Educación
Tere Maldonado: “La innovación educativa es una invención que responde a las necesidades del capital”
Teresa Maldonado Barahona (Bilbao, 1966) acaba de publicar el ensayo Pedagogismoaren gezurtapen bat (Elkar, 2025), una reflexión sobre cómo las innovaciones educativas están al servicio del neoliberalismo que abarca una amplia gama de temas, desde la libertad, la el giro emocional, el adultocentrismo, lo público y lo privado, o la igualdad y la diferencia.
Es profesora de filosofía en enseñanza Secundaria y autora de Hablemos claro. Retórica y uso del lenguaje en el feminismo(Catarata, 2021), que logró el Premio Euskadi de Literatura. Ha participado activamente en el movimiento feminista, en el apoyo a la legalización de las drogas y en la defensa de la educación laica. Actualmente es miembro del colectivo HezkuntzArtea y escribe sus columnas de opinión en Hordago.
Hace décadas, la innovación educativa estaba relacionada con una pedagogía participativa, más experimental e incluso libertaria.
Yo estoy en contra de esa idea. Fueron gentes de la izquierda quienes trajeron lo que entonces se llamaba renovación pedagógica y que después pasó a llamarse innovación pedagógica. La innovación, tal y como se plantea hoy, es una invención al servicio de las necesidades del capital: innovar constantemente para seguir vendiendo productos y creando necesidades.
Se presenta como una exigencia progresista —porque se identifica innovar con progresar— y como una herramienta para acabar con una supuesta educación conservadora, atrasada, que reproduce las desigualdades. Pero la quimera de una innovación pedagógica perpetua, que nos conduciría a utopías educativas y a una transformación profunda de la sociedad, es un anzuelo en el que lleva picando muchísima gente de izquierdas desde que apareció la Escuela Nueva.
¿No era necesaria?
La Escuela Nueva surge a finales del siglo XIX de la mano de una serie de autores y autoras que repaso en el libro. Siempre se define en oposición a la escuela tradicional, que en nuestro entorno tuvo como paradigma la escuela franquista. Lo que se llamó movimientos de renovación pedagógica insistió una y otra vez en la necesidad de cambiar la educación para que dejara de ser conservadora, retrógrada, y así modernizarla. Eso nos ha metido en una dinámica de huida hacia adelante que nos está llevando al vacío. Y en cuanto rascas un poco ves que no responde a un sistema de valores progresista o liberador, sino a las necesidades del capital en su fase actual de ultraneoliberalismo.
Los movimientos de renovación pedagógica no responden a un sistema de valores progresista o liberador, sino a las necesidades del capital en su fase actual de ultraneoliberalismo
En el libro hablas de la enseñanza durante la Segunda República Española y la limpieza posterior que hizo la dictadura franquista. ¿La innovación educativa de aquel momento estaba también al servicio del capital?
Cuando surge lo que se llama Escuela Nueva, sobre todo con sus bases rousseauianas, la sociedad norteamericana tenía unas necesidades mucho más incipientes de lo que hoy es el capitalismo en su fase actual. Claro que respondía ya a ese tipo de necesidades. Pero tanto entonces como ahora, esa supuesta necesidad de innovación perpetua se ha vendido siempre con un lenguaje que roba directamente la terminología de los movimientos sociales, de los movimientos de liberación o de emancipación.
Es cierto que ha habido momentos en los que la educación reglada ha sido muy retrógrada, como lo que denuncia Pink Floyd en The Wall, que se oponía a una educación victoriana en un momento dado para reivindicar una educación más democrática. Pero la innovación pedagógica nunca se queda ahí. Yo distingo entre pedagogía y pedagogismo, concediendo el beneficio de la duda a la pedagogía, que nace del romanticismo. El romanticismo es la primera reacción antiilustrada, coetánea a la propia Ilustración, y es conservador y retrógrado. Se suele decir que nuestra sociedad y nuestro mundo son producto de la Ilustración, pero, por desgracia, también lo son de la reacción antiilustrada y antirrevolucionaria.
