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La mirada rosa
Aún puede salvarse el Orgullo
Este año no habrá carrozas que desvíen la atención de nuestros mensajes reivindicativos ni partidos que acudana ocupar la cabecera. Con la imaginación suficiente podemos coordinar innumerables actividades más allá de la libertad online.
Ha comenzado el mes de junio y, si las circunstancias fueran otras, estaría todo el mundo ultimando ya los detalles para llevar a cabo el sinfín de actividades que tienen lugar en torno a la conmemoración del Orgullo. Pero este año la realidad se impone: no hay manera de organizar con las medidas de seguridad necesarias una manifestación que puede llegar a convocar algunos cientos de miles de personas. Y, aunque se trate de actividades secundarias —al menos para quienes seguimos creyendo que el Orgullo es una reivindicación, no solo una verbena—, más difícil resulta aún que puedan tener lugar las fiestas y conciertos a los que nos hemos acostumbrado durante esas fechas.
En su lugar las entidades que convocan marcha y festejos han decidido hacerlo todo en línea. Se confirma ya una manifestación online, un manifiesto online y, supongo que en breve, conciertos online. No estoy muy seguro de qué público tendrán —si lo tienen— todas esas iniciativas tan interesantes —que podrían serlo, al fin y al cabo—, cuando hayamos llegado a la futurible nueva normalidad. No sé si a primeros de julio alguien querrá quedarse en casa, tras tanto tiempo confinados en el sofá, en lugar de salir a dar un paseo, a ver a sus amistades, a sentarse en una terraza (quien consiga una mesa).
No es posible hacer manifestaciones, claro está, ¿pero no se nos ocurre otra cosa que hacer lo mismo de siempre, ahora a través de una pantalla?
Lo que sé y me preocupa es que este quédate en casa se nos aparezca como una solución posible al mismo tiempo que sigue existiendo alguna gente que nos dice con insistencia que no tiene problemas en que seamos lesbianas, gais, bisexuales, trans, “o lo que se nos antoje”, siempre que lo seamos en privado, en la intimidad de ese hogar en el que ya hemos pasado tanto tiempo, ya sea por el confinamiento motivado por la seguridad frente a un virus o por la reclusión necesaria para la supervivencia frente al odio. No es posible hacer manifestaciones, claro está, ¿pero no se nos ocurre otra cosa que hacer lo mismo de siempre, ahora a través de una pantalla?
No cabe duda de que la falta de una marcha real tendrá sus ventajas. No habrá carrozas que desvíen la atención de nuestros mensajes reivindicativos, ni responsables de la organización que nos azucen para seguir avanzando porque esa parte festiva resulta ser imprescindible, sobre todo para las arcas de algunas empresas y entidades. No habrá partidos políticos que acudan para ocupar la pancarta de cabecera y hacerse la foto pertinente de suerte que los líderes de nuestro movimiento parezcan tan interesantes como para salir en los periódicos (¡ojalá otra portada!), ni partidos que se quejen de que no son invitados a blanquear sus desdenes. Ni siquiera habrá partidos que se contramanifiesten, sin comprender en absoluto de qué trata la cosa, como quien va a un entierro con una pandereta.
Tampoco es que les importe, unos y otros siempre encontrarán quien aplauda cualquier gesto hipócrita creyendo que así asegura una subvención, y que seguirá dirigiendo entidades con toda la dignidad que puede conservarse después de ponerle ojitos a la extrema derecha. En definitiva, evitar la manifestación, por motivos de seguridad, no deja de tener sus ventajas, pero tiene un gravísimo inconveniente: dejamos que los espacios públicos sigan siendo ocupados únicamente por quienes han sido tradicionalmente sus propietarios.
Opinión
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Urge pararnos a pensar, aunque “urge” y “pensar” parezcan antónimos. Si no nos es posible manifestarnos, si no debemos hacerlo para cuidar de nuestras vidas, imaginemos otras formas de estar, otras herramientas para tomar los espacios que se nos niegan. Con la imaginación suficiente podemos coordinar innumerables actividades más allá de la libertad online. ¿Por qué no se emplea el dinero público que riega tradicionalmente nuestros eventos durante estas fechas en que en cada balcón de nuestra ciudad esté bien visible una bandera arcoíris? ¿Por qué no repartimos mascarillas con esos mismos colores? ¿Por qué no enviar a cada integrante del alumnado que este año se enfrenta a la selectividad más extraña de la historia un estuche con nuestra bandera, un bolígrafo al menos que la enseñe orgulloso? ¿Por qué no organizar un recorrido histórico por los lugares de nuestra ciudad más significativos para nuestro movimiento y que quien quiera pueda recorrerlos en su paseo diario siguiendo las explicaciones de nuestras páginas web?
No solo este Orgullo será diferente a todos los Orgullos que hemos conocido; también el mundo venidero será diferente a todo mundo conocido hasta ahora. Nuestras propuestas deben ir más allá de trasladar la realidad que trabajamos por conquistar al plano virtual al que siempre han pretendido relegarnos. Si no puede haber manifestación, pensemos qué podemos proponer para garantizar que se nos ve tanto como pretendemos, para garantizar también la socialización necesaria entre todas esas lesbianas, gais, bisexuales y trans que han pasado solas estos meses mientras hay quienes han pasado el confinamiento sarasolas. Con imaginación y buena voluntad, este Orgullo puede ser el primero de muchos otros que vendrán, diferentes y puede que más eficientes a la hora de hacer llegar nuestro mensaje. Solo tenemos que echarle ganas. Aún puede salvarse el Orgullo.