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Ya cantamos los misereres de la misericordia
comimos cordero y mariscos regados con vino
olvidados de que antes de la Navidad existían
la luna y el sol y los hombres y mujeres festejaban
el retorno de la luz así en junio como en diciembre.
Y claro que nuestro niño sigue empeñado en renacer
inocente cada vez que respiramos asoma su mirada
ávida curiosa asombrada e inerme desde su primer grito
ese que con civilizado amor reprimimos arrullándolo
para que tranquilo aprenda a callar su insatisfacción.
El niño nacido entre animales quiere jugar con ellos
prenderse a la teta como otro cordero y hartarse
dormir y soñar hasta despertar con un aullido
de hambre y tener otra vez el calor de la humanidad
junto al néctar de su mamá lleno de sol tierra y mar.
Un día ese berrido será bramido cuando se aprenda
que el viento no tiene fronteras cuando porta nubes
blancas bajo el negro cielo donde hacen guiños lejanos
soles y entendamos que la vida y el agua discurren
por selvas y llanuras sin confesarse ni pagar diezmo.
Quizá podamos conversar con el Niño que llevamos al lado
para sentir su cálida manita tierna y ver que nos acompaña
feliz o triste pero siempre serio y aún en su alegría va
a nuestra vera mirando al Sol que sonríe o se esconde
de la Luna y juntos marcarnos el ritmo en el cosmos.
Ramón Haniotis