Abusos a la infancia
Vila-real concederá la Medalla de Oro al colegio de los carmelitas acusado de abusos

El alcalde de Vila-real por el PSOE, José Benlloch, se ha justificado aludiendo a que “las víctimas no presentan ninguna prueba de lo ocurrido”.

El pasado mes de noviembre, el pleno del Ayuntamiento de Vila-real, en Castellón, acordó conceder la Medalla de Oro de la ciudad al colegio de los carmelitas con los votos a favor de todos los grupos con representación en el pleno (PSOE, PP, CS, Vox y UP) a excepción de Compromís. La noticia llegaba pocas semanas después de que el diario El País sacara a la luz acusaciones de abusos por parte de un cura de la entidad durante los años 70. Unos hechos por los que el colegio no se ha pronunciado todavía.

Esta decisión toma un rumbo totalmente contrario al marcado por el Ayuntamiento de Xàbia, municipio del que era natural Francisco Armell, el acusado de los abusos, que le retiró su premio honorífico cuando el escándalo salió a la luz, en un gesto aplaudido y reclamado por las propias víctimas. Ante las críticas, José Benlloch, alcalde de Vila-real por el PSOE, se justificó aludiendo que “las víctimas no presentan ninguna prueba de lo ocurrido”.

“¿Qué pruebas quiere que aporten críos que entonces teníamos entre 11 y 13 años y los hechos ocurrieron en el año 75?”

“¿Qué pruebas quiere que aporten críos que entonces teníamos entre 11 y 13 años y los hechos ocurrieron en el año 75?”, se pregunta Adolfo Martínez, quien fue víctima de violencia en el colegio durante sus años de alumno y testigo directo de algunos de los abusos. “Aportamos nuestros testimonios directos, y el hecho de que, después de cuarenta años sin tener contacto entre nosotros, todas las acusaciones coincidan en el hecho, la forma y el agresor”, asegura.

La actitud de Benlloch y el resto del Ayuntamiento provoca mucho malestar entre las víctimas:  “Sus declaraciones son muy dolorosas y muy impactantes, entiendo mucho menos su actitud que la de los carmelitas”. Cuatro décadas después de lo ocurrido se hace muy difícil todavía abrir el “baúl de los recuerdos”, como dice Adolfo, y con él, las heridas: “No sé qué espera, ¿qué tengamos guardada la ropa interior sin lavar de aquella época?”. Aun así, el alcalde ha sido invitado por las víctimas a actos donde se hablaba del caso, para conversar con él y que pudiera escuchar lo que tenían que decir, algo que ha declinado.

“Me obligaba a estar un par de horas de rodillas todas las noches en el pasillo, justo entre nuestro dormitorio y el suyo. Por ahí pasaban todos los que entraban en su habitación, y él cerraba la puerta siempre con llave”

Adolfo es quien se está encargando de las reivindicaciones de las víctimas junto a uno de sus compañeros en el colegio, Juan Luís Cebrián. Ambos fueron testigos directos de muchos de los abusos que ahora se denuncian. Adolfo, cuenta, no sufrió abusos sexuales pero sí físicos. “Me pegaba, me pegaba mucho, y estaba siempre castigado”. Precisamente por eso presenció los abusos a compañeros: “Me obligaba a estar un par de horas de rodillas todas las noches en el pasillo, justo entre nuestro dormitorio y el suyo. Por ahí pasaban todos los que entraban en su habitación, y él cerraba la puerta siempre con llave”.

El curso en que Adolfo entró al colegio, el 1975/76, fue el último de Francisco Armell en el centro. Al principio de su internamiento, cuenta, escuchaba rumores sobre el comportamiento del sacerdote. Unos rumores que tomaron forma cuando un compañero y amigo le pidió ayuda: “Me dijo que si alguna noche le escuchaba vocear, que gritara y diera golpes en la puerta, que era porque estaban intentado abusar de él”.

Durante la primavera del 76, Adolfo y ese mismo compañero, Pedro, decidieron denunciar lo que allí ocurría ante el obispado. La consecuencia fue la visita de la Guardia Civil al centro, pero no en busca del acusado, sino con el objetivo de amedrentarlos a ellos: “Nos dijeron que como volviésemos a decir una barbaridad como esa, acabaríamos en el calabozo. A unos niños de 12 años en el año 1975. Nos tocó callarnos y esperar a que acabara el curso para volver a casa”. A pesar de aquello, al poco de la llamada al obispado, Armell fue apartado de su puesto y se marchó de misionero a Latinoamérica.

“Un depredador lo es en Villarreal y lo es allí donde lo envíen. Es lo que hacen siempre cuando hay un problema de este tipo, y es mandar el problema a otro sitio. Realmente, sabiendo lo que nos hizo a nosotros, no sé qué haría en las misiones”, reflexiona Adolfo, que zanja: “Si le acaban dando la Medalla, por lo menos que pongan una placa a su lado en nombre de todas las víctimas”. Esta es la única forma, dice, de que esta condecoración “tuviera sentido”.

Cuenta, además, que Pedro falleció hace tres años y nunca pudo ver el caso salir a la luz, y que por su memoria y la del resto de compañeros que tampoco han podido verlo luchan ahora él y Juan Luís.

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