Granada
‘No estás loca’, un documental para escuchar las voces de la violencia vicaria
Hay temas que son especialmente duros. La violencia vicaria es uno de ellos. El término es relativamente nuevo, lo acuñó la psicóloga Sonia Vaccaro cuando puso nombre a la violencia de género que el padre ejercía sobre los hijos e hijas con el fin de dañar a la madre. Lo hizo cuando analizaba el SAP, el llamado Síndrome de Alienación Parental, un término que va de la mano de la Violencia Vicaria, no reconocido por la legislación española, pero aplicado en casos de custodia de los menores. La Organización de Naciones Unidas (ONU) define el Síndrome de Alienación Parental como una teoría pseudocientífica que sostiene que las madres manipulan a los hijos en contra de los padres.
Pero antes de la palabra, vicaria, ya conocíamos los hechos porque la violencia de los padres contra sus propias criaturas para “quitar lo que más querías” a las madres, se venía dando desde hacía mucho tiempo. La opinión pública conoce los casos más extremos, los de mayor violencia, donde se ha llegado al asesinato: el caso de Ruth y José en Córdoba, Olivia y Anna en Tenerife, Ángela y Andrea en Madrid, Martina y Nerea en Castellón, y otros, muchos, demasiados. Además de esa violencia extrema, muchas mujeres en nuestro país denuncian una violencia muy dolorosa y sutil: la que se ejerce contra ellas y sus criaturas de forma constante y muchas veces difícil de probar: los gritos, los silencios, los insultos, la desaprobación constante, la falta de cuidados a los menores y mucho más.
Son las “madres protectoras”, que intentan defender a sus criaturas y se ven ahogadas por la incomprensión social y sobre todo por la violencia institucional, un obstáculo difícil de atravesar que genera frustración e impotencia. Especialmente en los casos, y hay muchos, donde además de la violencia, también se da la pederastia y el abuso sexual a menores por parte de los padres. Una impotencia manifestada en el título del documental, “No estás loca, la verdad sobre la violencia vicaria”, un grito que cada vez toma más fuerza y que la directora María Bestar ha llevado a la gran pantalla y presentó esta semana en Granada, en el ciclo de la Semana de Cine e Igualdad de Maracena. Una película que revela situaciones muy duras que nos sacuden fuerte pero que no quiere caer en el lamento ni busca la compasión sino convertirse en una llamada de atención: “tenemos derecho a ser escuchadas”, para lograr un compromiso, para lograr soluciones.
María Bestar es una mujer de talento: actriz, directora, productora, guionista y cantante, su sonrisa es capaz de iluminar el espacio que le rodea. María no habla de segunda ni de tercera mano, ha reconocido en público ser víctima de violencia de género y superviviente de violencia vicaria, por tanto, ha padecido sus efectos en carne propia. La directora ha reunido en su trabajo audiovisual más de 50 testimonios de víctimas, mujeres y niños y niñas; de jueces, policías, trabajadoras sociales y expertas; y también de actores: Luis Tosar, Maxi Iglesias y Eduard Fernández, intérpretes que leen los Derechos de la Infancia para dejar bien claro que la lucha “no es contra los hombres, sino contra los agresores”. Una película que nació después de un cortometraje previo en 2023 que le marcó la dirección correcta hacia donde seguir caminando.
Quiero empezar por el título que me parece una declaración de intenciones: No estás loca ¿Por qué seguimos teniendo que justificar que no lo estamos frente a la violencia machista? Y, más aún, ante la violencia contra a la infancia ¿Qué nos ha llevado a este punto como sociedad? ¿Qué te llevó a ti, como mujer y directora, a transformar ese grito en una película
Creo que, respecto a esa expresión, “No estamos locas”, las primeras que debemos aprender a no decirlo —y, sobre todo, a no pensarlo— somos nosotras mismas. Ahí está la verdadera gravedad. La sociedad también tiene su parte de responsabilidad, pero es cierto que cuando te encuentras inmersa en una situación de violencia, una misma llega a un punto de tal enajenación que deja de comprender la maldad. Y es que la maldad, cuando eres buena persona, resulta incomprensible.
