Guerra en Ucrania
Ucrania y la conexión macrogranja: la ‘tormenta perfecta’ que agudiza la dependencia agroalimentaria española

La Guerra de Ucrania acentúa la dependencia del exterior del sistema agroalimentario español, especialmente centrado en la agricultura y la ganadería industrial, muy dependientes de la importación de fertilizantes, grano y pienso. Las entidades que defienden la soberanía alimentaria llaman a aprovechar el momento para acelerar la transición agroecológica.
Aitor Garmendia: Imagen galardonada con el premio Award of Excellence en Picture Of The Year International
Interior de una macrogranja de cerdos en Aragón. Aitor Garmendia (Tras los Muros)

Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo

17 mar 2022 05:12

“Tormenta” o “crisis perfecta” son expresiones que repiten las fuentes consultadas para hablar de la situación provocada en el sistema agroalimentario español por la guerra de Ucrania; el aumento de precios de la energía, los fertilizantes y los piensos; y el desabastecimiento de determinados productos como el maíz, el trigo, la cebada y el aceite y la pasta de girasol, todos ellos sectores en lo que los mercados ruso y ucraniano son clave. Se trata de una conjunción de factores que está alterando el ciclo productivo agrario y de ciertas industrias europeas y españolas, país este último donde la fuerte presencia del sector ganadero industrial acentúa la crisis. En palabras de Gustavo Duch, experto en la materia y editor de la revista Soberanía Alimentaria, “como España es una gran fábrica de carne tenemos mucha dependencia de materias primas que llegan de todo el mundo, especialmente maíz, trigo y torta de girasol para engordar a los cerdos”.

En un país que, como señala David González, consultor en agroecología de la cooperativa vasca Sustraiak Habitat Design, tiene un sistema agroalimentario “completamente dependiente del exterior”, el momento es, sin embargo, toda una oportunidad para quienes defienden una aceleración de la transición hacia una agricultura, una ganadería y una alimentación donde lo agroecológico pase de ser minoritario a tener un peso mucho más fuerte. También una necesidad: “O cambiamos el modelo urgentemente o nos vamos a enfrentar a dificultades”, alerta.

Caos en el mercado

El contexto actual es volátil. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) lanzaba a comienzo de semana una alerta respecto a la seguridad alimentaria mundial en relación al conflicto ruso-ucraniano, dos naciones clave en el suministro de alimentos global. Hablamos del primer y quinto exportador mundial de trigo, respectivamente. Entre ambos suman el 14% del suministro planetario de trigo, el 19% del de cebada y el 4% del de maíz. En conjunto suponen un tercio de las exportaciones globales de cereal, según los datos que maneja la FAO, además de erigirse como los principales proveedores de colza. También el 52% del mercado mundial de exportación de aceite de girasol, ese producto cuyo precio se ha disparado en España y que varias cadenas de supermercado han llegado a racionar.

Para colmo, noticias que inciden en la crisis se suceden día a día: la decisión anunciada este martes por el gobierno ruso de prohibir las exportaciones de cereales y azúcar al menos hasta el 30 de junio y el 31 de agosto, respectivamente, ha sido uno de los últimos factores que se sumaban a esa tormenta perfecta.

Macrogranjas
Ganadería intensiva Nación macrogranja
España se ha convertido en el quinto exportador global de carne, y el primero de porcino. El medio rural se ha levantado en armas contra la proliferación de instalaciones ganaderas industriales. La polémica por unas declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, a 'The Guardian' ha llevado a primera línea el debate sobre los impactos de las macrogranjas. La batalla se prevé larga.

La patronal y las asociaciones agrarias españolas, así como las industrias que dependen de estas materias, han puesto el grito en el cielo y toda la carne en el asador. Desde la Asociación Española del Dulce (Produlce), que engloba a las empresas de la panadería y bollería industrial, hablaban hace apenas una semana de existencias de aceite de girasol solo para cuatro semanas. En la misma línea alertaban patronales como la Agrupación Española de Fabricantes de Conservas Vegetales o la Asociación Nacional de Fabricantes de Conservas de Pescados. La subida de precios del aceite de girasol —ha sumado hasta dos euros el litro en apenas una semanas en las grandes superficies— y la alarma mediática hacían que incluso algunos supermercados comenzasen a limitar la venta de este producto.

Gustavo Duch: “Si el Gobierno entendiera la situación de crisis y la dependencia de esta agricultura global, entendería que es el momento apropiado para iniciar una reconversión en el sector ganadero”

En una espiral de movimientos, organizaciones como la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja) llamaban a cambiar las reglas del juego agrario europeo y pedían sembrar cientos de miles de hectáreas de tierra en barbecho, una práctica impuesta por la Política Agraria Común (PAC) para dejar regenerar una tierra muy maltratada por los los usos industriales que imponen la agricultura intensiva.

'Lobbies'  e industria química

En Europa, también se sucedían las jugadas: según denuncia el observatorio Corporate Europe, el lobby de presión CropLife Europe, que engloba a la industria de los plaguicidas —claves en la agricultura industrial pero en el punto de mira por la contaminación y la toxicidad que producen—, aprovechaba la ocasión para llevar a cabo una campaña de presión contra las estrategias 'Del campo a la mesa' y de biodiversidad de la Unión Europea, pilares del Pacto Verde Europeo. El objetivo: frenar que la UE consiga la meta que se ha impuesto para liberar sus campos —y por consiguiente su medioambiente, su biodiversidad y la salud de los seres que la habitan— de un 50% de plaguicidas en 2030. También abrir el mercado europeo a productos americanos, mercados “con una legislación más laxa por el uso excesivo de fertilizantes y biocidas en general”, explica el consultor de Sustraiak.

