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Racismo
Activismo e igualdad, el ecosistema de la WNBA
La WNBA (liga femenina de baloncesto estadounidense) cumple 25 años. Considerada la mejor liga del mundo, la competición estadounidense se ha ido construyendo con unas limitaciones y características muy concretas. Gracias a jugadoras, franquicias y aficionados, un ecosistema único ha florecido de manera natural. En la liga, los hechos acompañan a las palabras: la igualdad, la libertad y el respeto no se discuten. Y, en caso de que alguien lo haga, la familia formada por esos tres grupos mencionados responde de manera unánime. Porque no son solo deportistas, sino mucho más que eso: personas preocupadas por dejar un mundo mejor del que se encontraron. Un poder infravalorado en ocasiones, pero demostrado cada vez que ha sido necesario.
En medio de un clima turbulento y con las protestas del Black Lives Matter recorriendo todo Estados Unidos, A’ja Wilson afirmó en la previa de la temporada 2020 que es “una mujer negra antes que jugadora”. La MVP de la WNBA, en un ejercicio de liderazgo, lanzó esas palabras al aire en busca de un apoyo que no tardó en llegar. Horas más tarde, Breanna Stewart -MVP de las Finales- concluía su comparecencia con un mensaje potente de complicidad hacia su compañera: “Podemos cambiar muchas vidas”. Y la ola de declaraciones ya no encontró freno. A ellas se sumaron Satou Sabally, Natasha Cloud, Liz Cambage, Renee Montgomery y un largo etcétera. Ninguna estrella de la competición faltó a su cita con los micrófonos. Sus nombres eran lo de menos; la causa social estaba por encima de todas. Un guion repetido de manera continua desde 1996 en la WNBA.
Las palabras de Wilson eran tan solo la guinda de un proceso largo y, en multitud de ocasiones, silenciado. El BLM llegó a la WNBA mucho antes que a cualquier otra competición deportiva. En 2016, un tiroteo acabó con la vida de un hombre negro desarmado llamado Philando Castile. El acontecimiento levantó algunas críticas en el país, pero el silencio ocupó la mayoría de espacios. No así en la WNBA. Tres equipos saltaron a la cancha con camisetas en las que se veía escrito «Black Lives Matter». La WNBA, que todavía no se había posicionado como liga a pesar del activismo de sus integrantes, sancionó a todas las partícipes en el acto. Y la respuesta colectiva de jugadoras y fans fue tan potente e inmediata que las sanciones, varias semanas después, quedaron canceladas. Ni la propia liga podía apagar el fuego interior que desprendían sus jugadoras.
El conflicto no empezó ni terminó ahí. Las jugadoras de Minnesota Lynx, enfadadas por lo sucedido, decidieron salir a calentar con camisetas de «El cambio comienza con nosotras» y «Black Lives Matter» en julio de 2016. Al ver a las estrellas, en un acto de escaso respeto, varios agentes de seguridad del pabellón pidieron a las jugadoras que se quitaran las camisetas con dichas frases. En unos días en los que la policía estaba siendo señalada por diferentes figuras públicas, los agentes se sintieron ofendidos y aludidos. Pero ellas se negaron y los policías decidieron abandonar sus puestos de trabajo en ese mismo instante. Minutos después, el histórico póquer de la franquicia formado por Whalen, Brunson, Augustus y Moore alzó la voz en una rueda de prensa para el recuerdo. El mensaje no pudo ser más certero: no se iban a quedar calladas ante nada ni nadie.
Nada mejor que la figura de Maya Moore para explicar esta cuestión. La alero de las Minnesota Lynx, candidata a ser una de las tres mejores jugadoras jamás vistas sobre una cancha de baloncesto, decidió hacer un stop indefinido en su trayectoria profesional. Corría 2018 y Moore se encontraba en un momento de madurez inaudito, pero nada era más importante para ella que luchar por lo que creía justo.
De la noche a la mañana, colgó las botas y comenzó una larga batalla judicial para ayudar a Jonathan Irons a salir de la cárcel. Un hombre anónimo que había conocido de casualidad una década antes, justo después de que fuera condenado a 50 años. Ni el hecho de ser un adolescente le salvó de ser juzgado como un adulto por un supuesto robo y asalto a mano armada, a pesar de no existir ni una sola prueba concluyente. Una injusticia que Moore, con su altavoz mediático, consiguió reflejar tanto en el juicio como en la opinión pública. Tres años después de unir sus caminos, la libertad de Irons se convirtió en realidad. "Ella me salvó la vida. Ella me salvó la vida y no puedo decirlo de mejor manera”, afirmó Jonathan a la salida de la cárcel, al mismo tiempo que la comunidad WNBA clamaba “More than an athlete” (“Más que una atleta”).