Entonces, buscas una justificación, y esa justificación acaba recayendo sobre ti. Empiezas a preguntarte: ¿Qué habré hecho? Seguro que me lo he ganado. No puede ser —piensas—, y menos de alguien a quien quieres. Porque al final, cuando una se casa o se une a otra persona, es para construir un proyecto de vida, no para separarse. Por eso dije: este No estás loca primero tienen que escucharlo las víctimas.
Tienen que entender, cuando se cuestionen, que no son ellas las que están locas. Después viene la sociedad, claro. ¿Por qué siempre se tacha a las mujeres de locas o de histéricas? Incluso con temas de salud: nos sirve el símil con la menopausia. “Es una histérica, está loca”, se sigue diciendo. La menopausia es algo que todas las mujeres vamos a vivir, y sin embargo sigue siendo un proceso poco estudiado y lleno de prejuicios.
En estos temas hay un machismo profundo, ese pozo del que cuesta salir. Curiosamente, los hombres nunca son los locos, ni los histéricos. Por eso quise poner el acento en el título: No estás loca.
En tu documental das voz a mujeres y a niños y niñas que casi nunca son escuchados. Resulta doloroso comprobar cómo muchos casos solo se resuelven después de años de sufrimiento, cuando esos menores ya han crecido y por fin pueden hablar y contar lo que les ocurrió. Y, como ellos mismos denuncian, ya han perdido la infancia. Quisiera que compartieras tu reflexión sobre el valor y el lugar que damos a la palabra de la infancia.
Para mí, la palabra de la infancia es esencial. La niñez pasa muy rápido, pero en esos primeros años se forma todo lo que somos. Vivir en un entorno de violencia deja huellas profundas: esos niños y niñas crecerán, sí, pero arrastrando heridas que condicionarán su vida. Lo más grave de esta violencia es que no se escuche ni se proteja a quienes son más vulnerables.
Una sociedad se mide por cómo trata a sus mayores y, sobre todo, a sus niños y niñas. Y hoy seguimos fallándoles. No puede ser que una denuncia o una resolución judicial tarde tres o cuatro años, porque en la vida de un menor eso significa perder buena parte de su infancia, ese tiempo en la vida del menor es un 60% de su existencia. Como dice la jueza Ana en el documental, que cita a la escritora Mistral, “el tiempo es ahora”.
Los niños y las niñas tienen una intuición y una verdad que muchas veces los adultos no queremos oír. Son sabios en su inocencia y nuestra responsabilidad es escucharles, creerles y protegerles. Ante la duda, paremos, protejamos y luego estudiemos; pero no les dejemos ahí sueltos, solos y desamparados. A mí es lo que más me enerva, lo reconozco.
¿Qué le dirías a una mujer que está atravesando una situación de violencia de género, de violencia vicaria y teme denunciar?
Lo primero es buscar apoyo. Siempre. Yo animo a denunciar, pero no a hacerlo sola, porque enfrentarse a todo lo que viene después sin una red es muy duro. Lo primero, saber que no estás loca, y lo segundo, buscar ayuda: puede que no venga de la familia, a lo mejor en tu familia te dicen que no, que el matrimonio es para toda la vida, que tus criaturas van a sufrir; pero siempre hay alguien —una amiga, una profesional, una asociación— dispuesta a escuchar y acompañar.
Y sí, hay que denunciar, aunque el camino sea difícil y muchas veces injusto. Lo dice alguien que no ha tenido un buen proceso. Porque si no denuncias, entonces, ¿qué vas a hacer?, entonces nunca vamos a acabar con esto. Laura, uno de los testimonios en el documental lo dice: denuncia. Ella denunció un montón de veces y no le hicieron caso, y asesinaron a su hijo.
¿Por qué generalmente se pone el foco en las víctimas, revictimizándolas, en lugar de ponerlo en el agresor? Un estudio de la Asociación de Psicólogas Feministas de Granada junto a Sonia Vaccaro señalaba que los asesinos en casos de violencia vicaria extrema suelen ser hombres de mediana edad, sin enfermedades mentales ni empatía ¿Cuál es tu percepción después de rodar la película y convivir con tantas historias reales?
