Opinión
Lince ibérico: el secreto de sus ojos

Ingeniera Técnica Forestal
El trabajo hace extraños compañeros de viaje, y cuando el trayecto es por caminos, en un todoterreno, sin cobertura, sin radio, a veces no queda otra que escuchar sandeces que te hacen mirar por la ventanilla como quien mira entre los barrotes de una celda. Deseando acelerar el motor y traicionar aún más el ritmo de caminata que merece el campo, para llegar a destino y hacer la tarea en un silencio que no necesite relleno.
Uno de esos viajes me tocó compartirlo con un Ingeniero de Montes experto en valoración de trofeos de caza. Astas, cuernos y colmillos que se miden, se bareman, y sirven para obtener una medalla, montarlos en un soporte de madera y adornar con ellos las paredes del salón (...del panteón).
Todo un negocio en torno a la vanidad, a la ostentación de un poder robado, esas astas creadas para vencer en una lucha entregada, hambrienta, por reproducirse antes que otros, más que otros.
El trofeo no prueba la astucia, el ingenio o el valor empleado para conseguirlo. No se necesitan esas cualidades para apostarse en un lugar que alguien preparó para ti, dejar que otros con sus perros levanten la caza, verla pasar por delante, en un terreno despejado al efecto (no sea que el monte estorbe para cazar en el monte), apuntar, disparar. Matar para apropiarse de lo imponente, para que otros lo vean en tu pared y reconozcan tu status. Una vuelta de tuerca al instinto de dominación.
A pesar de su escasez, en 1902 se declara legalmente alimaña, y más tarde animal dañino, hasta que la Ley de Caza de 1970 lo incluye entre las especies cinegéticas
Que otros limpien la sangre, que otros separen el animal del trofeo, que para ti antes de disparar ya estaba separado, ya andaba el alma por un lado y el cuerpo por otro, el alma lo que se quiere apresar, el cuerpo donde se apunta.
Mi compañero de viaje, con esa agudeza que tienen algunos para intuir que todos opinamos como ellos, pasó por este tema de soslayo al no encontrar motivo de debate en la caza y prefirió profundizar en otro más polémico: la protección de los terrenos que atravesábamos, un Parque Natural, y la del lince, uno de sus principales valores.
Claramente molesto, porque la conservación de especies pone unos límites que a los defensores de la libertad no les convencen, su conclusión fue que el lince se protege porque tiene los ojos grandes. No hablamos de un inocente niño de cinco años ni de un viejo babeante de noventa. Hablamos de alguien a quien se le ha reconocido con un título su aptitud para la gestión del medio natural.
Una, que trata de meterse en los zapatos hasta del más impresentable, creyó ver algo detrás de esa idea, campanas que el tipo había oído sin saber dónde.
Todos los cachorros comparten unos rasgos, unas proporciones, que despiertan en nosotros lo maternal, el instinto de protección, el apego. Kinderschema lo llamó el etólogo austriaco (y nazi) Konrad Lorenz. Los ojos grandes forman parte de ese “esquema del bebé”. Desde que se conoce nuestra respuesta a estas proporciones, se utilizan en marketing. Para hacer encantador (cute) cualquier producto, empezando por un ratón (Mickey) y acabando por nosotras mismas con esos filtros de belleza que nos convierten en muñequitas manga.
De ahí a concluir que las políticas de conservación del lince se deben a sus ojos grandes hay cien eslabones perdidos, un profundo desconocimiento o una perversa distorsión de la historia de esta especie, compartida con la de otras “alimañas” como el águila imperial, y agravada por el valor de su piel.
A finales del S. XIX ya estaba prácticamente extinto en el norte y el este peninsular pero, a pesar de su escasez, en 1902 se declara legalmente alimaña, y más tarde animal dañino, hasta que la Ley de Caza de 1970 lo incluye entre las especies cinegéticas. Paradójicamente esto frenó algo su desaparición, ya que al buscarlo y no encontrarlo hubo que aplicar esa veda que la ley establecía para especies en vías de extinción. Furtivismo aparte, claro.
Sus poblaciones no dejaron de descender, hasta que en 1996 es declarado el felino más amenazado del mundo y en el 2000 sólo quedaban poblaciones estables de lince en Sierra Morena y en Doñana (menos de 200 ejemplares).
El deterioro del hábitat, sí, la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica del conejo, también. Los atropellos, que sí. Pero no sólo.
Aún hoy, después de tantos años de programas, planes y estrategias de conservación, aparecen linces abatidos a plomo. El último en febrero, flotando en un arroyo cerca de Doñana, con los hombros perforados por postas, esas de los cartuchos ilegales que por más que se incauten siguen circulando.
Si los motivos para conservar una especie no los ha entendido ni los ha hecho suyos un Ingeniero de Montes, difícilmente se los hará entender al propietario para el que trabaja.
Un lince no huye, te mira y te sostiene la mirada, te mide. Sus ojos son grandes, sí, pero no funciona el kinderschema, no quieres cuidarlo, no te parece adorable. Tampoco te sientes amenazado. Si sabes cuál es tu lugar en ese territorio (suyo), es tan fácil como marchar y dejarlo ir.
Pero no. Los matan aunque ya no se los llevan. Ya no es por la piel, ni por exhibirlo disecado, ni siquiera es sólo crueldad.
Si los motivos para conservar una especie no los ha entendido ni los ha hecho suyos un Ingeniero de Montes, difícilmente se los hará entender al propietario para el que trabaja. Y éste, cuando vea regulado lo que puede o no hacer en su finca por ser hábitat del lince, recitará indignado el mantra de que la conservación es una traba al desarrollo. Y cuando haya que encontrar un motivo para no contratar al perrero del pueblo que ayudaba en las monterías, lo tendrá fácil. Los del medioambiente no nos dejan vivir, no piensan en los pueblos, nosotros tratamos de dar trabajo pero todo son problemas. No digamos de las ayudas, también para el lince, que si lo crían, que si lo sueltan, que si transmisores, que si cámaras…
Va calando esa lluvia pegajosa y envenenada de mentiras y medias verdades, va engendrando rencor. Y el animal, que pasaba por allí y nunca fue bienvenido, se convierte en objetivo.
Quién quiere una dehesa pudiendo tener una mina a cielo abierto, o una urbanización con campo de golf. Quién quiere algo tan lento, tan ajeno a la cultura del pelotazo. Para qué si no puedes coger ya, ahora, lo que crees que te pertenece.
El trofeo. O la decisión de que esa mirada y esos pasos silenciosos no merecen seguir su camino.
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