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La mirada rosa
El pin parental funciona
Cada día, justo antes de entrar en clase, siempre dedico un momento a planear concienzudamente cómo adoctrinaré a mis estudiantes. Es tan amplio el catálogo de ideas perversas que puedo transmitir a sus jóvenes mentes que es realmente difícil elegir cuál de todas ellas será la que voy a grabar a fuego en su memoria y que condicionará su vida para siempre.
Es cierto que, como docente, lo único que hago cuando llevo a cabo este malévolo plan de dominación mundial es cumplir la ley. Sucede que todas las leyes educativas de nuestro país, desde hace varias reformas, y sus correspondientes decretos, incorporan como una materia transversal obligatoria la sensibilización ante los problemas que añaden a la llamada “diversidad LGTB”. Aunque, claro está, esto forma parte de nuestra agenda activista, evidentemente patrocinada y subvencionada por oscuros poderes internacionales que, curiosamente, aún no han transferido ni un solo euro a nuestras cuentas.
Supongo que será un problema de las cajas y los bancos, que con tanto rescate y tanto piso vacío que no paga los gastos de la comunidad de propietarios es muy fácil hacerse un lío con las cuentas. De un modo u otro, hemos conseguido introducir nuestros perversos intereses en la legislación. Pero, justo cuando nuestro progreso parecía imparable, nos hemos topado con un imprevisto: ciertas personas han empezado a organizarse para detener nuestros avances y ahora exigen que los tutores legales de nuestro alumnado puedan vetar algunos de los contenidos que impartimos.
Empiezan con ese veto al que llaman “pin parental”; muy pronto progresarán en su discurso y querrán impedir que las personas LGTB ejerzamos la docencia
Es realmente curioso que ese grupo de valientes se alinee con tanta claridad con las ideologías más conservadoras, cuando en la ley educativa que aprobaron las derechas hace unos años habíamos introducido nuestras ideas sin demasiado inconveniente. Tal vez hayan despertado ahora o hayan perdido definitivamente la poca vergüenza que les quedaba y por eso nos empieza a ser cada vez más complicado defender nuestros intereses. Empiezan con ese veto al que llaman “pin parental” y, de hecho, ya está al frente de la Consejería de Educación de la Región de Murcia una señora que tiene tanto interés en esa forma de censura como poca capacidad para el trabajo que se le ha encomendado. Muy pronto progresarán en su discurso y empezarán a desvelar nuevos objetivos: volveremos a la década de 1970 y, como Anita Bryant en Estados Unidos, querrán impedir que las personas LGTB ejerzamos la docencia.
También puede que rescaten la Propuesta 28 de Margaret Thatcher, tan similar a la ley vigente hoy en Rusia, que pretendía impedir la difusión de cualquier información sobre sexualidades no normativas. Subirán un escalón más, en cuanto asienten bien sus pies tras consolidar la propuesta retrógrada de turno, y no sería extraño que, llegado el momento, se dejen de tanto disimulo y hagan claros y públicos llamamientos a la persecución de maricones, bolleras, travestidos y viciosos. Ahora parece impensable, pero también lo fue hace cien años. Siempre hay un asesino esperando a que le permitan abrir la espita del gas.
Claro que, en el fondo, es lo que merecemos. ¿A quién sino a nosotras, malditas activistas, podría ocurrírsenos que era necesario difundir determinadas ideas? ¿Quién podría tener interés en explicarle al alumnado que existen los derechos humanos, o que la sexualidad humana va mucho más allá de la heterosexualidad obligatoria? ¿Para qué evitar que un gran número de adolescentes sienta la soledad y el desamparo explicándole que ha habido siempre personas con sus mismos sentimientos, que incluso entre sus profesores somos muchas quienes sentimos como ellas y ellos sienten? Alguien tenía que pararnos los pies y, por fin, hay gente dispuesta a impedir que nos acerquemos a los niños. Los quieren solo para ellos, como siempre. No hay más que escuchar al Nuncio del Vaticano en España, que afirma que con ese problemita de la pedofilia en la iglesia católica no hay nada que hablar. Será que tenían previsto que más de ochocientas personas denunciaran sus abusos, como se ha denunciado recientemente en un periódico de tirada nacional.
Quienes han dominado durante siglos la educación han aplicado el “pin parental” de oficio: nos negaron toda la información necesaria para crecer como las personas libres que hoy seguimos intentando ser
Lo que desde el movimiento LGTB no nos atrevemos a reconocer es que ese “pin parental” funciona. Quienes han dominado durante siglos la educación lo han aplicado de oficio: nos negaron toda la información necesaria para crecer como las personas libres que hoy seguimos intentando ser. Perdimos muchas vidas hasta que conseguimos limitar mínimamente su poder y, ahora, todos esos que intentaron impedir que nos convirtiéramos en adultos autónomos y felices se dedican en los medios y los mítines a recordarnos una y otra vez que quieren recuperar toda esa influencia que han perdido. Incluso colocan lazos naranjas en la puerta de sus centros para recordarnos que esos colegios e institutos quieren esquivar el mínimo compromiso que nuestro movimiento ha arrancado a nuestro sistema educativo y seguir empañando con sus ideas el pensamiento libre de nuestra juventud. El pin parental les ha funcionado y, en el fondo, es toda una oportunidad para preservar sus ideas. Deberían poner carteles en las carreteras: “¿Quieres librarte de ese hijo tuyo tan amanerado? ¡Felicidades! Con la censura parental no recibirá ninguna información que pueda serle útil y, si tienes suerte, puede llegar a suicidarse. ¡Así nadie podrá poner en duda tu masculinidad de mierda!”.
Lo que no saben es que es un viaje de ida y vuelta y que las personas LGTB también tenemos familias. También es una oportunidad para nuestros intereses tan oscuros y maliciosos. ¿Hay que montar una batalla cultural? ¡Montémosla! Llevamos demasiado tiempo con los brazos cruzados. Me han entrado ganas de tener hijos solo para exigir en el centro educativo al que los lleve que bajo ningún concepto pueden escuchar ni una sola palabra sobre religión. La verdad es que, ahora mismo, parece más importante evitar que un sacerdote católico se acerque a un menor que impedir que lo haga una profesora lesbiana visible. También vetaría cualquier rastro de heterosexualidad. A la mierda Bécquer y Garcilaso, exijo que mis hijos solo estudien a Lorca y a Cernuda, que, además, son mucho más interesantes. Si quieren una batalla, organicémosla. Se van a cagar. Aunque podemos hacer algo más sencillo, sin llegar a las manos ni al delirio de censura. Podemos salir a votar. A votar por nuestros derechos, que son de lo primero que tenemos que pensar cuando metemos la papeleta en la urna. Si vamos todas, ellos se van. Que no se nos olvide.
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