Euskal Herria
La conversión transformadora de la industria armamentística

Hay que abolir la producción para el desperdicio y la guerra, garantizando los puestos de trabajo y dando respuestas a necesidades sociales que el mercado actual niega.
Manifestación por la insumisión a las guerras
Movilización en Iruñea por la insumisión a las guerras Ione Arzoz

En nombre del colectivo Gasteizkoak.

11 jul 2025 05:00

Terminábamos el anterior artículo comenzando a poner sobre la mesa una cuestión fundamental que ni Zedarriak ni el Gobierno Vasco quieren abordar cuando se habla de la producción para el desperdicio y la guerra, es decir la industria militar : la de aspirar a que no haya ninguna guerra en el mundo que se alimente de la producción de armamento fabricado en Euskal Herria, y que no haya mercaderes vascos haciendo negocio con las muertes de las guerras.

Después de lo que hemos visto en los anteriores artículos de esta serie, esa sería la opción más racional, la más coherente, la más digna y la más humana para oponernos realmente a las guerras. Además, tenemos el convencimiento de que es una opinión mayoritaria en Euskal Herria, visto el amplísimo rechazo al servicio militar obligatorio y a la OTAN de la población vasca, por lo que las instituciones deberían tenerla en cuenta. Y, si piensan que no es así, que se atrevan a convocar una consulta popular al respecto.

Opinión
La industria militar vasca a debate (III) ¿Para quién genera riqueza la industria militar y a costa de qué?
En el contexto europeo de impulso político económico de la producción para el desperdicio y la guerra hay que enmarcar la abyecta apuesta del Gobierno Vasco por este negocio.

Sabemos que siempre habrá quien diga que si no fabricamos armas aquí lo harán en otros lugares. Sugieren con ello, sin decirlo, que perderíamos la oportunidad de lucrarnos con las muertes de población civil, la principal víctima en los actuales conflictos bélicos. Suponemos que, por la misma lógica, cuando estalle una guerra y se recurra a carne de cañón entre la población, dirá que sean sus hijos quienes vayan ¿o entonces ya no será válido lo de, “que vaya mi hijo, porque si no les tocará ir a otros”? Dejémonos pues de hipocresías.

Como alternativa a la producción militar, en el antimilitarismo, desde hace muchas décadas, hemos venido proponiendo la conversión a producción civil de utilidad social. No obstante, en los últimos años, después de un intenso proceso de reflexión autocrítica, hemos llegado a la convicción de que hay que reformularla profundamente.

En primer lugar, debemos cambiar drásticamente nuestra imagen sobre las plantillasde esas empresas, y el nulo papel que les asignábamos en ese proceso de conversión. Hemos de dejar de contemplarlas como “el enemigo”, ya que así lo hemos hecho frecuentemente en escritos y movilizaciones en las últimas décadas, para pasar a considerarlas protagonistas y copartícipes necesarias en ese proceso de conversión. Queremos trabajar codo con codo con ellas en ese proceso. Ellas son las que saben qué conocimientos y habilidades tienen, con qué maquinaria e instalaciones cuentan, qué otras formas de organizar la producción se podrían plantear… y, con todo ello, qué producción alternativa se podría llevar a cabo.

La propuesta de producción civil de utilidad social podría tranquilizar nuestras conciencias y rellenar nuestras agendas militantes, pero nosirve para hacer frente a los retos colectivos que como humanidad tenemos

Pero, además, en nuestro proceso de autocrítica, nos hemos percatado de la estrechez de miras con la que habitualmente hemos analizado la realidad que nos rodea. Por un lado, porque al denunciar las mil caras del militarismo, hemos dejado un tanto al margen sus rostros como cárteles, mafias, paramilitares y otras formas de militarismos gubernamentales que asolan otras partes del planeta.

Por otro, y principalmente, no hemos sabido tener en cuenta que en el mundo (incluida esa naturaleza de la que formamos parte) hay otros problemas muy graves que están poniendo en riesgo la posibilidad de un futuro digno para las próximas generaciones. Ahí están las consecuencias del cambio climático; la escasez de energías y materias primas; el incremento de las catástrofes “naturales” derivadas del hacer humano y de los graves problemas medioambientales; el aumento de las posibilidades de pandemia…

Si los observamos con detenimiento, todos esos riesgos de colapso tienen un denominador común como origen: un sistema productivo, el capitalismo, que, además de basarse en la explotación y el expolio, se sustenta en el patriarcado que, entre otras cosas, niega el valor de los trabajos reproductivos, y es causa de una de las peores lacras actuales, los feminicidios.

Siendo esta la situación actual, desde el antimilitarismo no podemos plantear caminos o alternativas que no tengan en cuenta estas realidades. Continuar, sin más cuestionamientos, con la propuesta de producción civil de utilidad social podría tranquilizar nuestras conciencias y rellenar nuestras agendas militantes, pero no serviría para intentar hacer frente a los retos colectivos que como humanidad tenemos.

Por eso, en la definición de la propuesta de conversión que planteamos a la armagintza, el cuestionamiento del sistema productivo tiene que pasar a ser el pilar fundamental. Porque no es una alternativa de cambio real dejar de fabricar armamento para pasar a llenar los montes de molinos de viento, o las calles de coches eléctricos, o los campos de soja transgénica o de centros de inteligencia artificial.