David González: “Ahora la patronal agraria quiere salvar a la industria cárnica diciendo que tenemos que levantar todas estas prohibiciones para importar de América y salvar la papeleta”
Mientras lo primero está en estudio, en lo segundo los lobbies de la agroindustria ya han cosechado éxitos. El martes el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación publicaba una resolución por la que se flexibilizan temporalmente los requisitos medioambientales y sanitarios para la importación de maíz de Argentina y Brasil. Las necesidades de la industria intensiva ganadera, que importa masivamente maíz y torta de girasol para fabricar pienso, se imponían a otros criterios, pues Ucrania era hasta antes de la guerra el segundo suministrador de maíz a España, con el 22% de las compras, y el suministrador del 68% del total de torta de girasol importada.

El centro del huracán está, para Gustavo Duch, en la fuerte presencia de la ganadería industrial en el modelo agrario, ya que España es el primer productor de carne de cerdo de Europa. “La patronal y los sindicatos están presionando, quieren evitar el desplome de este modelo fundamentalmente ganadero, y a partir de ahí quieren que se rebajen algunas de las medidas aprobadas, como poder importar cereales prescindiendo de algunas restricciones de la política verde de la UE, como no importar transgénicos y algunas cuestiones de piensos que estaban tratados con algún tipo de pesticida que Europa no permitía”. Como añade David González, “grandes productores como América del Sur y del Norte no cumplen los estándares de toxicidad que impone la UE, ni por el uso de aflatoxinas –toxinas que incorporan los cereales por el uso de biocidas en la agricultura intensiva– ni por transgénicos, y ahora la patronal agraria quiere salvar a la industria cárnica diciendo que tenemos que levantar todas estas prohibiciones para importar de América y salvar la papeleta”.

Greenpeace ya alertaba en 2019 que el 66% de las tierras cultivadas en España no se destinan a la alimentación humana, sino a la animal

De hecho, ante la marcha atrás de España y de la previsible revisión de la estrategia de la Granja a la Mesa en Bruselas, 85 organizaciones europeas del área de la soberanía alimentaria y la agroecología enviaban una carta abierta a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, para que la UE no echase para atrás ningún epígrafe del Pacto Verde Europeo, ya muy limitado para las organizaciones ecologistas, ni de la estrategia 'De la granja a la mesa'. “Más que nunca, la UE debe cambiar hacia unas condiciones saludables y unas prácticas agrícolas respetuosas con el medio ambiente, como la agroecología, la agricultura orgánica y agrosilvicultura, que proporcionan el único camino para garantizar la seguridad alimentaria a largo plazo, la soberanía alimentaria y la sostenibilidad general de los sistemas alimentarios”, señalaban. “Debemos alejarnos de la agricultura intensiva, de la pesca industrial y la acuicultura. Reducir la estrategia 'De la granja a la mesa' y sus políticas mantendrá la dependencia de Europa de fuentes de energía no renovables como los combustibles fósiles, e irá en contra de lo que se necesita en este momento para asegurar comida para todos”.

Fertilizantes y agrotóxicos

Al cóctel que une guerra, comercio global e industria agroganadera hay que sumarle el problema de los fertilizantes, de los que depende la agricultura industrial, incluida la destinada a la producción de pienso. No en vano, Greenpeace ya alertaba en 2019 que el 62% de las tierras agrícolas y el 66% de las tierras cultivadas en España —el 63% si se abre el foco a toda la UE— no se destinan a la alimentación humana, sino a la animal, materias que acaban mayoritariamente en las macrogranjas, donde se produce el 80% de los productos ganaderos, según la investigación.

Tractor agricultura

“Rusia y China son los principales productores de fertilizantes”, apunta González, a lo que habría que añadir el fin de las exportaciones ucranianas de este tipo de nutrientes que se añaden artificialmente a los cultivos intensivos. Duch, por su parte, explica que existen tres tipos de fertilizantes para la agricultura industrial. “Los nitrogenados derivan del gas natural, por lo que hay una dependencia de Rusia muy alta y antes de empezar la guerra Rusia ya había decretado que no exportaría fuera por la escasez de gas, y China también ha reducido sus exportaciones un 90%”.

Alimentación
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Los otros dos grupos de fertilizantes son los fosfatos, que España compra principalmente a Marruecos, país que explota las minas de Bucraa, en el Sahara Occidental, y las potasas. En estas últimas la guerra y sus consecuencias también están muy presentes. “Aunque no hay un problema de desabastecimiento, dependen de Rusia y Bielorrusia, porque allí están las grandes minas de potasas, y está subiendo el precio”, cuenta el editor de Soberanía Alimentaria.

Momento oportuno

Semejante dependencia de los mercados internacionales para alimentar una agricultura intensiva, que a su vez alimenta a la gran industria cárnica, supone una oportunidad en opinión de David González. “Tiene que haber una apuesta decidida por la agroecología a todos los niveles, desde la Comisión Europea a los Estados. En este momento deberíamos apostar por un extensionismo agroecológico por el que se invierta dinero público para ayudar a una transición que vaya de los modelos productivos industriales a agroecológicos”.

Enfocando en el sector ganadero, Gustavo Duch plantea que “si el Gobierno entendiera la situación de crisis y la dependencia de esta agricultura global, entendería que es el momento apropiado para iniciar una reconversión en el sector ganadero”. Para el editor de Soberanía Alimentaria, las políticas para mantener el actual sistema agroalimentario “lo mantendrán vivo ilusoriamente, pero quedará a expensas de cualquier cambio en las políticas mundiales”. Y finaliza: “Si no se hace ahora esa reconversión se verán obligados a hacerla mañana de mala manera”.

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