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Cuando abro algunos periódicos, veo u oigo los informativos al uso tengo la sensación de que nada ha cambiado, que nunca estuvimos peor. Esto ha ocurrido especialmente con algunos medios a los que el décimo aniversario del encuentro de Aiete, determinante en este proceso, les ha pillado con el pie cambiado. Empeñarse en mantener que ETA está “más presente que nunca” después de diez años de su desaparición, además de un argumento de escaso sentido ético es una falsedad que no resiste una confrontación honesta con la realidad. Ya nadie tiene que llevar escoltas por peligro a un atentado, estos ya no existen. Se acabaron las bombas y el mirar debajo del coche, el impuesto revolucionario o la sistemática kale borroka.
Vivimos en un país mucho mejor que hace diez años, a pesar de todas las dificultades y errores, como el retraso en medidas que ya se tenían que haber producido y cuestiones pendientes de abordar, ya que da la sensación de que no todas las personas tienen el derecho de alcanzar el mismo grado de normalidad tras un periodo de violencia. Sin duda la vida era mucho más dura, en especial para muchas personas que vivían a nuestro lado y que se les trató injustamente. Añorar aquellos tiempos pasados de plomo y sufrimiento es despreciable.
“Nadie ha renunciado a sus ideas, pero a todas nos une el común deseo de acabar con las consecuencias de un ciclo de violencia y encontrar la forma de acomodarnos en un amplio carril centra”
Quedan cosas por hacer, es cierto. Una sociedad vapuleada por la violencia no se recompone en dos días, pero hay caminos que ya se transitan y cada vez lo hacen más personas y más diversas. Personas que no han dejado de pensar como pensaban, nadie ha renunciado a sus ideas y planteamientos, pero a todas nos une un común deseo: acabar con las consecuencias de un ciclo de violencia y encontrar la forma de acomodarnos en un amplio carril central en el que tengamos cabida todas las personas de todas las ideologías.
En estos diez años se han conseguido materializar consensos políticos y sindicales impensables en otro tiempo, en primer lugar, sobre el derecho de todas las víctimas de todas las expresiones de violencia a la verdad, la justicia y la reparación; en segundo lugar, sobre la necesidad urgente de superar la fase de excepcionalidad penitenciaria y pasar a la aplicación de una política normalizada a las personas presas. También la sociedad en su conjunto ha dado pasos decididos en la construcción de la convivencia democrática. Hemos alcanzado logros que lamentablemente no suman a toda la sociedad, aunque esta, en su mayoría, los reconoce. Este recorrido no ha sido acompañado por quienes se empeñan en una solución de vencedores y vencidos. Son quienes se mantienen atrincherados en posiciones cerradas y beligerantes ante cualquier movimiento contrario a sus puntos de vista o intereses.
La semana política
Suena tétrico
No olvidemos que este ha sido un modelo de desarme y desmovilización impulsado por organizaciones de la sociedad civil a pesar de los bloqueos e indiferencia del gobierno español de aquel tiempo. Un caso único en la resolución de otros conflictos en el mundo. Pero es cierto que quedan por resolver las consecuencias que acarreó el recurso a la violencia por parte de ETA y la respuesta ilegítima por parte del Estado.
En todo conflicto las víctimas deben tener un papel esencial, no el único, pero se les debe atender con la importancia que tienen y el respeto que merecen. Pero cuando hablo de víctimas hablo de todas las víctimas, no solo las producidas por ETA y otros grupos armados similares. También me refiero a las ocasionadas por el Estado en actuaciones que no se pueden defender ni tampoco ocultar. Víctimas las hay de distintos victimarios, de distinto grado, que viven su circunstancia de diferente manera; unas encuadradas en diversas organizaciones, y una gran cantidad de ellas que no lo están. Unas más mediáticas, otras más discretas, todas sufrientes de un daño injusto y que, cuando se crea una polémica interesada con ellas de fondo o se les utiliza como arma arrojadiza, se les añade un sufrimiento también injusto. También, aunque sea de forma minoritaria, cuando se recibe como héroes a quienes provocaron el sufrimiento de muchas de ellas y una vez acabada su condena vuelven a casa.