Tampoco hay conversión transformadora si se mantiene un sistema de producción que priorice la rentabilidad económica sobre la salud humana o el medio ambiente; la acumulación de riqueza de unos pocos a costa de que el resto renuncie a una vida realmente digna de ser vivida; o mejore los costes de producción a costa de expoliar y explotar a los países empobrecidos y sus poblaciones.

El cuestionamiento de la industria militar debería comenzar por que las plantillas, partiendo de sus capacidades, conocimientos y habilidades, se pregunten y decidan qué, cómo y para qué producir

Ese cuestionamiento del actual sistema productivo debería comenzar por cuestiones básicas. Por ejemplo, que sean las plantillas las que, partiendo de sus capacidades, conocimientos y habilidades se pregunten y decidan qué producir, cómo producirlo, y para qué producirlo. En ese proceso, parece fundamental que contacten con las poblaciones de los lugares en los que se ubican sus fábricas, y conozcan qué necesidades reales tienen y cuáles de ellas no son cubiertas por las imposiciones del mercado. Esas producciones garantizarán los puestos de trabajo, dignificarán el trabajo de las plantillas y darán respuestas a necesidades sociales que el mercado actual niega.

Auzolan por la reconversión

Claro, que todo este gran reto es absolutamente inabordable para un antimilitarismo que, además, tiene una salud muy precaria. Por eso, ni podemos ni queremos protagonizarlo. O es una tarea verdaderamente colectiva, o estará condenada al fracaso. Afortunadamente hay muchas otras personas, colectivos o movimientos que comparten buena parte de estos análisis, y creemos que podría ser el momento para intentar un trabajo colectivo que abra vías reales a ese cuestionamiento del mal común: el sistema productivo capitalista.

Es inapelable que la vía para propiciar estos debates en las fábricas sean las organizaciones sindicales. Pero más importantes es aún que, paralelamente, los movimientos populares y sociales hemos de encargarnos de la tarea de elaborar alternativas, realizar pedagogía y contraste de ideas, movilizar ilusiones y agitar conciencias.

Desde el feminismo tendrán que surgir las propuestas de cómo diseñar un nuevo sistema productivo que permita realmente poner los cuidados y la vida en el centro, aportando los requisitos que para ello se necesitan. Desde la experiencia del ecologismo podrán proponer nuevos productos y sistemas de producción que no solo no perjudiquen al medio ambiente y expolien recursos a la naturaleza, sino que ayuden a su recuperación.

La juventud transformadora será la que tendrá que protagonizar el proceso con sus propias ideas y puntos de vista, pues son quienes más se juegan en ello, y quienes tendrán que poner el cuerpo en las movilizaciones y en las resistencias y desobediencias. El movimiento de pensionistas puede aportar su experiencia y conocimiento en las fábricas. Su interlocución puede ser vital, así como su vigoroso músculo militante. Ni que decir tiene que desde el internacionalismo tendrían que llegar las aportaciones para que las nuevas producciones y su forma de comercio no exploten ni expolien a otros pueblos.

¿Por qué empezar por la armagintza a cuestionar el mal común del sistema productivo capitalista? No es que desde el antimilitarismo queramos llevaros a todas a trabajar colectivamente en nuestro huerto. Es porque creemos que empezar por este sector tiene dos importantes ventajas.

Este planteamiento probablemente infarte a Zedarriak y al gobierno de Pradales, pero seguramente genere esperanza en las generaciones jóvenes, para transitar hacia un modelo social y económico que posibilite el futuro y no lo amenace

En primer lugar, que no es necesario explicar demasiado a la población las razones por las que se aboga por la conversión de la producción de Euskal Herria para el desperdicio y la guerra. Es una realidad que nos avergüenza a la mayoría.

En segundo lugar, porque si una de las características principales de este sector es que se nutre exclusivamente de fondos públicos, lo natural sería que fuéramos nosotras, las plantillas y la población del lugar preferentemente, quienes decidieran qué producir, cómo producirlo y para qué producirlo.

Este planteamiento probablemente infarte a Zedarriak y al gobierno de Pradales, pero seguramente genere esperanza e ilusión en buena parte de las generaciones jóvenes que pueden ver en ella una vía para transitar hacia un modelo social y económico distinto, que posibilite el futuro y no lo amenace.

Para este tipo de grandes retos colectivos, imposibles de afrontar desde lo individual o lo parcial, en Euskal Herria, históricamente, contamos con una herramienta popular maravillosa: el auzolan. Pero ese auzolan no es el antimilitarismo quien debe convocarlo. Debe ser una llamada colectiva y plural, la única forma de dotarla de la legitimidad popular que la haga posible. Y en esa línea se está trabajando.

Así que cuando Zedarriak, el Gobierno Vasco u otros interesados armamentistas pregunten cuál es nuestra alternativa a la industria militar, podremos dejarles claro una posibilidad de la que no quieren ni oír hablar: abolir la producción para el desperdicio y la guerra, para que en Euskal Herria no se fabriquen más guerras.

Antimilitarismo
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