Es totalmente cierto, muchas veces no nos imaginamos cómo es el maltratador real. En el cortometraje intento mostrar que no siempre es el estereotipo que tenemos en la cabeza sino “encantadores de serpientes”. Habitualmente se trata de personas funcionales, profesionales, educadas, empresarios, médicos, abogados; no responden al estereotipo del borracho con adicciones, que habrá alguno, pero de forma excepcional; y la violencia ocurre detrás de puertas cerradas, así que todo el mundo sigue pensando que son encantadores.
Hace poco llevé el corto a la cárcel de Soto del Real para internos condenados por violencia de género y fue sorprendente: el debate fue intenso y algunos reconocieron comportamientos que no sabían que habían tenido. No se trata de quitarles culpa, sino de visibilizar cómo la violencia se normaliza y pasa desapercibida, incluso para quienes la ejercen.
Por eso incluí a actores masculinos conocidos en el documental —como Luís Tosar, Jovid, Maxi, Eduard y Jordi— para atraer a un público que de otra forma no escucharía. El objetivo era que entendieran que esto no solo afecta a las mujeres, sino también a los niños y niñas, y que la infancia es clave. En el preestreno en Madrid, personas que no se consideran feministas salieron agradecidas: “Gracias por quitarnos la venda de los ojos. No sabíamos que esto era así”. Algunos quieren volver a verlo con amigos porque el documental da herramientas para comprender la magnitud real de la violencia vicaria y cómo ser parte del cambio.
¿Podrías resumir cuáles son los principales retos a los que se enfrenta una víctima de violencia vicaria, tanto en sus formas sutiles como en las extremas? Según mi experiencia, el reto principal de las madres protectoras es el maltrato institucional al que consideran que han sido sometidas en los procesos en los que tratan de denunciar y probar los hechos. Se sienten revictimizadas, no escuchadas y con una maquinaria jurídica que va en su contra.
El primer gran obstáculo es el miedo: al principio puede proteger, pero cuando se estanca, paraliza. Un psicólogo me enseñó algo decisivo: hacer lo contrario de lo que dictan el miedo y la culpa. Acudir a terapia fue clave para comprenderlo y para asumir que los fracasos no son una condena, sino una fuente de aprendizaje.
Tras superar el miedo y la culpa, te enfrentas con la impotencia y es horrible, porque te dices a ti misma: pero si estoy diciendo la verdad y no sólo no me están creyendo, sino que encima me están culpando. Ese impacto produce un shock, una sensación de mala suerte, hasta que descubres que lo tuyo no es un caso aislado, que le ocurre a muchas mujeres. Esa comprensión genera rabia, pero también la certeza de que sí es posible cambiar las cosas.
La situación en la violencia vicaria se vuelve aún más dolorosa porque el ataque se dirige donde más duele, donde somos más vulnerables: hacia nuestras hijas e hijos. Muchas mujeres han tenido que soportar que, incluso llorando en un juzgado por sus criaturas, se las tache de “histéricas”. Sin embargo, pese a sufrir el daño más devastador que puede vivir un ser humano, ninguna ha respondido con violencia. Las hay a las que les han asesinado a sus hijos e hijas y no se están tomando la justicia por su mano. No están saliendo a quemar contenedores ni a matar a gente; entonces, ¿Quién está loca e histérica?, ¿Dónde están los histéricos y las locas?, ¿Qué pasaría si fuera la inversa?
En otras entrevistas has comentado que la sociedad sigue sin comprender realmente qué es la violencia vicaria ni la magnitud del daño que provoca. Los medios de comunicación suelen centrarse en el desenlace más terrible —el asesinato— y no tanto en el proceso de violencia y desprotección que viven las víctimas. Hablemos de la responsabilidad del periodismo y la comunicación en este sentido. Mucha gente conoce el caso de Ruth madre, Ruth niña y Jose; el caso de Olivia y Anna en Tenerife; el de Ángela y Andrea; no tantos el de Nerea y Martina en Castellón. ¿Qué consecuencias tiene esa mirada sensacionalista y cómo podemos informar sin revictimizar?
