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Opinión
Apuntes urgentes frente a la estrategia de disuasión y el rearme en Europa

La cosa está hecha y no tiene vuelta de hoja. Este es el discurso mainstream sobre el rearme europeo, que nos venden como una especie de revuelta contra Trump. En realidad no es más que plegarse a sus exigencias, para nada nuevas ni exclusivas tampoco de su administración, asumiendo los aliados europeos la necesidad de colaborar en mayor medida en la “defensa” del continente.
La fuerza de la propuesta de rearme se basa en el miedo al enemigo ruso, que ha sido “fabricado” con esmero por los medios europeos con la inestimable colaboración del propio gobierno ruso, y también en la disuasión armada como única forma de mantener la paz, idea fuerza tanto de Rusia como de “Occidente”. No en vano, la estrategia de la disuasión armada, sobre todo la nuclear, ha sido la que ha marcado las políticas internacionales de las grandes potencias tras la segunda guerra mundial.
Superar la estrategia de la disuasión y el rearme para lograr la paz es clave para evitar o atenuar las guerras actuales y prevenir las que pueden acontecer en un futuro
Esta estrategia ha conseguido evitar una conflagración directa entre las potencias nucleares, por lo menos de momento. Sin embargo, no ha evitado las guerras, sino que las ha transformado en el modelo de guerra cronificado y funcional a la acumulación capitalista que vivimos actualmente, cuando tienen lugar a día de hoy 53 guerras en distintas partes del mundo, algunas más mediáticas que otras.
Superar la estrategia de la disuasión y el rearme como elementos indiscutibles y únicos para lograr la paz es por tanto clave para evitar o atenuar las guerras actuales y prevenir las que pueden acontecer en un futuro próximo, incluida una guerra nuclear. Para conseguirlo, lo primero es aclarar que existen alternativas a la disuasión armada y políticas diferentes al rearme para garantizar la paz.
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La más evidente, el desarme y la conversión de la industria militar en producción de interés social y ambiental, debería ir acompañada del avance del multilateralismo hacia la búsqueda de acuerdos y consensos globales. Como ya se hizo durante la guerra fría, las políticas de distensión pueden también jugar un papel para frenar la escaldada armamentista y sus consecuencias nefastas para la población, sobre todo para los sectores más desfavorecidos, promoviendo estrategias de desarme concertado entre potencias.
La diplomacia para la paz puede ponerse en práctica frente al matonismo en las relaciones internacionales, junto con el reforzamiento del Derecho Internacional de Derechos Humanos y el apoyo a Naciones Unidas como espacio de encuentro para la paz, junto con su necesaria adecuación a las nuevas realidades globales.
Es imprescindible avanzar en la agenda social, ecológica, feminista y decolonial, para construir una mejor correlación de fuerzas frente al poder oligárquico y el avance neofascista
Desde la sociedad civil, será imprescindible avanzar en la agenda social, ecológica, feminista y decolonial, para construir una mejor correlación de fuerzas frente al poder oligárquico y el avance de las ideologías neofascistas. Sin olvidar, en ese sentido, la necesidad de la “lucha cultural” para extender un sentido común progresista por la paz frente al sentido común militarista.
Aun así, todo ello no servirá de mucho si no somos capaces de crear redes y alianzas internacionalistas frente al nacionalismo excluyente, redes que defiendan la democracia y la soberanía popular frente al poder oligárquico y militarista, a ambos lados de las trincheras que algunos se empeñan en construir.
Estas deberían ser, en mi opinión, las prioridades del bando por la paz en el mundo frente a los halcones militaristas. En resumen, la máxima si vis pacem para pacem debe sustituir paulatinamente al de la disuasión armada, si vis pacem para bellum.
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Poner en marcha estas actuaciones es urgente, porque la estrategia de la disuasión armada no evita por completo la posibilidad de una conflagración abierta entre grandes potencias -incluso a nivel nuclear- si la situación geopolítica se degrada de manera importante, como desgraciadamente está sucediendo.
El riesgo es demasiado grande para seguir confiando en la disuasión armada como única opción para el mantenimiento de una paz que no lo es, pues las guerras continúan, se extienden y se normalizan, mientras el espíritu de la guerra se adueña de las relaciones internacionales.
La crisis ecológica es un riesgo añadido que favorece como efecto colateral la deriva militarista, con la guerra por recursos cada vez más escasos; mientras que, a su vez, es acentuada por la militarización de las relaciones internacionales, que nos aleja de los imprescindibles consensos ecológicos globales.
En este ambiente de tormenta perfecta, las ideologías autoritarias de distinto signo son el ecosistema perfecto para la guerra, y nos acercan a la posibilidad de un armageddon nuclear mientras extienden el régimen de guerra a nuevos territorios.
Por tanto, la defensa de la democracia y los derechos humanos, incluidos los derechos sociales, debe ponerse en primer plano frente a la internacional reaccionaria y la ilustración oscura. Además -desde parámetros democráticos- es necesario poner freno al creciente poder de las oligarquías, impulsando la soberanía popular y la democracia frente a la plutocracia. Si las élites económicas consideran que necesitan del régimen de guerra para continuar enriqueciéndose, las mayorías populares debemos exigir la paz para vivir con dignidad.
Europa, en vez de apostar por el rearme global, debe dar ejemplo de políticas de paz, apoyar las propuestas de multilateralismo del sur global, abandonar su poder colonial y apostar con fuerza por Naciones Unidas
Aterrizando en la situación actual de raerme sí o sí que se plantea en Europa, hay que tener claro que la apuesta europea por el aumento del gasto militar redunda en un camino sin salida que conduce a la guerra y perjudica a las poblaciones europeas, mientras enriquece a ciertas élites europeas y estadounidenses. Debemos por tanto oponernos al rearme con firmeza, apostando por una Europa unida en la que su fuerza mayor sea la del apoyo a la paz y los derechos humanos en el mundo. Las políticas de subordinación a EEUU nos han conducido a un callejón sin más salida aparente que el rearme.
Sin embargo, la historia nos muestra que el rearme nos aleja de la paz y nos acerca a la guerra. Europa, en vez de apostar por sumarse al carro del rearme global, debe dar ejemplo de políticas de paz, apoyar las propuestas de multilateralismo que vienen del sur global, abandonar los restos de poder colonial que posee y apostar con fuerza por Naciones Unidas, al tiempo que promueve su reforma para que sirva como herramienta útil en la búsqueda de consensos globales imprescindibles.
Sólo así podremos afrontar, desde la cordura y la búsqueda de consensos, los grandes retos actuales ligados a la crisis ecológica, la crisis de cuidados, el deterioro de la democracia y el crecimiento de las desigualdades, en tiempos de gritos de guerra y desmesura.