La creación de la escuela pública, universal, obligatoria y gratuita hunde sus raíces en la Revolución Francesa y en la filosofía ilustrada. La reacción viene de las corrientes antiilustradas románticas y llega hasta la izquierda actual, pasando por esa vuelta romántica que fue Mayo del 68.
¿Cuándo empezaste en el mundo de la docencia? ¿Qué ha cambiado en este tiempo en tu trabajo?
Empecé hace 25 o 30 años. Ha cambiado mucho, y a muchísimo peor. Lo que denunciamos personas y colectivos como HezkuntzArtea no es algo de anteayer. Creo que el punto de inflexión está en la LOGSE del PSOE, en los años noventa, que estuvo muy influida por los llamados movimientos de renovación pedagógica. Entonces ya tuve mis primeros grandes debates. Era gente progresista y con muy buena fe, con concepciones e ideas izquierdistas muy respetables, que defendía que lo malo de la LOGSE era que no se había puesto dinero suficiente para aplicarla.
Aunque tuvo aspectos positivos —por ejemplo, la inclusión—, desde mi punto de vista metió ya el virus del neoliberalismo en la educación, con las necesidades y exigencias, en algunos casos explícitas, de la OCDE y del Banco Mundial. Fue el primer eslabón de una cadena que ahora culmina en leyes nefastas. Sé que puedo ser vista como catastrofista o conspiranoica, pero cada día veo más claro que lo que se ha hecho con el sistema educativo público es un desastre.
Quien lea esta entrevista quizá piense que eres partidaria de la vieja escuela, con todas las connotaciones negativas que arrastra
Se da por supuesto que la vieja escuela tiene connotaciones negativas. Pero hace muchos años que se quitaron las tarimas. El pedagogismo sigue alimentando el fantasma de la educación franquista, autoritaria, de una escuela que no sirve para la vida, etcétera. Por fortuna, eso no existe desde hace mucho tiempo.
Precisamente ese fantasma permite seguir creando cursos, formaciones y congresitos sobre educación emocional, sobre metodologías… porque una de las obsesiones del pedagogismo y de la innovación sin fin es cambiar constantemente de metodologías. Se insiste sistemáticamente en el cómo se enseña y no en el qué se enseña.
Y, sin embargo, el cómo enseñar siempre está supeditado a qué es lo que hay que enseñar, en qué contexto, a qué gente… Hay más componentes a la hora de decidir una metodología, pero el método siempre está al servicio del qué, de aquello que se quiere transmitir. El aprendizaje por proyectos, por ejemplo, es una forma de alimentar esa necesidad de seguir teniendo un público y unos productos que vender. Y a quienes denunciamos esta operación de marketing y de humo nos descalifican como retrógrados.
El aprendizaje por proyectos ALIMENTA la necesidad DE MANTENER un público y unos productos que vender. quienes denunciamos esta operación de marketing y de humo SOMOS descalificaDOS como retrógrados
¿Qué elementos del pasado que habría que mantener?
En el libro explico que lo nuevo no tiene por qué ser mejor. El movimiento ecologista ha acuñado el término conservacionismo para defender que hay cosas que conservar, como la tierra y el medioambiente. En educación pasa algo parecido: se ha desatado una crítica desaforada a la memoria.
Es cierto que no tiene sentido aprender de memoria cosas que hay que entender, pero siempre sacan la famosa lista de los reyes godos. ¡Yo no conozco a nadie que la haya estudiado! Hay contenidos que no sirve de nada memorizar y repetir como un lorito, pero eso ha llevado a descalificar sistemáticamente la memoria y a olvidar que es una capacidad necesaria como apoyo de la inteligencia. Es una maravilla en la vida poder recitar un poema o cantar una canción de memoria.
Algo similar ocurre con toda la tecnología que se ha introducido en las aulas. Ahora se está viendo que es un desastre leer sistemáticamente en pantallas y cada día aparecen estudios que demuestran lo conveniente que es escribir a mano sobre papel y leer en papel.