El amarillismo es terrible, convierte el horror en algo fugaz: se difunde la noticia de un asesinato, se produce una reacción de impacto, y al día siguiente ya nadie habla de ello. Nos quedamos en el golpe, la sangre, el morbo, pero sin profundizar ni educar. Los medios tienen una enorme responsabilidad: podrían usar su alcance para informar con perspectiva, sensibilizar y generar conciencia social, no solo para contar tragedias.
Hay realidades que apenas se visibilizan: custodias otorgadas a maltratadores, madres obligadas a llevar a sus hijos a visitar a sus agresores en prisión. Si la sociedad conociera estos casos en su dimensión real, reaccionaría. Porque la mayoría de la gente es buena, pero necesita saber. La función del periodismo es contar la verdad, sin presiones ni filtros, de forma independiente. Igual que la justicia debería ser ciega, aunque tampoco lo es, los medios deberían actuar con la misma imparcialidad y compromiso con la verdad, y no siempre lo hacen.
Tenéis la llave para movilizar a la ciudadanía, para lograr que la violencia vicaria y machista no se perciba como una noticia más. No puede ser que más de mil trescientas mujeres hayan sido asesinadas y que apenas haya respuesta social. Los periodistas tenéis un papel mucho más decisivo que el cine o cualquier otro ámbito, porque estáis en contacto directo con la gente.
Si los medios enfocan las noticias desde la empatía, la justicia y la educación, podremos unirnos y provocar un verdadero cambio. Si nos unimos en un mismo mensaje, que nada tiene que ver con dividirnos, sino todo lo contrario, con unirnos, lo podemos conseguir ¿Qué pasó con la manada? La gente salió a la calle. Hagamos que la gente salga a la calle para acabar con esta violencia, por favor.
¿Crees que el reciente proyecto de ley sobre violencia vicaria del Ministerio de Igualdad responde a esas carencias?¿Qué cambios legales concretos consideras prioritarios para evitar que los hijos e hijas queden expuestos al agresor?
Yo siempre digo que no soy experta, no soy jurista, así que esa pregunta yo no la puedo contestar con propiedad.
Puedo decir que gracias a Dios hay juristas y expertas que saben agarrar esas leyes y decir, pues esto hay que mejorarlo, o esto no, o esto sí, o esto no. Para mí, personalmente, que ya se esté hablando, que ya se esté mencionando, que se escuche en las noticias, la tipificación de la violencia vicaria, para mí es un éxito. Las expertas y profesionales que llevan años estudiando esto deben unirse y divulgar, y unirse a nosotras para hacerlo de la mejor manera posible.
Hay avances, todavía hay que mejorar muchísimo y tenemos también que agradecer las cosas buenas que se van haciendo.
En No estás loca hay un equilibrio entre el dolor y la dignidad ¿Cómo lograste evitar el morbo y mantener la humanidad de las historias?
El día del preestreno, en la sala de Madrid, vinieron bastantes de las víctimas que están en el documental y lo que se respiraba era dignidad. No se respiraba derrotismo, no se respiraba rabia, no se respiraba victimismo, se respiraba dignidad. Porque, al final, esto es una desgracia que nos ha ocurrido, pero no nos define ni como persona, ni como mujer, ni como madre.
“El día del preestreno no se respiraba derrotismo, no se respiraba rabia, no se respiraba victimismo, se respiraba dignidad”A raíz de todo lo que he vivido y de todas las mujeres que he conocido, me siento mucho más orgullosa de ser mujer ahora, si cabe. Se dice que las mujeres somos malas, que entre nosotras no nos apoyamos, pero yo creo que en la mayoría de los casos sucede al contrario.
Cuando las mujeres se unen, son una fuerza imparable y son capaces de cambiar el mundo. He querido mostrar esto en el documental y jamás entrar en el morbo. He tenido propuestas de medios de comunicación que me han pedido que les vendiera las entrevistas completas y yo he dicho que no y eso que me han ofrecido mucho dinero y mi situación no es boyante, ni mucho menos.
