Opinión
¿Qué es un hombre? Yo no

Estudiante de filosofía y militante LGTBI.
En una entrevista reciente le preguntaban a Carmen Calvo “¿Qué es ser mujer?”, y ella respondía de forma segura “Yo”. Ciertos acontecimientos me llevaron a reflexionar sobre esa pregunta. ¿Se puede ser hombre o mujer? Yo creo que todos sabemos en qué medida la respuesta a esta pregunta nos condena a la hoguera. Esto es el bocetaje que me he permitido hacer de algunas ideas que me rondan la mente.
En nuestros cuerpos las categorías hombre y mujer solo son dos polos entre los que oscila un estado de crisis permanente. La mayoría de veces nos encontramos en una cuerda entre la que funambulamos entre los dos extremos que le dan tensión, intentando no caer en el vacío de inseguridad que nos exaspera. Normalmente encontramos un cobijo en la parte de la soga donde mejor nos hemos podido apoyar, donde sentimos que el entorno se ha vuelto manso.
En nuestros cuerpos las categorías hombre y mujer solo son dos polos entre los que oscila un estado de crisis permanente
Pienso en las maricas de mi pequeño pueblo de la Extremadura profunda; muchos no salieron del armario por la desigualdad en la experiencia, otros salieron y sus familias están orgullosas de que sus hijos sean unos gays respetables. No pocas veces me han expuesto mis padres “mira, él es gay pero no tiene necesidad de llamar la atención, no se maquilla, no se mete en política”. Cada vez que oigo eso pienso, “Venga, tú también puedes ser normal, ponle ganas”. Creo que ellos encontraron su refugio ahí. De momento diremos, entonces, que ser un hombre es una cárcel, donde muchas veces subsiste en base a la fiscalización y la disciplina familiar y de todo un entorno que se extiende más allá de ella.
Ser un hombre es una cárcel, donde muchas veces subsiste en base a la fiscalización y la disciplina familiar y de todo un entorno que se extiende más allá de ella
La cárcel de ser respetable, la cárcel de ser una persona decente. En un pequeño pueblo de clase trabajadora a veces habitar estas prisiones era la única forma de ganarse el pan. Pienso una frase que le dijeron a Luis Merlo (Mauri en Aquí no hay quien viva) que hoy suena macabra. Una chica le dijo que gracias a él le explicó a su madre que era lesbiana, a lo que su madre le preguntó “¿Pero mal o como Mauri y Carlos?”.
Sin embargo, cuando cogí mi primer lápiz de ojos y me pinté con él, cuando empecé a jugar con todos los recovecos de mi cara, cuando vi dibujarse al unísono una sonrisa, me di cuenta. Me di cuenta de cómo a ellos también les habría encantado degenerarse, pintarse, dejar de ser respetables, jugar con su cuerpo y encontrar en su precariedad la caricia suave, lúdica y cálida. Cuánta felicidad murió. Cuántas veces nos hubiera gustado ser malas.
¿Pero cómo murió la felicidad? ¿Quién la mató? Hay dos formas y en ambas el capitalismo nos invitó a vivir, siempre que aceptáramos que eso significaba hacerlo de forma mutilada. En el capitalismo es imposible librarse de la castración que supone el día a día. Se nos limita a aspirar ser hombres y nada más, ser hombre como ese objetivo inalcanzable que nos mutila cada día, que nos hace vivir de forma limitada e incompleta. Hay un fenómeno que no me permite desarrollar este artículo, pero pienso en Llados y otros Coach y Podcast que ensalzan valores masculinos y reaccionarios que participan rabiosamente en la derechización de los jóvenes. Hasta qué punto no es lógico que algunos chicos profundamente infelices busquen las respuestas para su vida inauténtica dentro de este sistema, y a falta de un más allá, en el deseo de completar la aspiración a las que les han condenado como la esencia de su vida, en desear ser un hombre para por fin tener una vida auténtica.
Hasta qué punto no es lógico que algunos chicos profundamente infelices busquen las respuestas para su vida inauténtica dentro de este sistema, y a falta de un más allá, en el deseo de completar la aspiración a las que les han condenado como la esencia de su vida...
Creo que todes sentimos una falsedad en esta vida en la que es fácil perderse. En un contexto, además, de intensificación de la disciplina de género. Pero también con la privatización del juego y la amistad. La única forma de experimentar conmigo, de divertirme, de reafirmar lo que quiero ser o de verme guapo no puede sino estar mediada por el consumo y la privatización. Jugar exige pasar por caja, y para pasar por caja hay que rechazar todo descubrimiento, el trabajo no requiere de experimentos, sino de humillación. Sobrevivir en el capitalismo implica aceptar una disciplina sobre nuestro cuerpo que a veces nos impide pasarlo bien. Ahí murió la felicidad, cuando comprendimos que el objetivo de liberar nuestras caricias está lejos. Que aún nos queda mucho que luchar por sentir calor.
Sobrevivir en el capitalismo implica aceptar una disciplina sobre nuestro cuerpo que a veces nos impide pasarlo bien. Ahí murió la felicidad, cuando comprendimos que el objetivo de liberar nuestras caricias está lejos
Creo que esto es parte de las conclusiones que saco. Walter Benjamin decía que el capitalismo era el lugar donde se perdía el aura. Donde los secretos estaban conocidos de antemano, donde se nos quita agencia a su descubrimiento, y más que del descubrimiento y del cuidado nos ocupamos más de la posesión y la utilidad. Tal y como la naturaleza, hoy resulta difícil imaginar nuestros cuerpos más allá de herramientas de trabajo, como espacios de recreo multiforme. También de forma política, incluso la parte política de reclamar el hedonismo en un presente que a veces se ve temblorosamente gris. Pero está objetificación del humano lejos de rechazar nuestra agencia colectiva, debería suponerla, tenemos el deber de recuperar nuestros cuerpos como lugares de placer también en vistas a esa agencia colectiva.
Decía Freud que es imposible que todo se mantenga estable sin soportar una gran cantidad de represión. Sin sentirnos aplastades y si viéramos más allá de la niebla de la desesperación muches sentirían una rabia peligrosa. Por dentro somos bombas de relojería con un deseo ardiente, no hay mayor pulsión de muerte que el deseo, no hay mayor arma que el deseo. Hoy tenemos que volver a recuperar esa capacidad, a abrazar la inseguridad, aprender a desear no ser un hombre, no ser una mujer, no ser no-binarie, desear ser algo más, todo lo reprimido. Como dirían Marx y Engels, los seres humanos como objetos no combaten solo el amor, sino todo lo vivo, todo lo que es inmediato, toda experiencia sensorial, todo lo que es real. Esto es lo que me hizo llegar a esta conclusión, no sé lo que es un hombre, pero sí lo que no es: yo.
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