Hablas de recuperar el derecho a aprender. ¿Qué significa eso y por qué ya no existe?
Se llegan a decir barbaridades como que el conocimiento está en Internet, que el profesor ya no tiene que enseñar nada y que no se trata de aprender cosas que están en la web, sino habilidades, las famosas competencias. Eso es una estafa que parte de una confusión elemental entre información y conocimiento.
Da igual que las cosas estén en Internet: hay información y hay desinformación, hay fake news, hay bulos. ¿Cuál es la única manera de distinguir entre unas y otras? Tener un criterio propio, que solo puede ser producto de un proceso de aprendizaje en condiciones.
Los revolucionarios franceses inventaron esa gran idea de una educación reglada, obligatoria y gratuita. Obligatoria para todo el mundo, porque era una manera de sacar a los niños de las fábricas y garantizar un mínimo de igualdad para que pudiera existir una democracia mínimamente decente.
Hay un tesoro cultural elaborado durante siglos por grandes autores y autoras, muchas desconocidas; hay sabiduría popular, un avance en ciencias y humanidades, en planteamientos, narraciones, relatos y teorías científicas que se han ido amasando colectivamente durante siglos. Hurtar a la población, sobre todo a las clases trabajadoras, el acceso a ese tesoro que es el conocimiento de la humanidad es como robarle la vivienda.
A veces preguntan: “¿Para qué sirve que un electricista o que una empleada de hogar conozca La Odisea?”. ¿Perdona? ¿Para qué sirve? ¿De verdad es mejor que solo sepan lo que tiene que ver con su propio trabajo? Este planteamiento pedagogista, innovador y muy utilitarista se pregunta para qué le sirve el conocimiento a un obrero. Pues para disfrutar de la vida.
El pensamiento crítico, si no queremos que sea un bluff como la educación emocional y tantas otras bombas de humo, solo puede salir de un conocimiento profundo de la realidad humana. Y ese conocimiento profundo está rodeado de un montón de disciplinas y ramas del saber, que es lo que hasta ahora venían siendo las asignaturas (historia, literatura, ciencias, etcétera). No se puede robar el acceso a ese grandísimo tesoro a las clases trabajadoras.
Hurtar a las clases trabajadoras el acceso al conocimiento de la humanidad es como robarle la vivienda
Que un obrero tenga esos conocimientoses uno de los éxitos de la escuela pública. Relacionado con esta reflexión, desde hace décadas muchas de estas pedagogías innovadoras, activas oalternativashan estado vinculadas a la escuela privada. Eran un producto clasista.
Este asunto se cruza con la segregación y con la red dual. Por ejemplo, Summerhill es una escuela que lleva un siglo funcionando, de esas no directivas y libertarias. Es un experimento que conocí hace muchos años, donde los niños decidían qué estudiar, cuándo y cómo hacerlo. Todo muy estupendo. Esa escuela podía funcionar más o menos de esa manera por su perfil de alumnado, pero no es una alternativa generalizable a la escuela pública y obligatoria para todo el mundo.
La segregación tiene mucho que ver en esto. Si coges a quienes vienen de familias con más libros en casa, con más posibilidades y con una habitación para estudiar para ellos solos, es evidente que salen buenos resultados con muy poco que hagas.
Para mí, el problema es la gran industria que se ha creado alrededor de cursos, formaciones, consultoras, congresos, simposios, seminarios, etcétera, de innovación pedagógica. Tiene que estar continuamente generando cosas nuevas y vendiendo servicios. Catalunya, que es la punta de lanza, tiene instituciones como la Fundación Bofill, verdaderas fábricas de innovaciones constantes. Da igual qué métodos estudien los niños.
Y todo esto se cruza con el psicologicismo y el emotivismo rampante que plantea que los niños y las niñas tienen que ser felices por encima de aprender cosas. Eso desvirtúa y vacía a la escuela de su cometido. Para las clases dominantes es una bagatela, pero para las clases trabajadoras es un robo a mano armada.
