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El periodo Ansiolítico
Corrientes oceánicas surgen en Tokio,
ascienden a la nube de satélites,
que espían desde el cielo, y vuelven
a la Tierra, vuelan de ordenador
a celular y todos, en el globo,
vemos esas lágrimas olímpicas
de alegría, tristeza, o frustración.
Vemos la gimnasta de presión quebrada,
y al tenista que, rabioso, rompe raquetas
pero arrogante llama a la calma apoyado,
como no, por su particular yogui terapeuta
y por sus amigos contagiados en fiestas.
En las calles los niños corren tras la pelota,
las niñas dan saltos vitales. El barrio ríe.
Los vecinos reían esta tarde pero, hoy,
lloran de dolor y ese torrente de lágrimas
es solo el eco nunca oído, ni televisado,
del grito no escuchado, del sollozo
no atendido. Dónde se fue la risa
de esta muchacha, de aquel hombre,
de ese abuelo. Dónde se fue el llanto.
El analgésico contra la migraña requiere
algo para proteger el estómago y este
defensor corroe el hígado, que purificamos
con remedios que pudren riñones y tomamos
más medicinas para sobrevivir. Y, finalmente,
nos recetan el nirvana de no sentir más nada:
muzak en el ascensor y prozac al consumidor.
Ramón Haniotis