Palestina
Cultura, hasbará y boicot a Israel

Con motivo del polémico paso de Mayumana por Cáceres, un breve repaso de la hasbará como estrategia de legitimación sionista, de la política cultural de Israel en el exterior y de los mecanismos posibles de contestación.
Netta 2018
La cantante israelí Netta durante un ensayo antes de la gran final del Festival de la Canción de Eurovisión 2018 en Lisboa, que finalmente terminó ganando. Wikipedia

Sociólogo rural. La Vera (Cáceres).

9 ene 2025 12:16

A finales del pasado diciembre, y con motivo de la polémica actuación de Mayumana en la ciudad, decenas de activistas acudieron a la llamada de Cáceres por Palestina, pese a lo complicado de las fechas navideñas, para pedir el cese de la colaboración cultural con Israel. Al hilo de esa acción, y como telón de fondo explicativo de iniciativas similares que, a nivel estatal y mundial, se llevan materializando desde hace muchos años, conviene realizar una aproximación al espacio de legitimación político-cultural del Estado sionista en el plano internacional y a la contestación organizada que provoca.

El caso Matisyahu vs. Rototom

Verano de 2015. El festival de reggae Rototom Sunsplash a celebrar en Benicasim (Castelló), anuncia la actuación del artista estadounidense Matisyahu. Desde el momento en que tuvo conocimiento de ello, la delegación de BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) de la zona se pone en contacto, en privado, con el festival para pedirle la suspensión de esta actuación, argumentando el apoyo que dicho artista ha manifestado a los sectores más reaccionarios de la sociedad israelí, que incluía recogida de fondos para colonias ilegales y la justificación de crímenes por parte de colonos y del ejército.

Después de un intenso debate, de las críticas acerca de la selección de un creador tan alejado del espíritu del festival, y ante la amenaza de boicot al mismo, Rototom decide pedir al autor una declaración pública sobre su postura acerca de dichos crímenes y, en caso de no resultar esta satisfactoria, cancelar la actuación.

Entonces, se desata la locura: mientras Matisyahu se niega a formular posicionamiento alguno, de inmediato, el Congreso Judío Mundial (WJC, por sus siglas en inglés) da por hecha la cancelación y la condena como un acto de antisemitismo. Y lo que es más grave, al día siguiente, a pesar de ser agosto, el gobierno español emite un comunicado en el que se denuncia dicha acción como antisemita.

Hubo una denuncia por coacción, amenazas e incitación al odio para ocho activistas de BDS, no por parte del festival, sino de una asociación particular, con peticiones de cuatro años de cárcel 

El festival, que había pasado por un larguísimo proceso judicial en Italia que determinó su salida del país, lugar en que fue creado y donde se celebró hasta 2010, decide dar marcha atrás. Matisyahu actuará finalmente, sí, pero ante un mar de banderas palestinas y abucheos continuos. Aquel paripé fue, no obstante, celebrado por el lobby sionista y por el mismo Matisyahu como una victoria.

En esos momentos quedó evidenciada la larga mano del gobierno de Israel y de su ofensiva cultural de blanqueo: la maquinaria diplomática estaba lista para, ante la más mínima sospecha de boicot, denunciar el antisemitismo y hacer de los verdugos, víctimas.

La cosa no quedo aquí, hubo una denuncia por coacción, amenazas e incitación al odio para ocho activistas de BDS, no por parte del festival, sino de una asociación particular, con peticiones de cuatro años de cárcel. El caso fue, finalmente, archivado en 2021.

La hasbará: ¿explicación o propaganda?

Se ha dicho hasta la saciedad que la primera víctima en todas las guerras es la verdad, y sabemos por muchos casos concretos hasta qué punto eso es cierto, especialmente desde que existen periódicos y medios de información de masas y, de la mano de su existencia, necesidad de aprobación pública para los políticos que las emprenden.

El caso del nazismo fue paradigmático en este sentido, con un ministerio destinado a la propaganda y con un jerarca, Goebbels, dedicado en cuerpo y alma a estudiar sus medios y ponerlos en práctica. Desde entonces hemos asistido a una sofisticación de la misma, progresivamente adaptada al universo audiovisual, primero, y al de las redes sociales en los últimos años.

Es llamativo saber que el gobierno israelí también tuvo un ministerio dedicado por entero a estas tareas. Así, hasta que se cerró en 2021, el Ministerio de Asuntos Estratégicos delineaba la hasbará, esa narrativa que Israel quería que el mundo creyera y que, en última instancia, intenta justificar lo injustificable: la ocupación ilegal, el asesinato, la tortura, el derecho de Israel a imponerse por cualquier medio al pueblo palestino.