Parece que aprobar a todo el mundo aunque no sepa hacer la “o” con un canuto es algo bueno porque estamos siendo inclusivos. Es una estafa. Todas esas metodologías estaban antes en las escuelas Waldorf, donde la gente con dinero llevaba a sus criaturas para que no sufrieran mucho, y el resto era irrelevante: con que supieran hacer cuatro cosas, su futuro estaba asegurado.
El problema es que eso ahora ha dado el salto a la pública y se está introduciendo en la formación del profesorado y en las metodologías que nos obligan a poner en marcha. Si no lo paramos, asistiremos a un verdadero desastre.
Las escuelas tipo Summerhill o Waldorf pueden funcionar por su perfil de alumnado, pero no son una alternativa para la escuela pública y obligatoria. La segregación es estructural.
Hablas de cómo todas estas nuevas metodologías están al servicio del neoliberalismo. Aquí, en la Comunidad Autónoma Vasca, hay ejemplos muy claros como los contratos millonarios con Google o Microsoft por el control de los datos del estudiantado.
Es pornográfico. Se hace una ponencia en el Parlamento Vasco para analizar los problemas que está generando la hiperdigitalización y el pantallismo desaforado… ¿Y a quién invitan? A Google y a Microsoft. Es un escándalo.
En este sentido, parece que hay un consenso amplio entre gentes de todo pelaje y se empiezan a dar pasos hacia atrás, porque es muy perjudicial. Solo ha beneficiado a las grandes corporaciones internacionales, que se han llevado un pellizco impresionante. La educación, con la excusa de la digitalización, se ha convertido en una autopista de traspaso de fondos públicos al sector privado. Es un escándalo sin precedentes y se está investigando demasiado poco para saber de qué cantidades hablamos.
Además, con la obsolescencia programada y la renovación tecnológica permanente, se han generado miles de toneladas de basura digital que ya sabemos a dónde van.
En esa idea de estar al servicio del neoliberalismo, ¿las innovaciones pedagógicas están dirigidas a preparar a los niños y niñas para su futuro laboral?
El énfasis en las metodologías y en las competencias, más que en los contenidos, responde a esa necesidad. De hecho, se habla de “perfil de salida”, algo que a mí me parece una barbaridad. Estamos hablando casi de manipulación social: queremos un tipo de personas funcionales a este sistema económico-social en el que malvivimos.
Están haciendo una operación de ingeniería social metiéndose en el diseño de los programas curriculares. Lo están haciendo las grandes empresas, el gran capital, con la colaboración de lo que yo llamo pedagogistas, de todos los lobbies de pedagogía, de renovación y de innovación educativa.
En los últimos años hemos visto encuestas que muestran un interés creciente de menores de edad por los regímenes dictatoriales. Quien trabaja en el aula lo ve desde hace tiempo. ¿Crees que está relacionado con el tipo de educación que reciben?
Sí, lo comento en el libro. Es algo multifactorial. Hay un factor que nos compete a la gente adulta —padres, madres, profesorado—: la controversia sobre si hay que educar en valores o no. Y, en caso afirmativo, ¿en qué valores? ¿En los que te parecen bien a ti o a mí? ¿En los que le parecen bien a mi vecino del quinto, que es un poco facha? Es un tema muy controvertido.
Lo que sí tengo claro es que no podemos entregar a las nuevas generaciones un paquetito con un lazo que contenga todo lo que hay que pensar sobre el medio ambiente, las relaciones de género, la diversidad sexual, etcétera. En general, los adolescentes con los que trabajo están hartos de oír por tierra, mar y aire el mensaje de lo que hay que pensar, de lo que es decente pensar.
Yo soy profesora de filosofía, y de lo que se trataba no era de adoctrinar, sino de generar capacidad de pensamiento propio y autónomo. Cuando ellos piensan, nos la jugamos: no sabemos a dónde van a llegar. Pero cuando les damos todo el paquetito convenientemente atado, la tendencia propia de la juventud y de la adolescencia es cuestionar todo lo que la generación anterior ha querido, sobre todo en el terreno de la ética y de la estética. Les estamos empujando en una dirección muy determinada.