Amira Rose Davis, profesora de historia y estudios afroamericanos en Penn State, explicaba de esta manera en PNR el caso de la competición estadounidense: “La WNBA una liga que es incómoda por necesidad. Genera tanto odio porque es ‘demasiado negra, demasiado rara’. Está llena de mujeres. Y creo que eso atrae la ira de mucha gente. Su propia presencia en una cancha e insistencia en que tienen derecho a jugar y ganarse la vida jugando, es un acto político en sí mismo”. Unos argumentos corroborados y admirados por deportistas de élite de otras ligas, como el caso de Megan Rapinoe. La futbolista estadounidense pidió a sus seguidores que “prestaran atención a la WNBA y a sus jugadoras porque han convertido el activismo en parte de lo que ellas son como personas”.
Sería injusto obviar todo el valor extra que conlleva que sean las jugadoras de la WNBA las que realicen este activismo y no profesionales de otras ligas. Es indudable que tienen menos repercusión mediática que un compañero de la NBA cuando salen a una rueda de prensa, pero también tienen mucho más que perder. O mucho menos, según se vea. Por poner un ejemplo, Stephen Curry cobrará esta temporada 34 millones de dólares solo con su salario. En total, con patrocinios, 74.4 millones. En el lado contrario, Breanna Stewart percibirá 187.000 dólares por su labor como jugadora, mientras que sus cifras fuera de las pistas se desconocen pero en ningún caso alcanzan tales magnitudes. Por lo tanto, la pregunta es evidente, ¿tienen más o menos que perder en caso de posicionarse en una causa social polémica? La respuesta es sencilla: menos dólares, sí, pero con un riesgo mucho mayor de quedarse sin ingresos suficientes para vivir.
Sin embargo, la cota de influencia alcanzada por las jugadoras de la WNBA alcanzó otro nivel en plena temporada 2020. Uno al que nunca habían imaginado llegar: decidir el futuro de Estados Unidos como país. Kelly Loefler, propietaria de las Atlanta Dream, se presentaba a las elecciones al Senado de Georgia y las encuestas le otorgaban una clara ventaja. Pero las palabras comprometen y a ella le pasaron factura. Semanas atrás, Loefler había criticado a la liga, al movimiento BLM y a las jugadoras que habían tomado parte en la pista, alegando que estaban generando una imagen lamentable de la competición. Y, en plena campaña electoral, las jugadoras de su propia franquicia primero, y el resto después, se tomaron la revancha por su cuenta. En la previa de un encuentro de fase regular, la plantilla al completo de las Dream apareció en el pabellón con camisetas de “Vote Warnock”, el pastor que hacía oposición a la propietaria de las Dream.
Según un informe de ‘The Washington Post’, las donaciones al reverendo Warnock ascendieron un 20% desde aquel día, aunque esa cifra no era desmesurada. Si se comparaba con los cambios observados en otras jornadas clave -el día que Obama mostró su apoyo-, estaba a un nivel similar o incluso inferior. Pero las corrientes de opinión, a medio plazo, cambiaron por completo. Las jugadoras mantuvieron las protestas contra la propietaria con el paso de las jornadas y las encuestas comenzaron a variar de forma progresiva. Porque quizá de manera individual no, pero cuando las jugadoras de la WNBA se unen como colectivo, teniendo en cuenta su diversidad de orígenes, culturas y perfiles, su poder mediático es inmenso.
La popularidad de Warnock, tras descender durante todo junio y julio, dio un giro radical en el inicio de agosto, justo en la fecha en la que las jugadoras de Loefler intervinieron. De hecho, la campaña de Warnock no solo se estabilizó, sino que remontó y envió las elecciones de Georgia a la segunda vuelta. Dos meses extra cruciales en los que el territorio se convirtió en un enclave vital para el control del Senado y Warnock acabó de completar su renacimiento electoral. De la victoria fácil de los republicanos… al control de los demócratas y la salida de Loefler de la WNBA. Un triunfo que quedará siempre en el palmarés de cada una de las jugadoras que no se callaron. Posiblemente, la más importante de sus trayectorias, porque como dice A’ja Wilson, antes que jugadoras, son mujeres. Y todas quieren vivir en un mundo mejor.