“Si no somos capaces de hacer un ejercicio más profundo de vida común, aceptando lo que nos diferencia, estaremos lejos de la convivencia y será más fácil que se quiebre”
La inmensa mayoría de las víctimas no odian y lo que reclaman sobre todas las cosas es la verdad y el reconocimiento que a muchas les es negado. Algunas han hecho un ejercicio de gran valentía: reconocer al otro y el sufrimiento de la otra persona en un ejercicio de fortalecimiento social merecedor de nuestra gratitud como sociedad. Pero cuando estas posiciones y opiniones se socializan estas víctimas son objeto de ataques brutales, insultos y crueldad inaceptables que califican a quienes los lanzan y jalean y que también nos muestran que tenemos aún muchas dificultades que superar.
ETA
Maria Jauregi “Desde el cese de ETA vamos perdiendo el miedo a hablar”
En todo conflicto armado que termina la cuestión de las personas presas, huidas y exiliadas está presente. La particularidad de este proceso ha hecho que durante mucho tiempo la política penitenciaria no se abordara desde una nueva realidad. Es verdad que se han dado pasos, pero todavía son insuficientes. El castigo infringido a los familiares y allegados de presos y presas que, encarcelados a cientos de kilómetros les obligaban a largos viajes con el riesgo de accidentes, se ha atenuado acercando a algunas personas presas y reduciendo a otras la distancia de sus casas. Pero en materia penitenciaria todavía hay mucho que avanzar. El paso de grados, la superación de la excepcionalidad y el acercamiento real y definitivo a cárceles cercanas a los lugares de origen de presas y presos.
Los presos que han reconocido el daño causado pueden también ser una valiosa aportación en la construcción de la convivencia democrática. Esta es otra tarea pendiente. No podemos conformarnos con una simple coexistencia pacífica. Esto ya es mucho para los tiempos que corren, pero si no somos capaces de hacer un ejercicio más profundo de vida común reconociendo al otro y a la otra, aceptando lo que nos diferencia como un enriquecimiento de la sociedad y la democracia, estaremos lejos de la convivencia y esta misma estará sometida a una fragilidad que hará más fácil que se quiebre. Una convivencia democrática cuanto más robusta mejor, es la garantía de no repetición de ciclos de violencia pasados.
“El ejercicio de la política se desarrolla sobre valores éticos y quien los desprecia, desprecia la propia democracia y debiera ser apartado del ejercicio del poder”
A todas nos ocupa hacer imposible que esos tiempos vuelvan a repetirse y, para ello, no se puede vivir de espaldas unas de otras ni pretender que no existan posturas políticas con las que estoy en desacuerdo. Una verdadera seguridad se construye sobre una sólida convivencia y se protege con una democracia plena que garantice todos los derechos para todas las personas.
Para que esto sea posible hay que abandonar la política del miedo y el odio, la crispación y la mentira. Decía Quevedo que la hipocresía exterior, aun siendo un pecado en lo moral, es una gran virtud política. Hoy esas nuevas virtudes prevalecen sobre la verdad, la serenidad en la defensa de las ideas, la confrontación con respeto y consideración de nuestros rivales y sin utilizar la amenaza del terror como arma política. La democracia y el ejercicio de la política se desarrolla sobre valores éticos y quien los desprecia, desprecia la propia democracia que pone en peligro en su esencia y debiera ser democráticamente apartado del ejercicio de las responsabilidades políticas y mucho más del ejercicio del poder.
Venimos de un conflicto que todavía no ha cerrado todas sus heridas de compleja resolución en su globalidad pero que en diez años presenta unos logros de una gran importancia que nos permite adivinar un futuro aún mejor. En ese tránsito aprendemos cada día de personas con un enorme valor, construimos alianzas con diferentes y nos enriquecemos como personas y sociedad, y eso es también un logro que celebrar en este décimo cumpleaños.
ETA
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Persisten el odio y el miedo, la actitud violenta y el revanchismo desde los dos lados del conflicto. Costará otros 40 años superar el silencio y el odio, el miedo y la cosificación del contrario que implantó el recurso a la violencia. Sin menospreciar los esfuerzos de ambas partes, son todavía insuficientes.