He participado en proyectos muy bienintencionados de democracia participativa y similares donde el alumnado, que es muy inteligente, escribe en los trabajos lo que sabe que queremos oír los adultos, lo que les dicen sus madres feministas y sus padres ecologistas. Así sacan buenas notas. Pero cuando rascas un poco, aparece lo que estaba tapado: racismo y otras cosas.
Dar en un paquete compacto lo que hay que pensar sobre determinados temas se está revelando muy contraproducente. Esto es una simplificación y hay más factores, pero en lo que tiene que ver con la educación, el pensamiento crítico y autónomo tiene que dejar de ser una cantinela vacía. Hay que ser conscientes de que hay que enseñar a pensar, y eso pasa por no explicitarles qué es lo que tienen que pensar.
En las leyes educativas está escrito todo lo que hay que pensar. Yo he sido adolescente; nosotros lo tuvimos “fácil” porque era el último franquismo y ser rebelde significaba oponerse a una sociedad machista y muy tradicionalista. ¿Qué haces cuando lo que tienes que cuestionar son todas las ideas bienpensantes y progres? Resulta que ahora los antisistema son los fascistas. Tenemos un problemón con este asunto.
de lo que se trataba no era de adoctrinar, sino de generar la capacidad de pensamiento propio y autónomo
Para acabar en positivo, ¿cómo debería ser la enseñanza o qué cambios habría que introducir para avanzar hacia una educación menos al servicio del neoliberalismo?
Para construir hay que destruir. Hay que pegar un frenazo en seco a todas las políticas que se están llevando a cabo, en nuestro caso desde el Gobierno Vasco, vía formación del profesorado y de los equipos directivos. Pero, como pasa con el cambio climático, aunque pares todas las máquinas existen inercias.
Hay que recuperar cosas como la importancia de los contenidos. La formación del profesorado tiene que centrarse en las materias que imparte, en la sabiduría acumulada por los y las docentes con más años de experiencia, y en recuperar la didáctica de las asignaturas. Hay que reconocer el trabajo del profesorado y no ponerle obstáculos; hay que desburocratizar. Ahora mismo hay toneladas de trabajo absolutamente estéril.
Yo conocí una enseñanza sin ordenadores, y la promesa tecnológica era que iban a aligerar la carga laboral. Ha sido todo lo contrario: han hecho que el profesorado no pueda levantar los dedos del teclado y tenga que dedicar mucho tiempo a tareas que no tienen que ver con su cometido, que es preparar clases.
Hay que bajar las ratios, algo que los sindicatos repiten con razón. Y hay que devolver un punto de seriedad al trabajo que se hace en los centros. Esto puede sonar retrógrado, pero creo que hay un exceso de festejo y celebración. En secundaria y bachillerato, cuando por fin coges ritmo en una asignatura, llega la semana de la cultura, del medio ambiente o de lo que toque. Hay que recuperar la idea de que el estudio es algo serio; muy gratificante, sí, pero no de manera inmediata: no es un like que te da un subidón.
Necesitamos parar. Otro tópico dice que debe haber una unión muy estrecha entre la escuela y la sociedad. Si la escuela fuera una mímesis de la sociedad, sería un horror. Yo reivindico que, para que exista capacidad de crítica —el famoso pensamiento crítico—, tiene que haber un mínimo de distancia. La escuela tiene que ser un lugar de protección, donde se muestre al alumnado que existen otras lógicas que no responden a la obtención del máximo beneficio.
La escuela tiene que estar aparte y protegida, como si fuera un lugar sagrado. Y echo mucho de menos el respeto por la tarea del profesorado: en un contexto de griterío en redes sociales, nuestro trabajo se ve muy cuestionado y muy poco investido de autoritas, de autoridad para poder hablar de un tema que controlas.
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