Hasbará es un término hebreo que se traduciría por “explicación” o “esclarecimiento” y que, en realidad, encubre la propaganda israelí para justificar sus crímenes y su colonización de Palestina

Hasbará es un término hebreo que se traduciría por “explicación” o “esclarecimiento” y que, en realidad, encubre la propaganda israelí para justificar sus crímenes y su colonización de Palestina. Este aspecto se encuentra íntimamente ligado a la utilización de la cultura por parte del Estado colonial, tanto para difundir sus mensajes como para su blanqueamiento ante el mundo.

“Vemos a la cultura como una herramienta de hasbará de primer orden”, admitió un funcionario israelí, “y no distingo entre hasbará y cultura”. Estas frases, recogidas por la página del movimiento BDS, dan idea de la profundidad de la planificación en la lucha por un relato que deje al Estado israelí limpio de cualquier mancha: los decenios de invasión, ocupación, asesinatos, expulsiones y torturas son dejados de lado frente a una propaganda centrada en subrayar que es el único Estado democrático de la zona. El único bastión del poder colonial occidental, desde otra traducción.

Pallywood

La hasbará ha promovido el relato de que el pueblo palestino es rehén de Hamás ―que lo utilizaría como escudo humano― o de que los crímenes que diariamente han cometido las FDI o los colonos desde hace decenios son, en realidad, representaciones falsas llevadas a cabo por actores.

El término Pallywood, en concreto, surge de un documental del año 2005 (casualmente el mismo año en que se lanza la campaña BDS) con ese mismo título, obra del director israelí Richard Landes, que pretende demostrar que los crímenes que comete Israel serían, en realidad, ficciones grabadas por personas palestinas. Este supuesto y las pretendidas pruebas que lo demostrarían han sido sobradamente desmontadas como los bulos que son y, en España, sólo son tomadas como ciertas por canales ultras del nivel de Libertad Digital. En este mismo orden de cosas, la página VerificaRTVE (dedicada a la investigación y desmentido de bulos) ha demostrado la falsedad de todas esas supuestas pruebas en vídeo que circulan en las distintas redes sociales.

En cualquier caso, bajo el hashtag Pallywood se ha pretendido, desde su creación, negar credibilidad a las numerosas pruebas de un genocidio que, por primera vez en la historia, está siendo perpetrado en directo

Y es que, en una era donde el manejo de estas últimas es esencial, la hasbará evoluciona hacia la producción de bulos, en la misma línea que hemos visto puesta en práctica por el resto de la ultraderecha a nivel mundial, capitaneada por la red Atlas Network y sus numerosas fundaciones, como FAES (bajo el liderazgo de Aznar) o Disenso (con Abascal a la cabeza) que no casualmente apoyan sin fisuras al régimen de apartheid israelí.

En cualquier caso, bajo el hashtag Pallywood se ha pretendido, desde su creación, negar credibilidad a las numerosas pruebas de un genocidio que, por primera vez en la historia, está siendo perpetrado en directo, día a día, con un mundo occidental asistiendo impertérrito al mismo.

El boicot cultural como forma de lucha no violenta. BDS

En 2004 se lanza la PACBI, una estrategia de boicot cultural y académico a Israel, como forma de presionar para el fin del apartheid. Porque, efectivamente, los años han ido demostrando cómo el Estado colonial imponía a los habitantes originarios de Palestina un régimen similar al del apartheid sudafricano. En el caso del régimen surafricano, la batalla cultural y el rechazo a consumir productos o servicios provenientes de un país abiertamente racista resultaron claves en su fin, y la firmeza del pueblo —pese a los asesinatos, encarcelamientos y torturas— se vio acompañada por un movimiento internacional que puso en evidencia la maldad intrínseca de dicho sistema.

En 2005 nace BDS, una campaña más amplia y que acogió a la anterior, y que pide, además del boicot cultural y académico, el boicot económico, desinversiones y sanciones. Esta campaña ha buscado romper los dos frentes del frente cultural de Israel: tanto la normalización interna que aporta la actuación de artistas internacionales allí como la buena imagen de Israel que proyectan las actuaciones de artistas israelíes de todo tipo.

Entrevista La Poderío
Bethlehem Habboob “Es fundamental llevar el boicot a Israel a lo académico”
Bethlehem Habboob es una activista andaluzo-palestina. Junto al estudiantado, y gracias a las movilizaciones contra el genocidio del pueblo palestino en Gaza, han conseguido que la Universidad de Granada rompa sus relaciones académicas con Israel.

Hay que subrayar que Israel, por su lado, siempre ha sabido aprovechar cada resquicio posible para entrar en todos los foros que se lo han permitido, utilizando todo tipo de pretextos. En este sentido, le da igual participar en Eurovisión como único país no europeo, aprovechar asociaciones en países en los que hay comunidades judías, o crear otras, como las numerosísimas dedicadas a promover la amistad y la cercanía hacia las políticas israelíes bajo cualquier excusa cultural, económica o social.

