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La bilis de la borrachera de quien no bebe
para celebrar sino para creerse valiente,
se derrama sobre fraternas redacciones
y sus ordenadores inocentes tosen y resisten.
A traición se expande por sanas computadoras
una pandemia de D-dos virulentos, temerosos
de verdades evidentes como la pobreza que existe
porque así lo quieren los pocos que todo tienen.
Esos fidalgos rancios de boca llena de patria
y apellido de mucha consonante que salvan
la economía nacional poniendo factorías en Asia
y exigen bajar salario y apalear obreros del acero.
Repantigados en yates de cálidos puertos lejanos
donan dinero malhabido a quienes quieren volver
al pasado del “Come y calla, que el señorito dice
que todo está bien”. Volver a la cruzada canalla.
Porque cruzados están ellos, pero… ¡de brazos!
Dispensados por Hacienda para mantener mastines,
esbirros pagados que desde la sombra destruyen
belleza y quieren vender mentiras por verdades.
Vestidos con batín de seda, las Jorobitz, Isidoros
y la paz en ruso, que se dice Mir, beben champaña
regocijados por la babosa alegría de su jauría
embebida de alcohol barato y litrona. Que así paga papá
los servicios prestados.
Ramón Haniotis