Estamos en Maracena, en Granada, en el pueblo de Juana Rivas. Un caso que, por su dimensión y tratamiento mediático, acabará siendo paradigmático: un ejemplo, en lo bueno y en lo malo, de lo que supone la violencia vicaria y de cómo la violencia de género también atraviesa la vida de los niños ¿Cómo lo valoras tú?
Yo vivía fuera cuando pasó todo. Me entristece mucho la caza de brujas que se hizo en torno a Juana. Ha sufrido el mismo trato que otras mujeres víctimas de violencia vicaria: los menores tienen que estar con el ‘pobrecito’ padre en contra de la ‘loca’ de la madre. Pero cuando empiezas a investigar te das cuenta que este señor tenía antecedentes penales por violencia, nos lleva al punto que siempre defiendo, ‘no a las custodias compartidas con padres maltratadores’.
Juana ha dado el nombre, la voz y la cara, hay muchas juanas que están luchando. Siento muchísimo el sufrimiento de Juana y sus dos hijos. Cuando un hijo, al cumplir los 16 años, lo primero que hace es irse a vivir con su madre, ¿No debería quedarnos claro que ahí, algo anda mal? Creo que la sociedad ya se está dando cuenta que esto es un sinsentido y una barbaridad y que hay que escuchar a los niños y las niñas.
Como periodista que trata casos graves de violencia de género y violencia sexual, sé de primera mano el coste emocional de escuchar los relatos de las víctimas. Defiendo la necesidad de establecer cuidados en salud mental y crear una red entre mujeres para apoyarnos tanto en esta materia como en protección jurídica ¿Cuál ha sido tu experiencia trabajando tan cerca del dolor y el trauma de otras personas?
La experiencia ha sido extremadamente dura: escuchar durante meses testimonios devastadores remueve lo propio y agota emocionalmente. Aun así, he sentido la obligación de mantenerme firme por quienes confiaban en mi trabajo, aunque al llegar a casa me desmoronara. El apoyo de mi marido ha sido esencial como sostén psicológico.
Al hablar con otras personas que tratan la violencia de género confirman lo mismo: es imposible leer, escuchar y contar historias tan terribles sin que afecten al sueño o al ánimo. De ahí la importancia de cuidar la salud emocional, buscar actividades que reconecten con la calma —bailar, ver atardeceres, caminar descalza por el césped— y romper el círculo de dolor permanente. Toda la sociedad debería acudir alguna vez a terapia: todos cargamos heridas que conviene atender.
Durante el rodaje me pasó algo que me tocó mucho. De repente recibía mensajes preguntándome cómo estaba, recordándome que respirara, preocupándose por mí. Me sorprendía, porque yo sentía que era yo quien tenía que sostenerlas. Y ellas me decían: “¿Cómo no vamos a cuidarte, si tú estás cuidando nuestras voces?”. Ese intercambio es de una belleza enorme, y creo sinceramente que ese apoyo mutuo ha sido determinante para que muchas sigan vivas en momentos en los que el dolor se vuelve insoportable. Supongo que ellas son las que mejor conocen de cerca el peso del trauma y el duelo; lidiar con un duelo de un hijo de una hija, no puedo ni pensarlo.
Lo que está ocurriendo es realmente impresionante. Las redes protectoras entre mujeres tienen una potencia que a veces ni nosotras mismas dimensionamos. En medio de un proceso tan duro, encontrar esta sororidad tan visceral ha sido casi un salvavidas. Ahora, con los estrenos de la película, lo veo aún más claro: se están organizando solas, moviendo redes, llenando salas, pendientes de cada pase, de cada gesto. Esa capacidad de movilización demuestra que los estereotipos sobre la supuesta rivalidad femenina jamás fueron ciertos.
Por eso creo que los medios también deberían mirar hacia ahí. No podemos limitarnos a contar solo lo terrible, lo oscuro. Hay una fuerza luminosa en esta unión que merece un espacio informativo, porque inspira, porque abre caminos, porque demuestra que las mujeres estamos transformando el mundo, y vamos a seguir haciéndolo. Y eso, sencillamente, hay que contarlo.
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