De la misma forma que Israel ha utilizado al movimiento gay para ofrecer una apariencia de progresía frente a la supuesta barbarie árabe circundante (manteniendo una cultura gay consumista y liberal centrada en la ciudad de Tel Aviv), utiliza la cultura para ofrecer la imagen de un país normal, democrático y moderno, tanto por medio de la promoción de artistas que actúan en Israel como de artistas israelíes o prosionistas en gira por el mundo.

En cuanto algo interfiere en alguno de los actos culturales de blanqueo, la maquinaria difamatoria se pone en marcha empleando la acusación de racismo o antisemitismo, que convierte al verdugo en víctima, trayendo a la palestra, si hiciera falta, el ancestral antisemitismo europeo o el nazismo

De esta forma se puede entender la rápida reacción del Congreso Judío Mundial cuando el boicot a Matisyahu, en 2015, y la rapidísima reacción del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rajoy: en cuanto algo interfiere en alguno de los actos culturales de blanqueo, la maquinaria difamatoria se pone en marcha empleando la acusación de racismo o antisemitismo, que convierte al verdugo en víctima, trayendo a la palestra, si hiciera falta, el ancestral antisemitismo europeo o el nazismo.

En realidad, el uso de la propaganda y de la cultura por parte del Estado de Israel demuestra lo mucho que aprendieron de Goebbels y los jerarcas del nazismo, tanto de sus aciertos como de sus errores.

Uno de esos aprendizajes puesto en práctica ha consistido en eliminar cualquier vestigio de cultura palestina, quemando libros, documentos, haciendo desaparecer pueblos, cambiando sus nombres, impidiendo cualquier muestra de arte o de cultura por parte palestina… Ejemplo de ello, entre muchos, fue la destrucción del Centro Cultural Sakakini en Ramallah, en 2002, que albergaba manuscritos del poeta Mahmud Darwish. Otra manifestación del mismo propósito es el empeño israelí en un trabajo arqueológico cuya orientación está focalizada en resaltar todo posible resto de presencia hebrea histórica en la zona, con el propósito implícito de justificar sus reclamaciones territoriales.

El alcance del boicot cultural. Mayumana y su salida de Israel

Desde su lanzamiento, numerosos artistas como Lauryn Hill, Chuck D o Roger Waters se han comprometido con el movimiento BDS a no actuar en Israel. Roger Waters lleva su compromiso más allá, declarando sin fisuras su apoyo a la causa palestina. La otra parte del boicot cultural es impedir o dificultar que artistas que defienden al Estado de Israel o, siendo israelíes, pretenden “no opinar” sobre lo que allí sucede, puedan llevar a cabo sus actuaciones, al igual que se reclama que las universidades y centros de investigación rompan sus vínculos con instituciones israelíes.

Uno de los grupos sujetos a boicot es la compañía de danza Mayumaná, que actuó en Cáceres el día 28 de diciembre, para más inri, Día de los Inocentes que conmemora la supuesta matanza de niños a manos del rey judío Herodes. Si de aquella matanza no tenemos constancia, de la que actualmente se lleva a cabo por el Estado y el ejército israelíes, con gran apoyo de su alienada población, sí la tenemos.

¿Qué “neutralidad” es posible cuando existe un genocidio en marcha, televisado, presente en cada una de las pantallas que inundan nuestras vidas y hogares? ¿Puede darse un “encuentro” moralmente aceptable con genocidas o justificadores de los mismos en nombre del arte o la creación?

Mayumaná nace en 1996 y, debido a su éxito, abren un teatro en Jaffa, ciudad palestina que fue sometida a limpieza étnica en 1948, durante la Nakba. Actualmente mantienen a 800 artistas en gira por todo el mundo, en un modelo similar al del Circo de Sol. Uno de estos grupos tiene su sede en España, e incluso han producido un espectáculo llamado Rumba, con canciones del grupo Estopa (de quienes no estaría mal conocer su opinión al respecto). Aunque este grupo niega sus vínculos con Israel, de allí proceden, allí tienen su sede principal y de ahí les viene el nombre. Y cuando niegan sus vínculos con la empresa de armamento israelí Elbit Systems, quizás ignoran que figura en lugar destacado entre los clientes de la empresa, en su página web principal.

En resumen, a poco que nos detengamos más allá de la casuística, intentando abrir el foco para contextualizar la actualidad desde una mirada más amplia, no resulta difícil adivinar los rasgos de una política perfectamente organizada de legitimación del proyecto colonial sionista que, sistemáticamente, busca en el espacio cultural y artístico un territorio de “neutralidad” y “encuentro” donde operar. A partir de esta observación, perfectamente contrastable, surgen dos preguntas: ¿qué “neutralidad” es posible cuando existe un genocidio en marcha, televisado, presente en cada una de las pantallas que inundan nuestras vidas y hogares? ¿Puede darse un “encuentro” moralmente aceptable con genocidas o justificadores de los mismos en nombre del arte o la creación?

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