Opinión
Que nuestro despertar ante el horror amplíe nuestra mirada

Socióloga.
Es impresionante y emocionante ver y vivir la respuesta de la sociedad civil ante el genocidio que el gobierno de Israel está cometiendo contra el pueblo palestino. No hay duda de que estamos reaccionando y de que nos estamos posicionando claramente en el lado correcto: se trata de una matanza indiscriminada que debe ser señalada, detenida y condenada.
El boicot a La Vuelta ciclista en diferentes ciudades es una pequeña muestra de ello. Quienes participamos en el acto de boicot en Bilbao vimos con entusiasmo cómo muchísimas compañeras, vecinas y conciudadanas nos reuníamos por una causa común, compartiendo al mismo tiempo la indignación y la rabia por la barbarie que nos había llevado hasta allí, y también la alegría por el éxito de la convocatoria. Y, como nosotras, otras ciudades y comunidades dijeron alto y claro: no con nuestra colaboración. En el caso de Asturias, se consiguió incluso ir más allá, evitando que las etapas por ese territorio contasen con representación institucional, siendo finalmente en Madrid donde se impuso mediante la movilización la cancelación de la última etapa.
Hace ya muchos meses que se vienen organizando múltiples manifestaciones e iniciativas para exigir el fin del genocidio y la liberación del pueblo palestino. Algunas de las más interesantes, bajo mi punto de vista, son las relacionadas con el boicot a los productos provenientes de Israel; en torno a ellas gira este artículo.
Estas iniciativas encierran la potencialidad de hacernos ver que nuestras acciones cotidianas tienen repercusiones en lugares muy lejanos. El boicot mediante el consumo nace del conocimiento de que, en un mundo globalizado dominado por las lógicas del mercado, una de las herramientas ciudadanas es modificar nuestros hábitos de consumo: consumir diferente o, mejor aún, consumir menos. Son acciones y omisiones que nos hacen conscientes de que nuestro consumo diario y, por extensión, nuestra cotidianidad, tienen una relación directa con el sufrimiento de millones de personas.
Es la cadena global de violencia, que comienza en el bolsillo de una persona en Bilbao y termina en el asesinato por inanición de una niña en Gaza. Lo vemos, lo entendemos. Sin embargo, no parece que esa reflexión esté calando lo suficiente como para ampliar nuestro rango de acción mediante la misma herramienta. En una cadena global de violencia, ¿qué ocurre con el resto de sufrimientos?
Es evidente que llegamos insoportablemente tarde para evitar el genocidio en Palestina. Pero aún estamos a tiempo de darle la vuelta a una dinámica social establecida que ha generado, genera y generará incontables escenarios de crueldad. Estamos a tiempo, y las iniciativas de boicot mediante el consumo son un buen punto de partida para ampliar nuestro radio de reflexión y acción.
Susan Sontag ya había abordado este dilema en Sobre la fotografía (1977), donde planteaba cómo la repetición de imágenes de sufrimiento podía tanto sensibilizar como anestesiar a quien las consume.
Es indiscutible que el flujo constante de información y el nivel de detalle con el que asistimos hoy a este exterminio es mucho mayor que el que se daba en guerras y ocupaciones anteriores. Y esto, evidentemente, marca una diferencia. Lo que no tengo demasiado claro es si esa diferencia se traduce en una mayor movilización ciudadana o si, por el contrario, solo alimenta la ilusión de que mirar más el horror nos acerca al sufrimiento ajeno y, por lo tanto, nos hace más solidarias.
Susan Sontag ya había abordado este dilema en Sobre la fotografía (1977), donde planteaba cómo la repetición de imágenes de sufrimiento podía tanto sensibilizar como anestesiar a quien las consume. Posteriormente, en Ante el dolor de los demás (2003), profundizó en la misma cuestión, preguntándose si las imágenes causan un efecto movilizador o, por el contrario, nos insensibilizan. Allí plantea que “quizá las únicas personas con derecho a ver imágenes de semejante sufrimiento extremado son las que pueden hacer algo para aliviarlo […] o las que pueden aprender de ellas. Los demás somos mirones, tengamos o no intención de serlo”. Es una cuestión sobre la que no parece haber todavía una respuesta definitiva.
Lo que sí sabemos es que la capacidad del ser humano para implicarse en las necesidades que considera ajenas no depende, en general, del grado de conocimiento adquirido sobre dichas necesidades. Hace décadas que tenemos acceso a la cantidad y calidad de información suficientes como para posicionarnos y actuar. Dos ejemplos sirven: la guerra de Bosnia y el genocidio de Ruanda.
En los dos casos había información suficiente para saber lo que estaba pasando. En los dos casos la ciudadanía contaba con datos claros para entender lo que debe conmover a cualquier ser humano: el sufrimiento de la sociedad civil, la ocupación de territorios y un nivel de crueldad inimaginable. ¿Puede la población civil española decir que no sabía que se estaba eliminando a la población de estos territorios? ¿Y qué nivel de movilización hubo entonces?
No es necesario, sin embargo, ir tan lejos en el tiempo para plantearnos nuestra tendencia a mirar hacia otro lado. La crisis climática, la violencia machista, la violencia racista, las muertes en los tránsitos migratorios, la industria cárnica, la textil, la turística, la explotación de recursos naturales y de seres humanos en China, Congo o Madagascar… La lista es interminable. ¿Podemos decir honestamente que no sabemos lo que está pasando, al menos a grandes rasgos, en cada una de estas formas de violencia y exterminio?
El genocidio de Palestina no es un hecho aislado: forma parte, como sabemos, de una estructura social sostenida por tres grandes sistemas de dominación: patriarcado, colonialismo y capitalismo
El genocidio de Palestina no es un hecho aislado: forma parte, como sabemos, de una estructura social sostenida por tres grandes sistemas de dominación: patriarcado, colonialismo y capitalismo. Frenar La Vuelta ciclista, dejar de consumir en Carrefour, dejar de comprar Coca-Cola o hacer huelga de consumo los jueves, siendo todas acciones necesarias, solo resultan efectivas si se integran en una lógica vital cuyo horizonte sea la erradicación de toda forma de dominación.
Estamos viendo claramente, con el boicot a Israel, la interrelación entre nuestro consumo y nuestra cotidianidad y la perpetuación de las estructuras violentas. Entonces, ¿por qué nos detenemos ahí? ¿Qué hay del resto de consecuencias de nuestra forma de vida? El planteamiento de que el pueblo tiene poder para presionar a los gobiernos no puede quedarse en acciones aisladas.
Creo que la clave no está en conocer cada vez con más detalle las formas de violencia ejercidas por gobiernos genocidas como el de Israel, sino en entender con mayor profundidad cómo generamos sufrimiento nosotras mismas con nuestros actos cotidianos y, por supuesto, cómo podemos dejar de colaborar con ello. Debemos conocer al detalle la cadena global de violencia, cada uno de sus eslabones, para comprender que sí tenemos capacidad de cambiar las cosas.
El despertar ante el horror que está suponiendo para muchas personas el genocidio en Gaza es una oportunidad para despertar, también, ante la cadena de horrores que sostienen las estructuras de privilegio: las estructuras de nuestros privilegios.
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