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Visiones y espejismos en la Hamada saharaui, de todo apartada, de casi todos olvidada.
Se huele y hasta vislumbran retazos de un pantagruélico festín en la corte alauita. El sultán grueso, de boca carnosa y labios hinchados, llena a rebosar, mastica glotón: le escurren churretes de fosfatina, ferruginosos, cobrizos, radioactivos... engulle peces a troche y moche, suelta sonoros pedos, fétidos hasta la náusea.
Uncle Sam preside el banquete. Con su dedo leproso le espeta a Mohammed: I want you. A su derecha se sienta un sucedáneo de James bond, moreno, cetrino, de nariz aguileña, tocado con kipa. Abundan los jeques arabes rodeados de toda su pompa y sus sirvientes fundamentalistas de rostros sombrios.
Una delegación socialista española, descendiente de aquellos fijosdalgos arrogantes y orgullosos, doblan el lomo serviciales: lo que usted mande, Míster.
Y éste ordena más venta de armamento para que los árabes destrocen a sus vecinos. Mientras, se quejan de que las de Rusia e Irán son peligrosas y, sin embargo, “las nuestras” están garantizadas y bendecidas.
Fiesta vocinglera de los adalides de la Democracia que no consienten Referéndums.
Llegan gritos, no muy lejos de allí una multitud furibunda lincha a alguien. Los gendarmes apalean a diestro y siniestro, africanos y saharauis.
A los primeros conducirán al desierto y allí los abandonarán. A los saharauis, talego y torturas.
Espejismo:
Una multitud solidaria camina con paso firme.