso social, también íntimo y personal, que siento cuando veo su destrucción, producto de nuestra ignorancia y nuestra arrogancia, alimentadas por la indiferencia y el olvido.

Siguientes capítulos de la serie Bienes comunes y públicos
- Capítulo II: ¡El bosque es del conde! (y tuyo)
- Capítulo III: Pedir la Luna, el aire, la Antártida (y todo lo nuestro)
- Capítulo IV: El derecho a comer (y a no ser envenenado)
 Vuelvo al principio, necesito repetirlo: los ríos españoles podrías haberse privatizado hace siglos o años, pero se salvaron de estas desamortizaciones, robos, triles.  Los ríos, por ley, son “nuestros” sin embargo sus aguas enriquecen solo a unos pocos, poquísimos; con frecuencia no son ni siquiera personas, son entidades que tampoco son (ni siquiera de nuevo) españolas sino grandes corporaciones inversoras. Sin embargo las aguas, por ley, también son propiedad del mismo río. La Unión Europea aprobó hace 23 años la Directiva Marco del Agua para que el río también fuera incluido como usuario con derechos, para que diéramos al río una parte de sus aguas, lo que se llama un caudal ecológico. Es un comienzo, el siguiente sería volver a recordar que somos ribereños y ribereñas.


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juabmz
20/3/2024 12:07

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